sábado, 4 de febrero de 2017

"Exigimos una campaña legal contra quienes propagan mentiras políticas deliberadas y las diseminan a través de la prensa". (Adolf Hitler, en 1920).



"Exigimos una campaña legal contra quienes propagan mentiras políticas deliberadas y las diseminan a través de la prensa". (Adolf Hitler, en 1920).
Significa, al menos, que hay que desconfiar de los cruzados contra el embuste, porque el énfasis en la verdad delata casi siempre al mentiroso.

Los once principios de la propaganda moderna, obra del Doctor Goebbels.
1.        un único Sím­bolo; Indi­vi­dua­li­zar al adver­sa­rio en un único enemigo.
2.        Prin­ci­pio del método de con­ta­gio. Reunir diver­sos adver­sa­rios en una sola cate­go­ría o indi­vi­duo; Los adver­sa­rios han de cons­ti­tuirse en suma individualizada.
3.        Prin­ci­pio de la trans­po­si­ción. Car­gar sobre el adver­sa­rio los pro­pios erro­res o defec­tos, res­pon­diendo el ata­que con el ata­que. “Si no pue­des negar las malas noti­cias, inventa otras que las distraigan”.
4.        Prin­ci­pio de la exa­ge­ra­ción y des­fi­gu­ra­ción. Con­ver­tir cual­quier anéc­dota, por pequeña que sea, en ame­naza grave.
5.        Prin­ci­pio de la vul­ga­ri­za­ción. “Toda pro­pa­ganda debe ser popu­lar, adap­tando su nivel al menos inte­li­gente de los indi­vi­duos a los que va diri­gida. Cuanto más grande sea la masa a con­ven­cer, más pequeño ha de ser el esfuerzo men­tal a rea­li­zar. La capa­ci­dad recep­tiva de las masas es limi­tada y su com­pren­sión escasa; ade­más, tie­nen gran faci­li­dad para olvidar”.
6.        Prin­ci­pio de orques­ta­ción. La pro­pa­ganda debe limi­tarse a un número pequeño de ideas y repe­tir­las incan­sa­ble­mente, pre­sen­ta­das una y otra vez desde dife­ren­tes pers­pec­ti­vas pero siem­pre con­ver­giendo sobre el mismo con­cepto. Sin fisu­ras ni dudas”. De aquí viene tam­bién la famosa frase: “Si una men­tira se repite sufi­cien­te­mente, acaba por con­ver­tirse en verdad”.
7.        Prin­ci­pio de reno­va­ción. Hay que emi­tir cons­tan­te­mente infor­ma­cio­nes y argu­men­tos nue­vos a un ritmo tal que cuando el adver­sa­rio res­ponda el público esté ya intere­sado en otra cosa. Las res­pues­tas del adver­sa­rio nunca han de poder con­tra­rres­tar el nivel cre­ciente de acusaciones.
8.        Prin­ci­pio de la vero­si­mi­li­tud. Cons­truir argu­men­tos a par­tir de fuen­tes diver­sas, a tra­vés de los lla­ma­dos glo­bos son­das o de infor­ma­cio­nes fragmentarias.
9.        Prin­ci­pio de la silen­cia­ción. Aca­llar sobre las cues­tio­nes sobre las que no se tie­nen argu­men­tos y disi­mu­lar las noti­cias que favo­re­cen el adver­sa­rio, tam­bién con­tra­pro­gra­mando con la ayuda de medios de comu­ni­ca­ción afines.
10.    Prin­ci­pio de la trans­fu­sión. Por regla gene­ral la pro­pa­ganda opera siem­pre a par­tir de un sus­trato pre­exis­tente, ya sea una mito­lo­gía nacio­nal o un com­plejo de odios y pre­jui­cios tra­di­cio­na­les; se trata de difun­dir argu­men­tos que pue­dan arrai­gar en acti­tu­des primitivas.
11.    Prin­ci­pio de la una­ni­mi­dad. Lle­gar a con­ven­cer a mucha gente que se piensa “como todo el mundo”, creando impre­sión de unanimidad.

En el caso del nazismo, su propaganda se basaba en tres pilares: anticomunismo, anticapitalismo y antisemitismo.
Anticomunistas porque el comunismo destruye al individuo, el deseo de prosperar y la voluntad de mejorar como individuos. El comunismo, además, tiene voluntad internacional y destruye la identidad de los pueblos.
Anticapitalistas, porque acusaban al libre mercado de ser el desencadenante del paro y de la crisis económica que hundía a Alemania. Su principal punto de ataque eran las multinacionales, por su excesivo poder y su capacidad de sustraerse a las leyes.
Antisemitismo, porque afirmaban que un judío sería siempre antes judío que alemán, y que en caso de conflicto de intereses sería un enemigo dentro la propia nación, defendiendo los intereses comerciales o políticos de un colectivo que no era ni sería el pueblo alemán
La propaganda hitleriana esta caracterizada principalmente por tres elementos:
·  Renuncia a las consideraciones morales.
·  Apelación a la emotividad de las masas.
·  Empleo de reglas racionales para la formación de reflejos condicionados conformistas en las masas.
La manipulación de las masas llevada a cabo por el fascismo parece inconscientemente inspirada en la doctrina de Pavlov y sus reflejos condicionados, leyes que rigen las actividades nerviosas superiores del hombre.
La propaganda, considerada por Goebbels como un arma de guerra, constituía el elemento fundamental con el que se atraía nuevos adeptos a la causa del nacionalsocialismo.
La actividad propagandística tiene dos funciones primordiales:
*.- inculcar un número elevado de ideas a un grupo reducido de personas y
*.- agitar a un gran número de personas mediante un número reducido de ideas.
Los que sucumben ante esta estrategia son pequeño-burgueses, presas fáciles del miedo que resulta de una sugestión imperativa como la del régimen hitleriano.

El autor soviético Serge Tchakhotine afirmaba que esta porción de la sociedad poseía un sistema nervioso inestable, y que a menudo se sentían contentas al verse dominadas y guiadas.
Entre los factores visuales utilizados para atraer a las masas, se observa el predominio del color rojo (al que se le atribuye una acción fisiológica excitante y es utilizado generalmente por partidos de izquierda o pretendidamente "revolucionarios") y los uniformes militares de colores vistosos. Parafraseando a Domenach: "la propaganda toma de la poesía la seducción del ritmo, el prestigio del verbo e incluso la violencia de las imágenes". Para actuar sobre los sentimientos de amor y alegría, es decir sobre los sentimientos eróticos sublimados, se debían utilizar los bailes públicos, las tonadas populares, desfiles con la presencia de gimnastas o flores.
En los mítines, había que tener en cuenta la habilidad de los oradores para alternar lapsos de tensión discursiva con comentarios relajados, manteniendo así a la multitud expectante. Las directivas para la "creación de entusiasmo" en la multitud (arengar a la masa, entonar himnos combativos, acompañar las consignas con movimientos del cuerpo, por ejemplo el puño en alto, lo que constituía la llamada "gimnasia revolucionaria") son en buena parte acústicas; los "tóxicos sonoros", como los llama De Felice. El ritmo y la cadencia de los sonidos va acompañado de un bloqueo de la conciencia, propiciando un estado de naturaleza hipnótica. La música instrumental es el más eficaz de estos tóxicos. En ella, los instrumentos de percusión ocupan el lugar preponderante, ya que son los encargados de llevar el ritmo. El timbre de algunos instrumentos como la trompeta tiene la propiedad de causar una exaltación general.

La propaganda debe estar cuidadosamente sincronizada.
Goebbels siempre se enfrentaba al problema táctico de sincronizar su propaganda con la mayor eficacia. Pensaba que la agilidad y la flexibilidad eran necesarias, y que los propagandistas debían poseer en todo momento la facultad de "calcular de antemano los efectos psicológicos". Según parece actuaban tres principios:
A.- La comunicación debe llegar a la audiencia antes que la propaganda competidora.
B.- Una campaña propagandística debe comenzar en el momento óptimo.
C.- Un tema propagandístico debe ser repetido, pero no más allá del punto en que disminuya su efectividad.

La propaganda debe etiquetar los acontecimientos y las personas con frases o consignas distintas
Goebbels subrayaba intensamente frases y consignas para caracterizar hechos, las cuales debían poseer las características siguientes:
 A.- Deben suscitar las respuestas deseadas que la audiencia posee previamente. 
B.- Deben poder ser aprendidas con facilidad. "Ha de utilizar el blanco y el negro, de lo contrario no resulta convincente para la gente".
C.- Deben ser utilizadas una y otra vez, pero sólo en las situaciones apropiadas. Goebbels deseaba explotar lo aprendido en cosas ya ocurridas; las reacciones aprendidas por la gente frente a los símbolos verbales quería transferirlas, fácil y eficientemente, a nuevos acontecimientos.
Las distintas gesticulaciones de los afectos al gobierno, al tratar de "escuálidos, oligarcas, terratenientes, etc" a todo aquel que esté de una forma u otra en desacuerdo con las opiniones del gobierno, evidencia el punto anteriormente mencionado.
La propaganda dirigida a la retaguardia debe evitar el suscitar falsas esperanzas que puedan quedar frustradas por los acontecimientos futuros.
Para Goebbels, estaba bien claro que el anuncio de un éxito alemán a lo largo de líneas militares o políticas podía tener ciertos efectos beneficiosos inmediatos desde su punto de vista. La confianza de los alemanes y la ansiedad del enemigo podían ser incrementadas. Tales tácticas, sin embargo, eran demasiado arriesgadas, ya que si el éxito se convertía en fracaso, los alemanes se sentirían abrumados y el enemigo se fortalecería.
La propaganda en la retaguardia debe crea un nivel óptimo de ansiedad.
Para Goebbels, la ansiedad era una espada de doble filo, ya que un exceso de ansiedad podía producir pánico y desmoralización, y una escasez en este aspecto podía conducir a la complacencia y a la inactividad.
- La propaganda debe reforzar la ansiedad con respecto a las consecuencias de la derrota. Los objetivos bélicos del enemigo eran el principal material empleado para mantener la ansiedad alemana en el punto álgido. "El pueblo alemán debe estar convencido -tal como por otra parte bien pregonan los hechos- de que esta guerra amenazaba sus vidas y sus posibilidades nacionales de desarrollo, y debe combatir con todas sus fuerzas" (Manuscritos Inéditos de Goebbels, disponibles en varios sites en Internet).
- La propaganda debe disminuir la ansiedad (excepto la referente a las consecuencias de la derrota) que sea excesiva y que no pueda ser reducida por la propia gente. Como es lógico, los bombardeos aéreos elevaban en exceso la ansiedad de los alemanes, pero constituían una situación sobre la cual Goebbels no podía ejercer un control propagandístico. En otras situaciones que implicaban también una dosis de ansiedad desmoralizante, en cambio, podía mostrarse más activo. 
La propaganda dirigida a la retaguardia debe disminuir el impacto de la frustración
Era importante evitar que los alemanes se sintieran frustrados y para ello, por ejemplo, cabía inmunizarlos contra falsas esperanzas. Si alguna decepción no podía ser evitada, Goebbels procuraba disminuir su impacto siguiendo dos principios:
A.- Las frustraciones inevitables deben ser previstas. Consiste en que una frustración podía resultar menos decepcionante si se eliminaba el elemento de sorpresa o choque.
B.- Las frustraciones inevitables deben ser planteadas en perspectiva. Es dar a los alemanes lo que él llama Kriegsüberblick, es decir, una panorámica general de la guerra. Éstos perderían la confianza en su régimen.
La propaganda debe facilitar el desplazamiento de la agresión, especificando los objetivos para el odio.
En general, parece ser que la técnica principal consistió en desplazar la agresividad alemana hacia algún grupo marginal.
Los objetivos favoritos del odio eran los "bolcheviques" y los judíos. La propaganda antisemita solía ir combinada con medidas activas contra los judíos en Alemania o en los países ocupados.
En nuestro caso particular, se ve como en Venezuela se ha dirigido este odio a aquellas elites que de una forma circunstancial son quienes poseen la información y el dinero, no tiene ninguna culpa cualquiera de estas personas de haber recibido mejor instrucción que otra, haberse esmerado mas que otros conformistas, haberse superado; en resuman se ha buscado dirigir el odio hacia todos aquellos que poseen por la razón que sea, lo que las masas siempre han anhelado, pero que nunca se han molestado en buscar, como son: poder, instrucción y dinero.
La propaganda no debe perseguir respuestas inmediatas; más bien debe ofrecer alguna forma de acción o de diversión, o ambas cosas.
Los alemanes eran obligados a conservar las apariencias exteriores y a cooperar en el esfuerzo bélico, cualesquiera que fuesen sus sentimientos internos.
Finalmente, la desfavorable situación militar de Alemania se estaba convirtiendo en un hecho innegable. Cuando la propaganda y la censura no podían ser efectivas, Goebbels abogaba por la acción o bien, en uno de sus cargos oficiales, él mismo producía esta acción. La propaganda diversiva la consideraba de segundo rango.

El Fascismo y su dominio psicológico de las Masas
Más allá de las razones políticas, económicas y culturales que propiciaron el surgimiento del fascismo -y del nazismo especialmente-, se deben observar otras razones que no necesariamente entran en la lógica de un análisis racional de este fenómeno. O en palabras del autor nacionalsocialista Wilhelm Stapel: "Dado el carácter elemental del nacionalsocialismo, resulta imposible atacarlo con argumentos. Los argumentos sólo tendrían efecto si el movimiento se hubiera impuesto con ayuda de argumentos".
Si tomamos el caso de Alemania, la gigantesca acumulación de poder que ostentaba Adolf Hitler no estaba basada sólo en coordenadas políticas dentro del III Reich: la razón principal de este éxito fue el empleo de la violencia psíquica. La propaganda del régimen nacionalsocialista se basaba sobre esta Führerideologie (ideología del jefe). Renunciando a toda argumentación objetiva, los llamamientos de Hitler al pueblo alemán consistían en presentar a las masas solamente "la gran meta final". El tipo de mando autoritario y carismático (retomando el concepto de Max Weber), otra de la características distintivas del fascismo, tiene una estrecha relación con esta situación de presión propagandística basada en el miedo.
El propio símbolo gráfico del fascismo era el de la violencia: el fascio, del latín fasces, haz de varas que según la leyenda histórica tiene origen en el primer cónsul de Roma, Brutus (VI a.c.), quien hizo apalear públicamente a sus hijos y acabarlos a hachazos por haber conspirado contra el Estado. Este instrumento de castigo, inspirador de temor, se convirtió en símbolo del poder en Roma: el haz de varas ligadas con una cuerda alrededor de un hacha. Los lictores, junto al cónsul, portaban este emblema para ejecutar en el acto las sentencias de éste: flagelar, ahorcar o decapitar.
Este símbolo, devenido en símbolo del fascismo, tenía, en comparación con la cruz gamada de Hitler, la desventaja de ser muy complicado y por ello no poder ser dibujado en cualquier parte y por cualquiera, como sucedía con la svástica, las tres flechas socialistas o la cruz.

La psicología de masas del fascismo
  El estudio de la eficacia psicológica de Hitler sobre las masas debía partir de la idea de que un führer representante de una idea, no podía tener éxito (no un éxito histórico sino esencialmente pasajero) más que si sus conceptos personales, su ideología o su programa se encontraban en armonía con la estructura media de una amplia capa de individuos integrados en la masa. Un führer no puede hacer la historia más que si las estructuras de su personalidad coinciden con las estructuras de amplias capas de la población, vistas desde la perspectiva de la psicología de masas. Dice Domenach: "es innegable que un cierto número de mitos hitlerianos correspondían o bien a una constante del alma germánica, o bien a una situación creada por la derrota, el desempleo y una crisis financiera sin precedentes".
Como todo movimiento reaccionario, el de Hitler se apoyaba en varias capas de la pequeña burguesía. Se caracterizaba a este segmento social mediante la metáfora de un ciclista: "por arriba curva su espalda, por abajo patalea"("Nach oben buckelt er, nach unten tritt er", dicho popular aleman citado en el libro Mi Lucha). Con esto se quiere explicar un componente psicoétnico del pueblo alemán: la sumisión hacia quienes están encima y la brutalidad para con los de abajo. Había también un componente místico en las clases medias alemanas, que Hitler aprovechó para proclamar que Alemania era la encargada de cambiar el mundo. Esto, sumado a la profileración de corrientes intelectuales reaccionarias (Gobineau, Wagner, Chamberlain, quienes ponían el acento sobre todo en la cuestión racial, y otros que apelaban al espíritu guerrero del pueblo alemán, magnificando las gestas teutonas) a fines del siglo diecinueve, creó el caldo de cultivo para la proliferación de este tipo de fenómenos.
  Hay algo evidente: cuanto más numerosa e influyente en una nación es la clase media, más probable es que haga su entrada en la escena política como fuerza social. Por otra parte, las contradicciones intrínsecas del fascismo no hacen más que reafirmar su base de masas de clase media. Que los intereses subjetivos de estas masas hayan sido aprovechados por Hitler al incluir en su plataforma la lucha contra el gran capital, y que el fascismo, en su función objetiva, se haya convertido en defensor fanático del imperialismo y pilar del orden económico del gran capital, son hechos que llevan a la convergencia en el nacionalsocialismo.
  Para comprender la ideología, la situación del pequeño campesino, del funcionario y del comerciante medio hay que tener en cuenta sus matices económicos, pero fundamentalmente su identidad familiar común .Si nos focalizamos en las clases medias urbanas, vemos que la rápida evolución de la economía capitalista en el siglo XIX lleva a la pauperización de los pequeños comerciantes y artesanos. Ante las grandes industrias, que producen más barato y más racionalmente, las pequeñas empresas están destinadas a desaparecer. Esta situación los llevaría tarde o temprano a confundirse con la gris masa del proletariado.
La pequeña burguesía se rebeló, al fin, contra el sistema, encarnado en el "régimen marxista" de la socialdemocracia. Pero dado el carácter competitivo de los estratos medios, fundamentalmente de los funcionarios del estado, no se observa una identificación de la pequeña burguesía con sus pares o con los obreros industriales, un sentimiento de solidaridad, lo que Marx acuñó como "conciencia de clase".
La conciencia social del funcionario no está determinada por el sentimiento de una comunidad de destino con sus colegas, sino por la actitud cara a la autoridad establecida y a la "nación". Para el funcionario esta actitud consiste en una identificación absoluta con el poder estatal; súbditos con respecto a la autoridad, se convierten en los representantes de esa misma autoridad en sus relaciones con sus subordinados y, por este motivo, gozan de una especial protección moral. Esta identificación con la administración del Estado y la nación, que puede resumirse en la fórmula: "Yo soy el Estado", es una realidad psíquica que nos proporciona uno de los mejores ejemplos de una ideología convertida en poder material. Como resultante de su dependencia material, su personalidad se transforma a imagen de la clase dominante. En palabras de W, Leich: "Por tener los ojos perpetuamente clavados en lo alto, el pequeño burgués acaba por cavar una fosa entre su situación económica y su ideología". Esta "mirada clavada en lo alto" es lo que distingue esencialmente a la estructura pequeño burguesa de la del obrero de la industria en Alemania. En otros países, como EEUU, el "aburguesamiento" de los trabajadores de la industria anula esta distinción. 
Para penetrar en el mundo obrero, el fascismo propone la supresión de las clases, o sea la supresión del proletariado, recurriendo al sentimiento de vergüenza que sufre el trabajador manual (el desprecio por este tipo de tareas es uno de los elementos reaccionarios más importantes, al llevar a querer imitar al empleado de oficina). Sumémosle a esto que los trabajadores emigrados del campo traen consigo una ideología de familia rural que es el mejor caldo de cultivo para causas imperialistas y nacionalistas. Otro elemento a tener muy en cuenta es la importancia que revisten los pequeños hábitos diarios, hecho sistemáticamente ignorado por el movimiento revolucionario. Lejos de ser costumbres propias de este estrato social, constituían la expresión visible de que se acusaba recibo de la propaganda nacionalsocialista. La represión de la mujer, el vaso de cerveza bebido en familia, el traje "elegante" de los domingos -todos ellos símbolos del adecenamiento que se estaba produciendo-, penetraban en cada rincón de la existencia cotidiana, mientras que el trabajo de la fábrica y los panfletos revolucionarios no actuaban más que durante unas horas.
De este modo, cuando la crisis económica impactó a esta capa social, su sensibilidad revolucionaria estaba embotada producto de decenios de estructuración conservadora. La afirmación comunista de que la política de la socialdemocracia le había abierto las puertas al fascismo era exacta desde el punto de vista de la psicología de masas. Afirma W. Leich que "a falta de organizaciones revolucionarias, decepcionado por la socialdemocracia y angustiado por la contradicción entre su empobrecimiento y el pensamiento conservador, el trabajador se arroja en los brazos del fascismo".

La captación de las masas
 La manipulación de las masas llevada a cabo por el fascismo parece inconscientemente inspirada en la doctrina de Pavlov y sus reflejos condicionados, leyes que rigen las actividades nerviosas superiores del hombre. La propaganda, considerada por Goebbels como un arma de guerra, constituía el elemento fundamental con el que se atraía nuevos adeptos a la causa del nacionalsocialismo. La actividad propagandística tiene dos funciones primordiales: inculcar un número elevado de ideas a un grupo reducido de personas y agitar a un gran número de personas mediante un número reducido de ideas. Los que sucumben ante esta estrategia son pequeño-burgueses, presas fáciles del miedo que resulta de una sugestión imperativa como la del régimen hitleriano. Un autor soviético afirmaba que esta porción de la sociedad poseía un sistema nervioso inestable, y que a menudo se sentían contentas al verse dominadas y guiadas.
Entre los factores visuales utilizados para atraer a las masas, se observa el predominio del color rojo (al que se le atribuye una acción fisiológica excitante y es utilizado generalmente por partidos de izquierda o pretendidamente "revolucionarios") y los uniformes militares de colores vistosos. Según palabras de Domenach: "la propaganda toma de la poesía la seducción del ritmo, el prestigio del verbo e incluso la violencia de las imágenes". Para actuar sobre los sentimientos de amor y alegría, es decir sobre los sentimientos eróticos sublimados, se debían utilizar los bailes públicos, las tonadas populares, desfiles con la presencia de gimnastas o flores.
En el aspecto social, Goebbels copió las prácticas de la Iglesia Católica, en las que el incienso, la semioscuridad y las velas encendidas crean un estado especial de receptividad emotiva.
En los mítines, había que tener en cuenta la habilidad de los oradores para alternar lapsos de tensión discursiva con comentarios relajados, manteniendo así a la multitud expectante. Las directivas para la "creación de entusiasmo" en la multitud (arengar a la masa, entonar himnos combativos, acompañar las consignas con movimientos del cuerpo, por ejemplo el puño en alto, lo que constituía la llamada "gimnasia revolucionaria") son en buena parte acústicas; los tóxicos sonoros. El ritmo y la cadencia de los sonidos va acompañado de un bloqueo de la conciencia, propiciando un estado de naturaleza hipnótica. La música instrumental es el más eficaz de estos tóxicos. En ella, los instrumentos de percusión ocupan el lugar preponderante, ya que son los encargados de llevar el ritmo. El timbre de algunos instrumentos como la trompeta tiene la propiedad de causar una exaltación general.

La violencia psíquica
  Un rasgo característico de la propaganda hitleriana era crear alrededor del nombre del líder una especie de leyenda de héroe nacional, para mantener a las masas en un estado de esclavitud psíquica.
Hitler afirmó en su libro "Mein Kampf" ("Mi lucha") que "la propaganda política es el arte esencial de guiar políticamente a las grandes masas". Y en el congreso de Nuremberg de 1936 exclamó: "la propaganda nos ha llevado hasta el poder, la propaganda nos ha permitido conservar desde entonces el poder; también la propaganda nos concederá la posibilidad de conquistar el mundo".
 Si se trata de teorizar acerca del rol de la propaganda en el III Reich, nadie mejor que los propios involucrados. Goebbels decía al respecto que "la propaganda debe tender a simplificar las ideas complicadas". Hitler precisa en su libro (transcripto en su mayor parte por su adláter Rudolf Hess en prisión luego del fallido Putsch de Munich en 1923): "hay que reducir tanto más el nivel intelectual de la propaganda cuanto mayor es la masa de hombres a los que se quiere llegar".
  La propaganda hitleriana se valía del sentimiento nacional del pueblo alemán, de su tendencia chauvinista. Otros aspectos de este fenómeno eran la persecución antisemita (encarada con una brutalidad tal desde la propaganda hasta convertirse en su talón de Aquiles en el exterior) y la demagogia social desenfrenada en el orden interno. Uno de los atributos característicos del fascismo, la valoración positiva del uso de la violencia, se refleja en las siguientes palabras de Hitler: "la primera de las condiciones para el éxito consiste únicamente en la aplicación perpetuamente uniforme de la violencia". La "persuasión por la fuerza", campañas propagandísticas cuya base era el miedo, era el denominador común. Rara vez en los discursos del führerdejaba de haber un llamamiento a la violencia, una amenaza velada o una apología de la fuerza militar.
  Domenach decía que el hitlerismo corrompió la concepción leninista de la propaganda e hizo de ella un arma en sí, de la que servirse indiferentemente para todos los objetivos. Las consignas leninistas tenían una base nacional, aunque se adhieran en definitiva a unos instintos y a unos mitos fundamentales. Pero cuando Hitler lanzaba sus invocaciones sobre la raza y la sangre a una muchedumbre fanatizada, que le respondía con sus Sieg Heil’, sólo le preocupaba sobrexcitar en lo más hondo de ella el deseo de poderío y el odio. Esta propaganda no designa unos objetivos concretos: se vierte en forma de gritos de guerra, de imprecaciones, de amenazas y de vagas profecías, y si hay que hacer promesas, éstas son tan insensatas que sólo pueden llevar al ser humano a un nivel de exaltación en el que éste contesta sin reflexionar. 
Otra regla es la de no hablar nunca en condicional. "Sólo la afirmación indicativa o imperativa nutre la psicosis de poderío y la psicosis de terror entre los enemigos". (Mein Kampf" 1944). Por otro lado, Goebbels le asignaba a la unidad de mando el éxito de cualquier propaganda política, ya que, según él, "el fuerte es más fuerte cuando se queda solo". Constantemente en sus discursos se repetía que los nazis eran los vencedores -o que vencerían-, para "provocar la fuerza de sugestión que procede de la confianza en uno mismo". Este precepto está estrechamente ligado a otra característica de la propaganda hitleriana: el empleo de la mentira.
 Lo que Goebbels comprendió a la perfección –cuestión fácil para alguien de su instrucción que conocía sobradamente la teoría de los reflejos condicionados- en lo que refiere a las condiciones del éxito de su propaganda, fue la regla de su repetición. Dice al respecto: "todo el genio desplegado en la organización de una propaganda no lograría éxito alguno si no se tuviera en cuenta, siempre con el mismo rigor, un principio fundamental: debe limitarse a un número reducido de objetos y repetirlos constantemente. La perseverancia es la primera y más importante condición del éxito". Por esta razón aconsejaba al führer que machacase sin cesar en las masas sus slogans o "divisas-microbio", sus símbolos sonoros y escritos.

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