El apoyo del entorno es
básico, pero puede jugar malas pasadas a los enfermos
EVA
CARNER
3
JUN 2017 - 09:57 CEST
"Tú lo que tienes que
hacer es...". Así empieza una de las típicas frases condescendientes que
todos hemos escuchado alguna vez cuando nuestro estado de ánimo está por los
suelos.
Como si los amigos y familiares llevaran en su interior un psicólogo
frustrado, que no puede evitar ejercer la profesión con todo aquel que tiene al
lado: sal de copas, apúntate a clases de zumba, reserva un fin de semana en el
mejor spa de la ciudad...
"Aunque están cargadas
de buenas intenciones, las propuestas del entorno no bastan para la recuperación
del afectado", apunta Frank García-Castrillón Armengou, doctor en
Psicología Clínica y profesor en la Universidad Internacional de La Rioja. Una
cosa es la realidad con la que convive la persona deprimida, y otra muy
distinta es el comportamiento ideal que deberían mantener sus allegados.
"Lo más importante es que el enfermo se sienta comprendido y apoyado, que
perciba un ambiente relajado y estimulante", sostiene el escritor y
psicólogo clínico, Miguel Silveira.
¿Y cómo se puede lograr? La
psicóloga y coach Eva Hidalgo señala
como prioritario que el círculo más cercano "se informe sobre los
síntomas, el curso del trastorno y los posibles tratamientos a realizar. De
este modo, será más empático con el enfermo." Y es que para la familia,
añade la experta, "resulta muy duro hacer ver al afectado que lo que le está
pasando va más allá de una mala época, y que el acompañamiento de un experto en
el momento adecuado puede evitar una prolongación innecesaria de la depresión,
y sobre todo, que el trastorno se vuelva crónico".
Palabras
de ánimo que pueden doler
Ahora bien, en el marco de
este ambiente bienintencionado, ¿existe alguna postura, idea o actitud que
debamos descartar para no empeorar las cosas? Hidalgo señala algunas de las
expresiones que más se utilizan y que, sin embargo, más valdría no hacerlo.
Frases como "deberías ser más fuerte", "lo que te pasa es una
tontería" o "tienes que animarte" no hacen sino frenar el
proceso de recuperación, o incluso acentuar sus síntomas. Y es que "pueden
cargar de culpabilidad a los afectados, ya que uno de los rasgos que definen un
cuadro depresivo es la apatía, por lo que el enfermo no es que no quiera
animarse, sino que no se ve capaz de hacerlo", aclara Hidalgo.
Más de 300 millones de personas en todo el mundo
sufre una depresión, según la OMS. El 50% de los enfermos no recibe el
tratamiento adecuado
Estas frases que todos hemos
pronunciado en más de una ocasión "revelan una actitud frívola que
minimiza los síntomas, les resta importancia o los tilda de ser 'solo una mala
racha', lo cual impide que se llegue al tratamiento adecuado", añade
Hidalgo. Si es usted quien la padece y no sabe cómo abordar el tema con su
familia, la experta sugiere hacerlo llamando a las cosas por su nombre:
"Creo que puedo estar sufriendo una depresión, y considero que debo
tratarla como cualquier otra enfermedad".
El problema es que esta
situación "ideal" en la que la persona deprimida tiene el firme
propósito de ponerse en manos expertas, según la psicóloga, suele tardar
demasiado. "Normalmente, cuando pedimos ayuda, la depresión ya ha afectado
a la vida del enfermo", apunta Hidalgo. Y detalla: "Actualmente
todavía se acude antes a los amigos y familiares que a un psicólogo, ya que en
muchos casos se desconoce la existencia de los diferentes tratamientos,
herramientas o acompañamientos que se pueden llevar a cabo". Algunos
famosos como Eva Longoria, Bruce Springsteen, Lady Gaga o Selena Gomez han
pasado por situaciones parecidas, y años más tarde lo han hecho público (puede
verlo en el vídeo que se encuentra encima de estas líneas).
¿Cómo
sé si debo pedir ayuda?
"Para diagnosticar el
trastorno, se debe tener en cuenta el conjunto de síntomas que muestra una
persona y las circunstancias que le rodean", sostiene Noemí Guillamón, profesora de Psicología de
la Universitat Oberta de Catalunya.
Por su parte, Miguel Silveira menciona la
desgana, la desmotivación, el hundimiento emocional y la dificultad para
disfrutar (anhedonia) como principales rasgos. "Es un estado de desgaste
en el que se desemboca después de haber soportado varios contratiempos
seguidos, o algún acontecimiento vital que haya provocado un importante estado
de tensión emocional", sintetiza el psicólogo clínico. Y continúa:
"La ansiedad, la tensión y el estrés soportados preceden siempre a la
depresión, y luego la acompañan".
Reconocida la existencia del
problema y su origen, el siguiente escalón es buscar una solución que pase por
tratar ese trastorno del estado anímico. "Mientras no disminuya, no puede
haber mejoría", advierte Silveira, y exhorta a los pacientes a que
"se comporten como si estuviesen motivados, es decir, tratando de
esforzarse en normalizar las actividades cotidianas para las que se sienten
inapetentes".
Otra opción, destaca
García-Castrillón, es la práctica de ejercicio físico como parte del plan de
choque para hacer frente a los estados depresivos, ya que "al hacer
deporte se reduce la actividad de la corteza prefrontal, de manera que
disminuyen nuestras reflexiones sesudas, y los enfados pasan a un segundo
plano". En este sentido, el experto recuerda que "durante una sesión
de actividad física, el cerebro recibe más triptófano, un aminoácido esencial
para la liberación de la serotonina, que promueve el estado de bienestar. Y
concluye: "Todos solemos disfrutar de cierto grado de euforia después de
practicar deporte, e interpretamos la vida desde un punto de vista más
positivo".
Según el psiquiatra Timothy J. Legg, del
UHS Binghampton General Hospital (EE UU), tres son las partes del cerebro
primordialmente afectadas durante una depresión severa: el hipocampo, la
amígdala y la corteza prefrontal.
El hipocampo (donde se
almacena la memoria) de las personas que la sufren libera un exceso de
cortisol, una hormona que, en dosis elevadas durante un tiempo prolongado,
afectan al cerebro pudiendo retardar la producción de nuevas neuronas y
contraer las existentes, lo que desemboca en problemas de memoria. Ese cortisol
afecta también la corteza prefrontal, responsable de regular las emociones,
tomar decisiones y formar recuerdos, que también parece encogerse. Por el
contrario, en esa situación la amígdala, centro gestor de las respuestas
emocionales como el placer y el miedo, se agranda y se vuelve más activa, lo
que altera los patrones de actividad y de sueño.
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