martes, 29 de enero de 2013

ERC y los ejércitos



ESQUERRA REPUBLICANA Y LOS EJÉRCITOS
Por Valentí PUIG/
EN noviembre de 1915 habla en las Cortes el diputado Francesc Macià -luego fundador de Esquerra Republicana- y defiende una enmienda según la cual España no ha de construir otra cosa que torpederos y submarinos.
La enmienda no le es aceptada y Macià, llevado de una «excitación frenética», renuncia a su acta de diputado -cuenta Cambó en sus memorias- porque «no quería ser diputado de un Parlamento que no se preocupaba de la defensa y fortaleza militar de España».
Anteriormente, Macià -el «Avi» para las masas del republicanismo nacionalista catalán- había sido teniente-coronel del Cuerpo de Ingenieros, protegido por el Rey Alfonso XIII, que le facilitó el paso de las aguas del Canal de Aragón por sus tierras.
Al casarse, Macià se había convertido en uno de los grandes terratenientes de Catalunya, con un feudo electoral a prueba de todo. Su pasión por la guerra submarina y la defensa de España sería al final la peculiar senda que le llevaría al independentismo y al proyecto de lucha armada contra la dictadura de Primo de Rivera. Pintoresca justicia poética: quien sería su sucesor, Lluís Companys, con la Segunda República llega a ministro de Marina. Otra voz de Esquerra Republicana, el diputado Joan Tardà, ha pedido la palabra recientemente proponiendo modificar la Constitución de 1978 para evitar la presencia del Ejército en Cataluña, en caso de que tal Comunidad autónoma decidiera su independencia. El diputado Tardà toma esta iniciativa al tiempo que se «preocupa» por «los militares españoles», concretamente por las víctimas de lo que se conoce como «síndrome de los Balcanes». Tanto en el caso de Macià como del diputado Tardà, un bien superior siempre ampara el deslice de otras minucias. Quizás por eso decía Pla que el «Avi» era un ex militar antimilitarista.

CONSECUENTEMENTE, Macià tuvo la iniciativa poco aclamada de imitar la estrategia del «Sinn Fein» que en Irlanda había llevado a la independencia por la vía armada. Llega Primo de Rivera y Macià se va a conspirar al exilio. Prepara un levantamiento revolucionario más bien decimonónico e incluso viaja a Moscú a buscar dinero y apoyos. Su entrada garibaldina en España por Prats de Motlló se desinfla grotescamente, pero el mito de Macià ilustra los calendarios y los casinos del republicanismo. La peripecia que lleva al joven estudiante de la Academia Militar del Cuerpo de Ingenieros en Guadalajara a la presidencia de la Generalitat de Cataluña es la leyenda del nuevo republicanismo injertado de nacionalpopulismo y agitación anarcosindical.

SU sucesor en la presidencia de la Generalitat y al frente de Esquerra Republicana es un Lluís Companys que en octubre de 1934 no duda en enfrentarse al orden constitucional y declarar la independencia de Cataluña. El ejército asedia el edificio de la Generalitat. Se ha consumado una de las máximas irresponsabilidades de la historia moderna de España. Los grupos paramilitares que garantizaban la revolución huyen por las alcantarillas de Barcelona. Detenido, Companys -más tarde condenado por un consejo de guerra y fusilado en Montjuic- ocupará en la modelo de Madrid la celda de la galería de políticos que en 1931 fue para don Niceto Alcalá Zamora. Pasan los años. Hombre fuerte de ERC, Tarradellas regresa del exilio en 1977. A la mañana siguiente, visita al capitán general de Cataluña, Coloma Gallegos, quien no había estado en la recepción. La conversación tiene un principio más bien frío pero al final, el teniente general y Tarradellas salen en el mismo coche, hacia el aeropuerto, adonde llega Adolfo Suárez para el acta de posesión del presidente de la Generalitat. Faltan cursos intensivos sobre el espíritu de la Transición.
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