Estas
fronteras delimitan las “naciones existentes” y no los Estados arbitrarios que,
por maldad o ignorancia, recogen los mapas políticos del Estado Español.
España
no es una Nación para este mapa pero sí para millones de españoles y el resto
de la población y los “Estados” existentes.
En
este mapa se reflejan nítidamente las fronteras
que delimitan las realidades de su investigación
arqueológica y de su nostalgia.
Ésta
“Europa de los “pueblos” o de las “naciones”, así, recoge las supuestas
realidades nacionales que constituyen el Viejo Continente Euroasiáticoafricano.
En
ella, la llamada España no es una Nación, simplemente es uno de los Estados
“fruto de centralismos mastodónticos y opresores” que someten por la fuerza a
un numeroso y variopinto conjunto de minorías nacionales cuya liberación constituye la misión sagrada que los
nacionalistas deben realizar.
Para
tal fin, estos nacionalismos, hacen una utilización racional de lo irracional
al servicio de su necesaria e imprescindible conquista del poder político.
La
Europa de los Pueblos o de las Naciones es un o de los muchos instrumentos de
propaganda que algunos nacionalistas hegemónicos (aunque fragmentados,
enfrentados y heterogéneos) especialmente fuertes en sus respectivos territorios
que, mediante la generalización de sus
objetivos, legitimarlos y presentarlos como una pieza más de un amplio
engranaje imparable.
Un
análisis histórico, político y cultural profundo invalida la entelequia en
cuestión
Su
nacionalismo consiste en convertir lo irracional en un producto racional que
les permita su conquista del poder político.
Para
ello necesitan instrumentalizar:
*.-
La necesidad de autoidentificación.
*.-
El deseo de reconocimiento
*.-
y la hostilidad atávica al extraño.
El
nacionalismo identitario así, en cuanto doctrina política, necesita dedicar todos
sus esfuerzos a ocultar aquello que es en realidad es, en cuanto nacionalismo.
Así,
bajo el pretexto del amor a las propias raíces y la recuperación de sus
auténticas esencias, el nacionalismo
esconde su máquina implacable de
asalto al Estado y al presupuesto por parte de los grupos mesocráticos
impacientes por pasearse en coche oficial, disponer de despachos lujosamente
enmoquetados y colocar a amigos y parientes.
Para
conseguir tan nobles propósitos, el señuelo nacionalista, en vez de
utilizar las bajas pasiones de los
electores con ardientes llamadas a la igualdad y la solidaridad busca por todos
los medios que las circunstancias culturales, políticas y económicas sean más
favorables a la ferocidad que a la envidia.
Este
nacionalismo es, ante todo, forma de acción política encaminada a apoderarse del Estado mediante la
movilización de las masas llamándolas a la construcción o a la liberación de una nación previamente fabricada a
partir de elementos protonacionales de
índole histórica, lingüística, étnica o icónica.
Así,
este nacionalismo particularista y separador, tiene que oponerse y combatir al
“ESTADO-NACIÓN” como España-Nación de la Europa occidental contemporánea.
Ocultando
inicialmente sus fines y habiendo alcanzado ya posicione de hegemonía electoral
o presencia significativa en sus reclamadas “naciones” (caso catalán, escocés o vasco) tienen que defender su slogan:
“lo mío es mío”, aunque éste enfrente a los distintos grupos “nacionalistas”
del territorio en lucha fraticida en cuanto competidores del mismo fin.
Los
nacionalismo vasco y catalán se han desarrollado en este siglo en dos regiones
industriales con rentas per cápita netamente superiores al promedio español, y
sus mensajes se centran en la injusticia de verse obligados a compartir su prosperidad, fruto de su mayor
laboriosidad e inteligencia, con el resto del Estado, del cual aspiran en
consecuencia a segregarse.
El
nacionalismo escocés, por su parte, aunque opera en un país de riqueza inferior
a la de Inglaterra, ha hallado en el petróleo del Mar del Norte la excusa perfecta para exigir su desvinculación con el
Reino Unido y el disfrute en exclusiva de semejante regalo de la naturaleza.
En
otros aspectos, sin embargo, estos tres ejemplos citados difieren netamente.
*.-
El nacionalismo Catalán es de base fundamentalmente lingüística.
*.-
El Vasco toma como referencia la etnia.
*.-
El escocés, al que le sería difícil recurrir a una identidad en su lengua o raza, se ha volcado en la idea
pragmática de que los escoceses manejarían mejor sus propios asuntos y
recursos, ya que las políticas de Westminster para Escocia no han sido capaces
de elevar su nivel de vida en la medida requerida.
Apurando
sobre esto, los escoceses podrían, sin forzar la Historia, esgrimir el recuerdo
de un estado propio, mientras que los vascos ni siquiera se atreven a ello y
los catalanes han de remontarse a la
Edad Media y recurrir a una hipotética Monarquía catalana que jamás existió
como pieza aislada sino formando parte
de un reino mucho más amplio que experimentó varias divisiones y
recomposiciones en agitados avatares dinásticos.
Resulta
imposible, así, establecer un modelo general de estos micronacionalismos
separatistas europeos en nuestros días.
Su
único rasgo común es su voluntad de apropiarse de una parte del Estado al que
pertenecen mediante la construcción:
*.-
de un aparato estatal propio equipado con total soberanía,
*.-
de consolidar y mantener una mayoría electoral suficiente en el territorio de
su “nación”, que facilite el ejercicio del derecho a la autodeterminación y el
reconocimiento de la comunidad internacional.
Conviene
recordar que la “Europa de los Pueblos”
pretende extender artificiosamente a todo un continente su concepción
nacionalista defendida por movimientos nacionalistas hegemónicos en regiones
especialmente desarrolladas y utilizando como herramienta sus persuasión
política.
El
entusiasmo europeística de estos nacionalismos, que se manifiestan partidarios
de una Europa fuertemente federalizada en detrimento de los actuales Estados,
es una simple coartada para su deseo de debilitar los poderes centralizados que
todavía los coartan.
Desde
su óptica, ya que un Gobierno Federal Europeo sería algo tan lejano e
impreciso, que no podría oponer una identidad nacional alternativa a la que
constituye su principal arma de acción electoral.
El
nacionalismo ofrece siempre una faz
seductora que nos invita a bucear en un falseado pasado y a soñar en un idílico
futuro pero:
*.-
sin compartir lo que ahora es nuestro presente.
*.-
excluyendo a todos aquellos que los contradicen en una amenaza potencial a su
libertad.
*.-
negando su ahora existente nacionalidad a quienes no piensan como ellos.
Estos
nacionalismos identitarios, heterogéneos, indeterminados y excluyentes,
solamente se considerarán realizados cuando eliminen la diferencia entre Estado
y sociedad fundidos en un engendro totalizador, opresivo y excluyente.
Su
meta es borrar la línea que separa lo privado y lo público que constituye la
marca distintiva de la civilización.
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