Triunfaba la anarquía
en las calles de Madrid y aun de España entera. Huelgas, alzamientos,
violencias, tiroteos, odios feroces, brutal intolerancia en cada una de las dos
Españas.
El gobierno iba
perdiendo día a día el control del orden público.
Habíamos cometido el
gran error de destituir a don Niceto. Se barajaban diversos nombres para
sustituirle. Muchos creíamos que debía ser elegido Azaña. Él lo deseaba y,
además, los sucesos desbordaban deprisa sus posibilidades temperamentales para
llevar sobre sus espaldas la carga efectiva del gobierno de España.
No descubro nada nuevo
al trazar este sombrío cuadro; sus problemas se proyectaron en la reunión de
los primates del partido al que pertenecía.
Nos habían convocado a
los ministros y ex ministros de Izquierda Republicana. De los presentes en esa
reunión vivimos aún Gabriel Franco y yo.
¡Cuantos buenos y
queridos amigos allí congregados han caído ya al paso de los años!. Recuerdo
incluso cómo nos hallábamos sentados en torno a la mesa de Azaña. Yo estaba en
la extrema derecha de nuestro jefe. No puede sorprender mi lugar a quienes
conozcan mis ideas. Pero, junto a mí, se hallaba Giral que no podía ser
calificado de conservador.
Tras el acuerdo de
sostener la candidatura de Azaña, mi vecino de asiento pidió la palabra y dijo
aproximadamente: “Vivimos instantes muy críticos. Todos nosotros hemos luchado
y seguiremos luchando por la libertad y por la República. Ambas están en
peligro, No podemos dejar de crecer la ola de anarquía que nos invade poco a
poco. El régimen no puede subsistir si no restauramos el orden público y
restablecemos la paz civil. Es una hora de duros sacrificios. Será quizá
preciso llegar a la dictadura republicana para salvar a las instituciones y sus
bases esenciales: la libertad y la democracia. Creo que el asunto es grave.
Solicito que cada uno de nosotros asuma hoy su responsabilidad exponiendo su
opinión sobre el problema”.
Me adherí en el acto a
su juicio sobre la hora histórica en que vivíamos y reconocí la urgencia de una
medida drástica para salvar la República. Fueron opinando todos los presentes y
por unanimidad, repito, por unanimidad –incluso Azaña opinó como todos- se
acordó que tras la elección del mismo como presidente se procediera con
urgencia a adoptar las medidas propuestas por Giral.
Elegido Azaña, tras su
jura como presidente y tras la constitución del Gobierno Casares Quiroga –grave
error de Azaña- el 14 de mayo viajé a Lisboda para hacerme cargo de la Embajada
de España en Portugal.
Durante muchas noches
dormí a la cabecera de mi cama, a la espera de la oficial comunicación de
Madrid anunciándome la temporaria proclamación de la salvadora dictadura
republicana.
Pero no llegó jamás la
esperada noticia y España prosiguió su triste anárquico caminar hacia la
bárbara guerra civil que luego padeció.
He oído referir a Paco
Giral que se creyó asegura la situación mediante una gran tenida masónica en
que algunos generales, luego rebeldes, prometieron lealtad con sus mandiles
puestos. Respondo de lo que conjuntamente acordamos en casa de Azaña una mañana
primaveral del año trágico de 1936. La debilidad en política es un pecado grave
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