La república de
Podemos
Pablo Iglesias
mencionó en su primer discurso en el Congreso el pasado mes de marzo a tres
figuras políticas de la II República, de la que ahora se cumplen 85 años:
Margarita Nelken, Indalecio Prieto y Juan Negrín, tres líderes de la izquierda
radical a los que considera emblemáticos para su formación política
La república de
Podemos
Juan Negrín. Su lema
de vida: «resistir es vencer»
Este 14 de abril se
cumplen 85 años de la proclamación de la Segunda República. Quizá sea la
ocasión en que va a pasar más desapercibida la fecha, posiblemente porque los
partidos se encuentren en plena negociación para la formación de un Gobierno
que debe contar con la mediación institucional del Rey. Sin embargo, en el acto
de investidura del pasado 2 de marzo, Pablo Iglesias, líder de Podemos,
pronunció un discurso en el que hizo referencia a tres personajes políticos de
la República de 1931 por considerarlos emblemáticos para su formación: Juan
Negrín, Indalecio Prieto, y Margarita Nelken. La cita tenía la intención de
introducir elementos rupturistas, republicanos y guerracivilistas en su mensaje
de odio calculado. El motivo es el habitual de los proyectos políticos de
transformación o revolucionarios: encontrar anclajes históricos que, bien
mitificados, justifiquen su discurso político, especialmente cuando se trata de
hacer «justicia social» en contra de «los privilegiados».
La izquierda radical
española tiene una particular interpretación de la Historia atada a la división
entre opresores y oprimidos –la vieja lucha de clases–, y una buena dosis de
victimismo. De hecho, Iglesias y Monedero en su libro «¡Que no nos
representan!» (Editorial Popular, 2011), titulan el capítulo dedicado a la
Historia de España así: «Casi siempre ganaron los mismos». La única vez que no
ganaron los mismos, en esa idea de la Historia como la sucesión de
enfrentamientos, fue, la Segunda República. El relato que hacen de dicho
régimen ahonda en la visión idílica de una época reformista, voluntarista y
pacífica, truncada por la derecha. El entusiasmo popular y la libertad, dicen,
llevaron a una «victoria aplastante» de las izquierdas en las urnas, que daría
como resultado la Constitución «más democrática» de la «historia de nuestro
país». Es el típico maniqueísmo de vincular a las izquierdas con la democracia
y a las derechas con la reacción. Y esto a pesar de que el sector mayoritario
del PSOE y de la UGT, el liderado por Largo Caballero, vio la República como un
régimen transitorio hacia el socialismo; especialmente desde que rompió con los
republicanos en el verano de 1933. Fue entonces cuando Largo Caballero dijo que
la República era «lo mismo o peor que la monarquía».
La república de
Podemos
Margarita Nelken. La
mujer que dijo no al voto femenino
Historia minimizada
Qué decir del PCE,
apéndice de la III Internacional, en manos de Stalin, que no era precisamente
un defensor de las democracias. O de la CNT, que se levantó contra la República
en varias ocasiones desde julio de 1931 –cosa que minimizan Iglesias y Monedero
en sus referencias históricas–. Por ejemplo, el asunto de Casas Viejas, en las
que el gobierno de Azaña reprimió con violencia la insurrección anarquista en Cádiz,
y que provocó la crisis del gobierno, no aparece en sus libros como un hecho
determinante. Todo lo con-trario: en el relato republicano de Podemos todas las
izquierdas for-man un solo bando, democrático y modernizador. Por eso, y encaja
perfectamente con su estrategia actual, glorifican las Alianzas Obreras y,
finalmente, el Frente Popular que ganó las elecciones de 1936.
Dicha coalición de
izquierdas es presentada por los jefes de Podemos como una respuesta del pueblo
frente a las «élites o minorías que habían tenido el poder económico y
político» siempre en la historia de España. La fórmula del Frente Popular, tan
querida hoy por los dirigentes de Podemos, se desliga en su relato histórico de
la estrategia estalinista para desestabilizar las democracias, y del ansia de
poder de republicanos y socialistas. Aquel error del republicanismo –la
dependencia de los revolucionarios–, que luego fue reconocido por el propio
Manuel Azaña o Martínez Barrios, es obviado por Iglesias y Monedero. Fue tras
la victoria del Frente Popular, dice Pablo Iglesias en su libro «Disputar la
democracia. Política para tiempos de crisis»(2014), cuando la oligarquía mezcló
la «salvación de la patria» con los «intereses de clase», y se decidió a
«recuperar el poder al precio que fuera». Así estalló la Guerra Civil, afirma,
el primer episodio de la guerra de los defensores «de la libertad y la
democracia» frente al fascismo. Iglesias, claro, no tiene en cuenta la Guerra
Civil dentro del bando «republicano», y convierte la contienda en la épica de
la lucha contra el fascista.
Su narración de la
Segunda República define un enemigo: la derecha, a la que relaciona con los
terratenientes, el Ejército, y la Iglesia, que tampoco, por cierto, en su
mayoría eran demócratas de libro. La CEDA fue para Iglesias y Monedero el
«primer partido de masas de la derecha», que pretendía emular «los modelos
fascistas y nacional-socialista» –como si fueran iguales–, y, claro, su
inclusión en el Gobierno republicano de octubre de 1934 provocó la revolución de
ese año. Incluso usan el término «Bienio negro», hoy dese-chado por los
historiadores profesionales, para señalar los gobiernos republicanos de
derechas entre 1933 y 1936. Es más, Pablo Iglesias, en su libro citado, se
apoya en Tuñón de Lara, historiador marxista, para decir que lo de1934 fue una
«insurrección obrera» en «defensa de la legitimidad republicana contra una
infiltración fascista en el poder», la de la CEDA. La legalidad queda en un
segundo plano, explica, cuando el poder carece de legitimidad; en este caso, no
era legítimo porque no se trataba de un gobierno de izquierdas.
El republicanismo que
sostiene Podemos no es el que ve en la República una forma de Estado, sino una
revolución social para acabar con «los males de la patria», que diría Lucas
Mallada, tanto económicos, como educativos, culturales y políticos. En
realidad, no hay diferencia con lo que pensaban algunos de los principales
dirigentes republicanos del momento. La República era vista como una fórmula
para ajustar cuentas con lo que para ellos había sido un lastre para la
modernidad. Por eso, la revolución de 1934 tuvo el objetivo, señalado así por
Companys, entre otros, de «rectificar» la República, cuyo gobierno estaba
legalmente en manos de la derecha.
La república de
Podemos
Indalecio Prieto.
Promotor de la autonomía del País Vasco
Discursos de
exclusión
En el relato
politizado que hace Podemos de la Segunda República no cuentan la
«brutalización» de la política –en expresión de G. L. Mosse–, la violencia
normalizada, los discursos de exclusión y antidemocráticos tanto a derecha como
a izquierda, incluidos en ese clima de intolerancia, ansia y frustración que
hizo exclamar a Ortega y Gasset, ya en septiembre de 1931, «¡No es esto, no es
esto!», y que están recogiendo hace años los historiadores profesionales.
Podemos ha incluido en su discurso el guerracivilismo y el anticlericalismo, y
usa el mito de la Segunda República hasta el punto de que alguno de sus
«activistas», hoy cargos públicos, iniciaron su carrera con gritos como
«¡Arderéis como en el 36!». Lo que hay detrás de esta interpretación de la
Segunda República, además de azuzar las emociones como resortes políticos, es
la de sostener que la Transición y el régimen del 78 no establecieron una
verdadera democracia. De esta manera, según refiere Juan Carlos Monedero en su
libro «La Transición contada a nuestros padres», fue una salida que dieron los
privilegiados a la dictadura para tener el «menor coste empresarial y
financiero posible». Por eso, dice, los crímenes del franquismo se echaron al
olvido, y se hurtó el poder al pueblo. No se culminó la Transición, insiste,
hasta que se cercaron las sedes del PP tras los atentados del 11-M, y se pudo
gritar al gobernante que mentía. La derrota del consenso de la Transición, de su
mito, vendría cuando la gente se «empoderó» el 15-M. En definitiva, la batalla
por la memoria colectiva –algo inexistente, porque la memoria solo puede ser
individual–, que ya inició Zapatero, ha sido retomada con fuerza por el
populismo socialista, empeñado en adaptar la historia del país a su discurso.
¿Homenaje para cerrar
heridas?
Una vocal del grupo
municipal de Ahora Madrid, la marca de Podemos, registró en la Junta de Usera
una moción el 29 de marzo para una declaración institucional con motivo de este
aniversario del 14 de abril. El objetivo era «homenajear y recordar» a los que
«fueron represaliados en su lucha por un país más justo». Únicamente de esta
manera, asegura, podemos «llegar a una democracia real» que ajuste cuentas con
el franquismo y devuelva la «dignidad» al pueblo. Al tiempo, pedía que se
declarase que la «monarquía borbónica no es más que un pilar para sostener la
corrupción» que «despoja al pueblo de su soberanía». La monarquía, asegura, es
ilegítima porque fue Franco «quien designó como sucesor a Juan Carlos de
Borbón», por lo que reclama un «proceso constituyente hacia la República»
siguiendo la «Carta Magna». Finalmente, el sector más oportunista integrado en
Podemos consiguió que Alicia Santos Hernández, la vocal, retirase esta
declaración antes de que se celebrara su discusión el pasado 6 de abril.
No hay comentarios:
Publicar un comentario