jueves, 14 de marzo de 2013

Había sido un terrible error destituir a don Niceto. Un error explicable por la actitud del mismo frente al gobierno, pero funesto y suicida para la república.



Azaña ha estado oculto algunos días mientras se deshacía la madeja de un posible golpe de Estado por algunos soñado para burlar los resultados del triunfo electoral de Frente Popular.
Al cabo, toma posesión de la Presidencia del Gobierno.
Se suceden rápidos los acontecimientos y se reúne el Parlamento.
-Va a ser usted vicepresidente para ser el jefe de la mayoría – me dice Azaña en su despacho de la Castellana.
- Don Manuel. No acepto –le replico.
-¿Se siente usted degradado al ocupara la vicepresidencia? –me pregunta.
-No –le atajo- es que yo no puedo ser el jefe de una mayoría integrada por los comunistas para los que soy, y lo es usted, un burgués reaccionario, y por los socialistas que preside Largo Caballero, quien en el pasado parlamento, hizo lo posible para que como querían las derechas y de acuerdo con ellas, me anularan el acta y, ahora, ha lanzado a sus gentes de Ávila a exigirme que renuncie a lo que acabo de ganar en muy dura y limpia lucha. Ni unos ni otros se sentirían representados por mí; ni yo podría representarse dignamente. Cuando se le descomponga el Frente Popular, que será pronto, cuente usted conmigo para organizar una nueva mayoría.

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“No me llevéis al poder si no me vais a dejar gobernar”, había dicho Azaña en su discurso del gran mitin de Comillas.
Conocía la situación de las gentes de la izquierda, ciertamente no más exaltadas que las gentes de derecha, pero éstas al otro lado de la barricada y las apostrofadas le seguían. Sus temores, que no profecías, se cumplieron.
Sus palabras serenas habían defraudado a los energúmenos. Azaña, inteligente y sagaz, que hubiese gobernado atinadamente un país no sacudido por la tempestad, carecía de fibra para sortear la difícil prueba. Alguna vez le he visto hundido en su silla, inmóvil, agotado…
-Albornoz, no puedo más. Qué país! ¡Qué momento!.
Había sido un terrible error destituir a don Niceto. Un error explicable por la actitud del mismo frente al gobierno, pero funesto y suicida para la república.
La situación se agravó tras el acuerdo.
La misma noche en que instalamos a Martínez Barrio en palacio, unos señoritos pistoleros estuvieron a punto de matar a mi hermano en lugar de matarme. Le salvó su diferente arquitectura de la mía y el haber sido cubierto por su heroica mujer. Y a mi el haber llegado tarde a casa.

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