De todos los temas relacionados con la
guerra española, pocos o ninguno han dado tanto que hablar como la cooperación
rusa en la defensa de la República.
El origen, los propósitos, la importancia
de esa cooperación, sus efectos militares y políticos, han sido, tanto en
España como en el resto de Europa, tergiversados por la propaganda y la
polémica, desfigurados —en más o en menos— por la emoción de las partes
contendientes.
Es cierto que la cooperación rusa ha despertado graves temores,
por las consecuencias (irrealizables en muchos respectos), que pudiera traer
para el porvenir del pueblo español.
También es cierto que despertó
esperanzas alegres, primeramente, en un área de opinión muy extensa, para el
resultado militar, y en segundo término, dentro de límites mucho más reducidos,
en el terreno político.
Ambos puntos de vista —el del temor y el
de la esperanza— eran, a mi parecer,
equivocados, por falta de conocimiento cabal de las cosas y por la
peligrosa facilidad de confundir con la
realidad un sentimiento personal.
Frente a la presencia importante,
decisiva, de las potencias totalitarias en España, era fatal que se levantase,
como antítesis necesaria, la de la presencia soviética, y que se le achacasen
un origen, un propósito, un resultado paralelos (aunque de signo contrario) a
los de la intervención italo-alemana, sin pararse a averiguar el volumen exacto
y las posibilidades de la cooperación rusa.
Así es siempre la polémica política,
que ni en paz ni en guerra suele guardar miramientos con la verdad.
Es creíble que durante la guerra, habrá
habido en la España «nacionalista»:
*.- extremosos defensores de la colaboración
armada italiana;
*.- otros,
más tibios, que la hayan soportado;
*.- y algunos
que la habrán mirado con antipatía y recelo.
El mismo fenómeno, guardadas las proporciones, ha podido
producirse en la España republicana, con esta diferencia: nunca ha habido un
ejército ruso, grande ni chico, en el territorio de la República.
Nunca ha habido un pacto político,
para el presente ni para el futuro, entre los gobiernos de la República y el de
Moscú.
La posición internacional de España,
en el caso de haber subsistido la República, no habría variado esencialmente
respecto de lo que venía siendo antes de la guerra.
Estas tres circunstancias muestran los
límites impuestos por la naturaleza misma de las cosas, no ya a las
intenciones, sino a los medios de acción y los resultados posibles de la
cooperación rusa. De otros límites hablaré más tarde.
*.- Había también en algunas zonas de
opinión de la España republicana una actitud antirrusa en la cual participaban
hombres políticos muy importantes, que gobernaban o habían gobernado la
República.
Causa: la política absorbente del
partido comunista en la política interior de la República.
Para algunas gentes, la URSS y el
partido comunista español eran la misma cosa.
Es decir: se conducían como si
estuvieran persuadidos de que la posición de la URSS ante el problema de
España, incidente en un problema europeo más complejo, era igual a la del
partido comunista español, que mirando forzosamente el problema desde Madrid o
Barcelona, no podía verlo desde Moscú... ni desde Londres.
Parecían también persuadidos de que la
URSS sería para la República española un escudo invulnerable, con el cual se
podría contar indefinidamente y en cualquiera eventualidad. Una información
más puntual les habría demostrado que tales cálculos fallaban por su base.
Admitamos que Alemania e Italia,
empeñadas en ganar la guerra de España, habrían hecho para conseguirlo todos
los esfuerzos imaginables. La recíproca no era cierta. Las potencias opuestas
al bloque italo-alemán en Europa, y por consiguiente en España, consideraban
que, en el juego europeo, la carta española era de segundo orden.
Por dar jaque a Italia y Alemania en
España, no solamente nadie arrostraría un conflicto grave, pero ni siquiera una
tensión diplomática, ni un enfriamiento
de las ententes ni de las amistades oficiales.
Esta situación alcanzaba también a la
URSS.
Cuando alguna persona, razonablemente,
trataba de explicar los motivos de esa situación, probando que no podía
esperarse otra cosa, y que la ayuda rusa no podía hacer prodigios, algunos
fanáticos se enfurecían, como si los insultaran.
Más que por fanatismo, por falta de
instrucción.
La República española, dirigida en
sus comienzos por un gobierno de coalición republicano-socialista, tardó dos
años en reconocer de jure a la URSS. Hecho el reconocimiento en 1933, no se
nombró embajador, ni se estableció ninguna otra relación política o diplomática.
Se intentó redactar un protocolo, que
sirviese para prevenir las posibles actividades políticas de la URSS en España. Algún
agente comercial ruso estuvo en España, examinando con el ministro de Hacienda
las posibilidades de un convenio. Existía base para hacerlo, con ventaja de
ambos países. No se llegó a nada, por las dificultades de concertar la forma
y las garantías de pago.
Estuvo también en España una comisión de
marinos rusos, que visitó algunos establecimientos industriales, que pudieran
aceptar encargos de material naval.
El gobierno cayó en septiembre del
33, y las cosas quedaron en tal estado. Así continuaban en febrero de 1936, al
constituirse un nuevo gobierno republicano, esta vez sin participación socialista.
Evidentemente, el reconocimiento hecho
tres años antes, había de formalizarse, estableciéndose con la URSS relaciones
normales. Los trámites se llevaron con tan poca prisa, que seis meses más
tarde, al empezar la guerra, aún no se habían organizado las embajadas.
El primer embajador soviético llegó a
Madrid a los dos meses de guerra.
Ninguna gestión se había hecho para
ofrecer ni para buscar el apoyo ruso, en ninguna forma. En Moscú parecían tener
acerca de la situación de la República, informes poco precisos, o más bien,
equivocados, tal vez por haber creído demasiado a los optimistas. Dos únicas
conversaciones tuve yo con el embajador soviético.
Por ellas vine a saber que en Moscú
creían en el triunfo inmediato y fácil de la República.
Las observaciones del embajador debieron
de convencerle de que no era así.
Las consecuencias, desastrosas para
la República, de la no-intervención, sobre todo de la no-intervención unilateral,
empezaban a dejarse sentir.
Los gobiernos que prohibían la
exportación de armas y municiones para España, estaban estrictamente en su
derecho.
También estaba en el suyo el gobierno
español comprándolas donde se las quisieran vender. El embajador soviético,
visitante asiduo del presidente del Consejo, ministro de la Guerra, mantuvo en
el más riguroso secreto las intenciones de Moscú respecto de la venta de
material de guerra, de suerte que el arribo de la primera expedición, fue casi
una sorpresa.
Y durante todo el curso de la guerra,
la afluencia de material comprado en la URSS ha sido siempre lenta,
problemática y nunca suficiente para las necesidades del ejército.
La gran distancia, los riesgos de la
navegación por el Mediterráneo, las barreras levantadas por la no-intervención,
impedían, por de pronto, un abastecimiento regular.
Según mis noticias, en 1938, hubo un
lapso de seis u ocho meses en que no entró en España ni un kilo de material
ruso. Por otra parte, los pedidos del gobierno español, nunca eran atendidos en
su totalidad; lejos de eso.
Más de una vez, el embajador de la República
en Moscú, trasladó a su gobierno las recomendaciones del ruso para que se
mejorase y aumentase la producción de material en España, reduciendo al mínimo
la importación, que no era segura ni de duración indefinida. Por qué la
industria española no llegó a un rendimiento suficiente, pertenece a otro
lugar.
Resultado: en ningún momento de la
campaña, el ejército republicano no solamente no ha tenido una dotación de
material equilibrada con la del ejército enemigo, pero ni siquiera la dotación
adecuada a su propia fuerza numérica.
En cuanto a los combatientes rusos en
España, he leído en una publicación, al parecer respetable, que la defensa de
Madrid corría a cargo de un ejército ruso de ocupación, cifrado en cien mil
hombres.
En 1937, el presidente del Consejo de
“entonces”, ciertamente poco inclinado a transigir con ninguna intromisión
rusa, me hizo saber que el número de rusos presentes en España con diversas
misiones, ascendía a 781.
Móviles de los gobiernos españoles
que promovieron el aprovisionamiento de material en la URSS: suplir la carencia
de otros mercados en Europa y América. Sin esa circunstancia, la URSS no habría
tenido nada que hacer en la guerra de España.
Una situación tal, ha tenido
consecuencias importantes. No fue la menor la impresión causada en la opinión
popular española.
El espíritu público, naturalmente agnado
por la guerra y su cortejo de horrores, estaba pronto a llevar sus simpatías
allí donde encontrase, o le pareciese encontrar, un asomo de amistad y
comprensión. No se le puede pedir a una masa que discurra como un hombre de
Estado, ni que aprecie con exactitud la política exterior de otro país, lejano
y desconocido. Es indudable que en la mayoría de los adeptos de la República
hubo, temporalmente, un movimiento de gratitud hacia la URSS; gratitud que era
la fase positiva de una profunda decepción. Ese movimiento cedió poco a poco,
después con gran celeridad, lo mismo en los grupos políticos y en algunos de
sus leaders, que en la masa general.
He aquí por qué: los comunistas
españoles aprovecharon a fondo para su propaganda, aquella disposición del
ánimo público. A juicio de personas expertas en política, conocedoras del país
y de la situación dé Europa, la aprovecharon demasiado.
Un partido que en las elecciones de
1936 obtuvo el cuatro por ciento de los votos emitidos en toda la nación,
creció durante la guerra, y a causa de ella, usando de todos los métodos de
captación, entre ellos la influencia y la protección desde los ministerios que
ocupaban.
Una identificación imposible entre los
fines propios de la política exterior de Moscú y los fines peculiares del
partido comunista español, servía para reforzar o cimentar aquella propaganda.
Como si detrás de cada personaje, más o
menos embrujado por el prestigio moscovita, detrás de cada propagandista,
detrás del partido estuvieran, y hubiesen de estar siempre el señor Litvinov,
el ejército rojo, y los 180 millones de súbditos de la URSS.
El primero de los tres miembros de esa
suposición, se ha realizado algunas veces, pero los otros dos eran desvarío.
Con todo, en algunas conversiones al comunismo, muy sorprendentes, he podido
apreciar que el resorte psicológico no era la revelación de una doctrina, sino
un sentimiento de despecho e irritación.
El vago sentimiento rusófilo de que he
hecho mención, se vio envuelto y contrariado por la oposición creciente a la
política de partido de los comunistas. Es cierto que los comunistas
españoles no se cansaban de repetir que no aspiraban a implantar el
bolchevismo, que su adhesión a la República democrática era sincera, etcétera.
Informadores muy personales, que creo
fidedignos, me aseguraban, viniendo de Moscú, que los dirigentes soviéticos
estaban convencidos de que el comunismo en España era imposible, por motivos
nacionales e internacionales.
Si en efecto lo creían así, daban
muestras de buen sentido. Mas el partido comunista seguía la misma táctica que
otros grupos políticos: ocupar en el
Estado para ser los más fuertes el día de la paz. Justo es decir que esa
táctica no fue adoptada por los Republicanos, ni por la fracción del partido
socialista que había permanecido fiel a su tradición democrática y
«anticatastrófica».
La oposición a la política de partido de
los comunistas fue creciendo entre todos los que no estaban sujetos a su disciplina.
Se vio reforzada por todo lo que era o
aspiraba a ser oposición al gobierno, en el que los comunistas tenían dos o
tres puestos, aunque los oponentes no hayan encontrado la ocasión o no hayan
tenido los medios de manifestarse.
Tocante a los motivos de la política de
Moscú en el problema de España, me abstengo de discurrir por conjeturas. Muy
fino ha de ser quien pretenda conocer en su raíz última las decisiones de un
gobierno que se rodea de tanto secreto. (Contraste notable con la locuacidad
española; otros más profundos hay entre los dos pueblos, pese a quienes con
ligereza pretenden asemejarlos.)
Preferir la explicación más complicada
no es siempre lo más sagaz.
Todo el mundo conoce que los puntos de
vista de la URSS en los problemas planteados en Europa por la política del Eje,
han diferido de los de París y Londres.
Igualmente, y por los mismos motivos,
han diferido en el asunto de España. El valor de España para la política
internacional de la URSS no depende de que haya en la Península un régimen
bolchevista, sino de que el gobierno español entre en el sistema de las
potencias occidentales y refuerce el sistema, en lugar de disminuirlo o
amenazarlo.
Los dirigentes de Moscú no podían
desconocer, incluso por su propia experiencia, que el
bolchevismo en España, lejos de reforzar las amistades franco-española y
anglo-española; las habría puesto en entredicho.
Una España bolchevizada habría sido
relegada internacionalmente, al lazareto, por todo el tiempo, que no habría sido
mucho, que necesitaran las potencias circundantes para aniquilar ese régimen en
la Península.
Según la tesis de Moscú, la
descomposición de las amistades francesas en el oriente europeo, la política
de intimidación del Eje, no contrarrestada por nadie, disminuían la
personalidad internacional de Francia.
La empresa ítalo-alemana en España
era una pieza principal de aquella política.
El hundimiento de la República menguaría
la posición francesa en Occidente y en el Mediterráneo; menguando la posición
de su aliada, menguaría también la posición de la URSS en Europa. La URSS
apoyaba, en consecuencia, la causa de la República en el terreno diplomático.
En el orden militar, el apoyo consistía esencialmente en lo que he dicho.
Los límites de una y otra acción, impuestos
por la situación que entonces tenía la URSS en Europa, estaban más o menos a la
vista.
En ningún caso podía ni quería tomar
la URSS una actitud intransigente que originase decisiones peligrosas. Las
discusiones de Ginebra y del Comité de No-Intervención lo prueban. Menos aún ha
entrado en los cálculos de la URSS comprometerse seriamente en España. La
guerra española ha sido en todo momento para la URSS una «baza menor».
Creo saber que un personaje del
Kremlin llegó a admitir la sospecha de que alguien en Europa hubiera visto con
gusto que la URSS se metiera a fondo en España, esperando que así se debilitara.
Desconozco el fundamento de la sospecha.
El solo hecho de admitirla y de
prevenirse contra ella llevaba implícito el propósito, confirmado por los
hechos, de no arriesgar directamente en
la causa de España ningún atout (diplomático o militar) de verdadera
importancia. Piénsese como se quiera de todo ello, las cosas
ocurrieron, en los puntos que he tocado, como queda dicho y no de otra manera.
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