Bienio Republicano-socialista
*.- Una Constitución democrática,
*.- Una Constitución democrática,
*.- El voto de la mujer,
*.- Una gran labor cultural,
*.- Elevación de los salarios y los derechos de los
trabajadores,
*.- Una reforma ejemplar del Ejército,
*.- Expansión de la enseñanza a todos los niveles,
*.- Solución al "problema catalán",
*.- Una reforma agraria importante y otras medidas muy
beneficiosas para el pueblo.
La "reacción" hizo cuanto estuvo a su
alcance para echar abajo estos logros.
En las elecciones de noviembre de 1933, sin embargo,
el pueblo, no la oligarquía, se volvía contra las izquierdas que tanto se
habían desvelado por favorecerle y votaba al centro derecha.
¿Tenía razón la mayoría de españoles
que rechazó a las izquierdas después de haberlas experimentado durante dos
años?.
No fueron las mínimas y ocasionales
violencias de las derechas, sino las de la CNT, replicadas con enorme dureza
desde el poder, la verdadera causa de la quiebra del Gobierno
republicano-socialista, sobre todo después de la matanza de Casas Viejas.
Y la CNT era una sindical
izquierdista que había colaborado a traer la República.
El grueso de la derecha se atuvo
estrictamente a la legalidad republicana, en lugar de subvertirla.
La República no había llegado con un
programa izquierdista, sino que había sido concebida como una democracia
liberal por Alcalá-Zamora y Miguel Maura, verdaderos promotores de la empresa.
Fue el predominio alcanzado
enseguida por las izquierdas lo que condujo a desvirtuar ese objetivo ya en la
misma Constitución, lastrada por graves sectarismos y mutilaciones de los
derechos ciudadanos.
Además, incluso los elementos
democráticos de la Constitución fueron echados a perder en gran medida por la
Ley de Defensa de la República y, más tarde,
por la de Vagos y Maleantes, impulsadas ambas por Azaña.
El voto femenino, lo promovieron
tanto las derechas como las izquierdas, salvo una parte de estas últimas, muy
renuente a concederlo por puro sectarismo.
Sobre la labor cultural del bienio,
no cabe duda de que tuvo cierto interés, quedó contrarrestada por hechos tan
negativos como la supresión de centros de enseñanza prestigiosos por el mero
hecho de ser católicos, o las graves destrucciones de bibliotecas, escuelas y
obras de arte, y por la difusión de unas ideologías fanatizantes.
La cifra de huelguistas saltó de
240.000 en 1931 a 840.000 en 1933, subiendo también en vertical el número de
parados (de 390.000 a 618.000), aumentando de forma dramática la miseria
extrema y, por tanto, las desigualdades sociales.
En ello jugaron factores ajenos a la
política de las izquierdas, como la crisis económica mundial de la época, pero
también las medidas adoptadas no suavizaron sino que empeoraron la crisis,
frenando la iniciativa privada y creando una inseguridad a su vez paralizadora
de la actividad económica.
La reforma militar, necesaria y
aceptada por la mayoría del Ejército, se echó a perder en buena parte por la
agresiva demagogia antimilitar de las izquierdas, que "se ensañan con el
ejército a mansalva", como indicaba Azaña, y por la política de promoción
profesional, demasiado partidista, también deplorada por aquél, aunque no supo
o no quiso ponerle remedio, aparte de contribuir al descontento exhibiendo una
actitud de desprecio hacia los militares.
De la expansión de la enseñanza su
resultado distó mucho de las cifras triunfalistas en cantidad, y más aún en
calidad, ofrecidas por la propaganda.
Tampoco fue resuelto el problema
planteado por el agresivo nacionalismo catalán, pues el estatuto de autonomía,
visto por el Gobierno como una solución estable, lo consideraban los
nacionalistas tan sólo como un paso en una escalada indefinida de reivindicaciones
hasta una práctica separación de Cataluña.
En cuanto a la reforma agraria, fue realizada
con la demagogia habitual, sembrando esperanzas desmedidas entre el
campesinado, con realizaciones frustrantes, que fomentaban en círculo vicioso más
agitación y más radicalización de las masas, a quienes se señalaban los
propietarios grandes y medianos como los responsables de la miseria.
En los dos años fueron asentados
4.400 campesinos, una cifra irrisoria, en poco más de 24.000 hectáreas, lo cual
daba a cada uno unas parcelas de sólo seis hectáreas de tierra por lo común
pobre y poco productiva, impidiéndoles salir de la miseria.
También fueron establecidos de forma
ilegal, es decir, vulnerando el derecho de propiedad, 40.000 yunteros extremeños
sobre 123.000 hectáreas, fincas mínimas de tres hectáreas, inviables económicamente.
Azaña tiene comentarios sarcásticos sobre la chapucería con que su Gobierno
abordó la cuestión agraria.
Todos estos fracasos y daños los vio y los
sufrió la población, aunque a menudo no entendiera bien su origen, y por ello
cambió drásticamente su voto en 1933.
Máxime cuando vinieron acompañados
de una elevación sin precedentes de la violencia política, así como de la
delincuencia común.
En tan corto período murieron en la
calle o en atentados un mínimo de 250 personas, entre ellas más obreros que en
muchos años de monarquía.
La mayoría de las historias progresistas
prestan atención muy insuficiente a estos datos, pues, como salta a la vista,
estropean la visión idílica de la República que intentan transmitir a la gente,
y de paso ponen en su lugar unas pretensiones científicas que sólo pueden
mantenerse a base de omitir o desvirtuar sin escrúpulo gran número de hechos
significativos.
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