El
País | Albert Rivera, Luis Garicano
Los
españoles tenemos mucho de lo que enorgullecernos en las últimas décadas.
Contrariamente a lo que sugieren muchos que critican todo lo construido desde
la Transición, entre los años 1978 y el 2000, España experimentó un período de
creciente convergencia económica y política con Europa. Desde la Constitución
democrática, hasta la entrada en el euro, pasando por la entrada en la OTAN o
en la Unión Europea, España fue cumpliendo hitos hacia un futuro común con
Europa. Y a medida que el país se hacía más libre y democrático, la economía
crecía. En esos años creamos una democracia imperfecta, pero que mejoraba cada
año, un sistema sanitario excelente, y un Estado de bienestar que redujo
enormemente la pobreza.
Desgraciadamente,
y aunque los españoles no fuimos conscientes de ello, tras la entrada en el
euro el proceso de convergencia se detuvo y España entró en un camino muy
diferente del que había seguido con anterioridad. El euro permitió unos años de
dinero fácil, de gasto suntuario en ciudades de las artes y la cultura, de
pelotazos, de corrupción, de capitalismo de maletín y de “amiguetes”. No hay
indicador más claro de este cambio que el abandono escolar, que, tras haberse
reducido continuamente durante dos décadas, invirtió su tendencia en el 2000
hasta convertirse en uno de los mayores de Europa. Los jóvenes recibían la
señal de que, con el dinero fácil, no hacía falta estudiar, sino empezar a
trabajar, cuanto antes, y preferentemente en la construcción. La (relativa)
dicha del dinero fácil fue breve: tras unos años de vivir el espejismo de un
crecimiento sin productividad, alimentado por el ladrillo, la burbuja explotó y
nos sumergimos en una profunda crisis.
La
burbuja, y la cultura del pelotazo, los chanchullos y los enchufes nos han
dejado con una España que no está preparada para competir en el mundo de la
globalización, ni en la revolución de las tecnologías de la información: el
fracaso de nuestro sistema educativo, el vaciamiento de los principios del
mérito y la capacidad en el sector público, la desaparición de miles de pymes,
en muchos casos por retrasos e impagos del sector público, dejan una economía
que tendrá muchos problemas para generar el crecimiento necesario para acabar
con el paro, asegurar la sostenibilidad del Estado de bienestar y el futuro de
nuestros hijos. Además, el reparto del coste de la crisis ha sido brutalmente
injusto: los jóvenes y los desempleados de larga duración han visto recortadas
radicalmente sus oportunidades. Es difícil construir una vida desde la
precariedad.
Ahora
se trata de reconducir a España a la senda del crecimiento económico, la
igualdad de oportunidades, la cultura del esfuerzo y la honestidad, y la
profundización de la democracia por la que se había encaminado tras la
Transición. Para ello necesitamos un modelo de crecimiento basado en el
conocimiento y en la formación, en el esfuerzo y en el mérito. España necesita
una revolución educativa e institucional que permita a los españoles recuperar
la confianza en que el futuro será mejor que el presente, que nuestros hijos
podrán aspirar a una vida mejor que la que nosotros disfrutamos.
Para
lograr este objetivo no existen atajos ni soluciones mágicas, sino buenas
políticas basadas en la experiencia de otros países. Existen sociedades, sobre
todo en el norte de Europa, que han demostrado ser capaces de combinar la
flexibilidad para encajar en la economía mundial con la igualdad de
oportunidades y la seguridad para sus ciudadanos. El programa económico que
presentaremos este martes 17 de febrero en Madrid intenta orientar a nuestra
economía e instituciones en esa dirección.
Se
trata de cambiar, de reformar, de regenerar, sí. Hemos vivido demasiados años
en la corrupción y en el chanchullo. Pero se trata de hacerlo desde la
sensatez, desde la seguridad, manteniendo la confianza tanto de los españoles
como de los extranjeros que nos deben prestar cientos de miles de millones cada
año para refinanciar nuestra deuda y el déficit público.
Frente
a visiones intervencionistas de la regeneración que España necesita, los
ciudadanos son el centro de nuestra actuación. Queremos capacitar y ayudar a
los ciudadanos para que tomen sus propias decisiones, pero para ello necesitan
toda la información sin trampas. Por ello, el cambio que proponemos parte no
solo de la seguridad y la confianza, sino también de la transparencia.
Nuestro
programa económico tiene cuatro prioridades. La primera es la de luchar por
asegurar un salario digno y por eliminar las causas de la desigualdad y la pobreza.
La segunda es asegurar la educación de nuestros jóvenes para la economía del
conocimiento. La tercera, facilitar la innovación y el crecimiento de las
empresas y la actividad de los autónomos. Y la cuarta, asegurar una fiscalidad
justa, la sostenibilidad del gasto público y del Estado de bienestar, y la
lucha contra la corrupción y por unas instituciones transparentes.
Nuestras
propuestas tratan de reflejar las mejores prácticas de otros países y la mejor
evidencia sobre lo que funciona. Pero cada país es diferente, y lo que funciona
en uno puede no funcionar en otro. Por ello nos comprometemos en nuestro
programa a instaurar un riguroso programa de evaluación continua de todas las
políticas, de forma que aquellas que no funcionen como deseamos sean rediseñadas
o eliminadas.
Las
propuestas que haremos el martes no serán un punto final. Al contrario,
abriremos un debate con la sociedad sobre nuestras propuestas, de modo que
podamos incorporar las mejores ideas de todos. Pretendemos que este documento
se discuta en las redes sociales Twitter, y Facebook, en hogares, en escuelas,
en Universidades, en empresas y Administraciones. Pretendemos que sea un
documento vivo, que cambie y evolucione con las aportaciones de todos los
ciudadanos.
Albert
Rivera es presidente de Ciudadanos y Luis Garicano es catedrático de Economía y
Estrategia de la LSE y coordinador del programa económico de Ciudadanos.
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