Mensaje de Maciá a los diputados de
la Generalidad
Agencia
Febus - Junio de 1931
«Señores
diputados de la Generalidad de Cataluña: Sería la realización de mi más íntimo
ideal que las palabras pronunciadas en este acto solemne marcasen el limite en
la ruta secular de Cataluña hacia la reivindicación de sus libertades. Quisiera
que, como expresión vital del despertar de las nacionalidades que se agrupan
bajo la República, sintiesen pronto latir con su ritmo peculiar los corazones
de los pueblos bajo la carne joven de una nueva Iberia.
»Nunca
como ahora este deseo ha aparecido tan cerca de su consecución. La República ha
removido el ambiente, dejándolo limpio y puro y aclarando y fijando los
sentimientos y el verbo de los hombres, creando así un orden nuevo, en el cual
los ideales de libertad triunfan.
»La
vida política de nuestro país se encuentra, señores diputados, en su momento
culminante; aquel en que espera ver satisfechos sus más puros anhelos
tradicionales. Y obtendremos el triunfo de la victoria como eclosión cívica de
los más altos sentimientos de libertad.
»Entre
el triunfo de nuestra tierra y las circunstancias de este triunfo hay como una
significativa lógica de la Historia. Cataluña, la liberal y democrática
Cataluña, obtendrá el reconocimiento íntegro de su personalidad de una España
renovada, libertada y democrática. Ni podía ser de otra manera, ni fuera
razonable ahora que no sucediese así. El primer paso de la legislación
constitucional de la República debe ser, y hemos de creer que será, restituir
el derecho tradicional al pueblo que ha sido en la historia conjunta de los
países hispánicos el primero en liberalidad y democracia.
»Cataluña
ha sido profundamente liberal y demócrata, y así aparecía cuando su independencia
le permitía presentarse ante el mundo tal cual era, y lo demostró
democratizando paulatinamente la estructura feudal que, como pueblo de origen
carolingio, tuvo en sus comienzos; y tanto es así que incluso en los usatges,
código feudal, se declaran fuera de ley los excesos del feudalismo y se
estructura la constitución política y social de la naciente nacionalidad, hasta
el punto de que ellos han podido ser calificados de Carta constitucional de
nuestra tierra, el monumento más antiguo y esencial del Derecho público
catalán, dictado más de un siglo antes que la Carta Magna de los ingleses.
»En
sus relaciones políticas con los países que formaron parte de los dominios de
sus monarcas catalanes, existió siempre un espíritu de respeto hacia la
libertad de estos pueblos, hasta el punto que o bien constituyeron reinos con
vida completamente autónoma o llegaron hasta crear reinos con plena
independencia.
»Es
digno de hacer notar el hecho de que mientras tuvimos monarcas catalanes, los
soberanos y el pueblo marcharon al unísono, como pocas veces se ha visto en la
historia; de manera que, hasta alguno de ellos, como Pedro el Ceremonioso, que
luchó con los aragoneses y los valencianos, tuvo en todas sus empresas el
soporte de Cataluña, que calificó de tierra bendita, poblada de lealtad. Y las
hermosas palabras de Martín el Humano, en las Cortes de Pamplona, de 1406, como
otras de Pedro el Ceremonioso, nos dan aún una medida de cómo estaba Cataluña
iluminada de liberalidad.
»¿Qué
pueblo -decía- hay en el mundo que sea así, tan franco de libertades ni que sea
tan liberal como vosotros? Y es precisamente por una torcida obsesión legalista
por lo que se llega a la sentencia de Caspe, a la proscripción de la dinastía
catalana de Jaime de Urgel y a la entronización de la dinastía castellana.
»Este
es, señores diputados, como todos sabéis, el punto de partida de la pugna, que
duró siglos, entre el Poder real y el pueblo catalán, pugna que empieza a
dibujarse al ver los catalanes que los reyes castellanos los trataban como
súbditos, ellos que siempre se habían considerado como iguales, ya que el
príncipe lo era porque así lo querían todos los catalanes, que por esta sola
consideración de derecho eran libres; pugna que se inició en tiempos de
Fernando de Antequera y que subsiste en tiempos de Alfonso el Magnánimo, que
estalla con toda violencia en tiempos de Juan II con una guerra que dura más de
diez años; que encuentra su instante más amansado en la política de Fernando el
Católico y alcanza después su máximo desbordamiento en la guerra de los
segadores y en la guerra contra Felipe I, que marca el fin de la libertad de
Cataluña con la victoria del absolutismo filipista y que llega al último Borbón
español.
»Dos
siglos han transcurrido desde el decreto de Nueva Planta, sin que se haya
reparado este crimen contra nuestra tierra; antes bien, se han acentuado la
persecución; las vejaciones y las limitaciones, principalmente en el aspecto
lingüístico y cultural, donde hemos visto prohibida la lengua catalana de las
escuelas maternales y de los estudios superiores y universitarios. Y en
nuestros tiempos coinciden en esta persecución los partidos conservadores con
los partidos que se decían liberales. En ninguno de ellos encuentra Cataluña el
espíritu de justicia. Y huelga decir que mucho menos lo encuentra en los
Gobiernos dictatoriales, que llevan su intransigencia hasta prohibir la
plegaria en lengua materna, que juntamente con la prohibición de usarla para la
enseñanza de nuestros hijos constituye el mayor atentado que puede perpetrarse
contra un pueblo.
»Por
eso os decía, señores diputados, que Cataluña, por su carácter liberal y
democrático, no podía entenderse nunca, ni siquiera pactar, con la dinastía,
que representaba el obstáculo tradicional de nuestras reivindicaciones. Y para
hacer desaparecer este obstáculo ha luchado Cataluña entera, aquí, en las
Cortes y más allá de las fronteras, y en nuestra empresa hemos visto cómo se
agrupaban gentes de otras tierras hispánicas, porque la dinastía que hemos
derribado no se contentaba con tener los sentimientos de Cataluña bajo su
tiranía, sino que incluso llegó a imponer su despotismo a Castilla, ahogando
las voces más nobles y de más encendido patriotismo.
»Este
estado de cosas nos llevó a la reunión de San Sebastián, donde quedó sellado el
pacto para llevar la libertad a todos los pueblos de la Península. Lo que todo
el mundo había dicho que no podría lograrse sino con una revolución sangrienta,
acontece por la voluntad popular cívicamente manifestada en las elecciones del
12 de abril. En Cataluña, el triunfo de los antidinásticos fué tan abrumador
que dos días después, en este histórico salón, proclamé, por la voluntad del
pueblo, la República catalana, como Gobierno integrante de la República que
pocas horas después se propagaba por tierras de España.
»El
cumplimiento del pacto de San Sebastián era, señores diputados, y ahora es, que
las Cortes aceptasen el estado de hecho que se había creado en Cataluña, y,
fieles a nuestra palabra, convinimos con los tres ministros que, representando
al Gobierno español, vinieron a parlamentar con nosotros, que nuestro Gobierno,
durante el período transitorio, se llamaría de la Generalidad de Cataluña, y
que inmediatamente nos serían otorgadas algunas Delegaciones como un anticipo
de más amplias concesiones. Las de enseñanza, como todos sabéis, han sido
iniciadas con el decreto que concede a nuestros hijos el derecho a ser
enseñados en lengua materna, y por el otro, relativo a las cátedras en catalán.
»En
cuanto a las otras Delegaciones, especialmente en materias económicas y de
trabajo, aquella buena disposición no ha tenido aún plena realización, si bien
esto no nos ha impedido intervenir en los conflictos planteados con el espíritu
de justicia y equidad y amor a los trabajadores que ha guiado siempre nuestros
actos, y hemos alcanzado la confianza y la simpatía que ha inspirado a patronos
y obreros nuestro gesto generoso, ya que, desde la proclamación de la
República, Cataluña no ha visto perturbada su vida de trabajo.
»Finalmente,
la Generalidad, con objeto de constituir la Asamblea que junto con su Gobierno
ha de redactar el Estatuto de Cataluña, ha convocado elecciones por el único
procedimiento que permitía la perentoriedad del tiempo de que se dispone, y
estas elecciones os han traído al altísimo lugar que ostentáis en este sitio.
Estáis en este Palacio, saturado de historia patria, en representación del
pueblo de Cataluña; sois Cataluña misma, que, viva y palpitante, emocionada de
poder expresar sin trabas su pensamiento, dirá aquí cuál es su voluntad, que
habremos de acatar todos, yo el primero, así que se haya obtenido la
ratificación que representa el plebiscito de Ayuntamientos y el «referéndum»
popular que se sucederá. Y este acatamiento debe ser, a la vez, una aceptación
y una promesa de defender lo que habremos de presentar como expresión sincera
de la voluntad de nuestro pueblo.
»Señores
diputados: Siento vibrar en mí la emoción de este momento, en que he de callar
para que vosotros habléis, para que hable la voz que está por encima de todos:
la voz de nuestro pueblo. Os dejo, pues, para que recomencéis la tarea que os
ha sido confiada; para que la realicéis con toda libertad. Unicamente me
atrevería a pediros, si no conociese suficientemente cuál es vuestra
convicción, que os inspiréis en vuestras decisiones en el amor que todo hombre
debe tener por los demás hombres, en la cordialidad que todo pueblo ha de
sentir hacia los demás pueblos. Y esta cordialidad que os pido, y que estoy
seguro que tendréis, ha de hacerse más patente en estos momentos, en que, por
estar trabajando en carne viva, tanto Cataluña como las demás tierras ibéricas,
la sensibilidad está morbosamente agudizada, aunque esto no quiere decir que
las manifestaciones que hagamos no hayan de reflejar nuestra voluntad de que
nos sea reconocido y respetado lo que de derecho nos corresponde.
»No
precisa, pues, que esta cordialidad sea objeto de un artículo, ni tan sólo de
un párrafo, del Estatuto que habéis de redactar.
»Creo
que será suficiente que saturéis vuestra obra de una atmósfera de comprensión
para nuestros hermanos de allende el Ebro -a los cuales me place desde este
sitio y en este acto dirigir mi salutación mas ferviente-, que les digáis que
si bien hemos hecho un largo camino juntos por los yermos y los acantilados de
la Historia, en medio de los cuales muchas veces nos hemos detenido a discutir
nuestras disensiones, hemos llegado ya a la tierra de promisión adonde juntos
nos dirigimos; pero desde este momento cada uno ha de edificar en el valle
ubérrimo que nos ofrece la libertad conquistada el edificio que ha de habitar
según los gustos propios, con una arquitectura peculiar y una distribución
interior adecuada a las necesidades de los moradores.
»Precisa,
en fin, decir bien claramente cual es nuestra voluntad para que no sea
tergiversada, y esto lo tendremos procurando no dar en la estructuración
escrita del Estatuto ni un paso atrás, y en esta actitud tendréis a vuestro
lado a todos los catalanes, porque no habrá ninguno que se atreva a negarse a
defender la voluntad del país, ya que no se trata de fijar una forma de Gobierno
en la cual pueden producirse discrepancias, sino que nuestro gesto es la
reclamación que presenta un pueblo para que le sea devuelta la soberanía de que
se le desposeyó. Y decir bien alto que, una vez obtenida la satisfacción que
Cataluña unánime pide, el estímulo eminente de nuestros actos no ha de ser otro
que el de contribuir a instaurar una Confederación ibérica, en la cual las
diversas energías del país sean exaltadas y aprovechadas, puesto que únicamente
así se creará y solidificará la grandeza de la República.
»Señores
diputados de la Generalidad: Me despido de vosotros con estas palabras finales.
Pensad que la obra que habéis de realizar juntamente con el Gobierno
representará la voluntad decisiva de nuestra tierra; que ella ha de ser la base
del Código que ha de regir sus destinos; que será el vehículo de su
prosperidad, y por ella podrá colaborar a la de los demás pueblos hermanos.
Trabajad, por tanto, con el entusiasmo que contagia el patriotismo más puro.
Escuchad en vuestro interior la voz profunda del buen juicio racial. Que
vuestra labor sea expresión viviente de las aspiraciones seculares de nuestra
Cataluña, para que podamos hacer de ella una patria liberal, democrática y
socialmente justa.»
Terminada
la lectura del anterior mensaje, que ha sido escuchada con suma atención, el señor
Maciá abandonó el salón con el mismo ceremonial que a la entrada y en medio de
ovaciones clamorosas de los diputados y del público.
Inmediatamente
después se levantó la sesión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario