La metasecesión
IGNACIO CAMACHO
Si los soberanistas predican la autodeterminación unilateral de los pueblos, cómo podrían negar la de los barrios
ALGUNOS nacionalistas la mayoría, la verdad son tan cansinos que cuando no pueden darles la matraca a los demás se distraen entrenándola entre ellos. Convencidos de su misión histórica consagran su vida a practicar, aunque sea mediante simulacros, la formulación política de su teoría del destino manifiesto, el horizonte simbólico de la ensoñación identitaria de los «pueblos cautivos». Como el nacionalismo moderado o integrador ha comenzado a ser una especie de oxímoron, secuestrado por el soberanismo en auge, las tribus redentoristas han fijado su objetivo táctico primordial en las consultas de autodeterminación, esa vía Kosovo que tanta ilusión les causa pese a las inquietantes connotaciones del ejemplo. Y mientras llega el día de las «condiciones objetivas» van haciendo músculo en ensayos de referendos de la señorita Pepis con los que sacudirse el síndrome de abstinencia.
Así, en la estela de esos municipios catalanes que se declaran unilateralmente independientes de España, el alcalde bildutarra de San Sebastián ha decidido organizar un referéndum de desanexión de su propio barrio. Es una forma de ir como de maniobras para tonificar el espíritu y poner a punto la maquinaria separatista. Con tal de ejercitar la autodeterminación, el batasuno Eizaguirre se ha escindido en una modalidad inédita de trastorno bipolar político: el vecino de Igueldo lidera una reivindicación contra la ciudad que él mismo gobierna. Es la metasecesión: un proceso de fragmentación continua. La independencia en espiral, la autodeterminación de la autodeterminación, el paroxismo soberanista.
En su primaria pulsión desintegradora, a Eizaguirre no se le puede negar cierta coherencia. Si el credo secesionista predica el derecho de los pueblos a decidir su propio rumbo colectivo a partir de su criterio autodefinido, por qué habría que negárselo a los barrios, que podrían ser unidades de destino en lo local dentro de la lógica neofalangista del delirio identitario. Los que se pasan la vida reclamando la aspiración de dejar de ser españoles no parecen legitimados para negar a los habitantes de Igueldo la de dejar de ser donostiarras. Es el problema de elaborar doctrinas ideológicas a partir de la conciencia sentimental. ¿Dónde están los límites del hecho diferencial que sustenta la vocación del destino manifiesto? ¿En la nación, en la provincia, en la ciudad o pólis que es el embrión de la sociedad política? ¿En el barrio? ¿En la pedanía? En la comunidad de vecinos? ¿O se trata de una simple cuestión de escala y masa crítica?
Quizá para los jerarcas de Bildu, tan satisfechos de gobernar sin haber renegado de su complicidad filoterrorista y sin pedir perdón a las víctimas, la respuesta sea mucho más sencilla: los límites están donde a ellos en cada momento les dé la gana. Para eso sirve el poder y para eso, 865 muertos mediante, se lo han ganado.
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