CRONICA 24 horas con el político más
valorado; La hora del ciudadano Albert Rivera
Le acompañamos en su viaje de
Barcelona a Madrid, donde quiere triunfar como líder
No ha hablado nunca con Rajoy ni
Sánchez, pero sí conoce al Rey y a Pablo Iglesias
Hoy es para muchos el antídoto
perfecto contra Podemos. Él inventó lo de la "casta"
Le preguntamos si es capaz de
dar tres razones para no votar a su partido. Y nos las da.
LBERTO DI GONZALO SUÁREZ Actualizado: 15/02/2015
14:56 horas
Albert Rivera tiene un superpoder: es
un político, pero no lo parece. No lo decimos porque llegue en metro a la cita
en la estación de Sants. Tampoco porque se niegue a disfrazarse de besabebés en
las campañas electorales. Ni siquiera porque, en pleno descrédito de la
política, sea el único líder que logre un aprobado en las encuestas.
No: lo que realmente distingue a Rivera
del resto de líderes es que responda una pregunta que cualquier manual del buen
político aconsejaría esquivar. Aprovechando que fue campeón de España de la
Liga de Debate Universitario -en la que los contendientes tienen que defender
ideas aunque no las compartan- le pedimos que dé tres argumentos para no votar
a su partido. Y Rivera dispara sin dudar.
"Primero diría que Ciudadanos no
ha gobernado nunca, así que les falta experiencia de gestión", dice
metiéndose en la piel de sus adversarios. "Segundo, cuidado con los
partidos nuevos, que prometen mucho, pero luego no cumplen. Y, tercero, que su
líder, Albert Rivera, es catalán. ¡Y ya se sabe que los catalanes son todos
sospechosos!".
Resulta difícil imaginar a Rajoy, Pedro
Sánchez o incluso Pablo Iglesias desvistiendo sus flaquezas con tanta
inocencia. Pero a Rivera le sale sin titubeos, quizá porque su salto a la fama
se debió a otro desnudo: su célebre póster de las elecciones catalanas de 2006,
en el que posó sin ropa. Así construyó su cuidadísimo relato: que es un
político distinto, un ciudadano que acabó de diputado casi por azar y que, aún
hoy, se niega a hablar el politiqués de sus compañeros de gremio.
De hecho, Rivera es uno de los pioneros
-para sus fans, el principal- de la nueva política que arrasa desde hace un
año. En 2006, ya utilizó la palabra "casta" para referirse a la
oligarquía política que copaba Cataluña. Entonces abordaba temas que parecían
frivolités, pero que hoy acaparan el debate público: el derroche, la
corrupción, los privilegios de los políticos...
Hace más de un año, a finales de 2013,
entregó a su editor su primer libro. Su título resultó premonitorio: Juntos
Podemos. "Aún hay fans de Pablo Iglesias que me acusan de copiarle",
se ríe Rivera, de 35 años. "¡Si yo lo escribí meses antes de que él
fundara su partido!".
Ahora, de golpe, sus ideas
regeneracionistas han cuajado. Las últimas encuestas dan a Ciudadanos (C's) un
12% del electorado nacional. Es el único líder -junto a Felipe VI- que obtiene
el aprobado de los votantes. "Albert Rivera puede ser para el PP lo que
Pablo Iglesias para el PSOE", se lamenta un dirigente popular. "Si se
consolida, nos va a destrozar. ¡Pero en mi partido no se enteran!".
Animado por estos datos demoscópicos
favorables, Rivera ha emprendido el salto de la política autonómica a la
nacional. Una larga marcha de su Barcelona natal a la capital del reino. El
mismo trayecto que hoy realiza en AVE, escoltado por Crónica. Ha llegado la
hora del ciudadano Rivera.
8.05. El líder de C's llega en metro a
la esta
ción de Sants. Hace más de un lustro que renunció al chófer o, mejor dicho, se zafó de él. "Es como una jaula, no hay mejor coche oficial que un taxi", asegura Rivera, que también suele desplazarse al Parlament en su Yamaha 1000.
El político pide una magdalena, zumo de
naranja y café con leche. Su jefa de prensa -con quien parla en català- no para
hasta que se lo sirven para llevar. "¡Si aún quedan seis o siete minutos
para que salga el tren!", dice. "¡Con mi ritmo de vida, eso es ir
sobrado!".
Ya acomodado en su asiento, Rivera mira
su Twitter y responde algunos whatsapps. También saca un rato para leer una
biografía de Adolfo Suárez de Manuel Campo Vidal. "En la Transición,
España tenía miedos, pero también oportunidades, igual que en la
actualidad", reflexiona. "El país optó por las oportunidades. Y
acertó".
-¿Se ve como un nuevo Suárez?
-Jaja. ¡Qué va! No idealizo la
Transición, pero tampoco demonizo que gente que se había matado a tiros se
pusiera de acuerdo para firmar una Constitución.
10.59. El tren llega a Atocha. A cada
paso se le acerca un futuro votante. Rivera les atiende con una cortesía algo
impostada: la interacción con el pueblo no es su don. Es el reverso exacto de
Pedro Sánchez: un tipo cerebral, reflexivo, un puntito distante. Disfruta de la
soledad: antes de su siguiente cita -una entrevista sobre deportes con La
Sexta- pide unos minutos de calma.
El deporte es otra de las claves de la
personalidad de Rivera. A los 11 años se apuntó a natación y llegó a campeón
catalán de 50 metros braza. Aquello no le salió gratis: se levantaba a las
cinco de la mañana, nadaba dos horas, se iba a clase y por la tarde volvía a la
piscina. "Llegaba a clase con la marca del gorro en la frente",
recuerda. "Aquella experiencia me hizo muy autoexigente y
disciplinado".
Ya ante las cámaras, Rivera logra colar
su mensaje político entre las preguntas deportivas. Aunque es culé, celebra que
se haya acabado el bipartidismo tanto en el fútbol como en la política. La
pregunta se hace sola: ¿quién será el Simeone que acabará con la casta: Podemos
o Ciudadanos? "No sólo está el Atleti: también el Sevilla, el Valencia...
Pero creo mucho en la filosofía de Simeone: partido a partido".
12.55. Según el CIS, el 49% de los
españoles no saben ubicar a Ciudadanos del 1 de la extrema izquierda al 10 de
la extrema derecha. Quizá se trate de una ambigüedad calculada para pescar
votantes en todos los caladeros: el PP, el PSOE, UPyD... ¿Dónde se colocaría
Rivera? "Traducir un proyecto de país a una sola cifra es una
chorrada", se escabulle.
Sus referentes, dice, son pragmáticos
como François Bayrou, Manuel Valls, Matteo Renzi o Nick Clegg. También se niega
a aclarar si preferiría pactar con el PP o el PSOE. "Con quien acepte
nuestro programa: cambiar la ley electoral, reformar la justicia, alcanzar un
pacto educativo...", enumera.
Es interesante que Rivera cite al
británico Clegg. En 2010, se vio en la disyuntiva de hacer premier a Gordon
Brown o David Cameron. En gran parte, Clegg eligió al tory porque se había
molestado en cortejarle cuando estaba en la oposición, antes de necesitar sus
votos.
-¿Ha hablado alguna vez con Rajoy?
-No.
-¿Y con Sánchez?
-Tampoco.
-Si quiere le doy su móvil y le
llamamos...
-No... Ellos dicen que no hablan con
nosotros para no darnos aire. ¡Pero si ya tenemos aire! Tienen una mentalidad
perdedora, lo dejan todo para el último minuto.
-A Pablo Iglesias sí le conoce...
-Hemos coincidido en algún plató
televisivo.
-¿Y a Felipe VI?
-Me reuní con él cuando era príncipe. Y
luego nos hemos saludado en actos. Es paradójico que él haya querido verme y
los dos grandes partidos no.
Este hijo de pequeños comerciantes -un
catalán y una andaluza- jamás pensó que frecuentaría al Rey. Rivera aterrizó la
política por casualidad: en 2006, la presidencia de Ciudadanos se decidió por
orden alfabético de nombres y Alberto era el primero. Y allí se quedó, pese a
las dificultades de sus comienzos, como cuando le enviaron una bala en un
sobre.
-Tiene carrera, un máster privado, sólo
dos años en la empresa privada (La Caixa) y lleva en política desde los 26.
Usted es casta, ¿no?
-Yo soy casto (se ríe). No, la casta es
una oligarquía que se protege de forma cuasimafiosa, como los Pujol. Nada que
ver conmigo.
-También le tachan de ser un producto
de la telecracia.
-Se meten conmigo por ir a tertulias
los mismos que se esconden tras pantallas de plasma o llaman a sus televisiones
públicas para dictarles lo que tienen que decir. Tendrán que plantearse por qué
no les invitan a las tertulias: porque hunden las audiencias.
13.06. Toca un chat con los lectores de
El Economista. De camino, vuelve a mirar su Twitter. "Dicen que pierdo
mucho el tiempo con las redes sociales, pero en realidad lo gano: amplifico mis
mensajes, recibo ideas nuevas...", dice. "En mi vida, el tiempo es mi
recurso más escaso. Y la agenda, mi principal enemigo. Aún peor que los
partidos rivales".
Rivera admite que, en sus inicios,
sufrió una crisis personal: descuidó a su familia, dejó de hacer deporte,
orilló a sus amigos... "Me vi en el Parlamento y decidí dedicarme a la
política en cuerpo y alma. Aprendí que, con ese método, sólo consigues perder
el alma... y medio cuerpo".
Aunque trabaja más de 12 horas al día,
dedica un rato cada semana al deporte. Y, sobre todo, reserva huecos para su
hija Daniela, de tres años, que vive con su ex pareja: "Me toca estar con
ella los miércoles por la tarde más un fin de semana de cada dos y mis
colaboradores ya saben que son ratos intocables".
-¿Es cierto que la niña le pide a su
madre que le ponga la tele para verle?
-Sí, es duro. Pero muchos padres viajan
lo mismo que yo y sus hijas no pueden verles por la tele.
Rivera tiene una ventaja en su lucha
con la agenda: no se prepara las entrevistas. Confía en su oratoria y sus
conocimientos acumulados. Su modelo es Obama, por dos motivos: porque "da
la cara aunque se equivoque" y porque "tiene una red para relacionarse
con los ciudadanos al margen de su partido".
-¿Cuál es su orador favorito en España?
-Antoni Fernández Teixidó, de CiU.
También me gustaban Felipe González y Adolfo Suárez. Y, en las entrevistas,
José Bono.
-¿Y el peor?
-Hay tantos... Magdalena Álvarez daba
vergüenza ajena. Pero muchos diputados no saben ni hacer una pregunta de 30
segundos sin mirar un papel. ¡Se consideran parlamentarios sin saber
parlamentar!
-¿Por qué cree que usted es el único
líder que aprueba?
-Porque en Ciudadanos lo hacemos menos
mal que los otros.
-¿No le ayuda ser guapo?
-Todo ayuda. Pero si no tuviera
capacitación mi imagen me perjudicaría. Me verían como un frívolo.
16.34. De vuelta al hotel, Rivera
explica una de sus frases favoritas: "No hay nada más poderoso que una
idea a la que le ha llegado su tiempo" (Víctor Hugo). Según él, esa idea
"imparable" es hoy que "la política española necesita abrir una
nueva etapa", en la que Podemos y Ciudadanos serán los protagonistas.
-¿Se siente más cercano a Rajoy o a
Pablo Iglesias?
-Generacionalmente, a Iglesias. Él hace
"nueva política" como yo, pero la hace con ideas viejas, como el
intervencionismo.
-¿Quién es más "vieja
política": Sánchez o Rosa Díez?
-A Rosa Díez le pasa lo contrario: que
tiene algunas ideas nuevas, pero su política es vieja, con un partido que se
cree más importante que el país.
-No ha contestado.
-Es que me da igual.
-¿Prefiere la Generalitat o la Moncloa?
-Aún no he decidido.
-O sea, que no dice que no a ninguna.
-¿Qué te crees? ¿Que salimos a perder
la competición? Eso sí, siempre partido a partido.
17.30. Albert Rivera se ducha, hace
llamadas y va en taxi al Club Financiero Génova, que le ha pedido que
protagonice un coloquio. En este nodo de la élite empresarial capitalina
abundan la gomina, los abrigos de visón y los mocasines lustrados a mano. No
sería mala apuesta decir que el 90% de los presentes son votantes del PP que
creen que Twitter es una marca de ropa.
Rivera habla sin papeles durante unos
20 minutos. Luego responde más de una hora de preguntas. Los asistentes parecen
hechizados por la retórica inflamada del catalán. No es extraño: los sondeos
indican que sus caladeros de votos son UPyD, el PP más centrado y los jóvenes
abstencionistas.
Aquí, en el club, la principal preocupación
es el ascenso de Podemos y a Ciudadanos se les ve como el antídoto perfecto, si
el PP no logra remontar. Rivera, siempre atento a su auditorio, masajea sus
oídos con un eslogan rotundo: "Para engañar a la gente con promesas
imposibles de cumplir no hace falta Podemos: ya tenemos a los partidos de
siempre".
22.31. Rivera está agotado, pero le
queda la parte que más le desagrada: el ritual del selfie. Decenas de fans le
piden una foto, también le merodean tertulianos que ya frecuentaban estos saraos
en la Transición... Y, de repente, la calva reluciente de José Luis Balbás,
epítome de la vieja política, se asoma tras una columna. El cerebro del
tamayazo que arrebató el Gobierno madrileño a Rafael Simancas ha olisqueado el
potencial del nuevo líder, al que corteja con descaro. El líder de Ciudadanos
parece incómodo ante la posibilidad de que alguien les retrate juntos. La
estampa resume el choque de dos mundos: la política que se resiste a morir
frente a la que intenta abrirse paso. Pero, en un hábil regate, Rivera deja a
Balbás a su espalda: la misma jugada que, si se cumplen sus planes, repetirá en
las próximas elecciones.
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