lunes, 16 de febrero de 2015

Un día con Albert Rivera

CRONICA 24 horas con el político más valorado; La hora del ciudadano Albert Rivera
Le acompañamos en su viaje de Barcelona a Madrid, donde quiere triunfar como líder
No ha hablado nunca con Rajoy ni Sánchez, pero sí conoce al Rey y a Pablo Iglesias
Hoy es para muchos el antídoto perfecto contra Podemos. Él inventó lo de la "casta"
Le preguntamos si es capaz de dar tres razones para no votar a su partido. Y nos las da.
LBERTO DI GONZALO SUÁREZ Actualizado: 15/02/2015 14:56 horas
Albert Rivera tiene un superpoder: es un político, pero no lo parece. No lo decimos porque llegue en metro a la cita en la estación de Sants. Tampoco porque se niegue a disfrazarse de besabebés en las campañas electorales. Ni siquiera porque, en pleno descrédito de la política, sea el único líder que logre un aprobado en las encuestas.
No: lo que realmente distingue a Rivera del resto de líderes es que responda una pregunta que cualquier manual del buen político aconsejaría esquivar. Aprovechando que fue campeón de España de la Liga de Debate Universitario -en la que los contendientes tienen que defender ideas aunque no las compartan- le pedimos que dé tres argumentos para no votar a su partido. Y Rivera dispara sin dudar.
"Primero diría que Ciudadanos no ha gobernado nunca, así que les falta experiencia de gestión", dice metiéndose en la piel de sus adversarios. "Segundo, cuidado con los partidos nuevos, que prometen mucho, pero luego no cumplen. Y, tercero, que su líder, Albert Rivera, es catalán. ¡Y ya se sabe que los catalanes son todos sospechosos!".
Resulta difícil imaginar a Rajoy, Pedro Sánchez o incluso Pablo Iglesias desvistiendo sus flaquezas con tanta inocencia. Pero a Rivera le sale sin titubeos, quizá porque su salto a la fama se debió a otro desnudo: su célebre póster de las elecciones catalanas de 2006, en el que posó sin ropa. Así construyó su cuidadísimo relato: que es un político distinto, un ciudadano que acabó de diputado casi por azar y que, aún hoy, se niega a hablar el politiqués de sus compañeros de gremio.

De hecho, Rivera es uno de los pioneros -para sus fans, el principal- de la nueva política que arrasa desde hace un año. En 2006, ya utilizó la palabra "casta" para referirse a la oligarquía política que copaba Cataluña. Entonces abordaba temas que parecían frivolités, pero que hoy acaparan el debate público: el derroche, la corrupción, los privilegios de los políticos...
Hace más de un año, a finales de 2013, entregó a su editor su primer libro. Su título resultó premonitorio: Juntos Podemos. "Aún hay fans de Pablo Iglesias que me acusan de copiarle", se ríe Rivera, de 35 años. "¡Si yo lo escribí meses antes de que él fundara su partido!".
Ahora, de golpe, sus ideas regeneracionistas han cuajado. Las últimas encuestas dan a Ciudadanos (C's) un 12% del electorado nacional. Es el único líder -junto a Felipe VI- que obtiene el aprobado de los votantes. "Albert Rivera puede ser para el PP lo que Pablo Iglesias para el PSOE", se lamenta un dirigente popular. "Si se consolida, nos va a destrozar. ¡Pero en mi partido no se enteran!".
 Animado por estos datos demoscópicos favorables, Rivera ha emprendido el salto de la política autonómica a la nacional. Una larga marcha de su Barcelona natal a la capital del reino. El mismo trayecto que hoy realiza en AVE, escoltado por Crónica. Ha llegado la hora del ciudadano Rivera.

8.05. El líder de C's llega en metro a la esta


ción de Sants. Hace más de un lustro que renunció al chófer o, mejor dicho, se zafó de él. "Es como una jaula, no hay mejor coche oficial que un taxi", asegura Rivera, que también suele desplazarse al Parlament en su Yamaha 1000.
El político pide una magdalena, zumo de naranja y café con leche. Su jefa de prensa -con quien parla en català- no para hasta que se lo sirven para llevar. "¡Si aún quedan seis o siete minutos para que salga el tren!", dice. "¡Con mi ritmo de vida, eso es ir sobrado!".
Ya acomodado en su asiento, Rivera mira su Twitter y responde algunos whatsapps. También saca un rato para leer una biografía de Adolfo Suárez de Manuel Campo Vidal. "En la Transición, España tenía miedos, pero también oportunidades, igual que en la actualidad", reflexiona. "El país optó por las oportunidades. Y acertó".
 -¿Se ve como un nuevo Suárez?
-Jaja. ¡Qué va! No idealizo la Transición, pero tampoco demonizo que gente que se había matado a tiros se pusiera de acuerdo para firmar una Constitución.

10.59. El tren llega a Atocha. A cada paso se le acerca un futuro votante. Rivera les atiende con una cortesía algo impostada: la interacción con el pueblo no es su don. Es el reverso exacto de Pedro Sánchez: un tipo cerebral, reflexivo, un puntito distante. Disfruta de la soledad: antes de su siguiente cita -una entrevista sobre deportes con La Sexta- pide unos minutos de calma.
El deporte es otra de las claves de la personalidad de Rivera. A los 11 años se apuntó a natación y llegó a campeón catalán de 50 metros braza. Aquello no le salió gratis: se levantaba a las cinco de la mañana, nadaba dos horas, se iba a clase y por la tarde volvía a la piscina. "Llegaba a clase con la marca del gorro en la frente", recuerda. "Aquella experiencia me hizo muy autoexigente y disciplinado".
Ya ante las cámaras, Rivera logra colar su mensaje político entre las preguntas deportivas. Aunque es culé, celebra que se haya acabado el bipartidismo tanto en el fútbol como en la política. La pregunta se hace sola: ¿quién será el Simeone que acabará con la casta: Podemos o Ciudadanos? "No sólo está el Atleti: también el Sevilla, el Valencia... Pero creo mucho en la filosofía de Simeone: partido a partido".

12.55. Según el CIS, el 49% de los españoles no saben ubicar a Ciudadanos del 1 de la extrema izquierda al 10 de la extrema derecha. Quizá se trate de una ambigüedad calculada para pescar votantes en todos los caladeros: el PP, el PSOE, UPyD... ¿Dónde se colocaría Rivera? "Traducir un proyecto de país a una sola cifra es una chorrada", se escabulle.
Sus referentes, dice, son pragmáticos como François Bayrou, Manuel Valls, Matteo Renzi o Nick Clegg. También se niega a aclarar si preferiría pactar con el PP o el PSOE. "Con quien acepte nuestro programa: cambiar la ley electoral, reformar la justicia, alcanzar un pacto educativo...", enumera.
Es interesante que Rivera cite al británico Clegg. En 2010, se vio en la disyuntiva de hacer premier a Gordon Brown o David Cameron. En gran parte, Clegg eligió al tory porque se había molestado en cortejarle cuando estaba en la oposición, antes de necesitar sus votos.
 -¿Ha hablado alguna vez con Rajoy?
-No.

-¿Y con Sánchez?
-Tampoco.

-Si quiere le doy su móvil y le llamamos...
-No... Ellos dicen que no hablan con nosotros para no darnos aire. ¡Pero si ya tenemos aire! Tienen una mentalidad perdedora, lo dejan todo para el último minuto.

-A Pablo Iglesias sí le conoce...
-Hemos coincidido en algún plató televisivo.

-¿Y a Felipe VI?
-Me reuní con él cuando era príncipe. Y luego nos hemos saludado en actos. Es paradójico que él haya querido verme y los dos grandes partidos no.

Este hijo de pequeños comerciantes -un catalán y una andaluza- jamás pensó que frecuentaría al Rey. Rivera aterrizó la política por casualidad: en 2006, la presidencia de Ciudadanos se decidió por orden alfabético de nombres y Alberto era el primero. Y allí se quedó, pese a las dificultades de sus comienzos, como cuando le enviaron una bala en un sobre.

-Tiene carrera, un máster privado, sólo dos años en la empresa privada (La Caixa) y lleva en política desde los 26. Usted es casta, ¿no?
-Yo soy casto (se ríe). No, la casta es una oligarquía que se protege de forma cuasimafiosa, como los Pujol. Nada que ver conmigo.
-También le tachan de ser un producto de la telecracia.
-Se meten conmigo por ir a tertulias los mismos que se esconden tras pantallas de plasma o llaman a sus televisiones públicas para dictarles lo que tienen que decir. Tendrán que plantearse por qué no les invitan a las tertulias: porque hunden las audiencias.

13.06. Toca un chat con los lectores de El Economista. De camino, vuelve a mirar su Twitter. "Dicen que pierdo mucho el tiempo con las redes sociales, pero en realidad lo gano: amplifico mis mensajes, recibo ideas nuevas...", dice. "En mi vida, el tiempo es mi recurso más escaso. Y la agenda, mi principal enemigo. Aún peor que los partidos rivales".
Rivera admite que, en sus inicios, sufrió una crisis personal: descuidó a su familia, dejó de hacer deporte, orilló a sus amigos... "Me vi en el Parlamento y decidí dedicarme a la política en cuerpo y alma. Aprendí que, con ese método, sólo consigues perder el alma... y medio cuerpo".
Aunque trabaja más de 12 horas al día, dedica un rato cada semana al deporte. Y, sobre todo, reserva huecos para su hija Daniela, de tres años, que vive con su ex pareja: "Me toca estar con ella los miércoles por la tarde más un fin de semana de cada dos y mis colaboradores ya saben que son ratos intocables".

-¿Es cierto que la niña le pide a su madre que le ponga la tele para verle?
-Sí, es duro. Pero muchos padres viajan lo mismo que yo y sus hijas no pueden verles por la tele.

Rivera tiene una ventaja en su lucha con la agenda: no se prepara las entrevistas. Confía en su oratoria y sus conocimientos acumulados. Su modelo es Obama, por dos motivos: porque "da la cara aunque se equivoque" y porque "tiene una red para relacionarse con los ciudadanos al margen de su partido".
 -¿Cuál es su orador favorito en España?
-Antoni Fernández Teixidó, de CiU. También me gustaban Felipe González y Adolfo Suárez. Y, en las entrevistas, José Bono.

-¿Y el peor?
-Hay tantos... Magdalena Álvarez daba vergüenza ajena. Pero muchos diputados no saben ni hacer una pregunta de 30 segundos sin mirar un papel. ¡Se consideran parlamentarios sin saber parlamentar!

-¿Por qué cree que usted es el único líder que aprueba?
-Porque en Ciudadanos lo hacemos menos mal que los otros.

-¿No le ayuda ser guapo?
-Todo ayuda. Pero si no tuviera capacitación mi imagen me perjudicaría. Me verían como un frívolo.

16.34. De vuelta al hotel, Rivera explica una de sus frases favoritas: "No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo" (Víctor Hugo). Según él, esa idea "imparable" es hoy que "la política española necesita abrir una nueva etapa", en la que Podemos y Ciudadanos serán los protagonistas.

-¿Se siente más cercano a Rajoy o a Pablo Iglesias?
-Generacionalmente, a Iglesias. Él hace "nueva política" como yo, pero la hace con ideas viejas, como el intervencionismo.

-¿Quién es más "vieja política": Sánchez o Rosa Díez?
-A Rosa Díez le pasa lo contrario: que tiene algunas ideas nuevas, pero su política es vieja, con un partido que se cree más importante que el país.

-No ha contestado.
-Es que me da igual.

-¿Prefiere la Generalitat o la Moncloa?
-Aún no he decidido.

-O sea, que no dice que no a ninguna.
-¿Qué te crees? ¿Que salimos a perder la competición? Eso sí, siempre partido a partido.

17.30. Albert Rivera se ducha, hace llamadas y va en taxi al Club Financiero Génova, que le ha pedido que protagonice un coloquio. En este nodo de la élite empresarial capitalina abundan la gomina, los abrigos de visón y los mocasines lustrados a mano. No sería mala apuesta decir que el 90% de los presentes son votantes del PP que creen que Twitter es una marca de ropa.
Rivera habla sin papeles durante unos 20 minutos. Luego responde más de una hora de preguntas. Los asistentes parecen hechizados por la retórica inflamada del catalán. No es extraño: los sondeos indican que sus caladeros de votos son UPyD, el PP más centrado y los jóvenes abstencionistas.
Aquí, en el club, la principal preocupación es el ascenso de Podemos y a Ciudadanos se les ve como el antídoto perfecto, si el PP no logra remontar. Rivera, siempre atento a su auditorio, masajea sus oídos con un eslogan rotundo: "Para engañar a la gente con promesas imposibles de cumplir no hace falta Podemos: ya tenemos a los partidos de siempre".


22.31. Rivera está agotado, pero le queda la parte que más le desagrada: el ritual del selfie. Decenas de fans le piden una foto, también le merodean tertulianos que ya frecuentaban estos saraos en la Transición... Y, de repente, la calva reluciente de José Luis Balbás, epítome de la vieja política, se asoma tras una columna. El cerebro del tamayazo que arrebató el Gobierno madrileño a Rafael Simancas ha olisqueado el potencial del nuevo líder, al que corteja con descaro. El líder de Ciudadanos parece incómodo ante la posibilidad de que alguien les retrate juntos. La estampa resume el choque de dos mundos: la política que se resiste a morir frente a la que intenta abrirse paso. Pero, en un hábil regate, Rivera deja a Balbás a su espalda: la misma jugada que, si se cumplen sus planes, repetirá en las próximas elecciones.

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