Día
29/12/2014 - 11.31h
Su
figura volvió a emerger en la primera encrucijada política que afrontó el
régimen republicano
Lerroux
y la unión de los moderados
ABC
Retrato
de Alejandro Lerroux
En
el momento de la primera encrucijada política que afrontó el régimen
republicano, tras la aprobación de la Constitución, volvió a emerger la figura
de Lerroux y el proyecto político que encarnaba. Ausente de la mayoría de los
debates constituyentes, rotas sus relaciones con el Gobierno que presidiría
Azaña, el viejo caudillo radical inició su propia campaña revisionista. Para
él, no se trataba de modificar el texto aprobado por las Cortes, pero sí de
alterar sustancialmente la actitud de quienes encabezaban un Gobierno que debía
dar estabilidad y futuro pacífico al nuevo régimen.
Como
se ha señalado en otras entregas de esta serie, el líder del partido
republicano con más solera había aguantado los agravios que le asestaron
republicanos con mucha menos legitimidad histórica y menor representación de la
clase media española. La amargura irónica con la que Lerroux recuerda, en sus
memorias, aquel menosprecio vergonzoso corresponde a la verificación dolorosa
de lo que acabó siendo el régimen que llenó de esperanza una hora de España.
En
aquellos días de júbilo, todos –socialistas, radicalsocialistas, azañistas,
conservadores de Maura y «progresistas» de Alcalá Zamora- estuvieron de acuerdo
en una sola cosa: apartar al viejo tribuno de una tarea que pudiera hacerle
visible como lo que había venido siendo desde comienzos de siglo: la
personalidad más fuerte y representativa del republicanismo español, elogiado
por los hombres del 98 y del 14. El problema es que aquel feo fue mucho más que
una vejación personal. Fue la pérdida de una oportunidad histórica, un pésimo
servicio a un régimen, necesitado del acuerdo de los moderados de todo el
abanico republicano y del respeto a los principios de una derecha que, en su
mayor parte, estaba dispuesta a la colaboración.
Lerroux,
liberado de cualquier compromiso gubernamental, y tratando aún de lograr una
urgente rectificación del nuevo régimen, presentó su propio proyecto
republicano ante cuarenta mil personas llegadas de toda España y reunidas en la
plaza de toros de Madrid, en febrero de 1932. A la capacidad de convocatoria
del Partido Radical y su caudillo, se sumó la conciencia de una necesaria
revisión de la actitud con la que el Gobierno de las Cortes constituyentes
estaba organizando la República.
La
alianza entre republicanos y socialistas había de sustituirse por un acuerdo de
republicanos de diversas facciones, cuyo pluralismo atrajera a las personas de
espíritu moderado y afán constructivo, aquellos sectores de la burguesía
liberal comprometidos con la modernización política del país y la regeneración
moral de la nación. Los socialistas podían ser aliados externos de aquel
proyecto, pero nunca los protagonistas de una idea de España que resultaba
ajena a su tradición social organizada. La República había de contar con el
apoyo del socialismo reformista, pero no tenía que ser un instrumento al
servicio exclusivo de la estrategia del PSOE y de la UGT.
El
sectarismo socialista llevó a la ruptura con el sistema republicano de la
derecha
El
azañismo se equivocaba al buscar una alianza excluyente de republicanos y
socialistas, que acabaría frustrando las expectativas del verdadero pilar del
republicanismo español y de cualquier otro país del occidente europeo: la clase
media. Al renunciar a establecer el nuevo régimen sobre esa base natural, se
renunciaba también a la posibilidad de ampliar sus apoyos políticos. A la
postre el sectarismo socialista conduciría a la ruptura con el sistema
republicano de buena parte de la derecha española.
En
el horizonte de Lerroux estaba la celebración de nuevas elecciones, necesarias
tras la conclusión de la fase constituyente, y oportunas por los cambios
producidos en la opinión pública desde el 14 de abril. Continuar ignorando la
preocupación de los moderados por la crispación política reinante; desatender
las demandas de colaboración de la derecha católica; no responder con energía a
las exigencias del catalanismo radical; actuar sin prudencia en el asunto de la
reforma agraria que amenazaba con enfrentar violentamente a los españoles...
Todo ello provocaría una debilidad crónica del régimen que empezaba por el de
su propia indefinición.
La
fortaleza del Estado
Todos
los ciudadanos con ganas de actuar en el marco de la legalidad debían ser
acogidos por la República que haría bien en proteger la alianza de los
moderados frente a los extremistas y asegurar la consolidación del proyecto de
reforma social de la clase media en contra de la revolución. Obligación del
nuevo régimen era reservar la unidad de la nación y la fortaleza del Estado
ante cualquier asomo de disgregación territorial.
Por
ello, la República tenía que abandonar el sectarismo de sus primeros pasos,
para convertirse en el régimen de todos sin pedir «limpieza de sangre, de
historia y de tradición» a quienes se mostraran dispuestos a servirla. Lo
contrario era poner los cimientos de un peligroso divorcio entre la nación y el
Estado. Sin que así lo expresara Lerroux, las circunstancias volvían a
establecer, en un marco distinto, el odioso paralelismo de una España oficial y
una España real que los intelectuales de comienzos de siglo habían denunciado y
que había llegado a ser la consigna de mayor fuerza moral para atacar a la
monarquía.
A
las palabras de Lerroux solo siguió el silencio de la derecha católica y la
burla del conservadurismo republicano, además del conocido enojo del republicanismo
de izquierda y del socialismo. En un momento crucial, en el que una adecuada
representación parlamentaria de la derecha salida de las elecciones y un
Gobierno de concentración debían fijar el rumbo moderado de la República, la
sensatez de Lerroux fue presentada como puro oportunismo.
A
Lerroux no podía acusársele de falta de experiencia política, como a Ortega o
Marañón, ni de tejer un discurso reaccionario, como se hizo con Herrera. Se
prefirió considerar su llamamiento a la moderación una extravagancia. Lo cual,
en sí mismo, ya puede definir la estatura política –y no solo la moral- de
quienes tenían a su cargo la defensa no solo del régimen, sino de la seguridad
jurídica, el bienestar material y la concordia de todos los españoles.
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