El
último y
tal vez único eslabón de la legitimidad del chavismo ha sido que oficialmente
ganaba las elecciones.
El relato que desvela el corresponsal de ABC en
Washington, Emili J. Blasco, de la probable manipulación de la jornada electoral del 14 de abril de 2013 pone en
cuestión la limpieza de la victoria de Nicolás Maduro.
Según el testimonio del
que fuera jefe de seguridad de Diosdado Cabello, «número dos» del régimen, no
solo se manipularon las instituciones y se atenazó a los medios de
comunicación, sino que sencillamente se pudieron falsificar los datos para
anular la que hubiera sido una victoria electoral del candidato de la coalición
opositora Henrique Capriles.
Tan graves son las acusaciones, que Caracas
debiera demostrar con pruebas la probidad de aquel resultado.
Las
características técnicas del sistema electrónico de votación han sido uno de
los pilares del régimen chavista.
De hecho, el mal uso que se ha hecho
sistemáticamente en Caracas de este procedimiento debería servir para poner en
duda cualquier consulta llevada a cabo en aquel país, sobre todo cuando buena
parte de las salvaguardias institucionales han sido anuladas por los abusos del
chavismo.
En
Venezuela no es un secreto que el Gobierno puede tener datos incluso del
sentido del voto de cada ciudadano.
Es decir, que a pesar de que el descontento
de la población venezolana es evidente, el régimen podría disponer de un
sistema para garantizar que, sea cual sea la voluntad real del cuerpo
electoral, siempre podrá producirse un estratégico «apagón» informático para
decantar los resultados a su favor.
El Ejecutivo de Caracas debe dar garantías
de que eso, hoy por hoy posible, nunca ocurrirá.
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