1984 es la antiutopía, en ella Orwell presenta un futuro en el que una
dictadura totalitaria interfiere hasta tal punto en la vida privada de los
ciudadanos que resulta imposible escapar a su control.
La odisea de Winston Smith en un Londres dominado por el Gran Hermano y
el partido único se puede interpretar como una crítica de toda dictadura,
aunque en ella las analogías con el comunismo estalinista resultan evidentes.
La novela cobra nueva vigencia en la sociedad actual, en la que el
control a los ciudadanos, coercitivo o no, se halla más perfeccionado que en
ningún otro momento de la historia de la Humanidad.
George Orwell ejerce el periodismo de denuncia, radicaliza su discurso
en defensa de los oprimidos y explotado, viaja a España y combate en Cataluña
en una milicia del Partido Obrero de Unificación Marxista de Andreu Nin y
Joaquín Maurín.
Durante la II Guerra Mundial es miembro de la Home Guard, colabora en
la BBC y es director literario del periódico Tribune. Mientras Londres padece
los bombardeos de las V-2, Orwell escribe Rebelión en la granja (1945).
Un Orwell desencantado definitivamente con la clase política británica
(más celosa, según él, de defender a los comunistas soviéticos que a sus
propios políticos), con la censura ejercida por los medios de comunicación
(dimite de la BBC), su mujer fallece en 1945, sus problemas de tuberculosis se
acentúan, postrándolo en hospitales)
En tal situación acomete su obra más conocida, su testamento literario:
1984. Tras su publicación en 1949, Orwell fallece el 21 de enero de 1950.
"¿Qué es 1984?", la respuesta más evidente: lo opuesto a una
utopía. Una obra en la que se describe una sociedad opresiva y cerrada sobre sí
misma, bajo el control de un gobierno autoritario, pero que es presentada a los
ciudadanos de a pie como una utopía: el mejor de los mundos, la libertad
definitiva y absoluta, el sueño de todo ciudadano hecho realidad.
En verdad: el peor de los mundos, la sumisión definitiva y absoluta, el
sueño de todo gobernante hecho realidad, y será tanto más efectiva cuanto mayor
grado de satisfacción produzca en el ciudadano.
1984 nos presenta:
A Winston Smith, un funcionario del Departamento de Registro del
Ministerio de la Verdad, que es el organismo encargado de falsear la realidad y
manipular la opinión pública.
Es un cuadro inferior del todopoderoso Partido.
Winston tiene dudas. Un incidente aislado, ocurrido años antes, le hace
sospechar que el Partido manipula la realidad hasta extremos inauditos. Por
error, cayó en sus manos un documento que demostraba que tres disidentes
políticos caídos en desgracia (Jones, Aaronson y Rutherford), a quienes él
mismo había visto en una ocasión, habían sido considerados héroes del Partido
para, a continuación, desaparecer de cualquier fuente documental como si nunca
hubiesen existido.
El trabajo de Winston consiste precisamente en eso: en alterar la
prensa de tal manera que las noticias que incomodan al Partido sean sustituidas
por otras que se adecuen a la verdad oficial.
Al desaparecer de la prensa y de cualquier otro medio de comunicación,
se puede decir que estas noticias nunca han existido, igualmente las personas
caídas en desgracia a los ojos del Partido dejan de existir a los ojos del
mundo. Más aún: nunca han existido. Son nopersonas.
Oceanía puede estar en guerra con Asia Oriental, más aún: Oceanía
siempre ha estado en guerra con Asia Oriental; pero si el Partido dice que
Oceanía está en guerra con Eurasia, habrá que creer al Partido: Oceanía está en
guerra con Eurasia; más aún, Oceanía siempre ha estado en guerra con Eurasia.
La facultad de cambiar de idea al compás de las consignas del Partido
se conoce como doblepensar. Un objeto blanco puede ser negro si el Partido dice
que es negro, y la tarea del buen miembro del Partido (y, por ende, del buen
doblepensador) estriba en adquirir la habilidad mental necesaria para
convencerse a sí mismo de cuándo un objeto blanco es negro.
La capacidad del doblepensar de generar paradojas se manifiesta en la
nomenclatura de los órganos gubernamentales: el Ministerio de la Verdad se
encarga de manipular la mente de los ciudadanos; el Ministerio de la Abundancia
gestiona los cada vez más escasos recursos alimenticios y de materias primas;
el Ministerio de la Paz es el que moviliza tropas; y el Ministerio del Amor es
el encargado de ejercer la coerción física y mental sobre la población.
El doblepensar es sólo un estado mental conducente a afianzar una concepción
inmutable de la Historia; una herramienta intelectual, en resumen, que
encuentra su plasmación en la neolengua, un lenguaje artificial creado por el
Partido y que modelará la mentalidad de los súbditos del Gran Hermano.
El lenguaje determina la estructura del pensamiento humano. Al
prescindir de determinadas palabras, se prescinde de su concepto. De este modo,
el Partido puede controlar y uniformar con mayor facilidad los pensamientos de
sus miembros, para así evitar el mayor de los delitos concebibles en la
sociedad: el crimental, o crimen mental.
El delito de pensamiento opuesto al doblepensar y las directivas del
Partido. Un ciudadano puede tener una conducta irreprochable, ser un miembro
modélico del Partido, cantar todas sus consignas y dominar la neolengua; pero,
si en su fuero interno no está convencido de la “verdad del Partido” y esquiva
con pericia la tupida red de delaciones en que se sustenta la sociedad en la
que vive (desde la Policía del Pensamiento hasta tus propios hijos), tarde o
temprano se delatará a sí mismo mediante el crimental.
Un hecho, un indicio, un pensamiento a destiempo, un lapsus linguae o
incluso una frase murmurada entre sueños bastarán para acabar con esa persona.
Y ese "acabar con esa persona" funciona tanto en el sentido
individual (será vaporizado) como en el colectivo (al ser una nopersona, nunca
habrá existido; nada demostrará que ha existido; nadie lo recordará).
Syme, uno de los compañeros de charla de café de Winston, encargado de
confeccionar la undécima y casi definitiva edición del Diccionario de
neolengua, explica su funcionamiento:
"¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance
del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente? Al final, acabaremos
haciendo imposible todo crimen del pensamiento.
En efecto, ¿cómo puede haber crimental si cada concepto se expresa
claramente con una sola palabra, una palabra cuyo significado está decidido
rigurosamente y con todos sus significados secundarios eliminados y olvidados
para siempre? (...) ¿Cómo vas a tener un eslogan como el de "la libertad
es la esclavitud" cuando el concepto de libertad no exista?"
El miedo a cometer crimental es la primera señal de que se está
cometiendo un crimental.
Y Winston ya ha alcanzado esa fase desde el momento en que comienza a
escribir un diario. Lo hace a pluma, a hurtadillas, sorteando las telepantallas
instaladas en su dormitorio que detectan su comportamiento huraño y le impelen
a practicar su gimnasia. No existe intimidad. Cualquier acto solitario es
antisocial, contrario a los principios del Ingsoc y conlleva la semilla del
crimental.
Ante semejante panorama, a Winston, como a cualquier otro habitante de
este Londres espectral sacudido por los bombardeos enemigos, no le queda más
remedio que adoptar las formas externas que determinan el buen comportamiento
de un miembro del Partido, consciente de que ya ha comenzado la cuenta atrás
para su captura.
La primera manifestación de sumisión al partido es el acatamiento de
sus tres grandes eslóganes:
La guerra es la paz.
La libertad es la esclavitud.
La ignorancia es la fuerza.
Estas tres consignas constituyen el resumen del pensamiento del Ingsoc,
son todo lo que un buen miembro del Partido necesita saber para ser un
ciudadano de comportamiento correcto.
La única manera de alcanzar la paz es mantenerse en estado de guerra
contra las potencias enemigas.
La sumisión al Partido es la única manera de mantener un prurito de
libertad; en caso contrario, mueres, dejas de existir.
El falseamiento de la realidad es la base del sistema: creer las
mentiras impuestas nos hará fuertes para mantenernos dentro del juego propuesto
por el Partido; cuanto más ignorantes seamos, menos riesgo de descubrir
incoherencias, menos posibilidades de caer en el crimental.
El segundo acto que entraña
sumisión al partido es la abstinencia sexual. Prohibido el amor, ¿qué otra
alternativa existe?. El odio.
El odio hasta el dolor. El tercer y más fuerte motor de cohesión de la
sociedad de 1984. Pero odio... ¿a qué? A lo extraño, al extranjero, al
contrario al Partido. Las manifestaciones populares más lúdicas son las
películas de propaganda bélica (en las que abunda la violencia explícita y, por
lo que nos sugiere Orwell, real: imagínense una snuff movie perpetrada por
miles de Rambos), las ejecuciones -previo escarnio público- de prisioneros de
guerra enemigos y, sobre todo y por encima de cualquier otra, los Dos Minutos
de Odio.
¿Qué son los Dos Minutos de Odio? La ración diaria de odio necesaria
para hacer funcionar el sistema. ¿Quién es el objeto del odio? Emmanuel
Goldstein. El gran enemigo de la nación, del Partido y del Gran Hermano. El
adversario necesario. El traidor al Ingsoc. El artíficice de la Revolución que
se vendió a las potencias extranjeras. La población expresa su odio irracional,
válvula de escape de todos sus instintos primarios, mientras se superponen
imágenes apenas subliminales de Goldstein con un fondo de matanzas y
atrocidades del enemigo de turno. Los ciudadanos están condicionados para odiar
a Goldstein. Odiar a Goldstein es amar al Partido y al Gran Hermano y todo lo
que representa el Ingsoc. Dudar de la maldad de Goldstein es la peor forma de
crimental.
Y Winston ha caído en ella.
Winston odia al Partido. Odia al Gran Hermano. Sabe que el Partido
manipula la información, altera la percepción cotidiana de la realidad. Lo sabe
porque él mismo ha tenido en sus manos una prueba de este fraude.
Pero al mismo tiempo sabe que otros como él odian también al Partido….
(El que esté interesado que lea 1984).
Por ejemplo, O'Brien, un
destacado miembro del Partido Interior, que se le aparece en sueños
prometiéndole un pronto encuentro en "el lugar donde no hay
oscuridad". Guiado por una complicidad inexplicable, más intuitiva que
fundamentada, Winston sigue los pasos de O'Brien, convencido de que le puede
aclarar dudas acerca de la existencia de la Hermandad, una organización
clandestina, no se sabe si existente o no, enemiga jurada del Partido y el Gran
Hermano, tal vez impulsada por el propio Goldstein, el archienemigo.
El acto de escribir el diario hace a Winston plantearse cada vez más
interrogantes acerca del funcionamiento del Partido y sus sistema de mentiras.
Es la toma de conciencia por parte de Winston de que la pretendida utopía no es
sino una terrible distopía. El siguiente razonamiento llevará a Winston a
plantearse la manera más idónea de contestación al régimen. Pronto llegará al
punto en que la única solución posible le parece el derrocamiento del Gran
Hermano. Pero los miembros del Partido, sujetos a férreos condicionamientos, no
serán la fuerza capaz de acabar con la opresión. Winston fija sus ojos en los
proles, los proletarios, aquellos ciudadanos ajenos al juego del Gran Hermano,
la masa acrítica y no condicionada. Los proles recuerdan una existencia
anterior al Gran Hermano, en ocasiones parecen inmunes al lavado de cerebro que
ha hecho creer a toda la sociedad que la inmensa mayoría de los adelantos
científicos y tecnológicos de la Humanidad son obra del Gran Hermano. Winston,
que carece de familia (fue separado de su madre y su hermana a temprana edad) y
ha sido criado por el Partido, recuerda líneas sueltas de una canción de su
infancia, que convertirá en el símbolo de su individualidad y de su rebeldía.
Esta rebeldía lo lleva a alquilar una habitación en un barrio proletario. Allí
podrá escribir su diario y dar rienda suelta a sus fantasías, ajeno a la mirada
omnipresente de las telepantallas.
Tras la toma de conciencia, la comisión del crimental, es hora de pasar
a la acción. La segunda parte de la novela nos muestra el acercamiento entre
Winston y Julia. La al principio odiada Julia se revela como una sediciosa.
Pero, al contrario que Winston, la rebeldía de Julia es acrítica e intuitiva.
Julia carece de base teórica, todas las proclamas de Winston a favor del
proletariado y en contra del Partido le resultan ajenas e incomprensibles. La
rebeldía de Julia es de otra índole. Ella busca la libertad sexual. En un mundo
puritano, Julia predica con el ejemplo el amor libre, pero tiende a creerse de
manera acrítica todas las proclamas del Partido y los principios del Ingsoc.
Ello lleva a Winston a definir su rebeldía como exclusivamente «de piernas
abajo». El amor clandestino entre Julia y Winston es desesperado: ambos saben
que sus días están contados. No hacen planes de futuro: no tiene sentido
hacerlos. Justo en ese instante entra O'Brien en acción.
O'Brien viene a cerrar el proceso de rebeldía a los tres principios
motores de la sociedad de Oceanía. Perpetrado el crimental gracias a su
inteligencia y su capacidad de síntesis, vulnerada la abstinencia sexual
gracias a Julia, Winston penetra en el mundo del odio gracias a O'Brien.
O'Brien lo ayudará a odiar al Partido introduciéndolo en la Hermandad. El
juramento de fidelidad a esta organización es una buena muestra de ello:
"-¿Qué estáis dispuestos a hacer?
-Todo aquello de lo que seamos capaces.
-¿Estáis dispuestos a dar vuestras vidas?
-Sí.
-¿Estáis dispuestos a cometer asesinatos?
-Sí.
-¿A cometer actos de sabotaje que puedan causar la muerte de centenares
de personas?
-Sí.
-¿A vender vuestro país a potencias extranjeras?
-Sí.
-¿Estáis dispuestos a hacer trampas, a falsificar, a hacer chantaje, a
corromper a los niños, a distribuir drogas, a fomentar la prostitución, a
extender enfermedades venéreas... a hacer todo lo que pueda causar
desmoralización y debilitar el poder del Partido?
-Si, por ejemplo, sirviera de algún modo a nuestros intereses arrojar
ácido sulfúrico a la cara de un niño, ¿estaríais dispuestos a hacerlo?
-Sí.
-¿Estáis dispuestos a suicidaros si os lo ordenamos y en el momento en
que lo ordenásemos?
-Sí.
-¿Estáis dispuestos, los dos, a separaros y no volveros a ver nunca?
-No -interrumpió Julia."
Juramentados ambos, Julia y Winston brindan con O'Brien por el pasado.
Por el pasado que existió, no por el pasado eternamente mutable que defiende el
Partido. Es el momento en que ambos pasan a formar parte de la Hermandad. Por
fin pueden leer el libro clave de la rebelión, el tratado teórico escrito por
Emmanuel Goldstein: Teoría y práctica del colectivismo oligárquico. En
realidad, se trata de un ensayo analítico, sin apenas contenido subversivo: es
una simple descripción de las instituciones y la historia de Oceanía. La
respuesta a la pregunta que Winston se había formulado alguna que otra vez en
su diario: "Comprendo CÓMO. No comprendo POR QUÉ". La certeza del
porqué de las cosas, la comprensión por parte de Winston de por qué odia al
Partido y todo lo que encarna, es el último paso en su trayectoria moral y
política. Sólo ahora, y no antes, podrá enfrentarse a la siguiente etapa,
referida en la tercera parte de la novela: su tortura.
Evidentemente, Winston no podía eludir su destino: ser encarcelado. El
propio O'Brien, comisario de la Policía del Pensamiento, se encarga de
capturarlo y conducirlo al Ministerio del Amor. Allí sufrirá todas las
vejaciones imaginables, un lavado de cerebro que lo lleve a amar al Partido y
el Gran Hermano. La temible habitación 101 marca el final de Winston como
persona; en ella ha de enfrentarse a sus fantasmas más terribles. Una vez
superada la humillación que anida allí adentro, Winston estará dispuesto a
creer cualquier consigna del Partido. Los discursos adoctrinadores de O'Brien
surten efecto. Winston ya es capaz de doblepensar. Ve cinco dedos cuando
O'Brien le enseña cuatro. Y, mejor aún, ama al Gran Hermano. Ya es un miembro
respetable del Partido.
3.3 Control social, dictadura, realidad y violencia
Tras este resumen de la novela, podemos detenernos en los cuatro
aspectos fundamentales de la exposición de Orwell.
3.3.1 Control social
El sistema político presentado por Orwell está encaminado a alienar al
individuo, a hacerlo virtualmente incapaz de pensar por sí mismo. Siguiendo la
definición anteriormente expuesta de distopía, es una sociedad cerrada sobre sí
misma, que se presenta como la sociedad perfecta. Sólo aislando las influencias
externas se podrá realizar el ideal del Ingsoc. El exterior sólo puede ser
malo. Sólo el Gran Hermano y el Partido son capaces de ofrecer algo bueno al
ciudadano de Oceanía. A tenor de lo que hemos leído en la obra de Goldstein,
todo nos hace suponer que este esquema de sociedad es idéntico en Eurasia y en
Asia Oriental. La guerra exterior frente a dos enemigos identificables (un
enemigo físico: las potencias enfrentadas a Oceanía; un enemigo ideológico:
Goldstein) es el factor de cohesión, que llega adonde el Gran Hermano no
alcanza con sus eslóganes.
Existen medios coercitivos para asegurarse este control. El Ministerio
del Amor dispone un aparato represor sin fisuras. No es infrecuente que tu
propio hijo te delate, a semejanza de los jóvenes camisas pardas nazis. Así
pues, vemos que existen diversos niveles de control social:
1. La guerra exterior contra el enemigo físico e ideológico. Es la
razón de ser última del Estado. Hay que odiar a Goldstein y a la potencia
enemiga de turno; sólo así, por contraposición, se podrá amar al Gran Hermano.
2. La guerra interior contra el crimental. Fomenta la participación de
los propios ciudadanos en su sistema represor. Pasa ineludiblemente por el
aprendizaje y repetición de las consignas fundamentales del Partido. Es el segundo nivel de cohesión: el amor al Gran Hermano.
3. La guerra contra la verdad. Orquestada por los medios de
comunicación, consiste en un lavado de cerebro permanente de las masas.
Configura la realidad que el Partido quiere imponer. A falta de pruebas en
contrario, termina por ser La Verdad. Es un nivel más profundo de cohesión del
sistema: si el recurso al enemigo externo y a la desviación ideológica no son
suficientes, se encarga de anular las últimas manifestaciones espontáneas de
contestación. No sólo hay que amar al Gran Hermano: además hay que agradecerle
el bienestar actual. Todos los adelantos, sean de la índole que sean, son obra
exclusiva del Gran Hermano.
4. La guerra contra las costumbres. Consiste en dar apariencia de
virtuosismo a todos los actos cotidianos. Ninguna conducta puede ser
considerada errónea, so pena de incurrir en el crimental. Hay que practicar la
abstinencia sexual. Hay que acudir a los autos de fe contra los enemigos del
Partido y del Estado. Hay que gritar en los Dos Minutos de Odio. No hay que dar
pie a conductas ambiguas en la calle. Hay que estar siempre visible para la
telepantalla. El Gran Hermano te vigila y, como corresponde a una figura
fuertemente paternalista, está dispuesto a castigar al hijo descarriado que
traiciona su confianza y desprecia su amor.
3.3.2 Dictadura
El régimen así caracterizado es, evidentemente, una dictadura. Se
ejerce un autoritarismo sin límites. No se contempla ninguna institución de
participación ciudadana, ni siquiera un parlamento ficticio en el que exista
una democracia fingida. No hay que convencer a nadie de las bondades del
régimen. Al estar cerrado al exterior, el Estado no tiene que rendir cuentas a
institución o potencia extranjera alguna. Al ser la dictadura perfecta, la
opinión pública es irrelevante. Es más: la opinión pública no existe.
Conocemos la trayectoria vital de George Orwell. Sabemos de sus
querellas internas en el seno de las fuerzas izquierdistas. Estamos al
corriente de su desencanto con los partidos denominados obreros. A tenor de sus
experiencias en el frente aragonés y en Barcelona durante la guerra civil
española, descritas en Homenaje a Cataluña, y a raíz de lo leído en Rebelión en
la granja, resultaría muy fácil ceder a la tentación de catalogar 1984 como una
obra anticomunista. Lo cual es cierto pero inexacto.
Orwell se cuida de trazar un mapa geopolítico en el que tienen cabida
tres totalitarismos feroces y sin fisuras, producto de un reparto del mundo
que, por lo sugerido en la novela, debió de producirse en algún momento en
torno a la década de 1950. Asia Oriental cayó bajo el influjo de China, y ya
sabemos que China es un Estado comunista desde que Mao Zedong desalojara a
Chiang Kai Chek de la China continental e instaurara su régimen, allá por 1949,
todavía en vida de Orwell, con 1984 en proceso de redacción. Eurasia es una
colonia de la Unión Soviética, en funcionamiento desde el triunfo de la
Revolución bolchevique de 1917 pero con el estatus de superpotencia mundial
desde que en 1945, al vencer al nazismo alemán de Hitler, se hiciera
virtualmente con el control la Europa del Este, tras la constitución, en 1949,
del Consejo de Ayuda Económica (COMECON), germen del Pacto de Varsovia. Oceanía
es el resultado de la absorción por parte de los Estados Unidos de América de
todos los países de habla inglesa (Canadá, Gran Bretaña, Suráfrica, Australia y
Nueva Zelanda) más sus colonias naturales (de acuerdo con lo establecido en la
Doctrina Monroe y la Doctrina del Destino Manifiesto, México y Centro y
Sudamérica). Vemos, pues, que si la crítica de Orwell hubiera tenido como único
objetivo el comunismo estalinista, habría hecho caer Gran Bretaña bajo la influencia
de Eurasia, algo que desde el punto de vista geográfico tenía más sentido que
hacer bascular a su patria natal hacia la influencia estadounidense. El Gran
Hermano practica una ideología, el Ingsoc, indistinguible del comunismo
estalinista, cierto, pero también indistinguible del nazismo o cualquier otra
forma de fascismo. Su antisemitismo (Goldstein es un apellido judío) puede ser
tan propio de un nazi alemán como de un comunista soviético como de un
ultrarrepublicano estadounidense (Henry Ford, por poner un ejemplo, fue cabeza
visible del antisemitismo en su país) o un tory británico. Su xenofobia adentra
sus raíces en la supremacía de la raza blanca y en la primacía de la lengua
inglesa, que sólo será superada por la neolingua, de raíces asimismo inglesas.
Si Orwell lo hubiera querido, el Gran Hermano podría haber sido ruso, o
chino, o alemán. Pero no. El Gran Hermano es anglosajón. Oceanía es una
dictadura, una de las tres dictaduras globales surgidas a raíz de la Segunda
Guerra Mundial, y acompaña al comunismo estalinista soviético y al comunismo
maoísta chino, pero no es ninguna de las dos, aunque comparte elementos
ideológicos y de modus operandi. También posee todos los atributos que
convierten en dictadura totalitaria al fascismo italiano y al nazismo. Pero no
es ninguna de ellas. No se puede identificar con ningún totalitarismo existente
en el momento de redacción de la novela. Es una extrapolación de lo que podría
ser un comunismo o un fascismo a la anglosajona. De donde debemos colegir que
Orwell está criticando todos los tipos de totalitarismo. Su crítica es de
carácter universal, y tanto da la forma que este totalitarismo adquiera:
comunismo, nazismo, fascismo o Ingsoc.
3.3.3 Falseamiento de la realidad
La única manera de perpetuar un régimen dictatorial como el presentado
por Orwell es falseando la realidad, perpetuando la mentira. Para que el
sistema funcione, hay que acabar con la disidencia. El crimental es el mayor
delito, y para evitarlo hay que terminar con las causas que conducen al mismo.
Hay que manipular el pasado, hacerlo inexistente si es necesario. "Quien
controla el presente controla el futuro. Quien controla el pasado controla el
presente." Este axioma tiene una interpretación evidente: el futuro será
de quienes han manipulado el pasado hasta el punto de modelarlo a su antojo.
Mediante la anulación de cualquier tiempo que no sea el mismo presente se podrá
evitar la contestación al régimen: la disidencia suele recurrir a factores
históricos, a un pasado en el que las cosas no eran como ahora, y ese recurso
al pasado conduce a rectificar el presente y mejorar el futuro. Anulando la
línea temporal se atajan de raíz estas posibilidades. El único pasado existente
es aquel que el Partido dispone, y puede cambiarlo a su antojo, si una cifra de
producción de chocolate no cuadra, si un objetivo del plan trienal no se
cumple, si tres líderes antirrevolucionarios deben ser vaporizados. Cualquier
discordancia entre el pasado y la propaganda oficial puede inducir a pensar que
el presente no es perfecto o no está completamente controlado. Ante la
imposibilidad de viajar en el tiempo para modificar esos parámetros
descontrolados, la única manera posible de eliminar el problema es borrándolos
de la memoria. Si se manipulan y adulteran, los nuevos registros pasarán a ser
la única verdad. La antigua verdad nunca habrá existido, luego no será verdad.
No será. Una persona incómoda para el régimen, un culpable confeso de crimental
(pues el crimental siempre conlleva una confesión de culpabilidad), será
anulado como persona, primero se le despojará de su personalidad y más tarde,
cuando su ejemplo viviente ya haya sido interiorizado por el súbdito, será
vaporizado, será una nopersona. No será. No habrá sido nunca.
Esta realidad configura un futuro perfecto. El pasado, en perpetuo
movimiento, dará lugar a un futuro inmóvil, en el que no quepa la disidencia
porque ya no existirá palabra para la disidencia. La neolengua se encargará de
ello. El lenguaje modelará la mentalidad de los hombres y mujeres futuros, en
la misma medida que la manipulación de la Historia. Llegará un momento en que
el tiempo se estanque, pues, como todo cuerpo perfecto, la entropía habrá
desaparecido y se encontrará en estado de reposo absoluto. Sólo en ese momento
darán igual el pasado y el futuro, puesto que sólo se vivirá en el presente.
Ese momento no está lejano. Los expertos prevén que hacia 2050 se publicará la
edición definitiva del Diccionario de neolengua. Esa es la fecha que el Ingsoc
se ha marcado para controlar la realidad. Una fecha tal vez utópica, puesto que
(y esto sólo puede significar que el Partido está próximo a alcanzar sus fines)
Winston no tiene la certeza de la fecha en que vive. Elige 1984 como fecha para
comenzar su diario por aproximación, no porque le conste. Es probable que la
acción de 1984 ni siquiera transcurra en el año 1984. El tiempo está dejando de
existir.
Pero este ideal puede no alcanzarse. En tanto no se hayan borrado todos
los registros del pasado que puedan comprometer el presente, y en tanto no se
haya perfeccionado la estructura mental de los habitantes de la Oceanía futura,
existe el riesgo del libre pensamiento. Y sólo con la violencia se puede
erradicar el germen del individualismo.
3.3.4 Violencia
El Estado debe ejercer la coerción para asegurarse el cumplimiento de
las leyes. Esto es aplicable a cualquier tipo de Estado, sea totalitario o
democrático. Sólo el nivel en que se ejerce esa coerción determina el tipo de
régimen político. Un Estado en el que priman los mecanismos violentos de
coerción es un Estado totalitario. La Oceanía de 1984 lo es. Bajo la apariencia
de utopía, todos saben lo que les espera si caen en desgracia. El crimental es
arbitrario, no respeta a nadie, padres de familia o miembros del Partido. Ni
siquiera Syme, el ideólogo de la neolengua, escapa a la prisión, a las
siniestras mazmorras del Ministerio del Amor. La violencia es el último
recurso, al que tarde o temprano llegarán todos los culpables de crimental, y
se ejerce de una manera desmedida. El Gran Hermano parece un dios bíblico,
ejerciendo su castigo. O'Brien es una figura casi paternalista, intenta por
todos los medios enseñar a Winston sus errores, convencerlo de lo erróneo de su
actitud, modelando su mente al antojo del Partido, induciéndolo al doblepensar.
Para ello, Winston ha de traicionar aquello que más quiere y, pese a que Orwell
se recrea sin piedad en las escenas de tortura física (las referencias a la
Inquisición son abundantes), lo más terrible de la novela es lo que acontece
dentro de la habitación 101, donde Winston se enfrenta a lo que más teme.
Violencia intelectual y violencia física van unidas en un binomio indisoluble
que sólo tiene una finalidad: perpetuar el Estado de terror y opresión, y no
sólo eso, sino hacerlo con el beneplácito y la firme adhesión y convicción de
los ciudadanos oprimidos. En palabras de O'Brien: «Si quieres hacerte una idea
de cómo será el futuro, figúrate una bota aplastando un rostro humano...
incesantemente».
4. Influencias literarias en 1984
1984 es la más famosa de las distopías. Pero, como hemos visto, no es
la primera de ellas. Tal vez no sea la mejor desde el punto de vista literario.
Ni siquiera es la más terrible. Todos los aspectos analizados por Orwell están
presentes en obras anteriores. Lo cual, evidentemente, no es un demérito para
1984. podemos afirmar que 1984 es el ejemplo más depurado de distopía, la
continuación de una tradición narrativa que no hace sino advertirnos de los
riesgos que entraña la concentración de poder en unas pocas manos y trata de
adoptar una postura ética para evitar tales situaciones.
El antecedente más claro de 1984 es la novela Nosotros, de Yevgueni
Zamiatin. Su autor era un ingeniero ruso (1884-1937) que hizo la Revolución con
los bolcheviques y cayó en desgracia, hasta el extremo de padecer el exilio
gracias a la intercesión directa de Stalin. Fruto de su experiencia es la
novela Nosotros (1921). En ella se nos presenta un futuro remoto en el que en
apariencia sólo existe el Estado Único dominado por el Bienhechor. La intimidad
es imposible: las paredes son transparentes y las prácticas sexuales están
reglamentadas muy estrictamente. El pronombre "yo" está proscrito.
Los habitantes del Estado Único ni siquiera tienen derecho a emplear un nombre
propio. D-503 anota sus experiencias en un diario. D-503 es el ingeniero
encargado de construir la primera nave espacial del Estado Único. Una mujer,
I-330, irrumpe en la vida de D-503 y lo pervierte. D-503 empieza a soñar y
desarrolla un alma. El Estado Único tiene que intervenir para extirparle la
fantasía y las ansias individualistas.
La novela de Zamiatin no llegó a ser publicada en Rusia hasta fechas
recientes. Sin embargo, circuló por Europa Occidental durante la década de los
20 y los 30, y sin duda Orwell la leyó para perfilar algunos de los aspectos
argumentales de 1984. La dictadura que nos presenta Nosotros es más terrible
aún que la de 1984, puesto que se nos presenta como un Estado Único y los
ciudadanos carecen de derecho a la intimidad (con las paredes de cristal de
Nosotros, ¿qué necesidad hay de utilizar las telepantallas de 1984?). Podemos
considerar a I-330 como el antecedente de Julia, aunque con una salvedad: Julia
permanece inmune a las enseñanzas de Winston, no lo pervierte ni se deja
influir por él, tan sólo vive una historia de amor con él y expresa una
rebelión a su manera (mediante la liberación sexual), pero por lo demás es una
persona completamente acrítica. I-330, por el contrario, enseña a pensar a
D-503, le abre las puertas de la duda metódica, lo lanza hacia la
clandestinidad. En este aspecto, el personaje de I-330 resulta más atractivo y
poderoso que el de Julia, mientras que el de D-503 se nos presenta dotado de
mayor personalidad que Winston.
Otra novela que sin duda ejerció una fuerte influencia en 1984 es Un
mundo feliz, de Aldous Huxley (1932). Este británico (1884-1963), curiosamente
alumno de Eton, al igual que el joven Orwell, se muestra más preocupado por la
psicología de personajes. Fiel a sus inquietudes sobre el consumo de sustancias
psicotrópicas, Huxley fundamenta su distopía en el consentimiento de los
alienados. La alienación se produce gracias al consumo de una droga, el soma,
que hace posible ese mundo feliz. Mediante el consumo de soma los ciudadanos
huyen de sus problemas. La sociedad de consumo hace el resto. Vivimos en el año
632 después de Ford, el santo patrón de este Estado Mundial. El consumo es una
necesidad. Para concienciar a las masas, nada mejor que convencerlas desde la
misma cuna. Gracias a la ingeniería genética se ha perfeccionado lo que en la
actualidad llamaríamos clonación. Legiones de seres idénticos, producidos en
tubos de ensayo, rígidamente divididos en castas (desde los superiores alfa,
dotados para el trabajo intelectual y directivo, hasta los disminuidos épsilon,
simple mano de obra), todos son meros engranajes necesarios de una enorme
cadena de montaje, y todos ellos están condicionados desde la infancia mediante
el aprendizaje hipnagógico. Berna rd
Marx, un alfa con una tara de nacimiento, trabaja como diseñador de esos
programas hipnagógicos, elabora las frases que, a fuerza de ser repetidas
durante el sueño de los infantes, determinarán el pensamiento de las masas.
Pero Berna rd, debido a su tara
física, es antisocial. Es contrario al amor libre imperante, representado por
Lenina Crowne, una beta trabajadora en la Sala de Decantación (el lugar donde
los fetos crecen). Ella accede a acompañarlo a una reserva en la que viven
seres humanos sin civilizar, es decir ajenos a este estado de cosas. Allí topan
con Linda, una nacida en el Estado Mundial que cometió el crimen de quedarse
embarazada (el mayor pecado en este mundo) y engendrar a John, el Salvaje. Con
el Salvaje de la mano, Berna rd
regresa a Londres. Vemos el idílico mundo feliz bajo la mirada atenta, crítica
y escandalizada de John, sólo para darnos cuenta de que este mundo feliz, esta
inmensa utopía, es terrible, acaso más terrible que la trazada por Orwell en
1984.
Orwell leyó Un mundo feliz. Las similitudes, desde luego, existen. Berna rd, igual que Winston, trabaja configurando la
realidad que aprenderán los habitantes de Londres: el primero, creando la
realidad; el segundo ,
sustituyéndola. Lenina y su falta de complejos en materia sexual son una buena
materia prima para Julia. El resto, a fuerza de presentarnos una distopía
basada en la felicidad de los súbditos del Estado opresor, podría parecer
distinto, pero en el fondo es mucho más terrible: un habitante del mundo
presentado por 1984, véase Winston, sabe que está siendo oprimido; un habitante
del Estado Único de Un mundo feliz cree que vive en el mejor de los mundos
posibles, donde imperan el consumismo y el amor libre.
No son las únicas influencias de 1984, pero sí las más destacables.
Entre las distopías más célebres cabría hablar también de La guerra de las
salamandras, de Karel Capek (1936), que nos presenta, con un agudo sentido del
humor, una guerra total, triste anticipo de la Segunda Guerra Mundial, entre la
humanidad y una raza de reptiles dotados de inteligencia. Pero esto apenas se observa
en la obra de Orwell. Busquemos, pues, influencias fuera de la corriente
distópica de la literatura fantástica. La más evidente es El cero y el
infinito, de Arthur Koestler (1941). Húngaro de nacimiento (1905-1983) y
británico de adopción, fue amigo personal de Orwell, con quien mantuvo un
interesante flujo de correspondencia. Su militancia comunista (1931-1937) lo
llevó, entre otras cosas, a ser condenado a muerte durante la Guerra civil
española. Fruto de sus experiencias y del desencanto sufrido por una Unión
Soviética inmersa de lleno en las purgas estalinistas, escribió El cero y el
infinito, una de las novelas más dolorosas que leerse puedan, e inspiradora
directa de la tercera parte de 1984. Los interrogatorios y torturas a que es
sometido Winston por O'Brien beben directamente de los de esta novela.
5. Influencias de 1984
Pero 1984 es una novela que también ha influido a posteriori, no sólo
en la literatura sino también en el cine y en la vida cotidiana.
5.1 Influencias literarias
Las influencias literarias de 1984 se encuentran en la tradición
distópica de la ciencia-ficción. La novela puso el listón tan alto que nunca
más se volvió a presentar un futuro tan negro: hacerlo hubiera equivalido a
incurrir en la autoparodia o la hipérbole increíble, y la efectividad de 1984
radica en que resulta inquietantemente creíble. Una distopía como Limbo, de Berna rd Wolfe (1952), tal vez deba más a Un mundo
feliz que a 1984, pero contiene puntos de interés para el estudioso de la obra
de Orwell. El estadounidense Berna rd
Wolfe (1915-1986) fue guardaespaldas de Trotski en su exilio mexicano de
Coyoacán y dio a publicar Limbo, una distopía tan inteligente como mordaz, en
la que las diferencias entre Estados se solucionan mediante una especie un
tanto desquiciada de Juegos Olímpicos. Tras la guerra atómica (fantasma que,
curiosamente, apenas desarrolla Orwell), el credo imperante es el vol amp, la
amputación voluntaria de miembros, que determina el prestigio social. El mundo
está dominado por dos grandes superordenadores. El futuro es incomprensible. El
Gran Hermano no lo entendería: ha quedado superado por la informática.
También sería aventurado hablar de puntos de contacto entre 1984 y La
naranja mecánica, de Anthony Burguess (1962). La violencia está consagrada como
entretenimiento para la juventud. La caída en desgracia de uno de los
practicantes de la ultraviolencia, Alex, corre en paralelo a la narración de su
reinserción. Pero no se trata de una reinserción destinada a erradicar la
violencia de su ser (se intenta en un primer momento, dejándolo indefenso ante
el mundo exterior), sino encaminada a hacerle recuperar el instinto agresivo y
violento. Es tal vez la única concomitancia entre ambas obras: un largo
proceso, mezcla de rehabilitación y tortura, que da como resultado una persona
del agrado del poder, hecha a imagen y semejanza de las directrices
gubernamentales.
5.2 Influencias cinematográficas
Podemos hablar de dos adaptaciones cinematográficas de 1984. o mejor
dicho, de dos y media.
La primera data de 1956. Fue dirigida por Michael Anderson y estuvo
protagonizada por Edmond O'Brien (como Winston), Jan Sterling (como Julia),
Michael Redgrave y Donald Pleasence. La segunda, fechada precisamente en 1984,
fue dirigida por Michael Radford y protagonizada por John Hurt (Winston),
Suzanna Hamilton (Julia) y Richard Burton (O'Brien). Ambas son correctas, pero
demasiado literales, fallan precisamente por su intento de ser fieles a la
novela de Orwell. Puestos a destacar, destaquemos un elemento heterodoxo en la
segunda: la música, a cargo del grupo Eurythmics. Además de estas dos
películas, cabe consignar al menos dos adaptaciones televisivas, una fechada en
1954 (dirigida por Rudolph Cartier y protagonizada por Peter Cushing) y la otra
en 1965 (dirigida por Christopher Morahan y protagonizada por David Buck).
De este modo, nos vemos en la obligación de hablar de la adaptación
cinematográfica que haría el lugar "dos y medio": Brazil, de Terry
Gilliam (1985). El director nunca se cansa de repetir que no había leído el
libro, si bien el título provisional de la película era 1984 y medio, un claro
homenaje a la novela de Orwell y a la película de Federico Fellini 8 y medio.
La odisea burocrática de Sam Lowry (Jonathan Pryce) se da un aire al ambiente en
que trabaja Winston; muy bien podría ser el Ministerio de la Verdad, del mismo
modo que Ian Holm en el papel de Kurtzmann parece un doble de George Orwell.
Las ensoñaciones de Sam con Jill Layton parecen los momentos más arrebatados de
la historia de amor entre Winston y Julia. El mundo opulento en que vive la
madre de Winston podría ser el ambiente de las élites del Partido Interior. La
caída en desgracia de Sam y su posterior tortura parecen la plasmación en
imágenes más perfecta y estremecedora de la tercera parte de 1984 novela. Por
supuesto, Gilliam confiere al conjunto un tono satírico (esas bromas acerca de
la inoperancia de la policía secreta, incapaz de horadar un agujero de las
dimensiones adecuadas para capturar –por error-- a un supuesto disidente
político porque «se han vuelto a pasar al sistema métrico decimal»), así como
un componente entre kafkiano y onírico (ese fontanero comando encarnado por
Robert De Niro) de los que carece la novela de Orwell.
Se podrían encontrar ecos marginales de 1984 en otras películas como
The Wall (Alan Parker, 1982), que nos presenta otra "pesadilla de aire
acondicionado" con el leitmotiv de la música de Pink Floyd, pero sus
similitudes con la novela no dejan de ser eso: marginales.
5.3 Influencias en la vida cotidiana
Lo más terrible de 1984 es que ha trascendido el ámbito puramente
literario y podemos encontrar ecos de la novela en la vida cotidiana. Cabe
hablar de la capacidad anticipatoria de la novela, un asunto que ha levantado
multitud de controversias y que en torno al año 1984 se convirtió prácticamente
en el asunto del día en las columnas de prensa. ¿Qué había en al año 1984 de la
novela 1984?, se preguntaban periodistas, columnistas y tertulianos. La
conclusión más extendida era que Orwell había fracasado como profeta: la
dictadura predicha en sus páginas no había tenido lugar. El mundo parecía
respirar tranquilo: el Gran Hermano nunca gobernó. Orwell ya no era fiable.
Sin embargo, huelga decir que Orwell no era un profeta, sino un
escritor concienciado. No es pequeña la diferencia: como buen distopista, como
buen escritor, como buena persona, Orwell no intentaba adivinar el futuro, sino
evitar un futuro posible mediante un alegato que sacudiese conciencias e
indujese a la reflexión. El futuro previsto en 1984 resultaba terrible no por
el hecho de que Orwell creyese que iba a tener lugar, sino porque temía que, si
las cosas seguían así, podría llegar a suceder.
¿A qué temía Orwell? Ya hemos visto que la posibilidad de una dictadura
casi mundial, capaz de manipular los medios de comunicación y anular la
voluntad y la memoria de los ciudadanos, le parecía la peor de las
posibilidades. 1984 es una advertencia demasiado poco sutil, desesperada, muy
evidente. Homenaje a Cataluña llegaba en mal momento: la Unión Soviética aún
era la mejor garantía en la lucha contra el fascismo internacional. La II
Guerra Mundial aún no había empezado. Rebelión en la granja tampoco llegó en
buen momento: la guerra estaba recién ganada, la Unión Soviética había salvado
la democracia en el mundo y la fábula moral propuesta por él resultaba
demasiado evidente. Por momentos, Orwell cree que la batalla está perdida, que
de nada servirá denunciar el totalitarismo. Parece que la Unión Soviética ha
formado una alianza contra natura con las potencias democráticas occidentales,
con el único fin de silenciar la verdad. El inicio de la guerra fría da lugar a
una lucha de bloques que, con la irrupción de la China comunista, conforma un
panorama internacional inquietante: el fantasma de una guerra total acecha. Es
una guerra de baja intensidad, manifestada en conflictos puntuales, pero
siempre con el fantasma de la conflagración mundial rondando. Puesto que la
guerra militar no resulta conveniente, las mejor arma para ganar el conflicto no
declarado es otra: la guerra propagandística. Para ganarse a la opinión
pública, ambos bandos crean un ambiente de confrontación (un enemigo
identificable) y no dudan en tergiversar los medios de comunicación, e incluso
la historia, de acuerdo con sus propios fines. Sólo así se tendrá una
ciudadanía completamente convencida de la maldad del enemigo (lo cual garantiza
la cohesión del grupo) y dispuesta a casi todo por defender su integridad
territorial. La disidencia interna se castiga con la cárcel y la tortura (los
gulags soviéticos) o con el silenciamiento (la caza de brujas maccarthista en
los Estados Unidos). Si el odio al rival no bastase para mantener unida a la
nación, existen otros métodos para hacerlo: el recurso a una figura
carismática, un líder. Si aun así ello no bastase, el poder dispone de
suficientes medios de comunicación y mecanismos ideológicos para anular todo
vestigio de discrepancia. Si el equilibrio de poderes variase, si cambiasen las
circunstancias o las alianzas, el sistema no puede permitirse el lujo de
reconocer su error. Necesita, por tanto, modificar la realidad, hacer creer a
la ciudadanía que todo lo que sucede obedece al interés común, que éste siempre
ha sido inmutable y que quien se atreva a desenmascarar las contradicciones surgidas
a lo largo de este proceso es necesariamente antipatriota y, por tanto, merece
ser castigado. El ciudadano tiene que aprender a pensar que el enemigo de hoy,
por muy odiado que sea, puede ser el aliado de mañana; que lo que hoy es blanco
mañana puede ser negro. Si no se confía en la nación y en el líder,
difícilmente se podrá ganar la guerra contra el Otro, fin último de la
existencia del Estado. Si en el camino hay que prescindir de la verdad o
adecuarla a la situación existente, se hace. Si hay que hacer pequeñas trampas
mentales, mentirse a sí mismos, también se hace.
Este esquema resulta independiente de la forma de gobierno. En
democracia o bajo una dictadura, el poder sólo busca perpetuarse, y la
superestructura ideológica es la mejor aliada de los mecanismos coercitivos. De
este modo, Orwell no está aventurando un futuro terrible, sino describiendo un
modus operandi propio de un enfrentamiento entre bloques. Orwell, en primer
lugar y como objetivo inmediato, critica toda forma de totalitarismo, en
particular el comunismo estalinista, pero ya ha ido un paso más allá de la
denuncia efectuada en Rebelión en la granja. Su denuncia es mucho más radical.
Nos advierte en contra de todos los mecanismos de manipulación de masas.
Emplazando su distopía en una Gran Bretaña colonizada por los Estados Unidos da
a entender que ninguna región del mundo escapa a la manipulación.
Orwell, por tanto, retrata la situación del mundo en 1948, año en que
comenzó a escribir la novela. De hecho, 1984 es el resultado de invertir las
dos últimas cifras de aquel año. Esta situación persiste en la actualidad. La
caída del bloque comunista soviético y el acercamiento de China a los
postulados de la economía capitalista de mercado tal vez tracen un panorama
geoestratégico distinto. El enemigo ha pasado a ser difuso, toda vez que el
posible enfrentamiento entre mundo occidental y mundo árabe no parece ser tal
(no olvidemos que los Estados Unidos y sus aliados cuentan con el apoyo de casi
todos los gobiernos árabes y arrastran en su contra a casi toda la opinión
pública de sus países). La amenaza ha pasado a ser genérica, la lucha contra el
terrorismo o el «eje del mal», tan sólo existe una potencia que pueda ser
considerada hegemónica. Este cuadro no tiene nada que ver con la situación
descrita por Orwell. Sería muy fácil ceder a la tentación de considerar 1984
como una falsa profecía.
Y, sin embargo, las actitudes descritas por Orwell siguen ahí. No es
necesario recurrir a la represión pura y dura para mantener cohesionada la
sociedad. Una dictadura como las descritas por Orwell no es viable en una
sociedad capitalista liberal. ¿Por qué? Pues porque existen mecanismos más
sutiles para sojuzgar a la ciudadanía.
El control social ha mutado. Se puede incrementar el recorte de los
derechos civiles sin que ello suponga un coste electoral para las fuerzas que
lo ponen en marcha: al fin y al cabo, se realizan para garantizar la libertad
de los ciudadanos frente a amenazas exteriores (la guerra contra el terrorismo
internacional) o internas (la lucha contra el terrorismo local, la delincuencia
y la inmigración ilegal). No es necesario recurrir a la dictadura y las
torturas no dejan de ser incidentes aislados y relativamente justificados por
la Constitución (sólo cuando se produce la supresión de libertades individuales
del ciudadano, para los supuestos de estado de excepción y estado de sitio).
Mediante los mecanismos democráticos y constitucionales, la ciudadanía cede
parte de su soberanía al Estado, con la finalidad de proteger su integridad
física.
Es en este punto donde la terminología de Orwell ha arraigado en la
opinión pública. 1984 no sólo describe una situación existente, sino que
proporciona las herramientas para dar nombre a determinados comportamientos
descritos. Cuando decimos "el Gran Hermano te vigila", evidentemente
no nos referimos al dictador benevolente y temible de la novela de Orwell, sino
a la maquinaria estatal aplicada al escrutinio sistemático de los
comportamientos del individuo. El Gran Hermano no es un partido político o una
persona, sino el Estado mismo. El Ministerio de Hacienda, que posee todos
nuestros datos fiscales. El Ministerio del Interior, que posee todos nuestros
historiales delictivos. El Ministerio de Sanidad, que posee todos nuestros
historiales clínicos. La Agencia de Protección de Datos, que posee la llave
para que empresas, bancos y compañías de seguros sepan quiénes somos, qué
comemos, qué enfermedades padecemos, qué situación económica atravesamos... en
resumen, la clave para conocernos mejor de lo que nosotros nos conocemos a
nosotros mismos. Éste es el Gran Hermano real y actual, una maquinaria puesta a
nuestro servicio y, por tanto, mucho más temible que el dictador de Orwell,
puesto que existe y es inevitable.
No es el único punto de la realidad cotidiana en que el lenguaje
orweliano se ha infiltrado en el habla coloquial. La manipulación informativa a
veces hace aflorar las referencias a Orwell y su obra. Cuando el político de
turno afirma como dogma de fe indiscutible una opinión que poco antes
denigraba, la expresión doblepensar acude a nuestras mentes. Ya ha dejado de
resultar extraño que expresiones que parecen salidas de 1984, tales como
"la guerra es la paz", estén en boca de la clase dirigente y, peor
aún, ya no nos extrañen. Ya están asumidas como parte indisoluble de su
discurso político.
¿qué hay de 1984 en nuestro mundo actual? Parece ser que mucho, y más
de lo que quisiéramos. La advertencia de Orwell parece haberse convertido en
realidad, tal vez de una manera más sutil y, por supuesto, menos lesiva para la
sensación de libertad individual. El futuro opresivo descrito por Orwell se ha
convertido en un presente en el que impera la sensación generalizada de
libertad y comodidad, de utopía realizada, pero en realidad los mecanismos de
control son los mismos. En resumen, la definición misma de distopía, tal como
la enunciábamos en otro momento de esta conferencia. Una situación más próxima
a la distopía descrita por Aldous Huxley en Un mundo feliz, en la que la
sumisión de las masas pasaba ineludiblemente por el condicionamiento
hipnagógico, las drogas de diseño y la sociedad de consumo; un modelo igual de
impersonal que el de 1984, pero envuelto en una apariencia mucho más humana y
deseable. Motivos que hacen que la distopía de Aldous Huxley sea mucho más
temible que la de George Orwell. Pese a su fama, 1984 no nos presenta, ni de
lejos, el peor de los futuros posibles.
A decir verdad, es probable que 1984 ni siquiera sea el libro más
terrible de Orwell. Demasiado maniqueo, como por otra parte la mayoría de su
obra, carece de los matices de Rebelión en la granja y de la espontaneidad y
vividez de Homenaje a Cataluña. Es demasiado poco sutil, y ello le hace perder
parte de su pretendido efecto denuncia. Pese a que su fin último es denunciar
cualquier forma de totalitarismo, tanto los existentes en el momento de ser
escrita como los que probablemente habrían de surgir (siguiendo la cronología
interna de la novela, el Gran Hermano no aparece en la historia hasta los años
60, con la revolución ya consolidada), es asimismo una metáfora demasiado
transparente del estalinismo. El Gran Hermano es Stalin. Emmanuel Goldstein es
Trotski, su archienemigo, su compañero de revolución, a la cual supuestamente
traiciona. Orwell ha vivido la persecución de las milicias trotstkistas del
POUM durante su estancia en Cataluña y Aragón. También sabe lo que es exponerse
a la censura por divulgar opiniones opuestas al estalinismo. Todo ello lo
convierte en un compañero de viaje de Trotski. Aunque la ideología de Orwell no
era propiamente trotskista, el hecho de denunciar los excesos del estalinismo
(en Homenaje a Cataluña, por la vía del periodismo de denuncia; en Rebelión en
la granja, mediante una fábula animal; en 1984, recurriendo al tremendismo), en
la práctica termina por servir a los intereses de Trotski. La crítica abierta
de la represión de las milicias del POUM en Homenaje a Cataluña, la persecución
de Snowball en Rebelión en la granja y la introducción del personaje de
Emmanuel Goldstein en 1984 son manifestaciones de un alineamiento inequívoco
del lado de Trotski.
O tal vez no. Del mismo modo que jamás vemos al Gran Hermano, es tan
sólo una referencia abstracta, una suerte de divinidad que encarna los valores
fundamentales del Estado de Oceanía, tampoco sabemos a ciencia cierta quién es
ni cómo se comporta Emmanuel Goldstein. Las únicas manifestaciones de la
existencia de Goldstein, aparte de la confusa Hermandad (en realidad, un cebo
para atraer disidentes a las garras de la Policía del Pensamiento), es un texto
completamente inocuo y meramente descriptivo del funcionamiento de Oceanía y de
las interioridades del Partido. Teoría y práctica del colectivismo oligárquico
apenas tiene elementos escandalosos; no es más que un manual de divulgación. De
hecho, podría ser un libro de texto para los cuadros del Partido Interior, ya
convencidos de las bondades del régimen gracias al proceso del doblepensar.
Ni el Gran Hermano ni Goldstein se nos muestran a lo largo de 1984. Tan
sólo disponemos de referencias inconcretas: el Gran Hermano es bueno, es la
esencia y elemento unificador del Estado, es amor; Goldstein es malo, es el
enemigo externo e interno que amenaza con disgregar el Estado, es odio. Sin el
uno, el otro no podría existir. El Gran Hermano necesita a Goldstein para que
su dictadura y el estado de guerra perpetuo que su régimen mantiene adquieran
algún sentido.
Siguiendo la lógica de la novela, el Gran Hermano tiene agentes muy
poderosos encargados de perpetuar al Partido en el Poder. El Ministerio del
Amor es el más notable. Todo el peso del Estado se encamina a mantener a los
súbditos fuera del alcance de la nefasta influencia de Goldstein. O'Brien es el
máximo ejemplo, capaz de tender una trampa a Winston y Julia para anularlos
como personas, pues han caído en el crimental.
Ahora bien, ¿cuáles son los agentes de la Hermandad de Goldstein? En
los Dos Minutos de Odio se proyectan imágenes de Goldstein, el enemigo eterno,
sobre un fondo bélico, la guerra que Oceanía libra con Eurasia. Pero Goldstein
no es el Gran Hermano eurasiático, sus motivaciones pueden haberlo llevado a
traicionar a su país, probablemente se encuentre refugiado en Eurasia si con
ello ayuda a derrocar al Gran Hermano, pero en ningún caso resulta creíble la
idea de que domine los destinos de los eurasiáticos. Goldstein lucha contra el
Gran Hermano (y, por ende, contra Oceanía), pero no es un líder con poder
efectivo. Según la propaganda de guerra, es identificado con Eurasia, el actual
enemigo de Oceanía. Pero, como vemos al final de la novela, el enemigo de
Oceanía ya no es Eurasia sino Asia Oriental, y siempre ha sido el enemigo, el
único enemigo. Goldstein pasará entonces a ser un traidor vendido a Asia
Oriental. Realmente hace falta un esfuerzo de doblepensamiento, al alcance de
todos los miembros del Partido y muchos de los perfectos ciudadanos, para creer
en estos vaivenes. Pero el combate contra el Gran Hermano no se desarrolla en
el frente exterior, sino en la realidad cotidiana. La Hermandad es una
organización que funciona dentro de Oceanía. Necesita, pues, agentes
infiltrados en la sociedad.
¿Quiénes son estos agentes? Durante un tiempo, Winston y Julia. Son los
únicos que conocemos. O'Brien les advierte de que tarde o temprano los
detendrán y sustituirán por otros, en una espiral aparentemente sin fin, en la
que el crimental conduce irrevocablemente a la Hermandad, la Hermandad conduce
irremediablemente al Ministerio del Amor (la temida habitación 101) y el
Ministerio del Amor conduce irremediablemente a la vaporización y la nopersona,
el no ser, el no haber existido nunca. "Tú no existes", replica
O'Brien a Winston en un momento de su lavado de cerebro.
O'Brien. Siempre O'Brien. El agente secreto de la Policía del
Pensamiento. El amigo de Winston que se le aparece en sueños para inducirlo al
crimental. El agente de la Hermandad.
Gran Hermano. Hermandad. O'Brien. Tres vértices de un triángulo. Una
persona que, en apariencia, actúa como agente doble. Aunque, si nos detenemos a
pensar, se trata de un pésimo agente doble, pues siempre, inevitablemente, los
agentes que gana para la causa de la Hermandad (Goldstein) terminan siendo
torturados por él mismo en el Ministerio de la Verdad.
La pregunta que uno se plantea es: ¿Existe verdaderamente Emmanuel
Goldstein? ¿No se tratará de un cebo que las autoridades ponen a disposición de
los incautos cuyas convicciones flaquean y, no siempre por su propia voluntad,
incurren en el crimental? Goldstein es el enemigo del Gran Hermano, resulta
evidente que su naturaleza ha sido desvirtuada por la propaganda del régimen
para convertirlo también en el enemigo de Oceanía, en la encarnación de todos
sus males. El juramento que Winston y Julia realizan de sumisión a la Hermandad
es una declaración de guerra al Estado. Si la naturaleza de Goldstein ha sido
desvirtuada tras su presunta huida de Oceanía; si nada de lo que asegura la
propaganda es cierto; si nadie ha visto a Goldstein y sus únicos agentes son en
realidad miembros de la policía secreta del régimen, ¿qué nos impide pensar que
en realidad Goldstein es una fabulación, un invento del régimen, un
archienemigo diseñado para glorificar por defecto al Gran Hermano y para cazar
a los disidentes? Es probable que en el pasado existiera un Emmanuel Goldstein,
que se enfrentase con el Gran Hermano y que tuviese que huir de Oceanía; pero
de ahí a suponer que ejerza una influencia decisiva en la lucha contra el
régimen media todo un abismo. Sabemos que el trotskismo no influyó en la lucha
interna contra el estalinismo. Había otras fuerzas (religiosas, nacionalistas,
cívicas) que, indiscutiblemente apoyadas desde el exterior (por el Vaticano,
Irán y los Estados Unidos), encabezaron la democratización e independencia de
las repúblicas que componían la URSS. Pero en ningún momento hubo ningún partido
trotskista que interviniese de forma directa en este proceso. Y, sin embargo,
durante muchos años la propaganda oficial estalinista se encargó de culpar a
conciencia a Trotski, al traidor, de todos los males de la Nación. Orwell no
vivió para ver este proceso, pero la lógica planteada en 1984 es la misma.
Goldstein es el enemigo oficial, pero en la práctica no es relevante para
derrocar el régimen. No cuenta con agentes, los que se presentan como miembros
de la Hermandad son en realidad sicarios del Gran Hermano, y su ideología es
casi inexistente, apenas un puñado de obviedades. Las esperanzas de Winston
siempre estuvieron puestas en los proles, los miembros de la sociedad más
ajenos a las proclamas del Gran Hermano, algunos de ellos incluso conscientes
de que hubo un pasado anterior al Gran Hermano en el que existía un nivel de
vida equiparable o superior al actual. Para ellos, en cierto modo el Gran
Hermano no existe.
Porque esta es la pregunta fundamental: ¿existe el Gran Hermano? El
Gran Hermano irrumpe en la historia de Oceanía en un momento inconcreto.
Winston cree recordar que en torno a la década de los 60, veinte años antes de
la fecha en que transcurre la novela. A diferencia de Goldstein, el Gran
Hermano no participó en la Revolución, al menos con ese título. El Gran Hermano
no realiza apariciones en público. Es glorificado, es el líder, el conductor
del ejército hacia la victoria sobre el enemigo externo, el garante de la
victoria sobre la disidencia interna, el caudillo que proporcionó todos los
adelantos científicos y técnicos conocidos a sus amantísimos hijos, es el
padre, es el dios. Pero nadie recuerda haberlo visto en persona. Nadie recuerda
en qué momento apareció en la vida pública. No tiene un origen definido, es un
ser casi mítico sin historia, en una sociedad que, gracias a la manipulación
ideológica e informativa, sabe que la historia no existe, que lo que hoy es
mañana no será, no habrá sido nunca.
¿Existe el Gran Hermano? La pregunta es difícil de responder. Tal vez
sí, tal vez no. ¿Existe Goldstein? Por lo que hemos visto, es cierto que en un
pasado remoto existió un Emmanuel Goldstein, pero no es el mismo contra el que
alertan las autoridades, pues el Goldstein actual no existe, es una mera
invención, una herramienta represora más. Tenemos, pues, a un Goldstein que en
el pasado existió pero en la actualidad es sólo un nombre, una franquicia que
encarna al mal, y a un Gran Hermano, su opuesto, que no tiene pasado, nadie
sabe en qué momento apareció en escena y representa todos los valores positivos
de la sociedad. Todas las atrocidades represoras se cometen en nombre del Gran
Hermano. Todas las atrocidades que conducen a la represión se cometen en nombre
de Goldstein. Sin las primeras, no se podrían justificar las segundas, que son
la razón de ser del Régimen. Goldstein y el Gran Hermano se necesitan
mutuamente y, si el primero no existe, ¿por qué habría de hacerlo el segundo ? O son la misma persona o no son ninguna
persona en absoluto. La decisión queda a la libre interpretación de cada cual.
Según leemos en Teoría y práctica del colectivismo oligárquico, es
probable que Eurasia y Asia Oriental tengan sus propios Grandes Hermanos (y,
suponemos, sus Goldstein particulares). En un ejercicio de imaginación, podemos
suponer que si Eurasia es la evolución lógica de una Europa continental
invadida por la Unión Soviética, ambos papeles correspondan a los propios
Stalin y Trotski, respectivamente. Lo cual nos lleva a preguntarnos si Stalin y
Trotski, de manera análoga al Gran Hermano y Goldstein, existen en realidad. Y,
más allá, si existen la propia guerra en la que se sustentan el Gran Hermano y
su régimen o incluso si existen los tres grandes bloques que pugnan en esa
guerra.
Queda un último punto por analizar. 1984 es la historia de la
resistencia de un individuo, Winston, a ser absorbido por todo un sistema. En
toda distopía que se precie, este intento está abocado al fracaso. El D-503 de
Nosotros es reinsertado en la comunidad. Berna rd
Marx y el Salvaje de Un mundo feliz padecen destinos diferentes, pero ambos se
saldan con derrota: el primero es deportado a Islandia, el segundo se ahorca ante su desesperación por la
sociedad perfecta descrita por Huxley. Winston y Julia se traicionan mutuamente
y a ellos mismos y son vaporizados en 1984. Toda forma de lucha del individuo
frente al sistema represor es una quijotada que no puede acabar bien. Frente a
ello, sólo cabe una opción: integrarse en la multitud, de modo que no puedan
anularte como persona. Si no piensas como la masa, al menos camúflate bien
entre ella. En cierto modo, es el destino al que están abocados los héroes
solitarios de las novelas de aventuras (el señor Kurtz de El corazón de las
tinieblas, de Jose ph Conrad, ha de
ser eliminado como castigo a su heterodoxia) y terror (el Robert Neville de Soy
leyenda, de Richard Matheson, termina convertido en un monstruo: es el único
ser humano vivo entre una sociedad de vampiros; él es el extraño, el que debe
ser eliminado). Las distopías radicales del periodo clásico de este subgénero
no nos ofrecen ninguna solución, se limitan a recordarnos que el empeño es
inútil.
Ahora bien, cabe preguntarse si en realidad Winston Smith es derrotado.
1984 concluye con la derrota de Winston, con su lavado de cerebro y reinserción
momentánea en la vida laboral, presagio de una pronta vaporización. Sin
embargo, Orwell ofrece un post-scriptum, el ensayo titulado "Los
principios de la neolengua", en el que teoriza acerca de lo que hemos
visto en la novela. Comprendemos el funcionamiento de la neolengua, su
estratificación en niveles de dificultad, tanto más desarrollados cuanto más
elevado el nivel de jerarquía dentro del Partido. Desde el punto de vista de un
filólogo, sin duda resulta una lectura fascinante. Para el interesado en la
sociología y en la política, también. Para el aprendiz de literato, es un
modelo de construcción de un universo narrativo coherente. Para el
conferenciante empeñado en sacarle punta a la novela, arroja las claves que
necesitamos para descubrir un hecho que tal vez pasara desapercibido para los
lectores: es posible que el régimen del Gran Hermano haya sido derrotado.
Orwell nos ofrece indicios que apuntan en esta dirección. Bien es cierto que
son indicios un tanto inconsistentes, pero merece la pena pensar en ellos.
Para empezar, este apéndice está escrito bajo la forma de un ensayo. La
tercera persona del narrador, implicado en la historia que relata, desaparece
para dar paso a una tercera persona completamente aséptica, ajena a la novela:
tan sólo se nos ofrece un ensayo sobre lingüística. Lo habitual en la
literatura especulativa, cuyo marco temporal se desarrolla en el futuro del
lector, es recurrir a este tipo de ensayos para aclarar algunos aspectos
confusos o no suficientemente desarrollados en la narración. Orwell recurre,
pues, a este subterfugio para explicarnos el funcionamiento de la neolengua. El
ensayo comienza así:
"La neolengua era la lengua oficial de Oceanía y fue creada para
solucionar las necesidades ideológicas del Ingsoc o Socialismo Inglés. En el año
1984 aún no había nadie que utilizara la neolengua como elemento único de
comunicación, ni hablado ni escrito. (...) Se esperaba que la neolengua
reemplazara a la vieja lengua (o inglés corriente, diríamos nosotros) hacia el
año 2050."
En apariencia se trata de un texto muy aséptico. Demasiado, de hecho.
Sin embargo, ¿no llama la atención el empleo de tiempos verbales? La toma de
partido de Orwell en la novela hace más llamativa esta asepsia. El recurso al
tiempo verbal con que se narran los orígenes de la neolengua, sin embargo,
resulta muy revelador. Según la lógica de 1984, Winston cae, la resistencia es
aplastada una vez más, la maquinaria estatal se comporta como la bota que pisa
indefinidamente cuantos rostros humanos se le interpongan. El Partido triunfa y
está más cerca de lograr sus objetivos: mantenerse en el poder perpetuamente,
borrar la corriente temporal, controlar el futuro. Orwell debería narrar el
desarrollo de la neolengua desde un futuro en el que el Partido ha conseguido
sus objetivos, pues el final de la novela es meridianamente claro: el Partido
ha triunfado sobre Winston y Julia. Sin embargo, "Los principios de
neolengua" matizan este discurso. Para empezar, Orwell escribe el ensayo
en inglés. Quiere decirse con esto que en el futuro desde el que Orwell escribe
el ensayo, posterior al año 1984, las referencias a la neolengua están escritas
en inglés corriente, no en neolengua. De la neolengua se nos precisa que era la
lengua oficial de Oceanía y que estaba prevista su completa implantación antes
del 2050. Aunque parezca una perogrullada, no se nos afirma que la neolengua
sea la lengua oficial de Oceanía en el momento, posterior a los sucesos
narrados en la novela, en que está escrito el ensayo. Se habla de la neolengua
en pasado, así como del calendario fijado para su implantación. Podemos
suponer, por tanto, que la neolengua ya no existe. Lo cual nos permite suponer,
sólo suponer, que el empeño del Gran Hermano y del Ingsoc de implantar una
lengua artificial ha fracasado. Lo cual nos lleva a suponer, sólo suponer, que
tal vez con el derrumbe de este empeño faraónico se vino abajo todo el edificio
en que se sustentaba el sistema. Orwell nos está ofreciendo un indicio
razonable de que se puede luchar contra el Gran Hermano y, quién sabe, quizá
derrotarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario