domingo, 12 de marzo de 2017

EL PERIODISMO DE LA INSIDIA

Sábado 11 de marzo de 2017, 17:58h

El Cultural, revista de referencia de la vida intelectual española, que se publica los viernes con el diario El Mundo, difundió el artículo de Luis María Anson que reproducimos a continuación.
Frente a tanta denigración espúrea, me complace subrayar el orgullo que siento por el excelente periodismo que están haciendo las nuevas generaciones. Medio centenar de Facultades de Ciencias de la Información introducen todos los años en el mercado español de la comunicación a jóvenes bien preparados dispuestos a competir y crecer.

Son los nuevos sabuesos que olfatean la noticia, la rastrean hasta confirmarla y la sueltan luego al vuelo del periódico impreso, hablado, audiovisual o digital.

Los periodistas somos los administradores de un derecho ajeno: el que tienen los ciudadanos a la información. Y sería injusto no reconocer que la sociedad española dispone hoy, en sus líneas generales, de una información completa, independiente, libre y bien contrastada.

Me aseguran especialistas en el tema que en España al menos 6.000 curanderos de muy varia condición emborronan el ejercicio de la medicina que los profesionales egresados de la Universidad después de largos y muy duros años de estudios se esfuerzan por mantener en las más altas cotas del mundo.

El curanderismo zarandea también a la profesión periodística. Noam Chomsky ha explicado muy bien su alcance, pues no solo se padece en España sino en la mayor parte de las naciones desarrolladas, sobre todo desde que se extendió el imperio de las redes sociales. La crisis económica condujo a un periodismo pordiosero de mano tendida para recibir la limosna de los patrocinios, las subvenciones y la publicidad de favor que han permitido mantener con vida a muy varias publicaciones

Mucho más grave ha sido, en todo caso, en el ejercicio de la profesión, el periodismo de la insidia. Indro Montanelli fue el primero que habló de la telebasura. George Steiner se lamentaba del intrusismo galopante en la profesión. Kapuscinski se irritaba ante el alud de la insidia y la especulación. Los tres fueron Premios Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Tuve ocasión de mantener con ellos largas conversaciones y lo que temían se ha convertido hoy en realidad doliente. Al menos en España y en varios países europeos y americanos.

El periodismo de la insidia entra a saco en la vida privada de reyes, príncipes, gobernantes, políticos, artistas, actores, actrices, personajes varios de las distintas esferas sociales. En algunas columnas, en ciertos espacios de radio, en determinados formatos de televisión, en el océano digital, hay curanderos del periodismo que no dan noticias, sino que extienden rumores, bulos y especulaciones, cuando no deliberadas mentiras o descaradas calumnias. Todo vale para aumentar la audiencia.

Frente a la calidad extraordinaria del periodismo serio que se ejerce en España, se alza ese otro periodismo de la insidia que tanto perjudica a la profesión y que es necesario denunciar. Difícil calibrar las repercusiones que semejantes prácticas alcanzan en la sociedad española. El periodismo de la insidia tiene además algo de dictadura que extiende el miedo y fractura la libertad de expresión. El político, el banquero, el actor, la actriz, el futbolista, el torero, el empresario, el escritor, la modelo, el personaje célebre se asustan ante los periodistas curanderos de la insidia y en no pocas ocasiones caen genuflexos implorando discreción o piedad y a veces pagando un peaje vergonzoso.

No será fácil, en fin, erradicar la enfermedad. Solo a largo plazo, acentuando el estudio de la deontología profesional en la Universidad, se paliará el efecto pernicioso del periodismo de la insidia. Positivo es, en todo caso, como hicieron Indro Montanelli, Noam Chomsky, George Steiner o Reyszard Kapuscinski, denunciar la situación. O como Katharine Viner en un admirable artículo reproducido en lo más granado de los periódicos occidentales. Se lamentaba la directora de The Guardian de la creación de laboratorios de noticias falsas, sin otra medida de valor que la viralidad en lugar de la verdad o la calidad, porque “lo único que importa es si la gente clica, ya que en lugar de fortalecer la idea de que la información es una necesidad democrática, crecen los grupitos que difunden falsedades instantáneas”.

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