Esa hilarante carta es el testimonio de una monumental
estafa a su propio pueblo. El del destino manifiesto
Ignacio Camacho / ABC, 10 de mayo de 2017 a las 12:47
La madre Ferrusula y el convento catalán
Ignacio Camacho.PD
EL columnista ve la carta de la esposa de Jordi Pujol a su
banco de Andorra y se siente ante un fácil jornal ganado a cuenta de los ya
célebres misales de la madre superiora. En este oficio se cotizan bien la
metáfora y la broma, y el ingenio se desparrama solo ante la hilarante misiva
-escrita, para mayor comicidad, con la severa circunspección que en Cataluña se
estila para las cosas del dinero- de doña Marta Ferrusola.
Blanco fácil: tres chistes y a otra cosa. Se prestan a ello
el personaje, la situación, el contexto; por decirlo en su berlanguiano
lenguaje, todo es bueno para el convento.
Pero quizá el periodismo exija un poco más que guasa en este
difícil tiempo, un mínimo de reflexión que trate de trascender el obvio
esperpento. La chispa popular ya se ha desparramado en el cachondeo tuitero;
sin embargo, si lo miramos bien, se trata de uno de esos asuntos que Machado
llamaría perfectamente serios.
Porque cuando se escribe esa carta Pujol era presidente de
Cataluña. En concreto se estaba sometiendo esos días a la investidura de uno de
sus múltiples mandatos. Moviola mental: la señora que escribe en esa
descacharrante clave a su banquero era la primera dama en ejercicio de la
autonomía catalana.
La mujer del llamado padre del catalanismo moderno, el
político que prometía comportarse con la máxima honradez en ese mismo momento.
Ella está al frente del dinero (opaco) de la familia, es la matriarca que
controla una fortuna irregular y usa ese cifrado de involuntaria jocosidad para
evitar que quede constancia formal de sus manejos. Porque es perfectamente
consciente de estar haciendo algo ilegal, deshonesto.
Eso sucede en 1995, una fecha lejana en la que el clan Pujol
llevaba ya años apaleando millones en secreto. Negocios sostenidos en la
hegemonía política, en un poder territorial que el president ejercía con brazo
férreo.
También con un discurso victimista de perpetua
reivindicación que consideraba compatible con la generalizada costumbre de
aplicar a los contratos públicos una comisión venal del tres (o más) por
ciento.
El hombre que blasonaba de ser el paradigma del catalán
trabajador y adornaba su cargo con el adjetivo de Muy Honorable practicaba la
evasión fiscal con cuentas en el extranjero. Ya lo sabíamos, sí, y lo que es
peor: lo sospechábamos antes de saberlo. Pero no es lo mismo una certeza moral
que la constatación testimonial de los hechos.
La autora de la nota monjil es, además, la persona que hace
pocos meses dijo no tener «ni cinco» ante el Parlamento. Esa declaración, y la
de su marido, muestran un desparpajo asombroso para mentir a la representación
del pueblo catalán, el del mitológico destino manifiesto.
Sugieren décadas de embustes, de ocultación, de concusiones
camufladas bajo la cínica solemnidad de una misión histórica. Ahora volvamos a
la carta de marras: ¿a que ya no parece tan graciosa?
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