viernes, 19 de abril de 2013

Bases militares de utilización conjunta EE.UU-España



Estados Unidos fundó la OTAN en 1948 con dos fines:
*.- Evitar que los países europeos, debilitados después de la 2ºGM , cayeran bajo la influencia política de la URSS.
*.- Establecer  bases militares para un posible confrontamiento abierto de la Guerra Fría.
Por el convenio defensivo España-USA del 26/9/53, los Pactos de Madrid, USA se instalaron  bases militares en España cerrándose la pinza sobre el Mediterráneo.
El acuerdo es presento como de Ayuda mutua, militar y económica entre "ambas potencias".
Cláusulas secretas reservaban a USA la iniciativa y uso unilateral.
EE.UU. Mantuvo la soberanía de las bases a pesar de participar personal de ambos países.
Las repercusiones de los acuerdos conferían a España la figura de vasallaje y la posibilidad de entrar en guerra automáticamente si USA lo hacía.
En 1963, con la firma de la Declaración Conjunta, las bases pasaron a ser soberanía española.
A partir de 1973, con la llegada de la tecnología satélite, la mayoría de Bases y puestos de vigilancia quedaron obsoletos y poco a poco fueron cedidos al ejercito español.
En 1986 España entró en la OTAN. La OTAN controla las bases, no Estados Unidos.

Charles Powell: «Las bases militares norteamericanas beneficiaron a España»
Entrevista por TULIO H. DEMICHELI

El historiador Charles Powell lleva veinticinco años estudiando el último tercio del siglo XX español.
Tras escarbar en la documentación, desclasificada hasta 1981, de los archivos de las Bibliotecas de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter y Ronald Reagan, publica El amigo americano. España y EE.UU.: de la dictadura a la democracia  (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 682 pp.), donde traza un apasionante recorrido por los años cruciales que van del tardofranquismo a la Transición.
«A mí me ha sorprendido ver la gran debilidad del sistema norteamericano en asuntos de política exterior. Debilidad que se debe, entre otras razones, a la conflictiva relación entre el Centro de Seguridad Nacional y el Departamento de Estado, algo de lo que Nixon ya se aprovechó para cortocircuitar el sistema», declara el autor a esta Fundación.

En fin, El amigo americano es un análisis exhaustivo de las relaciones hispano-norteamericanas entre 1969 y 1988, que tiene una doble perspectiva.
Por una parte, las siempre difíciles negociaciones de los Convenios de Amistad y Cooperación que permitían las bases norteamericanas en España y que fueron suscritos durante ese periodo, que va desde la designación de Don Juan Carlos como sucesor de Franco hasta la consolidación de la democracia.
Y por la otra,  el escenario político en que se producen. Fuera de España y en el contexto mediterráneo ocurren el golpe de Gadafi (1969), la cuarta guerra árabe-israelí llamada del Yom Kippur (1973), la Revolución de los Claveles portuguesa y la guerra entre Grecia y Turquía por Chipre, ocurridas ambas en 1974. Y dentro: el caso Matesa, la crisis del Sahara, la agonía y muerte del dictador y la Transición, hasta la época de Felipe González y su apoyo realista al ingreso en la OTAN.

-Como España no era admitida en la Comunidad Europea ni en la OTAN por no ser una democracia, EE.UU. necesitaba mantener las bases militares que tenía en Zaragoza, Torrejón de Ardoz, Morón de la Frontera y la aeronaval de Rota, para controlar el Mediterráneo occidental.                               

-La seguridad de Occidente es uno de los dos ejes fundamentales de la relación entre España y EE.UU. Aunque recuerdo la negociación de 1953, me he centrado en las de los convenios de Cooperación y Amistad de 1970, 76, 82 y 88. La pregunta era: ¿qué distingue a una democracia y a una dictadura como negociadoras? Hay muchas diferencias, pero su estudio arroja sorpresas. Parecería que una dictadura es monolítica y que puede hacer lo que quiera, pero en la práctica aparecen muchas de las tensiones que sufre una democracia: rivalidades personales, equilibrios entre las distintas familias políticas… ¡Y la opinión pública! El llamado «caso Matesa» de 1969 –una escaramuza entre los ministros del Movimiento y los tecnócratas del Opus- lo demuestra. Ganan los segundos y sale del Gobierno Fernando Castiella, un duro negociador, y entra en Exteriores Gregorio López Bravo, que está dispuesto a firmar cualquier cosa. Este cambio favoreció a EE.UU.

-¿El otro eje?
-Es político y se refiere a la actitud que hay que adoptar ante la naturaleza del Régimen. A mí me interesa el cruce entre esos dos factores. Debido al temor a perder las bases en España, que eran fundamentales tras la pérdida de la situada en Wheelus (Libia) por el golpe de Gadafi en 1969, EE.UU. no tuvo margen para promover la democracia. A esto llamo el dilema americano. A medio o largo plazo, el anclaje de España en Occidente necesitaba que ingresara en la OTAN y en la Comunidad Europea, pero ello no era posible sin la democratización de sus instituciones. En el caso de la CE, era una exigencia explícita; en el de la OTAN, implícita y clara, porque los socios escandinavos y Gran Bretaña se negaban a aceptar su ingreso mientras gobernara Franco. Ese «dilema» se resume como «valores versus intereses».

Las bases militares americanas
-Las bases, ¿ayudaron a la Dictadura?
-Afianzan al Régimen. El convenio de 1953 resultó ser el mayor triunfo de la política exterior de Franco. Él mismo llega a declarar: «Formalmente hemos ganado la Guerra Civil», y es un mazazo para los antifranquistas para quienes se vuelve difícil –y en la práctica  imposible- derrocarle.

-¿Benefició a la sociedad española? -se pregunta el historiador-.
En general, sí. En términos económicos, los convenios no fueron muy trascendentes, pero sí en cuanto a las inversiones internacionales privadas, porque España se insertó en instituciones como el FMI y la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE). Así, el Plan de Estabilización de 1959,  por ejemplo, fue fundamental para el posterior desarrollo económico e industrial español, pues dio fin a la autarquía; este plan  se había diseñado en Madrid, en el FMI y en la OECE. Fue una operación diplomática y económica para que España ingresara en esas instituciones.

-Esos convenios tenían cláusulas secretas. ¿Se aplicaron alguna vez?
-Existía una cláusula secreta según la cual EE.UU. podría utilizar las bases para acciones bélicas sin previa consulta al Gobierno español en caso de que se produjera un ataque enemigo a EE.UU. o a Occidente.
Pero nunca se invocó, ni siquiera cuando EE.UU. apoyó a Israel en la Guerra de Yom Kippur en 1973.
 Aquí mienten  -precisa Powell- Henry Kissinger y Laureano López Rodó.
El primero afirma que España no dejaba sobrevolar ni repostar en cielo español a los aviones que venían por las Azores.
Lo cierto es que los aviones cisterna iban a buscarlos dando un rodeo, desde Zaragoza y Torrejón hasta el Atlántico, donde repostaban.
Gracias a esta argucia se pudo mantener el puente aéreo.
Por su parte, López Rodó sostenía que el Gobierno no podía denunciar lo que ocurría porque el Régimen debía tener en cuenta a la opinión pública: ese uso no autorizado de las bases podía fomentar un mayor antiamericanismo.
López Rodó era muy proamericano y agradecía su apoyo económico y el que le brindaban al entonces Príncipe Don Juan Carlos.
Tras la guerra del Yom Kippur, Kissinger pidió un informe a sus consejeros para ver cómo se podía «castigar» a los españoles por esa falta de colaboración.
¿Apoyando a Gran Bretaña frente a sus demandas sobre Gibraltar? No.
¿Apoyando abiertamente a Marruecos en la crisis del Sahara Occidental? No.
¿Retirando la ayuda económica pactada en los convenios? «¡Damos tan poco!»…
En fin, los norteamericanos no tenían elementos de presión y se arriesgaban a perder las bases que le eran fundamentales mientras la Península no formara parte de la OTAN. A pesar de la asimetría de las relaciones, España siempre tenía mejor baza.

-¿Y el accidente nuclear de Palomares?
-EE.UU. no estaba actuando en secreto. El convenio firmado autorizaba la presencia de submarinos con misiles Polaris en Rota y el Gobierno español sabía que los bombarderos que llevaban armas nucleares repostaban sobre aguas mediterráneas de su espacio aéreo…
 -Kissinger fue una figura central durante las presidencias de Nixon y Ford como secretario de Estado… Resulta curioso ver cómo un universitario de ascendencia judía alemana tenía una visión del mundo hispánico, en particular, y mediterráneo, en general, tan plagada de tópicos… como la de su presidente.

-No sólo despreciaba a Hispanoamérica y sostenía que la democracia era imposible en Argentina después de Perón o en Chile tras Allende, o que México no era en absoluto democrático, sino que tampoco pensaba que Italia o ¡Francia! tuvieran muchas virtudes democráticas.
Desprecio, incluso racismo, y un desconocimiento extremo de su realidad histórica, cultural, social y política.
Al ministro de Exteriores Pedro Cortina Mauri le dice: «Usted viene de un país que conquistó un continente con 70 hombres y caballos»… Kissinger tenía un hermano un poco mayor que él que hablaba inglés sin acento.
Un periodista le preguntó: «Los dos emigraron al mismo tiempo…
¿Cómo puede ser eso?»
Y él respondió: «Yo soy el Kissinger que escucha».
El otro se comportaba con una gran arrogancia intelectual y maltrataba a sus subordinados…
De Frank Carlucci,  que fue embajador en Lisboa durante la caída del salazarismo, decía: «¿Qué hace además de dar lecciones de Ciencias Políticas?», cuando fue él quien acertó con su «teoría de la vacuna», por la cual había que aceptar la Revolución de los Claveles y a los comunistas portugueses, porque la clave del futuro democrático era el socialista Mario Soares.

-Franco pensaba casi lo mismo…
-Franco le dijo que no hicieran nada porque de lo contrario favorecerían a los comunistas y a la URSS: «Ya se darán cuenta los portugueses de lo que trae el comunismo cuando encuentren vacías las tiendas». Portugal era muy importante. Su revolución coge a Kissinger totalmente por sorpresa, lo que demuestra, además, que la CIA era todo menos omnipresente. Nixon la acusaba, como a los diplomáticos de carrera, de ser un nido de liberales.
Kissinger creía que Portugal se iba a convertir en el caballo de Troya de la URSS en la Alianza Atlántica y, entre 1974 y 1975, acaricia la idea de expulsarlo. También le pide ayuda  a Cortina para luchar contra el comunismo… En realidad, ocurre que en esa época se está produciendo un gran declive norteamericano y él creía que EE.UU. realmente estaba en peligro. Aunque no lo parezca, el triunfo de Allende es una muestra de esa debilidad, porque no pudieron evitarlo. Al final, en Portugal son sus propios ciudadanos los que reconducen la situación y apuestan por la democracia. Aunque Kissinger pensase que era un ingenuo y lo comparara con Kerenski o Masaryk, Soares era la clave democrática, como así lo vieron los británicos, suecos y alemanes. Por su parte, Willy Brandt le facilitó dinero a través de la Fundación Ebert, como he documentado.

«EE.UU. no tuvo nada que ver con el asesinato de Carrero»
-Una conspicua teoría conspirativa sugiere que EE.UU. sabía, y aun que estaba detrás del asesinato del presidente Luis Carrero Blanco, porque sería un obstáculo político para Don Juan Carlos tras la muerte de Franco, teoría que también involucra a los servicios secretos españoles… ¿Qué piensa de ello?
-¡Es una leyenda urbana! ¡Qué diablos iba a ganar EE.UU. con su muerte? Carrero fue el mayor defensor de los convenios hispano-norteamericanos. Desplazó al duro Castiella y puso al dócil López Bravo. Aunque un reaccionario total, Carrero también era un monárquico sin fisuras que apadrinó con López Rodó la candidatura de Don Juan Carlos en el difícil parto de la sucesión, por quien apostaba Norteamérica.  Además, Madrid no había sido amenazada hasta entonces por los terroristas de ETA.
Kissinger, que se había reunido con Carrero la víspera del atentado, cuando se produjo, dijo que su muerte era «una gran pérdida». Pensaba que Carrero, quien nunca quiso ser presidente del Gobierno, pues no era ambicioso ni le gustaba estar en primera fila, le habría presentado la dimisión al Rey cuando sucediese a Franco.
A su juicio, España necesitaba la presencia de un hombre fuerte durante los primeros tiempos de la futura Transición.
La Comisión del senador Frank Church que investigó la participación de la CIA en ese y otros asesinatos, -como el del general chileno René Schneider y los de Patricio Lumumba (Congo), los hermanos Diem (Vietnam) o el dominicano Rafael Trujillo, así como varios intentos fallidos contra Fidel Castro-, despejó esas dudas… En fin,  las teorías conspirativas suelen tener más éxito que la realidad.

-Usted desentraña en su libro el apoyo norteamericano a Don Juan Carlos, lo mismo cuando era Príncipe de España que cuando ascendió al Trono. ¿Le costó hacerse respetar?
-Al principio, allá por 1969, los estadounidenses eran un poco escépticos, pero cuando Nixon se entrevista con él durante su visita de 1970, se lleva una buena impresión. Los Príncipes visitaron oficialmente EE.UU. en 1971 por primera vez, y su imagen mejora mucho. La entonces Princesa Doña Sofía causa una viva impresión y se la considera como el gran apoyo que el futuro Monarca habrá de tener tras la muerte del dictador. Por su parte, Kissinger tenía ciertas dudas, como otros dirigentes europeos, sobre la inteligencia y fuerza de carácter del futuro Rey. Pero empieza a cambiar de opinión durante la visita que el presidente Ford realiza a España en 1975. Don Juan Carlos ha ganado en seguridad personal y ahora ya no habla como Príncipe sino como próximo Rey. La buena relación se intensifica con la crisis del Sahara.

-Don Juan Carlos -prosigue Powell- casi logra que Ford asista a la misa de Te Deum posterior a su proclamación en las Cortes, pues quería que se produjera un contraste entre los asistentes al funeral de Franco, como Ferdinand e Imelda Marcos o Augusto Pinochet, y los suyos. No pudo ser porque la agonía del dictador se prolongó mucho, y este acto no coincidiría con la gira europea que realizaba el presidente. Al funeral y al Te Deum asistió Nelson Rockefeller, su vicepresidente, y algo se deslució la presencia norteamericana. En cualquier caso, EE.UU. hizo una gran apuesta por él que salió muy bien. En esto, Manuel Prado y Colón de Carvajal, quien realizó allí varias misiones secretas importantes para el Monarca y para España, desempeñó un gran papel.

 -La relación del Rey con EE.UU. ha sido mejor que buena ayer y hoy. Siempre que hay que sacarle las castañas del fuego al Gobierno, él convence a Washington… 

-El embajador Wells Stabler mandaba informes a la Zarzuela que no enviaba a Adolfo Suárez… Por su parte, Don Juan Carlos le confió los planes que tenía para la democratización de España cuando se creía que solo los compartían Torcuato Fernández Miranda, Suárez y muy pocos más. Establecieron una gran amistad cómplice. Stabler contribuyó mucho y bien en la Transición.

La Marcha Verde: dos aliados frente a frente
-Otro asunto importante en las relaciones bilaterales fue el Sahara español. 
-A medida que Franco envejecía se produjeron varias crisis importantes en el Mediterráneo y el sur de Europa: el triunfo del golpe de Muammar Gadafi, en 1969; la cuarta guerra árabe-israelí llamada del Yom Kippur, en 1973; la Revolución de los Claveles portuguesa y la guerra entre Grecia y Turquía por Chipre, que trajo como consecuencia la caída de la dictadura de los coroneles y la democratización de Grecia, ambas en 1974. ¡Una guerra entre dos socios de la OTAN!
Para Kissinger, el Mediterráneo Oriental estaba en llamas… Y le suplicaba a Cortina: «Antes de pelearse con los marroquíes, ¿no pueden esperar a que se apacigüe Chipre?». No, a EE.UU. no le interesaba para nada un conflicto armado entre dos aliados tan importantes como Marruecos (donde tuvo hasta 1978 varias bases, una fundamental: la aeronaval de Kenitra) y España.

-Hassan II siempre reivindicó que era marroquí y pidió en la ONU su descolonización.
­ -La desaparición de Carrero fue decisiva en la crisis del Sahara: Hassan II creyó que cambiaba totalmente el paisaje.
Además, la Revolución de los Claveles, que precipitó la descolonización de África, lo envalentonó mucho.
En España hubo conflicto entre los partidarios de un acuerdo con Marruecos (Carrero lo era y había influido en Carlos Arias Navarro) porque consideraban que un Sahara independiente era inviable, pues se convertiría en satélite de una Argelia socialista apoyada por la URSS; y los partidarios, como Cortina, de que había que actuar de manera compatible con el derecho internacional, asumiendo las resoluciones tomadas en la ONU y que contemplaban un referéndum de autodeterminación.
En cuanto a ese referéndum, de haberse realizado, ni a los españoles ni a los norteamericanos les hubiera preocupado amañarlo para que favoreciera la tesis marroquí de una cierta autonomía bajo su soberanía.
Para Kissinger, era un engorro estar en medio de dos aliados que se iban a pelear.
Ford llegó a decir: «¿Por qué siempre tenemos que dar la cara y salir con las narices ensangrentadas?»
Kissinger quiere una salida airosa que salve a Hassan II, quien hubiera tenido que marcharse al exilio si no se sale con la suya, pues hubiera podido desencadenarse una revuelta.
Una solución de la que no se beneficie Argelia y que tampoco debilite a Don Juan Carlos, que no deseaba tener pleitos con Hassan II, pero podría tener problemas de disciplina en la Fuerzas Armadas si estas resintieran, como afrenta a su orgullo nacionalista, un abandono poco honroso del Sahara, al que se había convertido en provincia española.
Eso era lo que se buscaba, no salir deshonrosamente.
Estoy seguro: por parte de EE.UU. no hubo participación directa, como así se creyó en su día, algo alimentado por Hassan II cuando animaba a sus manifestantes a que portasen banderas norteamericanas. Kissinger dijo: «Hasta ahora yo no sabía ni que existíera un Sahara español y era muy feliz».
Sí hubo complicidad, cómo no, exactamente la misma por parte española. EE.UU. no es responsable de lo ocurrido: fue un acuerdo de Arias y un paso muy delicado porque el Príncipe, como jefe de Estado en funciones, lo autorizó. Por último, hay que señalar que ese acuerdo no ponía en peligro a Ceuta y Melilla, porque Hassan II le había prometido a los norteamericanos que no iría más allá de reivindicarlas simbólicamente en público mientras Gran Bretaña retuviera Gibraltar.

«Carter se tomaba muy en serio a Suárez»
-Otro tópico que llega a nuestros días es que EE.UU. auspició la defenestración de Adolfo Suárez por sus veleidades de convertir España en líder de los países no alineados. ¿Fue así?
-Cito en el libro una «maldad» que Fraga escribe en sus memorias: «Carter y Suarez se parecen bastante». En contra de lo que se piensa, a Carter le parecía útil la heterodoxia de Suarez y le compra bastante esa idea suya de ser un puente entre el primer y el tercer mundo.
Además, ese podía ser el anclaje de España en Occidente.
Aunque le disgusta su actitud ante la OTAN: Suárez no toca el tema en 1978 porque teme que ponga en peligro el periodo constituyente.
Todavía en 1979 sigue sin tocarlo porque no quiere complicar la situación política interna. Tiempo después de la moción de censura del PSOE (mayo de 1980), su ministro de Exteriores, Marcelino Oreja, declara en El País que el Gobierno es partidario de la adhesión y que no hace falta, en su opinión, un referéndum.
Algunos atribuyen a esas declaraciones su posterior destitución por José Pedro Pérez Llorca, aunque él afirme que ello se debió a la guerra entre barones de la UCD.
Por su parte, Suárez fue el primer dignatario europeo que se entrevistó con Yasir Arafat en Madrid en enero de 1980, cosa que luego ya harían otros.
Además de haberse reunido con Fidel Castro en 1978,  Suárez habría de enviar una delegación como nación observadora en la VI Cumbre de los países no alineados, que se celebró en La Habana en septiembre de 1979.
En fin, Carter se tomaba muy en serio los análisis que Suárez hace de Oriente Medio.
Cuando ambos se entrevistan, el presidente español se muestra muy valeroso: defiende el derecho palestino a fundar un Estado propio y cuestiona los acuerdos de Camp David. Carter le replica que no le molestó que se entrevistara con el líder palestino: «Me viene bien porque yo no lo puedo hacer».
Recuerden que poco antes el embajador de EE.UU. en la ONU, el senador y activista de color Andrew Young, tuvo que dimitir por haber mantenido un contacto secreto con la OLP. A España, la indefinición de Suárez con respecto a la OTAN le daba bazas.

«La CIA no se implicó en el golpe del 23-F»
-Por último, el otro gran tópico es que EE.UU apoyó el 23-F. ¿Sabía la CIA que se iba a producir?
-Carter valorará mucho la Transición española pero tenía mala conciencia por no haberla apoyado más.
El golpe del 23-F coincidió con el periodo de transición entre su Administración y la de Reagan.
La CIA no participa. Como todos en España, escuchaba el rumor de sables y oyó campanadas… Pero el nuevo secretario de Estado, el general Alexander Haig, comete una gran metedura de pata cuando solo dice que «es un conflicto interno» de los españoles.
Puede que lo hubiera hecho bien como jefe de Gabinete de Nixon y como comandante supremo de la OTAN, pero la Secretaría de Estado le venía grande y tenía tendencia a patinar en público.
Cuando se produce el atentado contra Reagan dijo: «Yo estoy al mando y tengo el control»; esto es, se puso por encima del vicepresidente George Bush (padre).
En fin, ¿no tenemos ya suficientes evidencias de que la CIA es un desastre? ¡Se fue de Portugal tres semanas antes de la Revolución de los Claveles porque allí «no pasaba nada»! Y ahí la vemos en Afganistán.

-¿Y el embajador Terence Todman, a quienes muchos han señalado?
-Esa es otra leyenda urbana. Todman fue el primer hombre de color que se jubiló con estatus de embajador. Él era consciente de que representaba la causa de la multiculturalidad. Y le caracterizaron como especialista en golpes de Estado… No sólo le habían situado en la embajada de Chile cuando Pinochet derrocó a Salvador Allende, ¡y no estaba allí!, sino que ahora le inventaban un encuentro con el general Alfonso Armada en Logroño ocho días antes del golpe; así como reuniones con el comandante José Luis Cortina del CESID, implicado en la intentona;  dirían, incluso, que se presentó en La Zarzuela después de la entrada de Tejero en el Congreso…

También se difundió -continúa Powell- que las bases americanas estaban en alerta desde la mañana del 23-F,  que sus colegios no dieron clase esa jornada y que se habían interferido las comunicaciones del Control de Emisiones Radioeléctricas español… ¡Todas estas chorradas aún se repiten hoy día! Sin embargo, Todman es el hombre que dio la batalla para que Carter se entrevistase con Felipe González durante su visita a Madrid en 1980, algo a lo que se oponían el Rey y Suárez para no darle alas. Era un diplomático profesional que trabajaba igual de cómodo con Carter que con Reagan. ¿Qué motivos tenía EE.UU. para apoyar el golpe? ¿Quitar a Suárez porque Pérez Llorca no había pedido el ingreso en la OTAN? Pero si es que lo hace; y este golpe militar lo habría estropeado. Además, Norteamérica nunca hubiera hecho nada que debilitara al Rey porque era su gran apuesta. Ninguno de los argumentos que implican a Norteamérica en el golpe es creíble. 
Charles Powell

El historiador británico Charles Powell, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad CEU San Pablo, subdirector de Investigación y Análisis del Real Instituto Elcano y director de la Fundación Transición Española, se doctoró en la Universidad de Oxford con una tesis sobre la Transición que dirigió el hispanista Raymond Carr. Hasta ahora, se ha dedicado a esclarecer ese periodo histórico fundamental de nuestra historia reciente en sus libros El piloto del cambio. El Rey, la monarquía y la transición a la democracia, con el que ganó el premio Espejo de España en 1991; Juan Carlos of Spain. Self-made Monarch (1996) y España en democracia, premio Así Fue en 2001. 

No hay comentarios: