Estados Unidos fundó la OTAN en 1948 con
dos fines:
*.- Evitar que los países europeos,
debilitados después de la 2ºGM , cayeran bajo la influencia política de la
URSS.
*.- Establecer bases militares para un posible confrontamiento
abierto de la Guerra Fría.
Por el convenio defensivo España-USA del
26/9/53, los Pactos de Madrid, USA se instalaron bases militares en España cerrándose la pinza
sobre el Mediterráneo.
El acuerdo es presento como de Ayuda mutua,
militar y económica entre "ambas potencias".
Cláusulas secretas reservaban a USA la
iniciativa y uso unilateral.
EE.UU. Mantuvo la soberanía de las bases
a pesar de participar personal de ambos países.
Las repercusiones de los acuerdos
conferían a España la figura de vasallaje y la posibilidad de entrar en guerra
automáticamente si USA lo hacía.
En 1963, con la firma de la Declaración
Conjunta, las bases pasaron a ser soberanía española.
A partir de 1973, con la llegada de la
tecnología satélite, la mayoría de Bases y puestos de vigilancia quedaron
obsoletos y poco a poco fueron cedidos al ejercito español.
En 1986 España entró en la OTAN. La OTAN
controla las bases, no Estados Unidos.
Charles Powell: «Las bases militares
norteamericanas beneficiaron a España»
Entrevista por TULIO H. DEMICHELI
El historiador Charles Powell lleva
veinticinco años estudiando el último tercio del siglo XX español.
Tras escarbar en la documentación,
desclasificada hasta 1981, de los archivos de las Bibliotecas de los
presidentes Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter y Ronald Reagan, publica
El amigo americano. España y EE.UU.: de la dictadura a la democracia (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores,
Barcelona, 682 pp.), donde traza un apasionante recorrido por los años
cruciales que van del tardofranquismo a la Transición.
«A mí me ha sorprendido ver la gran
debilidad del sistema norteamericano en asuntos de política exterior. Debilidad
que se debe, entre otras razones, a la conflictiva relación entre el Centro de
Seguridad Nacional y el Departamento de Estado, algo de lo que Nixon ya se
aprovechó para cortocircuitar el sistema», declara el autor a esta Fundación.
En fin, El amigo americano es un
análisis exhaustivo de las relaciones hispano-norteamericanas entre 1969 y
1988, que tiene una doble perspectiva.
Por una parte, las siempre difíciles
negociaciones de los Convenios de Amistad y Cooperación que permitían las bases
norteamericanas en España y que fueron suscritos durante ese periodo, que va
desde la designación de Don Juan Carlos como sucesor de Franco hasta la
consolidación de la democracia.
Y por la otra, el escenario político en que se producen.
Fuera de España y en el contexto mediterráneo ocurren el golpe de Gadafi
(1969), la cuarta guerra árabe-israelí llamada del Yom Kippur (1973), la
Revolución de los Claveles portuguesa y la guerra entre Grecia y Turquía por
Chipre, ocurridas ambas en 1974. Y dentro: el caso Matesa, la crisis del
Sahara, la agonía y muerte del dictador y la Transición, hasta la época de
Felipe González y su apoyo realista al ingreso en la OTAN.
-Como España no era admitida en la
Comunidad Europea ni en la OTAN por no ser una democracia, EE.UU. necesitaba
mantener las bases militares que tenía en Zaragoza, Torrejón de Ardoz, Morón de
la Frontera y la aeronaval de Rota, para controlar el Mediterráneo
occidental.
-La seguridad de Occidente es uno de los
dos ejes fundamentales de la relación entre España y EE.UU. Aunque recuerdo la
negociación de 1953, me he centrado en las de los convenios de Cooperación y
Amistad de 1970, 76, 82 y 88. La pregunta era: ¿qué distingue a una democracia
y a una dictadura como negociadoras? Hay muchas diferencias, pero su estudio
arroja sorpresas. Parecería que una dictadura es monolítica y que puede hacer
lo que quiera, pero en la práctica aparecen muchas de las tensiones que sufre
una democracia: rivalidades personales, equilibrios entre las distintas
familias políticas… ¡Y la opinión pública! El llamado «caso Matesa» de 1969
–una escaramuza entre los ministros del Movimiento y los tecnócratas del Opus-
lo demuestra. Ganan los segundos y sale del Gobierno Fernando Castiella, un
duro negociador, y entra en Exteriores Gregorio López Bravo, que está dispuesto
a firmar cualquier cosa. Este cambio favoreció a EE.UU.
-¿El otro eje?
-Es político y se refiere a la actitud
que hay que adoptar ante la naturaleza del Régimen. A mí me interesa el cruce
entre esos dos factores. Debido al temor a perder las bases en España, que eran
fundamentales tras la pérdida de la situada en Wheelus (Libia) por el golpe de
Gadafi en 1969, EE.UU. no tuvo margen para promover la democracia. A esto llamo
el dilema americano. A medio o largo plazo, el anclaje de España en Occidente
necesitaba que ingresara en la OTAN y en la Comunidad Europea, pero ello no era
posible sin la democratización de sus instituciones. En el caso de la CE, era
una exigencia explícita; en el de la OTAN, implícita y clara, porque los socios
escandinavos y Gran Bretaña se negaban a aceptar su ingreso mientras gobernara
Franco. Ese «dilema» se resume como «valores versus intereses».
Las bases militares americanas
-Las bases, ¿ayudaron a la Dictadura?
-Afianzan al Régimen. El convenio de
1953 resultó ser el mayor triunfo de la política exterior de Franco. Él mismo
llega a declarar: «Formalmente hemos ganado la Guerra Civil», y es un mazazo
para los antifranquistas para quienes se vuelve difícil –y en la práctica imposible- derrocarle.
-¿Benefició a la sociedad española? -se
pregunta el historiador-.
En general, sí. En términos económicos,
los convenios no fueron muy trascendentes, pero sí en cuanto a las inversiones
internacionales privadas, porque España se insertó en instituciones como el FMI
y la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE). Así, el Plan de
Estabilización de 1959, por ejemplo, fue
fundamental para el posterior desarrollo económico e industrial español, pues
dio fin a la autarquía; este plan se
había diseñado en Madrid, en el FMI y en la OECE. Fue una operación diplomática
y económica para que España ingresara en esas instituciones.
-Esos convenios tenían cláusulas
secretas. ¿Se aplicaron alguna vez?
-Existía una cláusula secreta según la
cual EE.UU. podría utilizar las bases para acciones bélicas sin previa consulta
al Gobierno español en caso de que se produjera un ataque enemigo a EE.UU. o a
Occidente.
Pero nunca se invocó, ni siquiera cuando
EE.UU. apoyó a Israel en la Guerra de Yom Kippur en 1973.
Aquí mienten
-precisa Powell- Henry Kissinger y Laureano López Rodó.
El primero afirma que España no dejaba
sobrevolar ni repostar en cielo español a los aviones que venían por las
Azores.
Lo cierto es que los aviones cisterna
iban a buscarlos dando un rodeo, desde Zaragoza y Torrejón hasta el Atlántico,
donde repostaban.
Gracias a esta argucia se pudo mantener
el puente aéreo.
Por su parte, López Rodó sostenía que el
Gobierno no podía denunciar lo que ocurría porque el Régimen debía tener en
cuenta a la opinión pública: ese uso no autorizado de las bases podía fomentar
un mayor antiamericanismo.
López Rodó era muy proamericano y
agradecía su apoyo económico y el que le brindaban al entonces Príncipe Don
Juan Carlos.
Tras la guerra del Yom Kippur, Kissinger
pidió un informe a sus consejeros para ver cómo se podía «castigar» a los
españoles por esa falta de colaboración.
¿Apoyando a Gran Bretaña frente a sus
demandas sobre Gibraltar? No.
¿Apoyando abiertamente a Marruecos en la
crisis del Sahara Occidental? No.
¿Retirando la ayuda económica pactada en
los convenios? «¡Damos tan poco!»…
En fin, los norteamericanos no tenían elementos
de presión y se arriesgaban a perder las bases que le eran fundamentales
mientras la Península no formara parte de la OTAN. A pesar de la asimetría de
las relaciones, España siempre tenía mejor baza.
-¿Y el accidente nuclear de Palomares?
-EE.UU. no estaba actuando en secreto.
El convenio firmado autorizaba la presencia de submarinos con misiles Polaris
en Rota y el Gobierno español sabía que los bombarderos que llevaban armas
nucleares repostaban sobre aguas mediterráneas de su espacio aéreo…
-Kissinger fue una figura central durante las
presidencias de Nixon y Ford como secretario de Estado… Resulta curioso ver
cómo un universitario de ascendencia judía alemana tenía una visión del mundo
hispánico, en particular, y mediterráneo, en general, tan plagada de tópicos…
como la de su presidente.
-No sólo despreciaba a Hispanoamérica y
sostenía que la democracia era imposible en Argentina después de Perón o en
Chile tras Allende, o que México no era en absoluto democrático, sino que
tampoco pensaba que Italia o ¡Francia! tuvieran muchas virtudes democráticas.
Desprecio, incluso racismo, y un
desconocimiento extremo de su realidad histórica, cultural, social y política.
Al ministro de Exteriores Pedro Cortina
Mauri le dice: «Usted viene de un país que conquistó un continente con 70
hombres y caballos»… Kissinger tenía un hermano un poco mayor que él que
hablaba inglés sin acento.
Un periodista le preguntó: «Los dos
emigraron al mismo tiempo…
¿Cómo puede ser eso?»
Y él respondió: «Yo soy el Kissinger que
escucha».
El otro se comportaba con una gran
arrogancia intelectual y maltrataba a sus subordinados…
De Frank Carlucci, que fue embajador en Lisboa durante la caída
del salazarismo, decía: «¿Qué hace además de dar lecciones de Ciencias
Políticas?», cuando fue él quien acertó con su «teoría de la vacuna», por la
cual había que aceptar la Revolución de los Claveles y a los comunistas
portugueses, porque la clave del futuro democrático era el socialista Mario
Soares.
-Franco
pensaba casi lo mismo…
-Franco le dijo que no hicieran nada
porque de lo contrario favorecerían a los comunistas y a la URSS: «Ya se darán
cuenta los portugueses de lo que trae el comunismo cuando encuentren vacías las
tiendas». Portugal era muy importante. Su revolución coge a Kissinger
totalmente por sorpresa, lo que demuestra, además, que la CIA era todo menos
omnipresente. Nixon la acusaba, como a los diplomáticos de carrera, de ser un
nido de liberales.
Kissinger creía que Portugal se iba a
convertir en el caballo de Troya de la URSS en la Alianza Atlántica y, entre
1974 y 1975, acaricia la idea de expulsarlo. También le pide ayuda a Cortina para luchar contra el comunismo… En
realidad, ocurre que en esa época se está produciendo un gran declive
norteamericano y él creía que EE.UU. realmente estaba en peligro. Aunque no lo
parezca, el triunfo de Allende es una muestra de esa debilidad, porque no
pudieron evitarlo. Al final, en Portugal son sus propios ciudadanos los que
reconducen la situación y apuestan por la democracia. Aunque Kissinger pensase
que era un ingenuo y lo comparara con Kerenski o Masaryk, Soares era la clave
democrática, como así lo vieron los británicos, suecos y alemanes. Por su
parte, Willy Brandt le facilitó dinero a través de la Fundación Ebert, como he
documentado.
«EE.UU. no tuvo nada que ver con el
asesinato de Carrero»
-Una conspicua teoría conspirativa
sugiere que EE.UU. sabía, y aun que estaba detrás del asesinato del presidente
Luis Carrero Blanco, porque sería un obstáculo político para Don Juan Carlos tras
la muerte de Franco, teoría que también involucra a los servicios secretos
españoles… ¿Qué piensa de ello?
-¡Es una leyenda urbana! ¡Qué diablos
iba a ganar EE.UU. con su muerte? Carrero fue el mayor defensor de los
convenios hispano-norteamericanos. Desplazó al duro Castiella y puso al dócil
López Bravo. Aunque un reaccionario total, Carrero también era un monárquico
sin fisuras que apadrinó con López Rodó la candidatura de Don Juan Carlos en el
difícil parto de la sucesión, por quien apostaba Norteamérica. Además, Madrid no había sido amenazada hasta
entonces por los terroristas de ETA.
Kissinger, que se había reunido con
Carrero la víspera del atentado, cuando se produjo, dijo que su muerte era «una
gran pérdida». Pensaba que Carrero, quien nunca quiso ser presidente del
Gobierno, pues no era ambicioso ni le gustaba estar en primera fila, le habría
presentado la dimisión al Rey cuando sucediese a Franco.
A su juicio, España necesitaba la
presencia de un hombre fuerte durante los primeros tiempos de la futura
Transición.
La Comisión del senador Frank Church que
investigó la participación de la CIA en ese y otros asesinatos, -como el del
general chileno René Schneider y los de Patricio Lumumba (Congo), los hermanos
Diem (Vietnam) o el dominicano Rafael Trujillo, así como varios intentos
fallidos contra Fidel Castro-, despejó esas dudas… En fin, las teorías conspirativas suelen tener más
éxito que la realidad.
-Usted desentraña en su libro el apoyo
norteamericano a Don Juan Carlos, lo mismo cuando era Príncipe de España que
cuando ascendió al Trono. ¿Le costó hacerse respetar?
-Al principio, allá por 1969, los
estadounidenses eran un poco escépticos, pero cuando Nixon se entrevista con él
durante su visita de 1970, se lleva una buena impresión. Los Príncipes
visitaron oficialmente EE.UU. en 1971 por primera vez, y su imagen mejora
mucho. La entonces Princesa Doña Sofía causa una viva impresión y se la considera
como el gran apoyo que el futuro Monarca habrá de tener tras la muerte del
dictador. Por su parte, Kissinger tenía ciertas dudas, como otros dirigentes
europeos, sobre la inteligencia y fuerza de carácter del futuro Rey. Pero
empieza a cambiar de opinión durante la visita que el presidente Ford realiza a
España en 1975. Don Juan Carlos ha ganado en seguridad personal y ahora ya no
habla como Príncipe sino como próximo Rey. La buena relación se intensifica con
la crisis del Sahara.
-Don Juan Carlos -prosigue Powell- casi
logra que Ford asista a la misa de Te Deum posterior a su proclamación en las
Cortes, pues quería que se produjera un contraste entre los asistentes al
funeral de Franco, como Ferdinand e Imelda Marcos o Augusto Pinochet, y los
suyos. No pudo ser porque la agonía del dictador se prolongó mucho, y este acto
no coincidiría con la gira europea que realizaba el presidente. Al funeral y al
Te Deum asistió Nelson Rockefeller, su vicepresidente, y algo se deslució la
presencia norteamericana. En cualquier caso, EE.UU. hizo una gran apuesta por
él que salió muy bien. En esto, Manuel Prado y Colón de Carvajal, quien realizó
allí varias misiones secretas importantes para el Monarca y para España,
desempeñó un gran papel.
-La relación del Rey con EE.UU. ha sido mejor
que buena ayer y hoy. Siempre que hay que sacarle las castañas del fuego al
Gobierno, él convence a Washington…
-El embajador Wells Stabler mandaba
informes a la Zarzuela que no enviaba a Adolfo Suárez… Por su parte, Don Juan
Carlos le confió los planes que tenía para la democratización de España cuando
se creía que solo los compartían Torcuato Fernández Miranda, Suárez y muy pocos
más. Establecieron una gran amistad cómplice. Stabler contribuyó mucho y bien
en la Transición.
La Marcha Verde: dos aliados frente a
frente
-Otro asunto importante en las
relaciones bilaterales fue el Sahara español.
-A medida que Franco envejecía se
produjeron varias crisis importantes en el Mediterráneo y el sur de Europa: el
triunfo del golpe de Muammar Gadafi, en 1969; la cuarta guerra árabe-israelí
llamada del Yom Kippur, en 1973; la Revolución de los Claveles portuguesa y la
guerra entre Grecia y Turquía por Chipre, que trajo como consecuencia la caída
de la dictadura de los coroneles y la democratización de Grecia, ambas en 1974.
¡Una guerra entre dos socios de la OTAN!
Para Kissinger, el Mediterráneo Oriental
estaba en llamas… Y le suplicaba a Cortina: «Antes de pelearse con los
marroquíes, ¿no pueden esperar a que se apacigüe Chipre?». No, a EE.UU. no le
interesaba para nada un conflicto armado entre dos aliados tan importantes como
Marruecos (donde tuvo hasta 1978 varias bases, una fundamental: la aeronaval de
Kenitra) y España.
-Hassan II siempre reivindicó que era
marroquí y pidió en la ONU su descolonización.
-La desaparición de Carrero fue
decisiva en la crisis del Sahara: Hassan II creyó que cambiaba totalmente el
paisaje.
Además, la Revolución de los Claveles,
que precipitó la descolonización de África, lo envalentonó mucho.
En España hubo conflicto entre los
partidarios de un acuerdo con Marruecos (Carrero lo era y había influido en
Carlos Arias Navarro) porque consideraban que un Sahara independiente era
inviable, pues se convertiría en satélite de una Argelia socialista apoyada por
la URSS; y los partidarios, como Cortina, de que había que actuar de manera
compatible con el derecho internacional, asumiendo las resoluciones tomadas en
la ONU y que contemplaban un referéndum de autodeterminación.
En cuanto a ese referéndum, de haberse
realizado, ni a los españoles ni a los norteamericanos les hubiera preocupado
amañarlo para que favoreciera la tesis marroquí de una cierta autonomía bajo su
soberanía.
Para Kissinger, era un engorro estar en
medio de dos aliados que se iban a pelear.
Ford llegó a decir: «¿Por qué siempre
tenemos que dar la cara y salir con las narices ensangrentadas?»
Kissinger quiere una salida airosa que
salve a Hassan II, quien hubiera tenido que marcharse al exilio si no se sale
con la suya, pues hubiera podido desencadenarse una revuelta.
Una solución de la que no se beneficie
Argelia y que tampoco debilite a Don Juan Carlos, que no deseaba tener pleitos
con Hassan II, pero podría tener problemas de disciplina en la Fuerzas Armadas
si estas resintieran, como afrenta a su orgullo nacionalista, un abandono poco
honroso del Sahara, al que se había convertido en provincia española.
Eso era lo que se buscaba, no salir
deshonrosamente.
Estoy seguro: por parte de EE.UU. no
hubo participación directa, como así se creyó en su día, algo alimentado por
Hassan II cuando animaba a sus manifestantes a que portasen banderas
norteamericanas. Kissinger dijo: «Hasta ahora yo no sabía ni que existíera un
Sahara español y era muy feliz».
Sí hubo complicidad, cómo no,
exactamente la misma por parte española. EE.UU. no es responsable de lo
ocurrido: fue un acuerdo de Arias y un paso muy delicado porque el Príncipe,
como jefe de Estado en funciones, lo autorizó. Por último, hay que señalar que
ese acuerdo no ponía en peligro a Ceuta y Melilla, porque Hassan II le había
prometido a los norteamericanos que no iría más allá de reivindicarlas
simbólicamente en público mientras Gran Bretaña retuviera Gibraltar.
«Carter se tomaba muy en serio a
Suárez»
-Otro tópico que llega a nuestros días
es que EE.UU. auspició la defenestración de Adolfo Suárez por sus veleidades de
convertir España en líder de los países no alineados. ¿Fue así?
-Cito en el libro una «maldad» que Fraga
escribe en sus memorias: «Carter y Suarez se parecen bastante». En contra de lo
que se piensa, a Carter le parecía útil la heterodoxia de Suarez y le compra
bastante esa idea suya de ser un puente entre el primer y el tercer mundo.
Además, ese podía ser el anclaje de
España en Occidente.
Aunque le disgusta su actitud ante la
OTAN: Suárez no toca el tema en 1978 porque teme que ponga en peligro el
periodo constituyente.
Todavía en 1979 sigue sin tocarlo porque
no quiere complicar la situación política interna. Tiempo después de la moción
de censura del PSOE (mayo de 1980), su ministro de Exteriores, Marcelino Oreja,
declara en El País que el Gobierno es partidario de la adhesión y que no hace
falta, en su opinión, un referéndum.
Algunos atribuyen a esas declaraciones
su posterior destitución por José Pedro Pérez Llorca, aunque él afirme que ello
se debió a la guerra entre barones de la UCD.
Por su parte, Suárez fue el primer
dignatario europeo que se entrevistó con Yasir Arafat en Madrid en enero de
1980, cosa que luego ya harían otros.
Además de haberse reunido con Fidel
Castro en 1978, Suárez habría de enviar
una delegación como nación observadora en la VI Cumbre de los países no
alineados, que se celebró en La Habana en septiembre de 1979.
En fin, Carter se tomaba muy en serio
los análisis que Suárez hace de Oriente Medio.
Cuando ambos se entrevistan, el
presidente español se muestra muy valeroso: defiende el derecho palestino a
fundar un Estado propio y cuestiona los acuerdos de Camp David. Carter le
replica que no le molestó que se entrevistara con el líder palestino: «Me viene
bien porque yo no lo puedo hacer».
Recuerden que poco antes el embajador de
EE.UU. en la ONU, el senador y activista de color Andrew Young, tuvo que
dimitir por haber mantenido un contacto secreto con la OLP. A España, la
indefinición de Suárez con respecto a la OTAN le daba bazas.
«La CIA no se implicó en el golpe del
23-F»
-Por último, el otro gran tópico es que
EE.UU apoyó el 23-F. ¿Sabía la CIA que se iba a producir?
-Carter valorará mucho la Transición
española pero tenía mala conciencia por no haberla apoyado más.
El golpe del 23-F coincidió con el
periodo de transición entre su Administración y la de Reagan.
La CIA no participa. Como todos en
España, escuchaba el rumor de sables y oyó campanadas… Pero el nuevo secretario
de Estado, el general Alexander Haig, comete una gran metedura de pata cuando
solo dice que «es un conflicto interno» de los españoles.
Puede que lo hubiera hecho bien como
jefe de Gabinete de Nixon y como comandante supremo de la OTAN, pero la
Secretaría de Estado le venía grande y tenía tendencia a patinar en público.
Cuando se produce el atentado contra
Reagan dijo: «Yo estoy al mando y tengo el control»; esto es, se puso por
encima del vicepresidente George Bush (padre).
En fin, ¿no tenemos ya suficientes
evidencias de que la CIA es un desastre? ¡Se fue de Portugal tres semanas antes
de la Revolución de los Claveles porque allí «no pasaba nada»! Y ahí la vemos
en Afganistán.
-¿Y el embajador Terence Todman, a
quienes muchos han señalado?
-Esa es otra leyenda urbana. Todman fue
el primer hombre de color que se jubiló con estatus de embajador. Él era
consciente de que representaba la causa de la multiculturalidad. Y le
caracterizaron como especialista en golpes de Estado… No sólo le habían situado
en la embajada de Chile cuando Pinochet derrocó a Salvador Allende, ¡y no
estaba allí!, sino que ahora le inventaban un encuentro con el general Alfonso
Armada en Logroño ocho días antes del golpe; así como reuniones con el
comandante José Luis Cortina del CESID, implicado en la intentona; dirían, incluso, que se presentó en La
Zarzuela después de la entrada de Tejero en el Congreso…
También se difundió -continúa Powell-
que las bases americanas estaban en alerta desde la mañana del 23-F, que sus colegios no dieron clase esa jornada
y que se habían interferido las comunicaciones del Control de Emisiones
Radioeléctricas español… ¡Todas estas chorradas aún se repiten hoy día! Sin
embargo, Todman es el hombre que dio la batalla para que Carter se entrevistase
con Felipe González durante su visita a Madrid en 1980, algo a lo que se
oponían el Rey y Suárez para no darle alas. Era un diplomático profesional que
trabajaba igual de cómodo con Carter que con Reagan. ¿Qué motivos tenía EE.UU.
para apoyar el golpe? ¿Quitar a Suárez porque Pérez Llorca no había pedido el
ingreso en la OTAN? Pero si es que lo hace; y este golpe militar lo habría
estropeado. Además, Norteamérica nunca hubiera hecho nada que debilitara al Rey
porque era su gran apuesta. Ninguno de los argumentos que implican a
Norteamérica en el golpe es creíble.
Charles Powell
El historiador británico Charles Powell,
catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad CEU San Pablo,
subdirector de Investigación y Análisis del Real Instituto Elcano y director de
la Fundación Transición Española, se doctoró en la Universidad de Oxford con una
tesis sobre la Transición que dirigió el hispanista Raymond Carr. Hasta ahora,
se ha dedicado a esclarecer ese periodo histórico fundamental de nuestra
historia reciente en sus libros El piloto del cambio. El Rey, la monarquía y la
transición a la democracia, con el que ganó el premio Espejo de España en 1991;
Juan Carlos of Spain. Self-made Monarch (1996) y España en democracia, premio Así Fue
en 2001.
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