De Ribbentrop al «Azor»
06 de abril de 2013. 17:22h César Vidal
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A inicios de 1941, un enviado de Don
Juan se puso en contacto con Von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores del
III Reich, para convencerlo de que Franco podía ser derribado por una conjura
anglófila y que la única manera de mantener a España como amiga era que Don
Juan fuera rey.
El Reich no tardó en comunicar a Franco
lo sucedido, confirmando informaciones que señalaban que Victoria Eugenia, la
madre de Don Juan, simpatizaba con Alemania.
El 30 de septiembre de 1941, Franco
escribió a Don Juan asegurando que la Monarquía era el «único camino» y él su
«único y legítimo representante».
Don Juan, un tanto crecido, instó a
Franco a desarrollar una regencia «orientada clara y públicamente hacia la
Monarquía».
En la reunión del Consejo Superior del
Ejército del 15 de diciembre de 1941, los generales monárquicos Kindelán y
Orgaz expusieron a Franco la necesidad de separar la jefatura del Estado de la
del Gobierno.
Para lograrlo, algunos apostaban por el
respaldo nazi. Así, el mariscal Goering recibió un mensaje solicitando ayuda
para la restauración a cambio de la entrada de España en guerra y el general
Yagüe en 1942 escribió a Don Juan: «Debemos acercarnos a los nuestros y, en
concreto, a Hitler».
El 12 de abril de 1942, Franco escribió
a Don Juan que en breve tendría la «Jefatura total del pueblo y sus Ejércitos»
para entroncar con la «monarquía totalitaria» de los Reyes Católicos. En
paralelo, sin embargo, impidió los viajes del general Vigón y de Serrano Suñer,
pensados para tratar el tema de Don Juan en Alemania e Italia.
La restauración no era sólo un proyecto
relacionado con los nazis.
En abril de 1941, el Alto Mando
británico aprobó el plan de invasión de las Canarias, que debía ser seguido por
la proclamación de Don Juan como rey.
El plan contaba con el apoyo de los
generales Aranda, Orgaz, Kindelán y García Escámez, a la sazón capitán general
de Canarias. La respuesta de Franco fue cambiar a los generales de destino. Sin
embargo, en 1942, ante las victorias alemanas, el plan británico fue desechado.
Muñoz Grandes dice no
En agosto, Don Juan intentó sumar a
Muñoz Grandes a la restauración, pero el general respondió que la única salida
era una monarquía pronazi que realizara la «revolución pendiente».
Tras el traslado de Yagüe a Marruecos y
el desembarco aliado en Italia, Don Juan se situó en una tesitura menos
comprometida.
En declaraciones al «Journal de Genève»,
el 11 de noviembre de 1942, se declaró neutral. Por esas fechas, el general Kindelán
visitó a Franco en El Pardo para exigirle que restableciera la Monarquía... y
fue destituido de su puesto de capitán general en Barcelona.
Durante el año 1943, Don Juan no dejó de
insistir ante Franco para que le cediera el poder, un envite al que se sumaron
el 8 de septiembre de ese año los generales Orgaz, Dávila, Varela, Solchaga,
Kindelán, Saliquet, Monasterio y Ponte, y el 28 del mismo mes, Gil Robles,
desde Estoril. Franco se limitó a asegurar que pronto se promulgaría una ley de
Sucesión para establecer la Monarquía y a finales de 1943 comenzó a dar pasos
para resituar a España en una situación de neutralidad.
El 19 de marzo de 1945, el Manifiesto de
Lausana, firmado por Don Juan, fue entregado en la embajada española en Berna.
Su tono era agresivo asociando a Franco con el Eje, insistiendo en el
sacrificio de Alfonso XIII y ofreciendo una monarquía constitucional con
partidos políticos y autonomías regionales
El Manifiesto fue repudiado
especialmente por los sectores católicos del Régimen, desde Martín Artajo,
verdadero portavoz de los Propagandistas de Acción Católica, que se ganó ser
nombrado ministro de Asuntos exteriores, hasta el primado Plá y Deniel, que
siguió sosteniendo que la Guerra Civil había sido una cruzada.
La condena del Régimen de Franco por
la ONU y el cierre de la frontera con Francia, el 22 de junio, llevaron a
pensar que la Restauración estaba cerca.
La respuesta de Franco consistió en
acentuar los aspectos católicos del Régimen y en enarbolar el estandarte de la
Guerra fría.
Frente a un Don Juan instalado en
Estoril, Franco consiguió en 1947 que se aprobara en referéndum una Ley de
Sucesión que colocaba en sus manos la vuelta de la monarquía.
Fue entonces cuando Julio Danvila,
secretario diplomático de Don Juan, sugirió un acuerdo con Franco sobre la base
de que la monarquía asumiera los ideales del Movimiento y aceptara suceder al
general.
El 17 de junio de 1948, Danvila envió un
memorándum que implicaba que el Conde de Barcelona y los
suyos cesarían en sus
actividades; que Franco permitiría que Don Juan pudiera estudiar técnicamente
los problemas nacionales y sus soluciones; que el conde de Barcelona no
colaboraría con el Régimen y que Don Juan y Franco habían de ser «figuras...
completamente sagradas para unos y otros».
Franco aceptó reunirse con Don Juan el
25 de agosto a las doce del mediodía en «Azor», el yate de recreo de la Marina
española, cinco millas mar adentro, al norte del monte Igueldo.
Don Juan, recibido con honores de
almirante, se entrevistó con Franco a solas durante tres horas sin que se
levantara acta.
Quizá sólo se acordó que el Príncipe
Juan Carlos y su hermano estudiarían bachillerato en España y que en la Prensa
se abriría una línea informativa monárquica en «Abc» y el «Diario de
Barcelona».
Tras el encuentro, la oposición
monárquica quedó desactivada e incluso hubo monárquicos que se quejaron de que
Don Juan los había «borboneado».
Franco había afianzado en sus manos el
mecanismo de sucesión, ya que sería un príncipe educado en su España –y no en el
exilio– el llamado a sucederlo.
Don Juan había intentado asegurar la
continuidad dinástica navegando entre Hitler y los aliados, pero, al fin y a la
postre, había sido el vencedor de la Guerra Civil el que había llevado la nave
al puerto que más le complacía.
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