El
culto a la personalidad, y la permanente exaltación de la figura de Iglesias,
así como la deformación finalista de la idea de democracia —una democracia
plebeya— nos sitúan en el terreno de un caudillismo populista, con bien
conocido antecedente, aunque ello no guste al interesado.
El silencio de Podemos sobre la tragedia que
es la situación venezolana bajo Maduro ahorra todo comentario.
Los
condicionamientos jurídicos y económicos no cuentan, siendo sustituidos por la
promesa de reformas igualitarias.
La
justicia social sirve así de máscara a la demagogia, amparando de momento la
rentable operación de denuncia, tanto del Gobierno conservador que bien lo
merece, como del rival/aliado socialista, si no suscribe sus propuestas.
El
hábil manejo del discurso en Iglesias le permite funcionar a la perfección con
falsas evidencias.
La factura ya vendrá luego y se cargará en la
cuenta de la los malos de la película, tanto internos como de la UE.
Lástima
que la cita a Tsipras ya no sirva.
Y por
fin, como en Chávez, ahí están los medios de comunicación, con la televisión en
primer plano, para crear en los ciudadanos la ilusión participativa bajo el
mando del Líder.
Y es
que tanto su inspirador, antes, como Iglesias, ahora, son animales televisivos,
mucho más avezados en “seducir”, palabra clave para el segundo, que en proponer
una gobernación racional. A Pedro Sánchez no parece preocuparle. Nada salvo su
victoria pírrica parece preocuparle.
Antonio
Elorza es catedrático de Ciencia Política.
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