domingo, 5 de noviembre de 2017

Visca Catalunya màrtir!»

Entre los libros que no se reeditan en Cataluña, las memorias de Joan Puig i Ferreter (1882-1956). Escritor y político de ERC incómodo para su partido, protagonista de corruptelas del exilio republicano y con una turbulenta vida sentimental, fue diputado en las Cortes y en el Parlament; entre los cargos que ocupó, el que le llevó a París para la compra de armas: al parecer, parte del dinero y las comisiones se repartió entre una treintena de políticos catalanes. Según el ácido memorialista eran «idealistas-prácticos» que, acechados por el escándalo, clamaban un «Visca Catalunya màrtir!» para salir del paso. Cuando el diputado Tardà presume de la Esquerra incorruptible, el escuchante avisado debe dibujar una sonrisa piadosa.
Entre 1942 y 1952, año en que fue nombrado ministro de Justicia de la República en el exilio, Puig escribió unos dietarios que tituló «Resonancias». En 1981, Guillem-Jordi Graells publicó en Proa una selección de aquellos manuscritos. El trabajo no era fácil: ya en 1975, explica en el prólogo, «las herederas del escritor y los responsables de la edición consideraron que el momento político catalán no era el más oportuno para dar a conocer algunas de las revelaciones y opiniones del autor sobre determinados puntos de nuestro pasado inmediato, muy especialmente el que hace referencia a hechos y hombres de la política de la Generalitat republicana y del exilio».
Sobre la apropiación indebida de dineros públicos, Graells se atiene a la actitud del resto de políticos que nunca desmintieron aquel reparto: «Si no hubo apropiación es que hubo reparto, como sostiene Puig, y que él fue uno de los beneficiarios, con lo que la responsabilidad de la apropiación, si existió, había que distribuirla entre un cierto número de personajes». Aislado y enfermo, Puig acabó sus días en París perseguido por la maledicencia.
El polémico memorial vio la luz –en forma parcial– como «Memòries polítiques», título que los editores juzgaron menos comprometido –hacía un año que Jordi Pujol iniciaba lo que Tarradellas denominó «dictadura blanca»–: publicado para Sant Jordi, tuvo dos ediciones en dos meses. Desde abril del 81 –el libro estaba en imprenta cuando el golpe de Tejero–, las «Memòries polítiques» de Puig resultaban incorrectas e inoportunas para la «construcción nacional» y el santoral laico del 1714, Macià y Companys. El pujolismo engrasaba su aparato docente y mediático que culminó en la intoxicación política y la presente fractura social.
El 31 de octubre, mientras Puigdemont y su gobierno zombie festejaba Halloween en cuatro idiomas, repasábamos los juicios de Puig para constatar con tristeza, lo poco que los políticos secesionistas han aprendido de la Historia: tal vez porque no quieren conocerla –¿cuánta verdad puede soportar el nacionalismo?–; tal vez, porque son así de ignorantes.
Las «resonancias» de Puig i Ferreter resuenan, y mucho, en la Cataluña de 2017. El memorialista alude a la idealizada gestión de ERC durante la República: «Todo se iba en oratoria demagógica, em mítines y manifestaciones populares, mientras en el Parlament de Cataluña, donde dominaba el analfabetismo agresivo de la mayoría ‘esquerrana’, y en la Generalitat, donde imperaban la inepcia, la negligencia, y las rivalidades de los grupúsculos izquierdistas, se perdía el tiempo durante cinco años sin realizar una obra política de realidades…» El quinquenio 2012-2017 explicado por el de 1931-1936: «Vivimos cinco años en un mito grosero, en un inepcia y vulgaridad aplanadoras». Y ya que hablamos de mitos: «Se esforzaban en crear mitos –mito de una Cataluña-nación y nacionalista, mito Macià, mito Companys–, pero la sustancial pobreza de estos mitos y de estos hombres mitificados, les desmentía constantemente…»
El supremacismo nacionalista viene de lejos: «Una mentalidad enturbiada por un confusionista complejo de superioridad catalana y catalanista que les hace vivir en un constante error, en una autoadoración de todo lo catalán y en un menosprecio y desconocimiento de todo lo español…» El ambiente catalanista, apunta Puig, se nutre de ser antiespañol: «Vivíamos ingenuamente en la creencia que todo lo catalán, lengua, costumbres, folklore, tradiciones, prosa, poesía, hombres y raza… Con un ignorancia pretenciosa, petulante y completa de la cultura española y de la Historia de España, no teníamos más que un lamentable y ridículo desdén por todo lo castellano y español». La moraleja: «El catalanismo nos conduce a una pequeña y mezquina política de campanario en la que todo se empequeñece: personas, problemas esenciales del pueblo, vida política y social, cultura y civilización…»
Las verdades ofenden y, en el caso nacionalista, ofende la arrogancia de los cancerberos de una República Catalana abonada con mentiras. Como ejemplo, la catalanísima conseja que reprueba la autocrítica: «Si ho penses, calla-t’ho i no parlis així», espetaban a Puig i Ferreter sus colegas de Esquerra. Promotores de la quimérica independencia. Léanse esas memorias malditas. Hablan de ustedes.

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