Jesús
Laínz
El timo de Guernica
Pero no se comprende bien por qué España ha de pedir perdón
por semejante cosa. ¿Acaso era el bando llamado nacional el que representaba a España?
2017-04-11
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Es casi una vulgaridad repetirlo, de tan repetido que está.
Pero si hay un caso que demuestra lo atinado de aquella frase sobre la verdad
como la primera víctima de las guerras, ese caso es, sin duda, el del bombardeo de Guernica hace ahora
ochenta años. Porque aquel bombardeo no fue ni el primero ni el último ni el
más importante ni el más letal de la Guerra Civil, de no importa qué bando,
pero sin duda fue, y sigue siendo, el más conocido en todo el mundo por la
propaganda posterior y, fundamentalmente, por el hecho de que Picasso pintase
sobre él uno de los cuadros más famosos de todo el siglo XX.
En aquel abril de 1937 las tropas nacionales avanzaban hacia
un Bilbao en el que los peneuvistas de José Antonio Aguirre maniobraban a
espaldas de sus aliados republicanos para traicionarlos y rendirse por
separado; Mola y Franco libraban su pulso particular para demostrar quién
mandaba más; y aviadores italianos y alemanes hacían su guerra en ocasiones algo desconectados del mando nacional.
Una de las cuestiones más debatidas ha sido la de si
Guernica podía ser considerado objetivo de interés militar o no. La propaganda
republicana insistió en la respuesta negativa para denunciar lo que consideraba
un ejemplo de la barbarie fascista sobre la población civil. Y muchos autores
siguen insistiendo en ello.
El número, clase y nacionalidad de los aviones
participantes, la cantidad y clase de bombas arrojadas, el tiempo que duró el
bombardeo y otros detalles militares han sido repetidos, analizados, alterados,
descritos y citados en un millón de ocasiones, así que pasaremos de puntillas
sobre ellos para no aburrir innecesariamente con datos técnicos.
Una de las cuestiones más debatidas ha sido la de si
Guernica podía ser considerado objetivo de interés militar o no. La propaganda republicana
insistió en la respuesta negativa para denunciar lo que consideraba un ejemplo
de la barbarie fascista sobre la población civil. Y muchos autores siguen
insistiendo en ello. Pero no parece demasiado sostenible dada la presencia en
Guernica de cuarteles, varios cientos de soldados, fábricas de armas –que no
fueron el principal objetivo por el obvio interés de los nacionales en
mantenerlas operativas– y, sobre todo, el puente sobre el río Oca que se
pretendió destruir para dificultar la retirada de los soldados republicanos.
Por el contrario, la alegación de que sólo se pretendió
destruir el puente tampoco parece sostenible, entre otros motivos por las
cínicas palabras del comandante de la Legión Cóndor, Wolfram von Richtofen,
cuando, algún tiempo después, reconocería que "en Guernica me comporté de
una forma muy maleducada".
Tampoco parece sostenible que la gran destrucción de la
ciudad fuese debida a las bombas, pues los testigos presenciales relataron que
la mayor parte de la ciudad no fue afectada y que la devastación fue debida
al incendio posterior, que
no fue atajado con diligencia por unos bomberos que llegaron demasiado tarde y
se fueron demasiado pronto sin haber apagado los focos existentes.
Franco también se enfadó por la indisciplina de la Legión
Cóndor pero no dijo nada para no enfrentarse con sus aliados alemanes.
Evidentemente, tampoco fue cierta la versión nacional de que Guernica
había sido quemada por los republicanos en fuga, si bien es cierto que contaban
con los antecedentes de Eibar e Irún para sospecharlo en un primer momento.
Una de las más insistentes mentiras ha sido la de que se
trató de una decisión de Franco y Mola para arrasar simbólicamente al pueblo
vasco mediante la destrucción del centenario roble y la Casa de Juntas. Pero
cuando Mola se enteró de la acción decidida por von Richtofen estalló de
indignación. Franco también se enfadó por la indisciplina de la Legión Cóndor
pero no dijo nada para no enfrentarse con
sus aliados alemanes. Y dos semanas después de lo de Guernica, el 10 de mayo,
reiteró la orden que ya había dado anteriormente:
"No deberá ser bombardeada ninguna población abierta
y sin tropas o industrias militares sin orden expresa del Generalísimo o del
General Jefe del Aire".
Y respecto a la voluntad de arrasar los símbolos forales
vascos, éstas fueron las palabras de José Antonio Aguirre al día siguiente:
"Los aviadores alemanes al servicio de los facciosos
españoles han bombardeado Guernica, incendiando la histórica villa que tanta
veneración tiene entre los vascos. Nos han querido herir en lo más sensible de
nuestros sentimientos patrios, dejando una vez más de manifiesto lo que Euzkadi
puede esperar de los que no vacilan en destruir hasta el santuario que recuerda
los siglos de nuestra libertad y nuestra democracia".
Y éstas, la del periodista británico George Steer, quizá el
principal creador del mito de Guernica por su artículo The tragedy of Guernica
publicado en The Times:
"El objetivo del bombardeo ha sido la
desmoralización de la población civil y la destrucción de la cuna de la raza
vasca".
Verborrea heroica aparte, para desmentir lo sostenido por
ambos baste el hecho de que Mola, al entrar sus tropas en la ciudad dos días
después, ordenó la inmediata protección del árbol y la Casa de Juntas por una
guardia de requetés.
Especialmente importante ha sido, tanto entonces como hoy,
el baile de cifras de fallecidos. Significativamente, la prensa bilbaína y los
primeros testigos hablaron de pocas víctimas, incluido el mencionado Steer.
Pero pronto llegarían los ceros. Varios periódicos ingleses
y estadounidenses, interesados en agrandar la amenaza alemana, llegaron a
ochocientas y novecientas víctimas. En Francia, L’Humanité alcanzó
las dos mil. José de Labauria, el alcalde peneuvista de Guernica, anunció por
Radio Bilbao que habían muerto "miles y miles". Un folleto
propagandístico editado por el gobierno de la República para informar del
bombardeo en el extranjero concretó más: 1.654 muertos y 889 heridos. En su
libro De Guernica a Nueva York, publicado en 1944, Aguirre corrigió
al alza: dos mil. Su correligionario Pedro de Basaldúa, en un libro
paradójicamente titulado En defensa de la verdad, fue aún más
lejos: hasta los tres mil. Indalecio Prieto, en su artículo de 1955 Guernica
la mártir, quedose en los dos mil. Y varias décadas más tarde Hugh Thomas
lo cifró, sorprendentemente, entre cien y mil seiscientos, manifestando su
preferencia por el millar. Como contraste, Ricardo de la Cierva escribió en
1970 que "no llegaron a una docena".
Pues bien, Jesús Salas Larrazábal, historiador que acudió a
los registros civiles y a los de entierros y fallecidos en el hospital de
Basurto en aquellos días, fijó la cantidad en ciento veinte. Posteriormente, el
periodista Humberto Unzueta confirmó los ciento veinte apuntados por Salas, de
los que identificó con nombres y apellidos a ciento quince; y la asociación
Gernikazarra ha considerado en los últimos años que la cifra podría llegar
hasta aproximadamente el centenar y medio.
Pero lo más importante de todo es la utilización que de
Guernica sigue haciéndose hoy.
Pues el PNV ha exigido en numerosas ocasiones que España pida perdón por el
bombardeo, como lo hiciera en 1997 el presidente alemán Roman Herzog. Pero no
se comprende bien por qué España ha de pedir perdón por semejante cosa. ¿Acaso
era el bando llamado nacional el que representaba a España? ¿No habíamos
quedado en que se trataba del bando golpista contra el gobierno legítimo de la
República? Si fue así, el bando que representaba España tendría que haber sido
el otro, aquel en el que precisamente militaban los peneuvistas. Pero si se
empeñan en atribuir la cualidad de "España" al bando nacional,
entonces estarán dando la razón a Franco, al cardenal Gomá y a tantos otros
que, tanto entonces como en décadas posteriores, definieron al bando
republicano como la anti-España. Además, por ese camino se podría empezar a
exigir perdones a diestro y siniestro, empezando por el que debería pedir el
PNV por los cientos de asesinados en las cárceles y barcos-prisión a su cargo.
Y al PSOE y el PCE, únicos partidos, junto con el PNV, que continúan existiendo
desde entonces, por la orgía de sangre que desataron en retaguardia durante los
tres años de guerra.
El bombardeo de Guernica demuestra una vez más,
lamentablemente, que lo importante no es la veracidad con la que se relaten los
hechos, sino el sentimiento que se provoca con el relato y el rédito político
que se pueda sacar de ello.
El bombardeo de Guernica –al que Aguirre otorgó la categoría
de "el más brutal asesinato registrado jamás"– da para mucho. Pues el
mundo batasuno ha aprovechado en alguna ocasión aquel mitificado acontecimiento
para comparar la Audiencia Nacional con la Legión Cóndor. E incluso ha servido
para legitimar los crímenes de
ETA. Por ejemplo, el número de diciembre de 1970 de la revista Sabindarra,
editada por nacionalistas afincados en Venezuela, rezaba así en su portada:
ESPAÑA ASESINA. España destruyó Gernika y Durango. GORA
EUZKADI AZKATUTA. MUERA ESPAÑA. LA JUSTICIA QUE EL MUNDO NO HIZO (España no
estaba entre los criminales del juicio de Nuremberg) CONTRA LOS CRIMINALES DE
GERNIKA OBLIGÓ A LOS VASCOS CONDENADOS A MUERTE EN BURGOS A LUCHAR POR SALVAR
EUZKADI. ¡MUERA ESPAÑA!
El historiador Alberto Reig fijó la clave de la cuestión en
su artículo de 1987 Guernica como símbolo:
Guernica se ha convertido en una bandera ideológica por
encima de su estricta realidad histórica (…) El bombardeo de Guernica no sólo
tiene un enorme significado político, más allá de la estricta realidad de los
hechos, sino que también ha pasado a representar un hito más en la lucha del
pueblo vasco –a lo que ha contribuido determinantemente el régimen franquista–
por su reconocimiento pleno como comunidad diferenciada, frente al torpe
nacionalismo unitarista del fascismo español.
Es decir, que el bombardeo de Guernica demuestra una vez
más, lamentablemente, que lo importante no es la veracidad con la que se relaten los hechos, sino el
sentimiento que se provoca con el relato y el rédito político que se pueda
sacar de ello.
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