¿Cuál
fue el origen de la hostilidad de Francisco de Quevedo hacia los catalanes?
CÉSAR
CERVERA / MADRID
Día
23/10/2014 - 11.34h
«Son
los catalanes aborto monstruoso de la política», recita en una de sus obras.
Las redes sociales han rescatado fuera de contexto las citas del poeta del
Siglo de Oro, donde se muestra muy crítico con los habitantes de esta región de
España
¿Cuál
fue el origen de la hostilidad de Francisco de Quevedo hacia los catalanes?
WIKIPEDIA
Retrato
de Francisco de Quevedo
Madrileño
de nacimiento, pero descendiente de unos hidalgos cántabros, Francisco Gómez de
Quevedo Villegas se movió durante toda su vida con precariedad por la corte
castellana. Para mantener su estatus de poeta oficioso de Madrid, el autor de
«La vida del Buscón» tuvo que claudicar en numerosas ocasiones a favor de la
opinión impuesta por el Conde-duque de Olivares, al cual no profesaba especial
simpatía. Sin embargo, no parece que la hostilidad hacia los catalanes fuera
forzada por nadie, sino representativa del clima de opinión que imperó en el
contexto de la Sublevación de Cataluña en 1640.
El
poeta vivió en primera persona el proceso de decadencia del Imperio español,
que en el año de su nacimiento, 1580, estaba a punto de alcanzar su máxima
expansión con la conquista de Portugal. No en vano, a su muerte en 1645 el
panorama era muy distinto con la rebelión iniciada por los catalanes
consumiendo tropas y recursos a un ritmo desconocido en España desde tiempos de
la Reconquista.
La
Sublevación de Cataluña tuvo su raíz en la hoja de reformas con la que el
Conde-duque de Olivares buscaba repartir los esfuerzos y exigencias de mantener
un sistema imperial entre los territorios que conformaban la Monarquía
hispánica. Hasta entonces, Castilla había cargado de forma desproporcionada con
los compromisos en Europa de la dinastía Habsburgo, y a esas alturas una
profunda crisis demográfica azotaba las tierras castellanas. Las reformas
fueron recibidas en Cataluña con gran hostilidad. Así, en mayo de 1640 se
produjo un alzamiento generalizado de la población del principado de Cataluña
contra la movilización de los tercios del ejército real. Esta tensa situación
desembocó el 7 de junio de 1640 en el conocido como día del «Corpus de Sangre»,
cuando un pequeño incidente en la calle Ample de Barcelona entre un grupo de
segadores precipitó la revuelta.
Richelieu
no desperdició la oportunidad de debilitar a la corona española
«En
tanto en Cataluña quedase un solo catalán, y piedras en los campos desiertos,
hemos de tener enemigos y guerra», escribió Quevedo sobre un conflicto que se
complicó por momentos. Los gobernantes catalanes se aliaron con el máximo
enemigo de la Monarquía hispánica: el Reino de Francia. El cardenal Richelieu
no desperdició una oportunidad tan buena para debilitar a la corona española y
apoyó militarmente a los sublevados. Cuando las tropas de Felipe IV dieron la
vuelta a la situación y estalló otra revuelta popular –en este caso, en apoyo a
la corona hispánica–, los gobernantes rebeldes forzaron una alianza con Francia,
donde Cataluña se constituía en república independiente bajo la protección de
Francia. No obstante, ese mismo año, 1641, anunciaron que el nuevo conde de
Barcelona sería Luis XIII de Borbón, rememorando el antiguo vasallaje de los
condados catalanes con el Imperio Carolingio.
Luis
XIII nombró un virrey francés y llenó la administración catalana de conocidos
pro-franceses Pronto, la población de Cataluña se dio cuenta de su error. El
pulso al Conde-duque de Olivares había desembocado en una guerra cuyos gastos
militares estaban financiando ellos, justo la razón por la que iniciaron la
revuelta. Durante casi una década, la región de Cataluña permaneció bajo
control francés hasta que el final de la Guerra de los Treinta años, y el
enfriamiento del choque hispano francés, permitió a Felipe IV recuperar el
territorio perdido. Conocedor del descontento de la población catalana por la
ocupación francesa, un ejército dirigido por Juan José de Austria rindió
Barcelona en 1651.
Mientras
tanto en Madrid, donde cada vez era más evidente que el Imperio español se
desmoronaba a pasos agigantados, un ambiente de nostalgia y derrotismo invadió
el clima de opinión. Francisco de Quevedo, que había renunciado a la corte y
estaba retirado en un pueblo de Ciudad Real, apuntó a los catalanes como los
causantes de todos los males del imperio, junto a otros muchos autores
castellanos. Antes de fallecer el 8 de septiembre de 1645, el poeta dejó
escrito: «Son los catalanes aborto monstruoso de la política. Libres con señor;
por esto el conde de Barcelona no es dignidad, sino vocábulo y voz desnuda.
Tienen príncipe como el cuerpo alma para vivir y como éste alega contra la
razón apetitos y vicios, aquéllos contra la razón de su señor alegan
privilegios y fueros. Dicen que tienen Conde, como el que dice que tiene tantos
años, teniéndole los años a él. El provecho que dan a sus reyes es el que da a
los alquimistas su arte; promételes que harán del plomo oro, y con los gastos
los obligan a que del oro hagan plomo».
Relación
de Castilla y Cataluña
En
el contexto de una guerra que costó miles de muertos, la enemistad entre
castellanos y catalanes era compartida. En 1640, un diplomático italiano
informó que Barcelona se había convertido en «una ciudad sediciosa, rebelde y
violenta». El odio flotó en ambas direcciones, sin que al final del conflicto
quedaran grandes cuentas pendientes. En 1653, cuando los campesinos de la
Cerdaña organizaron una incursión militar para reconquistar el valle que
Francia se había negado a devolver al final de la guerra, su grito principal
fue «¡Visca Espanya!» en apoyo a su relación con España.
Fue
en el siglo XIX cuando los nacionalistas apuntaron a Castilla como su enemiga
De
hecho, más allá de estos inevitables episodios de tensión entre los distintos
reinos de la península, la relación entre Castilla y Cataluña fue de
cooperación mutua desde la unión de las coronas de Castilla y León con Aragón.
Como recuerda Henry Kamen en su último libro, «España y Cataluña: Historia de
una pasión», en 1479 la ciudad de Barcelona comunicó a Sevilla: «Ahora somos
todos hermanos». Fue muy posteriormente, a partir del siglo XIX, cuando algunos
autores catalanes comenzaron a culpar a los castellanos y a la unión de coronas
de haber causado perjuicio a las iniciativas empresariales de Cataluña durante
siglos. Y la propaganda nacionalista sigue argumentando que la castellanización
de Cataluña destrozó la economía de la región y atacó su cultura.
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