domingo, 24 de diciembre de 2017

POEMA DE LA PUTA VIEJA


Este artículo de Luis María Anson, publicado en El Cultural, revista de referencia de la vida intelectual española, ha merecido elogios generalizados en las redes sociales. Lo reproducimos a continuación, descansando del acoso agobiante de las elecciones catalanas.
“Nadie, nunca, me ha dicho te quiero.”
“Nunca mis oídos escucharon tales palabras y nunca, a nadie, yo se las he dicho. Soy puta. Soy vieja. Soy una puta vieja que ha perdido hace tiempo la cuenta de las sombras con las que me he acostado, las camas en que me he dejado la espalda y las sábanas que se han confundido con mi piel comprada de serpiente, piel que ha cambiado cada noche a lo largo y ancho de mi puta vida.” Esto ha escrito José Manuel Lucía en un poema incluido en su libro El único silencio, certeramente prologado por Caterina Ruta.
Nadie, nunca, le ha dicho a la puta vieja te quiero. Ni siquiera el niño que tuvo, el hijo adorado que la miraba mientras se dormía, maquillada como un payaso, sobre la almohada de todos los días, esa almohada a la que se abraza todavía para sentir el calor de un amor que nunca tuvo, que ya nunca tendrá.
“Soy una puta vieja llena de arrugas, una puta sin memoria, sin recuerdos, una puta sin pasado siquiera”. Los jadeos inventados, también los que le salieron de lo más hondo del alma, y las silenciadas palizas, los vómitos de tantas bocas borrachas, todo eso lo ha olvidado.
“Nadie, nunca, me dijo te quiero”. Sabe que se morirá cualquier día, cualquier noche. Que se morirá sola. Sola como ha vivido sin que nunca nadie le haya dicho te quiero. Se queja en la noche inmensa de Federico García Lorca con lamentos y palomas en cadena porque nunca nadie se acercó al balcón de sus ojos, aunque solo fuera para sentirse reflejado por un segundo. Nunca, nadie. Billetes en la mesilla de noche, sí, alguna que otra caricia perdida, alguna que otra palabra virgen… pero nunca nadie, nunca nadie le dijo te quiero.
Y ahora que es ya una puta vieja, mucho menos. Así es que se llevará a la tumba sus caricias vírgenes, sus palabras de amor y sus mentiras, las de todas las noches. Porque ¿a quién importan las lágrimas de una puta vieja? ¿A quién sus quejas y reproches?
Y se muere. Se muere la puta vieja de amor y melancolía. Se muere, arrasada el alma delicada y profunda. “Muero -escribe- muero en una cama, sola, sin nadie velando mis últimos suspiros. Muero en una casa sin persianas ni velos, viendo cómo los segundos son cada vez más lentos, y cada vez me cuesta más respirar y mantener abiertos estos ojos grises. Y así, en el último suspiro, bien puedo estar segura, ahora sí, que nadie, nunca, me ha dicho te quiero.” Las arenas sopladas por el viento dejan su huella fugitiva en la puta vieja que sorbe ya todo el bronco sabor de la existencia.
Desgarrado por una profunda emoción termino la lectura de este poema que vale por todo el libro. José Manuel Lucía, que está a la cabeza del cervantismo español, es un poeta considerable. En El único silencio ha agavillado el azogue de sus diez libros de poesía. Tiene el poeta grandes aciertos y algunas desigualdades, pero en su obra lírica se refleja la sensibilidad del escritor por las más avanzadas vanguardias, las construcciones más audaces, el sentido eterno del verso liminar. Ni tópicos ni lugares comunes ni rimas consonantes. Musicalidad interior y sentimiento abisal. Y en medio de tantas descargas líricas, de tantas emociones contenidas, de tantas controvertidas tendencias, surge de pronto un poema soberbio que deja conmocionado al lector por su belleza y su profundidad. Embarco, en fin, La puta vieja en mi barca literaria, cargada ya con los mejores versos que he leído a lo largo de mi dilatada vida. Hacía mucho tiempo que no descubría un poema tan conmovedor como este que ha escrito José Manuel Lucía: La puta vieja.

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