Sánchez y Rajoy certifican el fracaso de una
cita que ambos sabían inútil
EL PAÍS
13 FEB 2016 - 00:00 CET
Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, antes de su
breve encuentro del 12 de febrero en una
Los pequeños cálculos tacticistas de los dos
principales partidos produjeron ayer una reunión tan absurda como extravagante.
Pedro Sánchez convocó al líder del Partido Popular con la firme voluntad de no
llegar a acuerdo alguno con él. Y Mariano Rajoy, que confesó haber acudido sin
saber a lo que iba, dejó incluso en el aire la mano que le tendía Pedro Sánchez
(aunque el líder socialista dijo después que Rajoy no le había visto y que se
habían estrechado la mano en privado).
Sánchez no parece entender lo que significa
negociar apoyos para una investidura. Su tarea no es la de ejercer de jefe de
Estado bis, llamando a consultas a los grupos con representación parlamentaria.
El trabajo de un candidato a la presidencia del Gobierno consiste en negociar apoyos
o abstenciones; por tanto, carece de sentido sentarse con el dirigente de un
partido con el que no cuenta para nada en el esquema de pacto que trata de
poner en pie.
Y qué decir del espectáculo protagonizado por
Mariano Rajoy, que lleva prácticamente ocho semanas inactivo desde el punto de
vista de la formación de Gobierno, sumido en el extraño juego de declinar la
investidura que le propone el Rey y asegurar después que mantiene su opción a
La Moncloa. Ni ha negociado apoyos para su propuesta de “gran coalición”, ni se
ha molestado en aclarar el proyecto del PP, salvo que hayamos de considerar
como tal la obviedad de un “pacto por la unidad de España” en una reunión
donde, según informó él mismo, ni siquiera se habló de Cataluña. Líder de un
partido asfixiado por la corrupción, Rajoy ha sido capaz de decir que si
alguien tiene “alguna idea” sobre cómo combatirla, está dispuesto a escuchar:
no nos tome el pelo, presidente, háganos ese favor.
El desencuentro tiene consecuencias. Sin la
participación del PP es imposible abordar la reforma constitucional, dadas las
mayorías cualificadas que la operación requiere en el Congreso y en el Senado,
cámara esta última dominada por los populares. El PSOE no tiene posibilidad
alguna de cumplir uno de los puntos más importantes de su programa electoral
mientras mantenga el cordón sanitario en torno a la minoría más votada. La
pretensión de Sánchez de excluir al PP de la fórmula de gobierno, pero pedirle
que colabore en la reforma constitucional, es otra de las improvisaciones
destinadas a justificar una reunión en la que, según los protagonistas, apenas
se mencionó ese punto.
La alta participación y el ambiente de
normalidad democrática que caracterizaron las elecciones del 20 de diciembre
contrastan con la desastrosa administración de sus resultados por los actores
políticos principales. Una cultura del pacto no implica solo una actitud menos
sectaria, sino trabajarse una mayor superficie de acuerdo entre ellos. No se
puede manejar las negociaciones para la formación de Gobierno pensando todo el
tiempo en hacer campaña para la repetición de las elecciones o en lo que viene
bien a cada líder para sostenerse al frente de sus respectivos partidos. Aquí
se trata de formar Gobierno y de dotarle de un programa. Políticamente,
escenificar un encuentro entre dos dirigentes que ambos sabían condenado al
fracaso ha sido un acto estrafalario.
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