Por Henry Kamen
El Mundo
10/12/04, 11.46 horas
El presidente del Gobierno, José Luis
Rodríguez Zapatero, ha propuesto en la Asamblea General de la ONU, la creación
de una alianza de civilizaciones entre occidente y el mundo árabe y musulmán
para combatir el terrorismo internacional por otra vía que no sea la militar.
«Tiene como objetivo fundamental», dijo,
«profundizar en la relación política, cultural, educativa, entre lo que
representa el llamado mundo occidental y el ámbito de países árabes y musulmanes».
La idea parece excelente. Quizá Zapatero
se haya inspirado en el libro del erudito norteamericano Samuel P. Huntington,
que habló de un choque de civilizaciones entre el mundo islámico y el
occidental. ¿Qué mejor manera para evitar un choque que proponer una «alianza»
entre dos combatientes? De esa forma, conseguimos acuerdo y comprensión y los
problemas del mundo están resueltos.
La inspiración de Zapatero hunde sus
raíces en la interesante herencia cultural de España, a medio camino entre la Europa
cristiana y el Africa musulmana.
El presidente ha optado por
identificarse con los árabes como lo hizo antes el Gobierno de Franco. Eso me
recuerda a cuando Fraga Iribarne, siendo entonces ministro de Información de
Franco, visitó Egipto, expresó con entusiasmo su admiración por «la similitud
entre la revolución de Egipto y la de España» basándose en que los dos países
tenían la misma cultura y el mismo fondo político.
La idea de que España tiene una relación
especial con los árabes era fundamental para la política exterior de Franco y
también parece serlo para Zapatero, como se deduce de sus frecuentes visitas a
Marruecos.
Los consejeros de Franco (y sin duda
también los de Zapatero) eran conscientes del punto de vista representado por
Joaquín Costa de que España y los árabes eran «dos habitaciones de la misma
casa». Por supuesto, no todos los españoles han sido de la misma opinión.
En una ocasión, Unamuno declaraba:
«Sobre los árabes, tengo una profunda aversión por ellos, apenas creo en la
llamada civilización árabe y considero que su paso por España ha sido uno de
las más grandes infortunios que hemos sufrido».
Veo tres pequeños problemas con la
propuesta «alianza de civilizaciones», y limitaré mi atención sólo a ellos.
El
primero es: ¿con quién y con qué se constituye la alianza?
Se supone que la intención no es
exportar los decadentes conceptos culturales occidentales, como democracia,
derechos de la mujer, libertad de expresión, libertad religiosa y tolerancia
sexual. Si Zapatero no tiene intención de profundizar en estos conceptos,
¿entonces intentará profundizar en conceptos como la dictadura, el control de
la prensa y la negación de la libertad sexual?.
Para que el contacto de culturas tenga
algún sentido hay que compartir una serie de conceptos en común. ¿Como demonios
puede existir una alianza si no es posible alcanzar un acuerdo en materias
sencillas como, por ejemplo, la libertad de prisioneros políticos o la
abolición de la pena de muerte para las esposas infieles?
Naturalmente, Zapatero puede contestar
que cuando dice profundizar, quiere decir no interferir, algo así como alcanzar
una situación de mutua tolerancia. Si es así, entonces todo el concepto de una
«alianza» se convierte en una farsa, porque el verbo profundizar significará
realmente no profundizar.
Y el problema se complica cuando nos
damos cuenta de que los países islámicos no tienen mucho más en común que unos
cuantos principios religiosos básicos.Zapatero parece querer un acuerdo con la
Liga Arabe y ha recibido todo el apoyo del secretario de la Liga. Pero la Liga
no representa ningún consenso de civilizaciones, y es poco más que una entidad
política artificial que dice hablar en nombre de los diferentes regímenes que
la constituyen.
Es interesante que el único país
musulmán que hasta ahora se declara partidario de la idea de Zapatero es
Mongolia, que busca desesperadamente la atención de los países occidentales.
El segundo pequeño problema es que una
alianza necesita financiación.
Es posible que el anterior Gobierno le
haya dejado a Zapatero las arcas del tesoro público repletas.
Pero si ha de encabezar una alianza
necesita financiarla, no puede reclamar que George W. Bush lo haga por él. La
dificultad de las alianzas es que debe haber alguien que dé y alguien que
reciba; de otro modo, todo el ejercicio acabará como una metafísica sin
sentido. La permanente sonrisa angelical de Zapatero no hará caer centavos
metafísicos del cielo. Veamos cómo funcionan realmente las alianzas.
La Liga Arabe existe en gran medida
porque los dólares americanos que reciben sus miembros le permiten sobrevivir.
En 2003, del presupuesto de ayuda exterior estadounidense de alrededor de
14.000 millones de dólares, Egipto (el componente clave de la Liga) fue el
segundo mayor beneficiario con 1.300 millones de dólares para ayuda militar y
con 615 millones de dólares para programas sociales. Jordania, el otro gran
beneficiario árabe, obtuvo 250 millones de apoyo económico y 198 dólares para
la financiación militar.
Estas cifras no son metafísicas: dan fe de
cómo funciona una alianza y explican claramente las decisiones que los
gobiernos de estos dos países musulmanes adoptan en cuanto a política exterior.
Egipto y Jordania permanecen como dos estados soberanos independientes, pero la
ayuda extranjera que reciben es un determinante básico de su conducta en las
relaciones internacionales.¿Qué propone Zapatero?
¿Darles más dinero del que Estados
Unidos les da? ¿O no darles dinero en absoluto? Ninguna de esas alternativas es
posible. En resumen, no puede haber alianza de civilizaciones porque sin los
dólares de Estados Unidos no funcionará.
Y no pensemos que Estados Unidos es tan
estúpido como nuestro Gobierno sugiere repetidamente. A cambio de su dinero,
los estadounidenses han intentado durante décadas reformar la cultura de los
estados árabes. Egipto, que tanto impresionó a Fraga Iribarne y es la
inspiración de Zapatero, es un caso que se debería tener en cuenta.Desde el año
1975, Egipto ha recibido más de 50.000 millones de dólares de ayuda de Estados
Unidos, que a cambio ha intentado suscitar reformas sociales. ¿Ha sido de algún
provecho?
Un antiguo embajador estadounidense a
Egipto, Edward Walter, ha confesado con franqueza que «la ayuda ofrece una
salida fácil a Egipto para eludir la reforma. Utilizan el dinero para apoyar
los programas anticuados y resistirse a las reformas». Sin embargo, los
norteamericanos saben que sin la ayuda no podrían ejercer presión alguna sobre
los egipcios.
Entonces, ¿cuál es la respuesta?
¿Traerán las expresiones de amor metafísico, en una alianza basada no en
dólares sino en la admiración mutua, un cambio en la estructura social del
mundo musulmán y eliminarán el terrorismo de raíz?
Eso me lleva a mi tercer y último punto.
En cada declaración emitida por Al Qaeda y sus asociados, siempre se identifica
como el gran enemigo el Estado de Israel y no Estados Unidos. Una gran parte de
la opinión árabe ha insistido repetidamente que la existencia de Israel es la
base del problema y ha sugerido que el terrorismo se desvanecería si Israel se
desvaneciera.
Este es un argumento de peso en España,
donde el antisemitismo siempre ha sido un componente fundamental tanto para los
políticos de derecha como para los de izquierda.
El régimen de Franco contribuyó
enormemente a la persistencia de las ideas antisemitas, sobre todo por negarse
a reconocer al Estado de Israel. La supervivencia del antisemitismo en España
se puede encontrar por ejemplo en los escritos de un antiguo ideólogo francés
estalinista, que ahora es musulmán y que dirige en Córdoba un Centro para el
Diálogo entre Civilizaciones.
Se llama Roger Garaudy y tiene 90 años.
Niega que jamás haya existido un holocausto en el cual la Alemania nazi haya
eliminado a millones de judíos, defiende destruir América, y cree en «la
necesidad del diálogo entre civilizaciones, contra la ideología del Pentágono
que favorece el choque de civilizaciones».
¿Es posible que Zapatero de algún modo
haya tomado prestada de Garaudy la frase de «diálogo entre civilizaciones» y la
haya convertido en una «alianza»? Esta no es una pregunta frívola. Es
sorprendente que la propuesta «alianza de civilizaciones» se limite
exclusivamente a una alianza entre las naciones hispánicas y los musulmanes.
¿No son los judíos parte de la cultura
mediterránea? ¿No se hallan profundamente afectados por la evolución del mundo
árabe? ¿No tiene Israel una amplia población musulmana? ¿Por qué entonces se
excluye deliberadamente a Israel de las propuestas para un diálogo entre
culturas?
En resumen, la propuesta de una alianza
carece de todos los elementos principales de una iniciativa política realista.
Aparte de Mongolia y La Moncloa, pocos van a tomarla en serio.
Henry Kamen es historiador. Acaba de
publicar El Gran Duque de Alba
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