sábado, 13 de enero de 2018

El valor de la mentira

El valor de la mentira

En una sociedad que no esté enferma, mentir ante el juez para no tener que responder de tus actos nunca es perdonado políticamente

Ramón Pérez-Maura
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Varias veces a lo largo de los últimos meses hemos escuchado argumentar a algunos de los sediciosos catalanes que ellos rompen la ley porque no hay otra forma de lograr la independencia. Y les gusta poner ejemplos como los de Croacia o Eslovenia rompiendo con Yugoslavia, o Ucrania o Letonia rompiendo con la Unión Soviética. El argumento sería perfecto si no fuera porque hay un matiz diferencial muy relevante.
La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en la que estaban integrados los estados bálticos o Ucrania y la República Socialista Federativa de Yugoslavia no eran estados de derecho. Eran dictaduras. Y contra una dictadura tan sanguinaria como lo fueron las dos que sirven como ejemplo, probablemente no hay vía legal para conseguir llevar adelante el ansia de libertad de unos pueblos que llevaban menos de un siglo bajo la bota de sus respectivas dictaduras. Porque recordemos que hoy hace un siglo, el 13 de enero de 1918, tanto la mayor parte de la que sería Ucrania soviética como la Croacia yugoslava tenían su capital en Viena. Cataluña nunca ha conocido otra capital que Madrid desde que Felipe II (¡Un Habsburgo!) estableció aquí la capital de las Españas.
Pero estos secesionistas catalanes creen que todo es válido para saltarse la ley. Y que serán recompensados por ello. Yo también me cuento en el número de los que no dan crédito a los arrepentimientos de los sediciosos encarcelados. Ojalá el papel redentor de las instituciones penitenciarias españolas fuese tan efectivo como lo que han dado a entender en los últimos días los Jordis, Joaquim Forn o Carme Forcadell. Haría a nuestro sistema carcelario ameritar el Premio Princesa de Asturias de la Concordia.
Pero detras de este giro se esconde algo mucho más desmoralizante: Estos personajes han acudido ante el juez a mentir desde la más absoluta certeza de su impunidad política. Es posible que la Justicia pueda perseguirles de nuevo si se demuestra que mintieron ante el tribunal. Pero esa mentira no tendrá consecuencias ante su electorado. Porque ya en las elecciones del 21 de diciembre pasado las mentiras de los independentistas estaban a la vista de todos y eso no fue óbice para que les dieran una nueva mayoría.
En una sociedad que no esté enferma, mentir ante el juez para no tener que responder de tus actos nunca es perdonado políticamente. Pero ese es un reproche que los sediciosos catalanes ni se hacen. Hoy están en desbandada pero sus palabras son tan contradictorias con sus actos que es imposible tomarlas en serio.
Mas la cuestión de fondo es la degeneración de nuestra sociedad. La falta de honor y de orgullo propio. Se puede decir una cosa y la contraria sin inmutarse. ¿Qué ética y qué moral se enseña en las escuelas y colegios catalanes, en las parroquias, en el seno de las familias? ¿Ésta es la región que era mucho más avanzada que el resto de España? ¿En esto consiste el progreso?
Son ya muchas las evidencias de ello. Pero cada día hay más. Esta crisis ha servido para evidenciar la corrupción moral de la sociedad catalana que sigue votando a mentirosos a pesar de que renieguen de sus electores. Es una paradoja: votas a un representante que luego reniega de aquello por lo que tú le votaste. Pero tú le sigues apoyando por hacer lo contrario de aquello que se comprometió a ejecutar y por lo que tu le diste tu sufragio. Cataluña, año de gracia de 2018. No paramos de mejorar.

Ramón Pérez-MauraRamón Pérez-MauraArticulista de OpiniónRamón Pérez-Maura

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