sábado, 16 de septiembre de 2017

'¡Mueran los intelectuales!






Miguel de Unamuno fue tres veces rector de la Universidad de Salamanca, hasta su destitución, en 1936, por orden de Franco.

Carmen Carbonell Seguir a carmencarbo



Miguel de Unamuno, en la Universidad de Salamanca | Cordon Press


Tres veces, tres, fue don Miguel de Unamuno rector de la Universidad de Salamanca. Por primera vez en el año 1900​, y la última, de 1931 hasta su destitución, el 22 de octubre de 1936. Un hombre singular, de los pocos filósofos españoles contemporáneos que pasaron a la historia, quizá, junto con Ortega y Gasset. Acuñó un estilo basado en la paradoja, de lo que era ejemplo en su vida y en su obra: escritos periodísticos, poesía, novela, ensayo... un intelectual, ante todo.

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Detrás de la célebre frase '¡Venceréis pero no convenceréis!' hay un incidente que ha pasado a ser reflejo de su carácter visceral. El vasco no se callaba ante nada, y así lo demostró el 12 de octubre de 1936, aunque su proverbial incontinencia le acabaría costando el puesto.
Se celebraba entonces el conocido como 'Día de la Raza', en un acto solemne en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, al que acudieron -entre otros- la esposa de Franco, Carmen Polo (en representación de su marido), el general José Millán-Astray, el entonces obispo de la diócesis Enrique Plá y Deniel, el poeta José María Pemán, el gobernador militar de la plaza y otras fuerzas vivas de la ciudad.​ El acto se inauguró con unas palabras de Unamuno, para dar paso al resto de las autoridades, con sus correspondientes discursos. No estaba previsto que el rector de la Universidad de Salamanca volviera a tomar la palabra en ningún otro momento, pero tras la soflama de Millán Astray, quiso hacer una 'aclaración', que se ha convertido en uno de los discursos más célebres del intelectual:



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"Estáis esperando mis palabras, me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio ante lo que se está diciendo. Callar, a veces, significa mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Había dicho que no quería hablar, porque me conozco. Pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de una guerra en defensa de la civilización cristiana. Yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no: ésta, la nuestra, es sólo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer es convencer, y hay que convencer sobre todo. Pero no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia, que es crítica, diferenciadora, inquisitiva (mas no de inquisición...).
Se ha hablado de catalanes y vascos, llamándoles la antiespaña. Pues bien, por la misma razón ellos pueden decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo [Plá y Deniel], que lo quiera o no es catalán, nacido en Barcelona, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer. Y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española que no sabéis. Ese sí es mi Imperio, el de la lengua española y no..."
Dicen las crónicas de la época que la multitud allí congregada interrumpió el discurso del rector Unamuno, con gritos de '¡Viva la muerte! ¡Abajo la inteligencia! ¡Mueran los intelectuales!', ante lo que prosiguió:
"Acabo de oír el grito de '¡Viva la muerte!'. Esto suena lo mismo que '¡Muera la vida!'. Y yo, que me he pasado toda mi vida creando paradojas que enojaban a los que no las comprendían, he de deciros como autoridad en la materia que esa paradoja me parece ridícula y repelente. El general Millán Astray es un inválido de guerra. No es preciso decir esto en un tono más bajo. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no se tocan ni nos sirven de norma. Por desgracia hoy tenemos demasiados inválidos en España y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes se sentirá aliviado al ver cómo aumentan los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray quiere crear una España nueva, a su propia imagen. Por ello lo que desea es ver una España mutilada...
Nuevamente fue interrumpido, esta vez al grito de '¡Mueran los intelectuales!', pero Unamuno quiso finalizar su discurso:
"Este es el templo del intelecto y yo soy su supremo sacerdote. Vosotros estáis profanando su recinto sagrado. Diga lo que diga el proverbio, yo siempre he sido profeta en mi propio país. Venceréis pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha: razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España. He dicho".
Los últimos meses de vida, desde octubre hasta diciembre del 36, los pasó en su casa, bajo arresto domiciliario, aquejado de lo que para él había sido, (aunque dialéctico) 'un disparo en el corazón', como reconocía a sus allegados. El historiador Fernando García de Cortázar relató la resignada desolación con la que se enfrentó al el decreto de destitución del rector, firmado por Franco dos meses antes de su muerte: la tarde del 31 de diciembre de 1936.

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