POR ESPERANZA AGUIRRE
Día 22/09/2014 - 12.19h
Los ciudadanos quieren ver que los corruptos son
castigados de verdad por sus propios partidos y no solo que se deje en manos de
una lentísima Justicia la solución de los casos
Una de las novedades que nos está proporcionando el
inicio del curso político es la publicación de encuestas que señalan que la
intención de voto a Podemos sigue creciendo con respecto a los ya buenos y
sorprendentes resultados que obtuvo en las elecciones europeas de mayo.
Sigo sorprendentes porque ninguna encuesta previa de
entonces había sido capaz de detectar la magnitud de su éxito. Ahora hay
encuestas que llegan a colocar a este movimiento muy cerca del PSOE como
segunda fuerza política de España. Y en Madrid parece que ya lo sería, según
algunos de estos sondeos.
En la historia democrática de España no se había dado
nunca un fenómeno de estas características: la irrupción de un grupo político
(aún no está claro si es un partido político o si se trata de una especie de
movimiento de vocación populista, como el chavismo en Venezuela) que, en tan
poco tiempo, haya alcanzado este grado de desarrollo y de aceptación por parte
de bastantes ciudadanos.
Por eso, la aparición de este movimiento debería ser
un aldabonazo en las conciencias de todos los que, de una u otra manera, nos
dedicamos a la política.
Y debería obligarnos a reflexionar en profundidad
acerca de lo que ha pasado y pasa para que se haya producido este fenómeno.
Porque, que un movimiento de corte y discursos
populistas y de ideología y métodos extraídos del marxismo-leninismo, que,
además, tiene como modelo confesado el siniestro régimen chavista de Venezuela,
haya alcanzado este auge en tan poco tiempo entre los ciudadanos españoles
necesita una explicación.
Que haya -según algunas encuestas- hasta un 22 por
ciento de ciudadanos dispuesto a votar una opción política que ha llevado al
desastre total a los países donde han sido aplicados sus métodos y sus
programas exige una reflexión de todos.
Es verdad que la dureza y la larga duración de la
actual crisis económica, con unas cifras de paro verdaderamente escandalosas,
sobre todo entre los más jóvenes, son un adecuado caldo de cultivo para que
medren movimientos que ofrecen soluciones populistas y demagógicas.
Está ocurriendo en otros países de nuestro entorno,
aunque en ellos el paro no sea tan grave como en el nuestro. Pero la irrupción
de un grupo que se declara abiertamente comunista de los de antes, que ni
siquiera se mira en el «eurocomunismo» del Carrillo de la Transición, sino en
el marxismo-leninismo, constituye un fenómeno exclusivamente español.
Esta peculiaridad española creo que se debe, en gran
medida, a los errores que los políticos españoles hemos cometido en los últimos
tiempos. Unos errores que han provocado el hartazgo de muchos hacia las opciones
políticas tradicionales. La proliferación constante de casos de corrupción a la
que hemos asistido últimamente es un gravísimo factor a la hora de provocar el
rechazo de los ciudadanos hacia los políticos. A esto hay que añadir el exceso
de poder de las élites en los partidos y la falta de democracia dentro de
ellos, que impiden que lleguen a la cúspide de los partidos las voces de los
ciudadanos y su malestar. A esto hay que unir una ley electoral que, como ya
hemos señalado muchas veces, aleja a los electores de los elegidos y que
conduce a que los cuadros de los partidos estén siempre más atentos a quedar
bien con los jefes que a preocuparse y ocuparse de los problemas de los
ciudadanos.
Solo si consideramos estos errores de los políticos de
los partidos tradicionales junto a la dureza de esta crisis económica (una
crisis que está provocando que, por primera vez en nuestra Historia, la
generación de los hijos va a tener más dificultades de las que encontraron sus
padres), se puede entender el descontento de algunos españoles, que les lleva a
considerar a Podemos, que es un movimiento de rancio comunismo y recetas muy
antiguas y fracasadas, una opción regeneradora.
Ante este panorama, los partidos clásicos tienen que
reaccionar sin dilaciones y sin contemplaciones. Los ciudadanos quieren ver que
los corruptos son castigados de verdad por sus propios partidos y no solo que
se deje en manos de una lentísima Justicia la solución de los casos. Los
ciudadanos quieren ser escuchados, también de verdad, por los políticos. Los
ciudadanos quieren que los políticos den la cara y se expliquen claramente. Los
ciudadanos quieren que el malestar de la calle lo hagan suyo los políticos.
La responsabilidad de esta tarea regenerativa no
incumbe solo a los políticos de la izquierda, que parece que, hoy por hoy, son
los más amenazados por el movimiento de Podemos. Nos incumbe a todos. Porque,
que no se engañe nadie, Podemos y sus propuestas pretenden dinamitar el régimen
de libertades que nos hemos dado. Y sería imperdonable que este movimiento
siguiera creciendo por nuestros errores y nuestra falta de sentido de la
responsabilidad.
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