Septiembre de 1979:
dos terroristas de ETA, Aulestia Urrutia y Françoise Marhuenda, se reúnen en
Francia. Él le suministra a ella los datos para hacer un seguimiento a un
diputado de Unión de Centro Democrático, Javier Rupérez. Se trata de elaborar
un informe para un posterior secuestro, en el marco de una campaña terrorista
que reclamará la amnistía de sus presos cuando se apruebe el estatuto de
autonomía vasco. Marhuenda alquila para ello un piso en la calle de la
Encomienda nº 20 de Madrid, con una identidad falsa y, durante dos semanas,
vigila las costumbres del diputado.
Terminada su tarea,
se tiene que entrevistar con el “comando” que llevará a cabo la acción, el
mismo que había intentado secuestrar a otro diputado centrista, Gabriel
Cisneros. Este político había conseguido milagrosamente zafarse de los
terroristas en el momento en que iban a capturarlo, aunque resultó herido de
bala.
Se citan en el bar
del teleférico de la casa de Campo, en la calle Pintor Rosales. Allí aparecen
(según el relato que Françoise hará a la policía tiempo después) Luis María
Alkorta (alías Bigotes) y Arnaldo Otegi (El Gordo). Le proponen irse a vivir
con ellos a un chalet que utilizan como “casa franca” en nuestro pueblo, El
Hoyo de Pinares. Allí les espera el otro integrante del grupo, José María
Ostolaza, alias El Barbas.
Françoise asegura
que, durante varios días, efectúa viajes desde nuestro pueblo a Madrid con
integrantes de ese “comando” para contrastar la información de seguimiento que
ha recogido y estudiar in situ como debía llevarse a cabo la operación.
Los terroristas ya
tienen estudiadas las costumbres del diputado. Para su acción, usarán los
mismos turismos, dos Seat 127, uno rojo y otro beige, que utilizaron en el
fallido secuestro de Cisneros. Acuerdan que, si se presenta algún inconveniente
durante la captura, le matarán.
La víspera del
secuestro, pasan todos la noche en el piso alquilado de la calle de la
Encomienda en Madrid. A las siete de la mañana del 10 de noviembre de 1979, van
a la Casa de Campo y dejan allí aparcado el 127 beige. Siempre según el relato
de Françoise (luego no confirmado íntegramente por las sentencias judiciales),
los cuatro terroristas, cada uno con un arma, se dirigen en el coche rojo al
domicilio de Rupérez, en la madrileña plazuela de la Morería, donde llegan
sobre las ocho y media de la mañana. La mujer se sienta en un banco en la acera
de enfrente y el Seat 127 lo aparcan detrás del vehículo de Rupérez, a unos 50
metros de distancia.
A las nueve y diez,
sale de su domicilio Javier Rupérez y se encamina a su coche, un Seat 127 azul
marino, de dos puertas, matrícula M-4032-AL, aparcado en la calle de la Morería
con la plaza del Alamillo. Como Secretario de Relaciones Internacionales de
UCD, tiene previsto acudir a las 10 h. a la I Mesa Iberoamericana de Partidos
Democráticos que se celebra en el Hotel Monte Real de Madrid. Nunca llegará a
su destino.
Rupérez entra en su
coche y, cuando se dispone a arrancar, dos individuos armados con pistolas
abren la puerta y le encañonan. Le conminan a pasar a los asientos de atrás.
Uno de los pistoleros se sienta a su izquierda apuntándole. Otro se coloca en
el asiento del conductor y abre la puerta para que ocupe el puesto del copiloto
la muchacha con chándal y bolsa de deportes a la que poco antes Rupérez había
visto sentada en un banco.
Cuando el vehículo se
dirige hacia la zona de la Estación de Príncipe Pío, el individuo que tiene a
su lado, sin dejar en encañonarle con su pistola, le ordena agachar la cabeza, ponerse unas
gafas opacas y entregarle su reloj. Ya en una zona poco concurrida de la Casa
de Campo, le manda bajarse. Le quitan el abrigo, le dan unas pastillas, le atan
las muñecas y le vendan los ojos con gasa y cinta aislante. Tras introducirle
en el maletero del otro vehículo, emprenden viaje por carretera. Rupérez
lógicamente lo ignora, pero en ese momento se están dirigiendo a El Hoyo de
Pinares.
Llegados a su primer
lugar de cautiverio, entran con el vehículo al interior de un garaje y allí le
cambian del maletero al asiento delantero, pero aún atado y con los ojos
vendados. Esperan un tiempo y, una vez que se han asegurado de que no hay nadie
en las inmediaciones, le trasladan caminando a una habitación, le sientan en un
colchón a ras de suelo y por fin le quitan la venda. Entonces ve que está en
una especie de tienda de campaña azulada, en la que no puede ponerse de pie. Un
encapuchado situado a su lado le indica que sus necesidades las tendrá que
hacer en un cubo de plástico verde. Seguirá durante días con la misma ropa y le
facilitarán un par de mantas, una palangana con agua y jabón y un cepillo de
dientes.
En el Hotel Monte
Real, empieza a inquietar el inusual retraso de Rupérez. Lógicamente al
principio se le quiere restar importancia, piensan simplemente que se puede
haber dormido. Luego quieren suponer que se trata de una avería del vehículo...
Tras las comprobaciones del equipo de seguridad de UCD en su casa, la
preocupación ya no puede ocultarse. A la una y media de ese día se cursará la
denuncia policial por la desaparición. Antes de ello, tras agotar las
indagaciones, se ha avisado telefónicamente a su familia, que está en La Puebla
de Almenara (Cuenca). La madre de Javier llora al enterarse. Su esposa, Gerry,
y su hermana, Paloma, recogen todo para regresar a Madrid, con la hija del
político secuestrado, Marta, de sólo dos años de edad. Hasta primeras horas de
la tarde no se instalan los primeros controles policiales en las salidas y
accesos de la capital. Es demasiado tarde.
Todas las hipótesis
de autoría –desde la extrema derecha a cualquier de las ramas de ETA- estaban
abiertas a la especulación periodística y la investigación policial. No es
hasta dos días después del secuestro cuando la denominada ETA
(político-militar) lo reivindica, mediante un comunicado que anuncia que
próximamente concretarán sus exigencias. Ese mismo día, la policía localizará
el coche del diputado, abandonado en la Casa de Campo.
Algún tiempo después,
parece que abandonan El Hoyo de Pinares, con un destino desconocido. Al
secuestrado le dan otra vez pastillas y le vendan los ojos. Le suben a la parte
de carga de un camión y le esconden entre cajas. Una vez llegados, le indican
que camine por una especie de rampa de cemento y, ante lo que se supone que
será una entrada, le ordenan que pase arrastrándose. Cuando le descubran los
ojos, verá el lugar donde pasará el resto de su cautiverio: un pequeño
habitáculo con una litera metálica, una mesa y una silla.
A esas alturas ya ha
tenido algunas conversaciones con sus terroristas. Sabe que son de ETA,
presumiblemente de la rama político-militar y le han reconocido que su
secuestro está teniendo gran trascendencia pública.
El presidente Adolfo
Suárez ha decidido no negociar con los terroristas y gestionar una cadena de
adhesiones internacionales que pidan la liberación sin condiciones. La familia
hace públicos mensajes de cariño, cuyo contenido Javier Rupérez no llegará a conocer
durante su cautiverio.
El 13 de noviembre
ETA político-militar había dado a conocer sus “exigencias” para liberar al
secuestrado: la inmediata excarcelación de cinco reclusos concretos aquejados
de alguna dolencia, y la creación por el Consejo General Vasco (el organismo
preautonómico) de una comisión para estudiar la supuesta “violencia
institucionalizada” contra el País Vasco.
El 14 de noviembre el
Congreso condena la privación de libertad de su diputado, que califica de
“agresión a las instituciones democráticas” e insta al Gobierno para que actúe
“sin sometimiento a coacciones de índole delictiva”. Personalidades públicas de
muy distinta condición constituyen un Comité pro Liberación de Javier Rupérez.
A Rupérez su captores
le proporcionarán un mono de obrero y le harán varias fotografías, que ETA hará
públicas para acreditar que sigue con vida: bajo el cartel de Pertur (dirigente
etarra de cuya desaparición culpan al Estado pero que en realidad ha sido
asesinado por otra facción de la propia banda), con el diario El País del 17 de
noviembre en las manos, con un libro o escribiendo una carta para su familia.
Un día, entran en su
habitación, encienden la luz y le sacan de la cama dando voces: “¡Esto se
acabó! Le vamos a ejecutar, todo el mundo le ha abandonado, el Gobierno no
quiere negociar, estamos hasta los cojones!”. Le lanzan recortes de prensa a
los que han quitado las fechas, todos en la misma línea de negativa a
negociación por parte del gobierno ucedista. Rupérez piensa que ha llegado su final.
Pero, tras la conmoción causada, le obligan a que escriba una carta a Suárez
pidiendo que haga algo por su vida y le permiten regresar a la cama.
Todas las largas y
tensas semanas del cautiverio de Rupérez se debaten entre una intensa
preocupación y permanentes noticias contradictorias. No hay que olvidar que
todavía está reciente la conmoción que nos produjo a todos ver en el maletero
de un coche el cadáver de Aldo Moro, el dirigente de la democracia cristiana
italiana, secuestrado y asesinado el año anterior por el grupo terrorista
Brigadas Rojas. El gobierno sí tiene previsto dar ciertos pasos en materia
penitenciaria, pero no quiere dar la impresión ante la opinión pública de que
los terroristas le marcan el paso.
Aunque Rupérez no lo
sabe con certeza, se ha cumplido ya un mes desde su captura el día en que sus
secuestradores entran al habitáculo y le dicen simplemente: “Nos vamos”. Le
proporcionan ropa nueva y, tras suministrarle otra vez pastillas y vendarle los
ojos, le meten en el maletero de un coche. Llegados a su destino, le dejan
sentado en una piedra, con los ojos tapados, y le dicen que no se mueva, que su
familia le recogerá. Nadie viene y, transcurrido algún tiempo de espera,
Rupérez decide quitarse la venda. Es de noche y camina hacia el lugar donde
intuye que hay una carretera. Llora entonces emocionado, porque es consciente
de que ha sido liberado y de que volverá a ver a los suyos. No intenta hacer
autostop a los coches que pasan: piensa que de noche y viéndole así -arropado
con una manta, pelo largo y barba de varios días- nadie parará. Se dirige hacia
una gasolinera, que encuentra cerrada, pero un cartel le informa de cuál es la
más cercana abierta, a un kilómetro. Cuando llega, se dirige al empleado que le
escucha tras los barrotes: “Soy Javier Rupérez, el secuestrado, me acaban de
liberar, ¿puedo hacer una llamada?”. “Sí, lo he conocido. Puede llamar, pero a
estas horas siempre pasa un coche de la guardia civil”. Le informan de que está en el término
municipal de La Varga, a 8 kilómetros de Burgos, y que son las seis de la
mañana del 12 de diciembre de 1979. Cuando aún están buscando el número de
teléfono de la guardia civil, llega efectivamente un coche patrulla. El
liberado sale a su encuentro y un agente exclama: “¡Coño, si es Rupérez!”. La
pesadilla ha terminado.
El diputado es
llevado a la Comandancia de Burgos. Desde allí, hablará primero con su esposa y
luego con el presidente Suárez. Después, le trasladan en coche al Palacio de la
Moncloa, donde podrá por fin abrazar a su familia. Y tras el reencuentro,
tendrá que ir al Hospital Puerta de Hierro para una revisión médica.
Los siguientes meses
hubo numerosas especulaciones sobre el precio de esta liberación. La oposición
socialista pidió a Suárez en sede parlamentaria que informara a la opinión
pública de cuáles habían sido las concesiones. El gobierno siempre negó
cualquier negociación o acuerdo con los terroristas. Ese mismo mes fueron
excarcelados catorce presos de ETA, pero el ejecutivo sostuvo que era
consecuencia de su propia política penitenciaria y no de cesiones. Una parte de
ETA (p-m), la llamada VII Asamblea, se acabaría disolviendo en 1982 y
acogiéndose a medidas de reinserción.
Habían transcurrido
más de tres meses de la liberación del diputado cuando una operación policial
en Oviedo desencadenó varias detenciones en Asturias, Málaga y Valencia,
proporcionando la información necesaria para esclarecer en parte el secuestro
de Rupérez y el intento sufrido antes por Cisneros.
Como consecuencia de
las distintas declaraciones e investigaciones, se procedió a detener a Begoña
Aurteneche, una vizcaína de 56 años, quien había suministrado uno de los
vehículos al comando y había alquilado el chalet de El Hoyo de Pinares donde
transcurrió parte del cautiverio. También se apresó a Françoise Marhuenda,
vasco-francesa de 26 años, que como ya sabemos confesó ser una de las autoras
materiales.
El chalet descubierto
estaba en la zona de La Perdiguera, en la entonces Avenida de José Antonio (hoy
Juan Carlos I) número 83 de nuestra localidad, por encima de la piscina
municipal. Allí se descubrió un zulo excavado donde se ocultaban aún explosivos
(80 kilos de goma 2, cuatro artefactos de carga hueca y cuatro granadas de
mano) y un arsenal de armas (cuatro pistolas, una metralleta y una escopeta
repetidora), además de numerosa munición, las gafas oscuras usadas en el
secuestro, grilletes, pelucas, matrículas de coches falsas… En esa vivienda se
halló también lo que los terroristas denominaban, en su siniestro lenguaje, la
“cárcel del pueblo”, esto es, el lugar donde transcurrió la primera parte del
secuestro del diputado de UCD.
Enseguida la noticia
trascendió a los medios: Rupérez había estado secuestrado en un pueblo de
Ávila, El Hoyo de Pinares. Periódicos, radio y televisión informaban de las
detenciones y del hallazgo del chalet. Como es fácil imaginar, la información
conmocionó a nuestro pueblo, donde incluso muchos habían conocido y tenido
trato personal con algunos ocupantes del chalet, especialmente con su
arrendataria, Begoña.
François narró ante
la policía los detalles del secuestro y declaró que ella y Otegi habían pasado
a Francia tres días antes de la liberación y que sus compañeros de comando lo
hicieron más tarde.
Entonces se rumorea
que Rupérez va a venir a nuestro municipio para reconocer el lugar donde estuvo
secuestrado. El día indicado, esperaban ante el chalet la guardia civil y el
reportero gráfico de Diario de Ávila Javier Lumbreras. Pasa el tiempo y Rupérez
no aparece. A falta de testimonio de la inspección ocular por parte del
diputado secuestrado, el periódico publicará al día siguiente la foto de los
curiosos chavales presentes, que nos estamos asomando a la verja del chalet. En
sus memorias, Javier Rupérez reconoce que se había comprometido con el
comisario Manuel Ballesteros a venir, pero que Joaquín Ruiz Giménez (el
político democristiano que había presidido el comité en pro de su liberación)
le pidió que no lo hiciera, porque le complicaba mucho las cosas en cuanto a la
regularización penitenciaria de los miembros de ETA (p-m) que se había
comprometido a intentar.
En 1981, se celebra
el primer juicio contra las dos mujeres. El 22 de mayo, la sentencia judicial
condena a Begoña Aurteneche a un año de prisión por colaboración con banda
armada y a François Marhuenda a tres años por su participación en el secuestro.
Casi diez años
después, se juzgaría a otros miembros del comando, Luis M. Alkorta y Arnaldo
Otegi –el mismo que más tarde sería dirigente de Batasuna-, a los que Rupérez
no pudo reconocer. A pesar de que su compañera de “comando” había proporcionado
numerosos datos, ellos negaron todo y resultaron absueltos por falta de
pruebas, en sentencia de la Audiencia Nacional de 19 de enero de 1989.
Obviamente el
secuestro de Javier Rupérez no es un episodio de grata memoria. Pero creo que
es necesario que las nuevas generaciones lo conozcan y que nosotros no lo
olvidemos. Al fin y al cabo, también es parte de nuestra historia. Y nos ayuda
a saber de dónde venimos y ser conscientes de cuánto ha costado hacer el
camino.
El nombre de El Hoyo
de Pinares a buen seguro invocará recuerdos dramáticos en Javier Rupérez. Pero,
en realidad, sólo la desgraciada elección de los terroristas convirtió un
pueblo que es acogedor, afable y amante de la libertad en el lugar de un
inhumano cautiverio.
- Javier Rupérez,
secuestrado por ETA. La Vanguardia, 13 noviembre 1979.
- ETA se atribuye el
secuestro de Rupérez. ABC, 13 noviembre 1979.
- El gobierno no
negociará con los secuestradores de Rupérez. El País, 13 noviembre 1979.
- ETA(p-m),
intransigente en el secuestro de Javier Rupérez. El País, 18 noviembre 1979.
- Javier Rupérez, en
libertad. ABC, 13 diciembre 1979.
- La liberación de
Javier Rupérez. El País, 13 diciembre 1979.
- Rupérez estuvo
secuestrado en un pueblo de Ávila. ABC, 25 marzo 1980.
- Detenidos dos
presuntos secuestradores de Rupérez. El diputado estuvo encerrado en unacasa de
Hoyo de Pinares (Ávila). El País, 25 marzo 1980.
- Esclarecidas las
acciones contra los diputados Cisneros y Rupérez. ABC, 26 marzo 1980.
- Dos mujeres,
responsables del secuestro de Javier Rupérez. Diario 16, 26 marzo 1980
- Relato policial del
secuestro de Javier Rupérez. La Vanguardia, 26 marzo 1980.
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