martes, 16 de junio de 2015

EL LENGUAJE DE LA DERECHA

EDURNE URIARTE
ME ha ocurrido más de una vez en tertulias televisivas y radiofónicas tras utilizar el concepto de extrema izquierda, cuando el contertulio progresista ha comenzado su respuesta con un «eso que Edurne Uriarte llama extrema izquierda». Y no necesariamente porque los contertulios progresistas lean únicamente prensa y libros progresistas que carecen habitualmente del concepto extrema izquierda. Los hay que leen bastantes más cosas pero rara vez encuentran tal concepto, de ahí que me lo atribuyan en exclusiva, y es que también falta en el lenguaje de la derecha, esto es lo preocupante.
A la derecha le falta identidad, pero también le faltan conceptos que es casi lo mismo. Conceptos para identificarse y conceptos para describir y valorar lo que ocurre alrededor. Para que la definición de la realidad no se la haga la izquierda. Que es lo que ocurre en una buena parte de los conceptos políticos. Por eso nos hemos encontrado en los últimos días, por ejemplo, con un enorme despliegue de titulares sobre la izquierda alternativa que ha llegado al poder de los ayuntamientos. Sin que nadie rechiste ni se sorprenda con el bello disfraz colocado a esa extrema izquierda que agrupa a Podemos, a los independentistas radicales, a los anti-sistema y a los proetarras. Como si llegaran los neonazis al poder de algún ayuntamiento y los llamaran «derecha alternativa». En realidad, han llegado, he ahí al concejal que se divierte con los campos de concentración nazis y que sigue con Carmena en el Ayuntamiento de Madrid. Pues a éste también lo meten en la «izquierda alternativa» que, además de todo lo anterior, suele ser antisemita.
Tampoco ha respondido la derecha a la revolución en ayuntamientos y comunidades anunciada por medios diversos y analistas. A pesar de su claro carácter de reacción, de movimiento reaccionario para eliminar los avances conseguidos por la derecha en tolerancia, libertades y gestión. Cuando se posee el lenguaje, también se tiene la capacidad para definir la reacción cuando ocurre. Y cuando no se tiene, pasa lo habitual en España, que los dueños de las palabras llaman revolución al recorte de libertades, a la promoción de la intolerancia contra la derecha y al saqueo de las cuentas públicas.
Y todos igualmente impertérritos con eso del Gobierno de la calle, del pueblo, eufemismo progresista para designar a los Gobiernos de perdedores que han impedido el Gobierno de los realmente elegidos por la calle, por el pueblo, es decir, la lista más votada. Porque el pueblo es para la extrema izquierda la que vota exclusivamente a la izquierda. Y para la otra izquierda, la socialista, el pueblo no es ahora lo importante sino aquello del juego parlamentario, los acuerdos entre minoritarios, aunque traicionen la decisión del pueblo.
Y, por supuesto, el pueblo se suma y se resta como le parece al progresismo. Por eso las elecciones municipales y autonómicas fueron ganadas, dicen, por una mayoría de izquierdas en la que han incluido hasta a Bildu que es, como Podemos, extrema izquierda, de ahí que se entiendan tan bien. Mayoría de izquierdas aceptada hasta por la propia derecha que sigue flagelándose a día de hoy porque no hubo una mayoría del PP, como dicen los datos, sino una mayoría de izquierdas.

No quiero quitar importancia a los cambios de caras en el PP. Pero el auténtico cambio está en el lenguaje y en la identidad, mucho más que en las personas que los transmitan.

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