EDURNE URIARTE
ME ha ocurrido más de una vez en tertulias televisivas y radiofónicas
tras utilizar el concepto de extrema izquierda, cuando el contertulio
progresista ha comenzado su respuesta con un «eso que Edurne Uriarte llama
extrema izquierda». Y no necesariamente porque los contertulios progresistas
lean únicamente prensa y libros progresistas que carecen habitualmente del
concepto extrema izquierda. Los hay que leen bastantes más cosas pero rara vez
encuentran tal concepto, de ahí que me lo atribuyan en exclusiva, y es que
también falta en el lenguaje de la derecha, esto es lo preocupante.
A la derecha le falta identidad, pero también le faltan conceptos que
es casi lo mismo. Conceptos para identificarse y conceptos para describir y
valorar lo que ocurre alrededor. Para que la definición de la realidad no se la
haga la izquierda. Que es lo que ocurre en una buena parte de los conceptos
políticos. Por eso nos hemos encontrado en los últimos días, por ejemplo, con
un enorme despliegue de titulares sobre la izquierda alternativa que ha llegado
al poder de los ayuntamientos. Sin que nadie rechiste ni se sorprenda con el
bello disfraz colocado a esa extrema izquierda que agrupa a Podemos, a los
independentistas radicales, a los anti-sistema y a los proetarras. Como si
llegaran los neonazis al poder de algún ayuntamiento y los llamaran «derecha alternativa».
En realidad, han llegado, he ahí al concejal que se divierte con los campos de
concentración nazis y que sigue con Carmena en el Ayuntamiento de Madrid. Pues
a éste también lo meten en la «izquierda alternativa» que, además de todo lo
anterior, suele ser antisemita.
Tampoco ha respondido la derecha a la revolución en ayuntamientos y
comunidades anunciada por medios diversos y analistas. A pesar de su claro
carácter de reacción, de movimiento reaccionario para eliminar los avances
conseguidos por la derecha en tolerancia, libertades y gestión. Cuando se posee
el lenguaje, también se tiene la capacidad para definir la reacción cuando
ocurre. Y cuando no se tiene, pasa lo habitual en España, que los dueños de las
palabras llaman revolución al recorte de libertades, a la promoción de la
intolerancia contra la derecha y al saqueo de las cuentas públicas.
Y todos igualmente impertérritos con eso del Gobierno de la calle, del
pueblo, eufemismo progresista para designar a los Gobiernos de perdedores que han
impedido el Gobierno de los realmente elegidos por la calle, por el pueblo, es
decir, la lista más votada. Porque el pueblo es para la extrema izquierda la
que vota exclusivamente a la izquierda. Y para la otra izquierda, la
socialista, el pueblo no es ahora lo importante sino aquello del juego
parlamentario, los acuerdos entre minoritarios, aunque traicionen la decisión
del pueblo.
Y, por supuesto, el pueblo se suma y se resta como le parece al
progresismo. Por eso las elecciones municipales y autonómicas fueron ganadas,
dicen, por una mayoría de izquierdas en la que han incluido hasta a Bildu que
es, como Podemos, extrema izquierda, de ahí que se entiendan tan bien. Mayoría
de izquierdas aceptada hasta por la propia derecha que sigue flagelándose a día
de hoy porque no hubo una mayoría del PP, como dicen los datos, sino una
mayoría de izquierdas.
No quiero quitar importancia a los cambios de caras en el PP. Pero el
auténtico cambio está en el lenguaje y en la identidad, mucho más que en las
personas que los transmitan.
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