Soraya
Sáenz de Santamaría es impecablemente leal a Mariano Rajoy. No está en la
maniobra de deterioro personal que sufre el presidente y cuyo objetivo es que
renuncie a presentarse a las elecciones. Soraya habría aceptado sustituir a
Rajoy si éste, tras una victoria electoral, hubiera tomado la decisión de dejar
los trastos en manos de su eficaz vicepresidenta.
Amigos
políticos y periodísticos de Soraya, ante el descalabro del PP en las
elecciones del 24-M, han desencadenado una campaña para dejar malherido a Rajoy
y que quede expedito el camino de la vicepresidenta a ocupar la silla curul de
Moncloa. Soraya sabe que una cosa es suceder a un Rajoy triunfador y otra muy
distinta a un Rajoy descalabrado. Como ella ha sido partícipe principal en el
descalabro, los dirigentes y los votantes del PP le pasarían factura.
Que
Mariano Rajoy no es el mejor candidato a las elecciones generales es un hecho.
Que su sustitución, dado el escaso tiempo que queda, podría convertirse en
contraproducente, también es una cuestión de hecho. Lo que parece razonable es
que Rajoy se despoje de los inanes ropajes arriólicos y se lance decididamente
a hacer política enfrentándose con los problemas que han vaciado su cesto de
votos.
Los
“agradaores” de Soraya son, sobre todo, entusiastas de sus propios intereses, a
los que la vicepresidenta ha atendido de forma enternecedora. No sé si se producirá
la catástrofe para el PP en las elecciones generales. Lo que parece claro es
que una sustitución tórpida del presidente podría acentuar la pérdida de votos.
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