ISABEL SAN SEBASTIÁN
Vista desde la distancia geográfica y emocional, España es hoy un país
en trance de descomposición avanzada
NO es la primera vez que ocurre. A lo largo de la Historia, España ha
protagonizado varios intentos de suicidio con la misma fiera determinación con
la que en otras ocasiones ha llevado a cabo gestas transformadoras del mundo.
Nunca como en estos años, empero, tuvo en su mano tantos triunfos susceptibles
de impulsarla hacia un futuro luminoso y los dilapidó en el afán de liquidarse
al mismo tiempo como nación, sociedad y proyecto compartido de progreso
colectivo.
Vista desde la distancia geográfica y emocional que proporciona el
alejamiento físico, España es hoy un país en trance de descomposición avanzada
cuya deriva produce pena, estupefacción, preocupación e incredulidad a partes
iguales. Una realidad antaño sólida que se diluye cual azucarillo en un magma
corrosivo. Explicar a un extranjero el porqué de lo que nos está sucediendo
resulta prácticamente imposible. ¿De verdad no quieren ser españoles tantos
catalanes, vascos y ahora también navarros y valencianos, dotados de amplias
competencias autonómicas y beneficiarios de las ventajas que otorga pertenecer
a la UE? ¿Cómo es posible que en el aeropuerto de Barcelona el castellano sea
la tercera lengua, detrás del catalán y el inglés? ¿Realmente ha ganado las
elecciones a la alcaldía de la Ciudad Condal la líder de un movimiento
antidesahucios conocida por encabezar escraches y decidida a inclumplir las
leyes que ella considere injustas? ¿Los dos grandes partidos de izquierda y
derecha vertebradores de la nación han llegado a tal grado de podredumbre que
ven a sus tesoreros, presidentes autonómicos, ministros y cargos públicos,
algunos todavía en activo, presos o imputados ante la Justicia por robar a los
contribuyentes? ¿Apoyan los electores de forma significativa a fuerzas que se
niegan a condenar el terrorismo y hasta lo justifican con mayor o menor
impudicia? ¿Respaldan a grupos entusiastas de regímenes liberticidas como el
chavismo? ¿Todo eso sucede en un país llamado España, con un pasado
determinante en la Historia Universal, una cultura no menos influyente, un
formidable potencial parejo a su privilegiada posición en el mapa y una
modélica transición de una dictadura a una democracia hace apenas cuarenta
años? Al interlocutor versado en política le cuesta encajar tanto «sí» en un
esquema argumental lógico.
Y es que por las venas de España corren venenos de acción lenta, aunque
letal, que nosotros mismos segregamos: corrupción, ignorancia, revanchismo,
relativismo, cainismo, envidia, abuso de poder, picaresca, amiguismo,
sectarismo, cobardía... Venenos para los cuales producimos antídotos únicamente
en las situaciones extremas, dejando que vuelvan a fluir en cuanto pasa el
peligro. Ahora hemos llegado a un punto de enfermedad terminal debida a la
acumulación de tóxicos.
Ni el PSOE, ni el PP ni tampoco IU, y mucho menos los nacionalistas, se
han mostrado capaces de poner coto a una corrupción desmedida que ha laminado
la confianza de los gobernados en los gobernantes y dado alas de gigante al
«sálvese quien pueda» territorial. La respuesta de Podemos a este colapso es un
vaso lleno de odio y revancha que pretenden hacernos tragar a todos, a fin de
«socializar» la miseria de la que ellos se nutren para lanzar su definitivo
asalto al cielo de la democracia. Ciudadanos vacila a la hora de tomar partido,
atrapado en sus propias exigencias, obligado a elegir entre lo malo y lo peor
sin contar tampoco entre sus filas con la experiencia y la excelencia que
serían necesarias. Y así vamos avanzando, derechos a la consunción, lastrados
por la herencia que dejó un Zapatero devastador, compendio de ineptitudes, y la
que ha acumulado en tres años este Tancredo Rajoy, campeón del inmovilismo.
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