IGNACIO CAMACHO
González defiende en
Venezuela a los presos del régimen que le ha dado cobertura y hasta nombre al
nuevo socio del PSOE
DE las dos viejas almas del
PSOE, la pragmática y la cimarrona, la accidentalista y la republicana, la
moderada y la revolucionaria, el felipismo logró siempre que se impusiera la de
mayor sentido del Estado. Incluso el frívolo Zapatero acabó cediendo, aunque a
la fuerza, a esa tradición institucionalista en la que Rubalcaba se inmoló para
facilitar sin sobresaltos el relevo de la Corona. González construyó el moderno
Partido Socialista como una organización de mayorías anclada en las clases
medias a través de lazos clientelares, y nunca toleró que a su izquierda
creciese ninguna fuerza capaz de desafiar su hegemonía. En el arriesgado
referéndum de la OTAN no sólo atornilló la presencia española en el seno de la
UE; lo utilizó para desmantelar toda oposición interna en su longitud de onda.
El PSOE como partido de Gobierno no era negociable: pactar con él no
significaba compartir poder sino someterse a su liderazgo.
Nadie le ha oído al
expresidente una palabra en contra ni a favor de los pactos que Pedro Sánchez
se dispone a cerrar con una izquierda radical que le ha sobrepasado en las
grandes ciudades españolas. Sí las pronunció antes de las elecciones contra el
auge del populismo, pero eso también lo hizo, y a menudo ay, las videotecas, el
propio Sánchez. En política hay que atender a los gestos y el de Felipe ha sido
diáfano e irrevocable: se ha ido a Venezuela a defender a los presos políticos
del chavismo, el régimen que le ha dado cobertura, dinero y hasta el nombre al
inminente nuevo socio de su partido. El que pueda entender, que entienda.
El PSOE de Sánchez se va a
meter en la cama con Podemos y sus marcas para blanquear de poder una derrota
electoral. A cambio va a blanquear también el perfil extremista de una
estructura política que sueña con consumar el vuelco ya iniciado en la
correlación de fuerzas de la izquierda, y que a tal efecto prepara nuevas
plataformas desde las que asaltar en otoño el declinante predominio
socialdemócrata. En las autonomías podrá disfrazar su entreguismo con una
posición de ventaja, pero en las capitales Madrid, Barcelona, Valencia, La Coruña,
Compostela, Alicante, Cádiz se dispone a llevar a hombros su propio féretro. El
precedente catalán de esta operación de aislamiento de la derecha, el Pacto del
Tinell, acabó con el PSC escombrado.
Allá en
Caracas, recibido con manifestaciones de repudio orquestadas por el
oficialismo, Felipe ha señalado su sideral distancia ideológica y hasta moral
con los patrocinadores «la financiación y tal», admitía la propia Manuela
Carmena de esta nueva izquierda populista de la que aún no ha salido un
reproche contra el chavismo. El sedicente progresismo siempre es generoso con
sus propias contradicciones, pero tal vez el viejo gato siga siendo, como dijo
una vez durante la etapa zapaterista, más militante que simpatizante de su
propio partido
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