El Eurogrupo y Grecia tienen que concretar un acuerdo esta semana
EL PAÍS 15 JUN 2015 - 00:00 CEST
¿Esta semana va la vencida? Aunque la negociación sobre la prórroga del
segundo rescate griego ha superado una y otra vez las fechas críticas, y hasta
ahora no ha sucedido ninguna catástrofe, todo indica que los próximos días se
presentan realmente como decisivos. Los últimos hábiles para decidir, por
varias razones convergentes. Una es la liquidez: a Grecia se le ha acabado el
dinero disponible. La última entrega al FMI ya requirió vaciar las cajas,
incluso municipales. Otra es que parecen haberse terminado también las
maniobras para ganar tiempo; la de concentrar todos los pagos al organismo
internacional a final de mes ya era insólita, para un país desarrollado: la
última vez que se usó fue hace 30 años, por Zambia, una referencia poco
estimulante. Y en fin, la paciencia de algunos acreedores toca sus límites,
como señala la retirada del propio Fondo de las negociaciones, en un gesto
temporal y algo enfático, pero de mensaje nada gratuito.
El calendario aprieta. A final de mes vencen los 1.500 millones que se
deben al FMI. Este 30 de junio vence también la prórroga acordada entre Grecia
y sus socios para el segundo rescate. Y un poco antes se celebra el Consejo
Europeo, que debería solemnizar el pacto. Pero no todo ese lapso es utilizable.
Porque para llegar a su término con los deberes hechos, el acuerdo debería
cerrarse esta misma semana, mejor en el Eurogrupo del próximo jueves (que quizá
se prolongue al viernes), para dar tiempo a algunos de los acreedores (como
Finlandia), obligados a someter cualquier pacto a sus respectivos Parlamentos.
Los negociadores, y sobre todo el más afectado, Grecia, deben tener
presente en cada minuto la inevitabilidad del pacto: saber que el impago al FMI
desencadenaría un bucle inestable de imprevisibles efectos, por más que los
Diecinueve estén ahora mejor equipados que en 2010 (fondos de rescate, esbozo
de unión bancaria, nuevas políticas del BCE); que eso condenaría a Atenas a
convertirse en un paria internacional, al no poder solicitar nuevos préstamos
al Fondo; que el tiempo ganado hasta ahora para la negociación ha sido tiempo
perdido para la economía de un Estado enfermo que ha visto desplomarse su
crecimiento, sus ingresos fiscales, los depósitos de sus bancos y su —ya
deteriorado— prestigio internacional.
Las declaraciones de los actores implicados, ya pesimistas (de los
acreedores), ya altisonantes o desafiantes (del Gobierno griego), no pueden
ocultar una realidad: las posiciones se han acercado, aunque sea en grado aún
insuficiente. En realidad y contra lo que se cree, ambas partes han realizado
aproximaciones notorias: el Eurogrupo, al exigir una secuencia más suave para
alcanzar un superávit fiscal (del 3,5% del PIB a solo el 1% este año), indispensable
para que Atenas salga ya de la unidad de cuidados intensivos y aspire a una
economía autosostenible, lo que implica reducir la intensidad de la austeridad;
y Atenas, al desdecirse de aristas como el repudio de la deuda o la
paralización de las privatizaciones.
Claro que cuantas más cesiones se realizan, más
cuesta concretar las restantes. Sucede en toda negociación. Por eso los tramos
finales de los acuerdos resultan los más difíciles y exigen a veces puestas en
escena teatrales para convencer a la propia clientela de que se ha llegado
hasta el límite de lo posible. Dramaticen los líderes, pues, cuanto convenga,
si es por buen fin. Y si no lo es, apeen el tratamiento
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