Hay que aprender a manejarse en una
nueva escena política, la del cuatripartidismo. Ni Podemos ni Ciudadanos han
robado nada a nadie. Ocupan un espacio que el PSOE y el PP habían desatendido
JOSÉ JUAN TOHARIA 1 JUN 2015 - 00:00
CEST El Pais
En uno de los párrafos finales de su
Rebelión de las masas, Ortega esconde una advertencia tan certera como, por lo
general, desatendida: “Toda realidad desconocida prepara su venganza”. Cabe preguntarse
cómo puede uno arreglárselas para vivir en una realidad que ignora, pero lo
cierto es que ocurre con más frecuencia de lo que parecería razonablemente
esperable.
Viene esto a cuento de las reacciones
suscitadas por los sondeos preelectorales de Metroscopia que aparecieron
publicados en este diario, y de forma especial los que estimaban que Ada Colau
sería la más votada en Barcelona y que PP y Ahora Madrid rozarían el empate en
la capital madrileña. Recordadas ahora, a toro pasado, resultan hasta
divertidas (entonces no lo parecieron tanto) y merecen algunas reflexiones.
En primer lugar, me sigue asombrando
la facilidad con que, personas que empiezan muchas veces por reconocer que no
saben nada de “eso de las encuestas”, se lanzan a descalificar la
profesionalidad ajena en ese campo. ¿Cuándo se enterarán de que queriendo
quedar de avisados (“¡a mí me van a engañar!”) quedan, en realidad, como
trasnochados ignorantes? Hace unas semanas, Javier Marías lamentaba este vicio,
tan nuestro, de querer parecer siempre más enterados, avispados y a la última
que nadie: pero cuando el descreimiento equivale a roma y cateta ignorancia no
puede parecer síntoma de agudeza mental. Y a estas alturas, decir “no creo en
las encuestas” resulta tan brillante y agudo como afirmar “no creo en los
termómetros”.
En segundo lugar, me sigue asombrando
que todavía haya quien considere los datos de los sondeos como predicciones.
Los que nos dedicamos permanentemente, como actividad profesional diaria, a
tratar de atisbar, a través de lo que la ciudadanía nos contesta, su
comportamiento más probable en una cita electoral, sabemos bien que el
principal problema de tal empeño no radica en los datos directos recogidos
(que, por lo general, son coincidentes en la práctica totalidad de los
institutos de investigación fiables) sino en la interpretación que de los
mismos cada uno podamos luego hacer. De ahí la insistencia, una y otra vez, en
recordar que los sondeos de opinión no predicen: describen; y que los análisis
que de ellos hacemos no son sino estimaciones; es decir, intentos de traducir
lo que la información recogida parece querer decir. Y ahí está la dificultad, y
ahí —y solo ahí— está el posible acierto o desacierto; en la certeza, en todo
caso, de que nadie, nunca, ha visto confirmadas siempre sus estimaciones. La
posibilidad de yerro acecha permanentemente tras cada esquina electoral.
Desde 2011 sabemos que los españoles
están reclamando un cambio en los modos políticos
Y en tercer lugar, me sigue
asombrando que a muchos produzca tanto asombro que los sondeos (y sus
interpretaciones expertas) hayan, en conjunto, descrito con acierto, una vez
más, el comportamiento que, a partir de la información recogida, parecía más
probable. Lo que me devuelve a la orteguiana cita inicial: la realidad estaba
ahí, había sido convenientemente descrita en la gran mayoría de los estudios, y
las consecuencias más probablemente esperables eran correctas. Solo hacía falta
querer verlo, es decir, preferir vivir de realidades (y lo más despiertos
posible, por seguir en vena orteguiana) que de ensoñaciones, confundiendo
deseos con realidad.
¿Cómo puede alguien extrañarse de lo
que ha ocurrido en estas elecciones del pasado día 24? Desde al menos 2011,
sabemos —por los sondeos— que los españoles están reclamando con creciente
urgencia tres cosas: ante todo, nuevos modos en nuestra vida política, que
desearían ver regida de nuevo por el estilo de negociación, pacto y mutuo
respeto que caracterizó a la Transición (añorada, lo diré una vez más, por el
80% de nuestra ciudadanía, por más que ahora haya quien se complazca en
denostarla, olvidando los riesgos que supuso tratar de conseguirla); en segundo
lugar, renovación a fondo de nuestro sistema político, desde la Constitución a
los propios partidos (percibidos ahora —no antes— como autistas, cortoplacistas
e incapaces de atraer a sus filas a los mejores y más preparados); y, por
último, y de no cumplirse las dos anteriores peticiones, la aparición de nuevos
partidos que, con su sola presencia, pudieran forzar el cumplimiento de
aquellas.
Y esto es, finalmente, lo que ha
ocurrido. José Ignacio Torreblanca lo anunció hace ya meses con bienhumorada
agudeza: si nuestra clase política no reaccionaba, la ciudadanía recurriría a
una especie de “política vudú”, entendiendo por tal el anuncio de su intención
de apoyar a Podemos (y ahora, además, a Ciudadanos) como forma de propiciar que
nuestra vida política emprendiera de una vez la senda de los cambios
demandados. Pero lo que ha acabado ocurriendo es que buena parte de nuestra
ciudadanía ha dejado ya de considerar a Podemos y Ciudadanos como espantajos
con los que asustar y mover a la acción a los hasta ahora dos únicos partidos
gobernantes. Los españoles parecen más bien haberse encariñado con la
perspectiva de que, en adelante, sean cuatro (y no dos) los partidos que en
nuestra escena política resulten determinantes para la gobernación: así lo
indica un 70%.
Solo una minoría espera que las
formaciones emergentes reemplacen a populares y socialistas
Por el momento, solo una minoría
espera que los partidos emergentes reemplacen a PP y PSOE o se sitúen a su
mismo, o muy cercano nivel, en términos de votos y escaños. La clara mayoría
les asigna —por el momento, conviene insistir— un papel importante, pero
complementario. Pero claro, hace apenas cinco meses, la idea de un posible
cuatripartidismo (o, si se prefiere —y como además, por el momento, parece más
probable—, de un nuevo y claramente más igualado bipartidismo imperfecto)
resultaba inverosímil.
Ni Podemos ni Ciudadanos han robado
nada a nadie: han venido a ocupar un espacio que PSOE, y sobre todo PP, habían
desatendido. El primero con sus disputas internas (que ahora que, sosegadas, le
ponen claramente en vías de recuperación sugieren la necesidad, más pronto que
tarde, de una auténtica refundación de su organización interna), y el segundo
con su empeño por mimar y cultivar el lado derecho de su espectro ideológico,
descuidando —y propiciando— el despego de sus votantes de centro, son los que
han hecho posible este reajuste, ya en marcha, de nuestro sistema de partidos.
Ahora ya es probablemente tarde para tratar de rebobinar lo sucedido y lo que
parece más sensato es no desconocer la nueva realidad, esforzarse en adelante a
verlas venir a tiempo, y aprender a manejarse en una nueva escena política, con
nuevos papeles, nuevo vestuario y, sobre todo, con radicalmente nuevos estilos
de actuar y decir, como ha empezado ya a hacer el PSOE y no parece decidido aún
a hacer el PP.
José Juan Toharia es presidente de Metroscopia
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