22/03/2015
Ramón Tamames, economista y político, ex diputado de PCE e IU, y
auténtica institución en España, lo tiene claro: "La esperanza blanca para
el PP y para la gente es Albert Rivera".
Al tiempo, celebra el revulsivo para la política española que ha
supuesto Podemos, partido al que, sin embargo, critica lo fantasioso de su
programa económico.
Nonagenaria y respetadísima voz económica y política en España, Ramón
Tamames parece dar su bendición a Albert Rivera, el líder de Ciudadanos de quien
dice: "La esperanza blanca para el PP y para la gente es Albert Rivera.
Este ex diputado del PCE y de IU, cree que Podemos, a quien critica lo
fantasioso de su prorgrama económico -al estilo del de Syriza-, se puede
desligitimar "por su forma de financiación, si se comprueba que los fondos
vienen del chavismo, de Irán o, incluso, de Putin".
Al actual presidente del Gobierno le critica que "ha estado
demasiado pendiente de la troika".
Sin embargo, le reconoce el mérito de haber sabido manejarse con la "desastrosa
herencia recibida".
«Podemos es un revulsivo para la política española, pero su programa
económico es una fantasía moruna, como era el de Syriza»
Tamames fue diputado del PCE y de IU antes de ingresar en el CDS.
Luego dejó la política
Se afilió al Partido Comunista tras dar con sus huesos en la cárcel de
Carabanchel, al ser detenido por la Centuria 20 de la Guardia de Franco.
Pudo ser el revelo de Santiago Carrillo, y aunque fundó su propio
partido, Federación Progresista, renunció a la política y se dedicó en cuerpo a
sus clases en la Universidad, y en alma a crear una literatura económica.
Con talante divertido, infatigable a sus 81 años, no quiere que se le
escape un segundo –«seguimos, seguimos»–, con una vitalidad que parece absorber
del invernadero que él mismo cuida, mientras termina los últimos renglones de
su próximo libro.
«¿Podemos o no Podemos?»
–Podemos es un revulsivo para la política española, pero su programa
económico es una fantasía moruna, como era el de Syriza, que tienen que
recordar que están en la Unión Europea.
También se pueden deslegitimar por su forma de financiación, si se
comprueba que los fondos vienen del chavismo, de Irán o incluso de Putin.
¿Quién va a pagar 450.000 euros por un proyecto de unión monetaria de los
países bolivarianos? Así se lo comenté a Juan Carlos Monedero cuando vino a
cenar a casa.
–Fue detenido y encarcelado en la rebelión estudiantil de 1956, y fue
cuando se afilio al PCE...
–No era la primera manifestación política, habíamos estado antes en
Gibraltar, y en el entierro post mortem de Ortega y Gasset. Éramos los mismos
que entramos en la cárcel de Carabanchel por los sucesos de febrero de 1956.
Después me pasé mes y medio en el año 1976, cuando nos metió Fraga, porque
seguíamos pidiendo lo mismo que con Franco: las libertades y la democracia.
Ramón Tamames: «La esperanza blanca para el PP es Albert Rivera»
Los recovecos de Suárez
–Decía Fraga que él nunca pronunció en público la frase de «la calle es
mía», sino que fue cosa suya…
–Me llamó un día por teléfono cuando era ministro de Gobernación con
Arias Navarro, y me estaba afeitando: «¡Tamames! Me han dicho que vas a ir a
presidir una manifestación delante del ministerio de Trabajo. ¿Qué queréis?».
Le contesté: «Las libertades sindicales y la democracia».
Me rebate: «¡Toma! ¡Yo también quiero la democracia!»
Y apostillé: «La calle es de todos».
Es cuando dice la célebre frase:
«La calle es mía».
Le advertí: «Esta tarde tengo una reunión con la Junta Democrática y voy
a repetirla».
Me colgó gritando: «Di lo que quieras, cuando quieras».
La legalización del PCE un Sábado Santo de 1977
–El Sábado Santo rojo, como lo denominó Joaquín Bardavío.
Yo era el primer firmante de la petición de legalización del PCE, porque
Santiago Carrillo oficialmente estaba en el exilio.
Suárez lo sabía perfectamente, aunque era una persona con sus recovecos.
Sentado ahí enfrente, a las dos de la mañana, me contó que le llamó
alguien que llegaría a la presidencia del Gobierno para decirle: «Oye, no hace
falta que legalices todavía el Partido Comunista, pueden esperar a las próximas
elecciones».
–Si el PCE hubiera celebrado su Congreso de Suresnes al estilo del PSOE,
¿hubiera sido usted el secretario general?
– Le propuse a Santiago Carrillo el año 73 en París: «Con el nombre del
Partido Comunista no nos vamos a comer una rosca».
Me razono: «Hombre Ramón, es que ahora no se puede tirar por la borda un
nombre histórico».
Le conteste: «En España después de 40 años de propaganda anticomunista,
lo vamos a tener muy mal».
Y no hubo manera.
Por eso en el año 81 nos fuimos la inmensa mayoría de los que habíamos
ingresado dentro de España.
–Usted representó al PCE en las reuniones de trabajo de los Pactos de La
Moncloa en octubre de 1977, y junto a José Luis Leal redactó el resumen con las
medidas de saneamiento urgentes...
–Aquello fue una experiencia que ni siquiera valoramos los que estuvimos
allí. La lógica tuvo en Adolfo Suárez una expresión extraordinaria, de una
claridad total.
En su discurso nos expresó: «Esto no se resuelve si no nos reunimos las
fuerzas democráticas. La economía se va a ir al garete, y puede volver otra vez
una dictadura».
–Fuentes Quintana relata que el miedo del Gobierno era que la
convocatoria no fuera secundada, y que Fernández Ordóñez decía: «Aquí no va a
venir nadie».
Y Suárez le respondió: «Van a venir y van a pactar».
–Suárez sabía perfectamente que íbamos a ir todos.
Recuerdo que antes estuve en conversaciones con Fernando Abril
Martorell, un buen fontanero, que tenía más esperanzas en los pactos que
Enrique Fuentes.
Ramón Tamames: «La esperanza blanca para el PP es Albert Rivera»
El gato de las siete vidas
–En una conversación con Zapatero en la Fundación Carlos de Amberes, le
propuso la necesidad de recurrir a este tipo de pactos para afrontar la crisis.
–Era el 9 de febrero de 2009, en un acto para explicar la acción del
Gobierno en la presidencia comunitaria europea, le dije:
«Esto no puede seguir así. Tienes que hacer algo parecido a Suárez con
los Pactos de la Moncloa, porque aquello fue un revulsivo».
Me oye con atención y contesta: «Mira Ramón, no os enteráis. Somos los
que estamos mejor, y los primeros que vamos a salir de la crisis».
Me quedé helado.
Este hombre es un iluminado.
En mayo del 2010 tiene que empezar a tomar medidas y en el 2011 tira la
toalla y convoca elecciones anticipadas, dejando un gobierno futuro al borde
del precipicio, del rescate integral.
–Dando sólo datos de la recuperación económica, ¿se ha olvidado el
presidente del Gobierno de quiénes están sufriendo los efectos de la crisis?
–Sería un político bastante necio si Rajoy no hace valer lo que él cree
que son sus activos. También explica que mucha gente no lo ha notado.
No es un triunfalismo ciego.
La crítica que se le puede hacer a Rajoy es que ha estado demasiado
pendiente de la troika y no ha hecho un diseño de país. La herencia recibida
también ha sido desastrosa. Eso nunca lo valoraremos lo suficiente
–Fue uno de los firmantes de la Constitución, ahora Podemos proclama que
hay que abrir el candado del 78…
–Ni siquiera aprecian lo que es la democracia española actual, que
tendrá sus defectos, pero es una democracia.
¡Hemos estado muchos años para conseguir ese candado, y al contrario,
son las llaves de la libertad!
Si quieren gobernar, tienen que estar dentro del sistema capitalista, el
gato de las siete vidas. Ocurre como decía Cayo Lara, citando a Groucho Marx,
estas son mis ideas, pero si no les gusta, las puedo cambiar».
Lo que no se puede es marear la perdiz.
Tanto Pedro Sánchez, como Pablo Iglesias y Alberto Garzón.
¿En qué piensa Garzón? Apostar un espeto a que el Rey no va a estar en
La Zarzuela en 2018 es decir que la fuerza de la gravedad dejará de existir.
–¿Fue una purga lo de Santiago Carrillo?
–¡Qué me va a purgar nadie! En esa terraza fue cuando se armó la
marimorena.
Vino Carrillo, y le planteamos que el partido se tenía que democratizar.
Se marchó muy enojado.
A los diez meses de esa discusión dejé el partido, porque presenté
cincuenta enmiendas a los estatutos del PCE, y se me aceptó sólo una.
Delante de Carrillo, le dije que a los setenta años había que jubilar al
presidente.
También hacía falta ganas de fastidiar...
–Usted que fue teniente alcalde de Madrid, dice Esperanza Aguirre que
volverá la sede del Ayuntamiento a la Plaza de la Villa, que no va a pisar el
palacio de Cibeles…
–En ese sentido estoy de acuerdo con Esperanza Aguirre.
Fue un proyecto faraónico por parte de Gallardón, que costó 500 millones
de euros en un edificio no funcional. Por eso le llamó Tutangardón.
Ramón Tamames: «La esperanza blanca para el PP es Albert Rivera»
Doña Rosa y CŽs
–Las elecciones andaluzas reabren la lucha entre Díaz y Sánchez por el
control del PSOE.
–Susana va a por todas, y dice de la misa la media, porque no se puede
ser un voceras. Primero va a intentar conseguir ser presidenta de la Junta,
porque hasta ahora no ha sido elegida, sino que sucedió a Griñán. Tendrá que
hacer un acuerdo parlamentario, con Podemos no puede ser, porque quiere comerse
a IU y al PSOE
–¿Vamos camino de la inestabilidad con cuatro fuerzas repartiéndose los
escaños?
–La esperanza blanca para el PP y para la gente es Albert Rivera. Estuvo
comiendo aquí. Se expresa con mucha claridad, y creo que desborda a todos. A
Iglesias, a Garzón, y a Sánchez. Ha empezado tarde el movimiento a escala
nacional, y afortunadamente no ha habido pacto con Rosa Díez, que doña Rosa es
muy suya.
Ramón Tamames
(Madrid, 1933) Economista español. Catedrático de estructura económica
en las universidades de Málaga (1968-1971) y en la Autónoma de Madrid (desde
1970), Tamames ha realizado una importante tarea de investigación y divulgación
acerca de la estructura económica de España y las relaciones económicas
internacionales.
Entre sus obras destacan Estructura económica de España (1960), Los
monopolios en España (1967), La economía española (1986), Guía del Mercado
Común Europeo (1986), Diccionario de economía (1988), Un nuevo orden mundial
(1991) y La reconquista del paraíso. Más allá de la utopía (1993). También se
ha ocupado de temas relacionados con el ecologismo: Ecología y desarrollo
(1977).
Fue miembro del Comité Ejecutivo del Partido Comunista de España (1976)
y diputado en 1977 y 1979. Abandonó el PCE en 1981, en 1984 fundó la Federación
Progresista y en 1989 ingresó en el Centro Democrático y Social de Adolfo
Suárez.
Con posterioridad se retiró de la política y regresó a su labor
académica. En 1992 fue designado catedrático Jean Monet por la Comisión de la
Comunidad Europea; al año siguiente fue galardonado con el X Premio Espasa de
Ensayo por su obra La España alternativa. En 1997 le fue concedido el premio
Jaime I de Economía
http://www.republica.com/universo-infinito/
http://www.republica.com/universo-infinito/
La transición española como expresión de cambio político pacífico de la
dictadura a la democracia (V)
RAMÓN TAMAMES | 10/06/2015
Carrillo, González y Adolfo Suárez
El pasado jueves 14 de mayo, iniciábamos este artículo, ya en su quinta
entrega, sobre la Transición española a la democracia, que tiene tantos
defensores, y también no pocos detractores. Esto último, sobre todo, entre las
promociones emergentes de políticos de apariencia izquierdosa que se refieren
al candado de la Constitución de 1978. Y precisamente para contrapesar ideas
tan antihistóricas como agoreras, he preparado este trabajo, no tanto para
defender la Transición como para exponer en qué consistió.
7. CÓMO SE NEGOCIARON LOS PACTOS DE LA MONCLOA
Sobre los Pactos de la Moncloa, recurro de nuevo a mi libro Más que unas
Memorias (RBA, Barcelona, 2013) para reflejar aquí el espíritu con que estaba
negociándose la Constitución:
A lo largo de los meses de agosto y septiembre de 1977, los problemas
económicos no dejaron de agudizarse: más inflación, más paro, grandes empresas,
incluso del Estado, sin posibilidad de afrontar sus deudas a corto plazo y
declarándose en suspensión de pagos para evitar la quiebra; protestos masivos
de letras, y miles y miles de pequeñas y medianas empresas en la incertidumbre
de la supervivencia.
Todas esas circunstancias eran las consecuencias sumadas de la crisis
energética de 1973/74, más las incertidumbres sobre el futuro político del país;
dejándose sentir, además, los efectos de tres largos meses sin criterios
económicos claros y efectivos. Por todo ello cada vez se apreciaba más la
necesidad de actuar con decisión, y tras una serie de antecedentes, se concluyó
la idea de que era necesario algún tipo de pacto para aunar fuerzas y afrontar
la dura realidad fue extendiéndose gradualmente.
Así las cosas, a primeros de octubre de 1977, el Presidente del
Gobierno, Adolfo Suárez, convocó a La Moncloa a los representantes de todos los
partidos políticos del Parlamento, a fin de entablar conversaciones sobre la
situación económica. Fue una decisión importante para superar el impasse
político, lo que confirmó a Suárez como el primero y gran estadista de la
transición.
La primera sesión de los Pactos se celebró el sábado 7 de octubre de
1977 en La Moncloa, y arrancó con el examen del informe de 101 páginas
preparado por el equipo del vicepresidente del Gobierno para Asuntos
Económicos, y por ello conocido como Documento Fuentes Quintana; fundamentalmente
a modo de programa de saneamiento económico financiero a corto.
Debatimos ese papel punto por punto, incorporando al esquema inicial una
serie de cuestiones importantes señaladas por los diversos grupos políticos, y
especialmente por el PCE, según habíamos previsto de hecho en nuestro encuentro
del 13 de julio con el Presidente Suárez. Almorzamos en el propio Palacio, y
por la tarde seguimos con los debates. De manera que al día siguiente, domingo
8, al finalizar la mañana, ya parecía que sería posible sentar las bases del
futuro acuerdo[1] . Y en este, nuevamente extraigo algunos párrafos de mi libro
Más que unas Memorias:
El caso es que tras el largo debate mantenido en la mañana del domingo
8.X.77, nos dispersamos por varios salones de la planta noble del palacio,
incluida la sala del consejo de ministros; para hablar en círculos más
reducidos y tomar un breve refrigerio tipo buffet. Después vino una pausa, sin
que nadie supiera muy bien qué haríamos a continuación. Y fue en ese lapso de
indecisión, cuando al pasar por una de las áreas del salón principal del
Palacio, vi a Suárez y Carrillo hablando tranquilamente. Suárez me hizo señal
de que me acercara.
Y ahora, Ramón, ¿qué vamos a hacer? – preguntó Suárez con la mayor
naturalidad, con un Carrillo visiblemente complacido por el buen papel que
íbamos haciendo el PCE en la negociación.
Muy sencillo, Presidente -contesté-: a mi juicio lo mejor sería elaborar
un resumen escueto de lo tratado, de los temas suscitados por la ponencia, y de
los muchos otros que fueron surgiendo en la discusión. Y con esas bases, en los
próximos días se elaboraría el repertorio detallado de las medidas que vamos a
aplicar para reanudar el desarrollo económico de este bendito país en mejores
condiciones.
Eso está bien -dijo el presidente sonriendo, con el pleno asenso de
Carrillo-. Así que, manos a la obra… ¿Cómo lo vais a hacer? ¿Por qué no os
ponéis de acuerdo José Luis Leal y tú y preparáis ese resumen?
Perfecto, Presidente: ahora busco a José Luis, localizamos a una
secretaria, y le dictamos el papel de síntesis…
Pues ¡hala! -dijo Suárez-, que no tenemos mucho tiempo… la tarde se nos
está echando encima…
En no más de un minuto localicé a José Luis Leal y le puse al corriente
de lo hablado con Suárez, y él -Director General de Política Económica por
entonces- en seguida agenció un despacho y encontró a una secretaria, que se
revelaría de lo más experta. Pasamos al cómodo y silencioso habitáculo y juntos
hicimos la síntesis de la larga sesión de debate, en la que yo traté de
confirmar la presencia de cuestiones que habíamos aportado desde el PCE, de
modo que en un momento determinado yo dictaba, por ejemplo:
Reforma agraria con los ajustes económicos, técnicos y sociales
correspondientes, para cambiar la actual situación depresiva del campo,
especialmente en las zonas latifundistas…
Y José Luis Leal -que vivió las jornadas de mayo de 1968 en París,
siendo miembro del FLP (Frente de Liberación Popular, coloquialmente el
Felipe), para años después llegar a Presidente de la ADB, la Asociación de
Banqueros de España-, reaccionó con su propia lógica:
Hombre, Ramón, eso es demasiado, y no alcanzaríamos consenso. Mejor, si
te parece, ponemos algo así como: política agraria adecuada y operativa para
modernizar a fondo la agricultura española no sólo en términos económicos, sino
también sociales, con un verdadero programa agrario…
En otro momento, y siguiendo las ideas del programa que habíamos
discutido unas semanas antes en el Congreso de los Diputados, hice la siguiente
proposición:
*.- Código de los trabajadores, con los derechos sociales que para los obreros
implica la reincorporación del país a un sistema democrático de sindicalismo
libre…
*.- Bueno, bueno -comentó sesudamente José Luis-, ¿qué te parece esto
otro más suave?
Estatuto de los trabajadores, fijando derechos y obligaciones [que
también las tienen los obreros]; definiendo los principales derechos y
compromisos de los sindicatos en la sociedad democrática.
*.- Consideración de la empresa pública como instrumento de
planificación para impulsar el desarrollo de la economía española.
-Propuse yo seguidamente-.
*.- Otro estatuto, esta vez el de la empresa pública, si te parece
-comentó José Luis.- Con el cual podrían igualarse las condiciones de todo
orden -fiscales, laborales, etc.- entre sociedades del Estado y privadas, para
así acabar con las discriminaciones actuales…
Así fue quedando la cosa, con la secretaria de lo más diligente,
manejando con gran habilidad su moderna máquina electrónica IBM, de gran
capacidad de memoria, y ya con posibilidades de corrección sobre la marcha.
De tal manera que en poco más de una hora concluimos el escrito, del
cual se hicieron inmediatamente fotocopias para llevar a la mesa del plenario.
Allí, ante la mirada complacida de Suárez, y la más inquieta de Fuentes
Quintana -“¿qué habrán hecho estos dos, y sobre todo Don Ramón?”, meditó tal
vez-, expusimos el trabajo realizado, y sólo se hicieron algunas pequeñas
correcciones. De manera que el documento resultante fue la base de los Pactos
de La Moncloa.
*.- ¿Y cómo llamaremos este principio de acuerdo? – preguntó Suárez, con
ganas de ir terminando la sesión que ya se había prolongado bastante en la
tarde del segundo día.
Y antes de que nadie pudiera decir nada, Felipe González -que veía los
pactos como una hiperrepresentación del PCE y que por ello mismo tenía más ganas
de finiquitar la jornada que el propio Presidentes-, dijo de manera resuelta y
con un cierto deje de sequedad:
*.- Pues sencillamente, Programa de Trabajo…
*.- Así quedará… – ratificó Suárez.
Acto seguido, desde el PCE, Carrillo propuso que hubiera una comisión de
seguimiento de los Pactos, pero González, que veía menguarse el protagonismo a
que aspiraba, emitió otra de sus lapidarias frases que tanto le gustaban por
aquellos sus entonces años aún muy juveniles:
Nada de comisiones de seguimiento. Ya va a funcionar una ponencia dentro
de la Comisión de Economía del Congreso y con eso basta.- Y enfatizando más,
agregó-: ¡Ahora, que el Gobierno gobierne!
Sobre la base del «Resumen de Trabajo» del domingo 9 de octubre, el
desarrollo del resumen se inició con una serie de conversaciones de mucho
detalle por los representantes del Gobierno y del arco parlamentario, a nivel
de comisiones especializadas. Y así, gradualmente fue alcanzándose efectivamente
el consenso en textos muy precisos. Y los acuerdos se firmaron el 25 de
octubre, para finalmente someterlos a debate en el Congreso de los Diputados en
forma de moción, que fue aprobada por unanimidad el día 27.
Terminaremos el próximo jueves lo que, como ya se ha dicho, es un relato
para explicar algunos rasgos fundamentales de la Transición. Y en el interim
hasta nuestra nueva entrega, los lectores de Republica.com pueden contactar con
el autor a través de castecien@bitmailer.net.
[1] Puede verse un resumen en mi libro, Estructura Económica de España,
Alianza Editorial, 25 edición, Madrid, 2008, pág. 836 y sigts.).
La transición española como expresión de cambio político pacífico de la
dictadura a la democracia (IV)
RAMÓN TAMAMES | 03/06/2015
Carrillo y Suárez
El pasado jueves 14 de mayo, iniciábamos este artículo, ya en su cuarta
entrega, sobre la Transición española a la democracia, que tiene tantos
defensores, y también no pocos detractores. Esto último, sobre todo, entre las
promociones emergentes de políticos de apariencia izquierdosa que se refieren
al candado de la Constitución de 1978. Y precisamente para contrapesar ideas
tan antihistóricas como agoreras, he preparado este trabajo, no tanto para
defender la Transición como para exponer en qué consistió.
5. LAS ELECCIONES DEL 15 DE JUNIO DE 1977
A pesar de todo el perfil de la reforma Suárez de 1976, destinada a
favorecer a los votantes de la derecha y del centro, puede decirse que los
resultados de las elecciones del 15 de junio de 1977, para los viejos partidos
de la oposición democrática, fueron mucho más favorables de lo que se pensaba
poco tiempo antes de los comicios.
La izquierda llegó al Parlamento con una votación popular importante. Y
así se comprueba si se suman los sufragios del PSOE, PSP, PCE/PSUC, y el resto
de la izquierda. Agrupaciones que consiguieron en total el 43,78 % de los votos
válidos, un resultado superior a la suma del centro y la derecha (UCD + AP) del
42,02 %.
En definitiva, la no unión, en las elecciones, de las fuerzas
democráticas prohibidas bajo el franquismo, hizo posible, que con sólo un 33,86
% del voto popular, la UCD lograra el 47,11 % de los escaños. En tanto que el
PCE/PSUC sólo consiguió 20 diputados, muchos menos de los esperados, en cierto
modo porque la palabra socialismo había sido machacada por el régimen, y todo
lo relacionado con lo comunista había sido objeto de sistemática trituración.
A propósito de lo cual, extraigo de mi libro Más que unas Memorias,
algunos párrafos, de la conversación que tuve en un encuentro en París, en
1967, con el Secretario General del PCE, a quien hice una propuesta no seguida:
De cara al futuro, Santiago, creo que deberíamos pensar en cambiar el
nombre del partido, porque con la propaganda franquista de los últimos 30 años,
la palabra comunista le suena mal a mucha gente. Desconfían de una referencia
política que asocian al stalinismo y a la falta de democracia en la URSS y en
todos los países de planificación central Europa Oriental. Por otro lado, los
heroísmos del PCE durante la guerra civil o se han olvidado o han caído también
bajo el rulo de la propaganda… En cambio lo del socialismo, a pesar de que
también es atacado por el franquismo, tiene mejor prensa. Porque casi siempre,
y a veces varios a la vez, hay un gobierno socialista en los países europeos,
con buena ejecutoria democrática… Sinceramente creo que deberíamos ir con otro
nombre, como Partido del Trabajo, o Laborista… Como comunistas vamos a tener
pocos votos…
Entiendo lo que dices, Ramón -me dijo Carrillo en un tono
con-descendiente para lo que en otras circunstancias habría sido considerado
como una provocación-, pero no ha llegado el momento de lo que tú propones…
Quizá más tarde, podríamos promover una gran asociación a otras fuerzas de
izquierda y entonces tendríamos que buscar ese nombre nuevo que dices…
Y así quedó el tema.
Evidentemente, lo que pasó el 15-J-77 dio completa razón a lo que
habíamos previsto algunos: muchos menos votos de los esperados, y la mayoría
para el centro-derecha. Con todo, en la retro-perspectiva histórica, no cabe
duda de que en lo esencial las elecciones de junio de 1977 permitieron abrir
definitivamente el proceso constituyente, y empezar a plantearse (en los Pactos
de La Moncloa) una serie de medidas económicas y sociales.
Al amparo de lo dispuesto en el artículo 3.° de la Ley para la Reforma
Política de Suárez, el Congreso de los Diputados, formado en las elecciones
generales de 15 de junio de 1977, hizo uso de su derecho de iniciativa
constitucional, y en vez de aceptar la propuesta de don Adolfo de estudiar un
proyecto de Constitución ya elaborado por su propio encargo, impulsó el acuerdo
global de formar una ponencia para redactar un proyecto de la Constitución
enteramente nuevo; que tras el amplio debate parlamentario y el referéndum
constitucional del 6.XII.1978 quedó aprobada el siguiente 29 de diciembre.
Veinticinco años más tarde, en 2003, en el prólogo que hizo el propio
Adolfo Suárez a la novena edición de mi libro Introducción a la Constitución
Española[1], tituló nuestra Ley de Leyes con esta frase: “Una Constitución
desde el consenso y para seguir en el consenso”. Palabras que resumen el
espíritu de la Transición.
6. LOS PACTOS DE LA MONCLOA: CÓMO SE CONCIBIERON
Pero si aquel proyecto de Constitución y su negociación durante meses
marcó una serie de fases de la Transición, cabe decir que fueron los Pactos de
La Moncloa los que contribuyeron, en alto grado, a que esa Constitución llegara
a nacer, como podrá comprobarse seguidamente, en la línea de lo que fue un
acuerdo económico que apaciguó los ánimos en un país que de otra manera se habría
exaltado con la crisis económica y el paro.
Todo el proceso que llevó a los Pactos de La Moncloa, empezó por la
«Declaración programática», del 11 de julio de 1977, del nuevo gobierno de
Suárez; planteada desde una posición inicialmente nada pactista, con la puesta
en marcha de lo que pretendía llamarse Plan de Urgencia Económica del Gobierno.
Del cual ya se había tomado la decisión más urgente: la devaluación de la
peseta en un 19,7 por ciento; al pasar el fixing del Banco de España de 70,09 a
87,33 pesetas por dólar. Una operación inevitable, en razón al fuerte proceso
inflacionista, y una primera muestra de lo que luego se llamarían devaluaciones
competitivas.
En la Declaración Programática del 11 de julio había lagunas
importantes, que fueron objeto de críticas públicas inmediatas. Y la propia del
PCE se manifestó en la sesión celebrada en el Palacio de La Moncloa, el 13 de
julio de 1977, en la que el Presidente del Gobierno estuvo acompañado del
vicepresidente económico Fuentes Quintana y de Manuel Jiménez de Parga, a la
sazón ministro de Trabajo. En tanto que la representación del PCE la formamos
Santiago Carrillo, Tomás García (Juan Gómez en su nombre de la clandestinidad)
y yo mismo.
Cuando entramos en el despacho del Presidente, éste nos esperaba con sus
dos citados ministros, para desarrollarse inmediatamente un encuentro de gran
cordialidad, en el que fue perfectamente factible las observaciones muy
críticas que hicimos a los proyectos del gobierno para fijar nuestra posición.
Que llevábamos escritas en un breve documento, poniendo de relieve que en el
Plan de Urgencia Económica presentado por el Ejecutivo, predominaba el
cortoplacismo; con el claro propósito de situar los ingresos salariales por
detrás de los precios a base de congelar las retribuciones durante 1978 en un
nivel del 17 por 100 sobre el año anterior. Cuando se suponía que los precios
subirían un 23. Se trataba, pues, de una minoración potencial de salarios de
siete puntos. ¡Demasiado para la incipiente democracia![2]
Una a una fuimos repasando las diferentes cuestiones planteadas por el
Gobierno y por nosotros mismos, y creo que se produjo el doble efecto que
buscábamos en nuestra visita:
— Dar sensación de que estábamos decididos a colaborar en la solución de
la grave situación del país.
— Dar a entender que era necesario un consenso sobre política económica,
renunciando a un enfoque unilateral del gobierno, algo que todavía recordaba
los tiempos autoritarios.
A la hora de despedida de aquella reunión, Adolfo Suárez me dio personalmente
las gracias por el envío que le había hecho unos meses antes, en diciembre de
1976, de dos libros míos:
— Gracias, por tu novela, Historia de Elio con su inspiradora
dedicatoria, Ramón, -me dijo tomándome del brazo-. La leí de un tirón en un fin
de semana. Y también gracias, demoradas, por tu libro ¿Adónde vas España? Útil,
de verdad.
Seguiremos el próximo jueves en lo que, como ya se ha dicho, es un
relato para explicar algunos rasgos fundamentales de la Transición. Y en el
interim hasta nuestra nueva entrega, los lectores de Republica.com pueden
contactar con el autor a través de castecien@bitmailer.net.
[1] Ramón y Laura Tamames, Introducción a la Constitución Española, 9ª
edición, Alianza Editorial, Madrid, 2003.
[2] Anticipamos aquí que el resultado final de los Pactos fue 22 por
100, tanto para masa salarial como previsión de precios
La transición española como expresión de cambio político pacífico de la
dictadura a la democracia (IV)
RAMÓN TAMAMES | 03/06/2015
Carrillo y Suárez
El pasado jueves 14 de mayo, iniciábamos este artículo, ya en su cuarta
entrega, sobre la Transición española a la democracia, que tiene tantos
defensores, y también no pocos detractores. Esto último, sobre todo, entre las
promociones emergentes de políticos de apariencia izquierdosa que se refieren
al candado de la Constitución de 1978. Y precisamente para contrapesar ideas
tan antihistóricas como agoreras, he preparado este trabajo, no tanto para
defender la Transición como para exponer en qué consistió.
5. LAS ELECCIONES DEL 15 DE JUNIO DE 1977
A pesar de todo el perfil de la reforma Suárez de 1976, destinada a
favorecer a los votantes de la derecha y del centro, puede decirse que los
resultados de las elecciones del 15 de junio de 1977, para los viejos partidos
de la oposición democrática, fueron mucho más favorables de lo que se pensaba
poco tiempo antes de los comicios.
La izquierda llegó al Parlamento con una votación popular importante. Y
así se comprueba si se suman los sufragios del PSOE, PSP, PCE/PSUC, y el resto
de la izquierda. Agrupaciones que consiguieron en total el 43,78 % de los votos
válidos, un resultado superior a la suma del centro y la derecha (UCD + AP) del
42,02 %.
En definitiva, la no unión, en las elecciones, de las fuerzas
democráticas prohibidas bajo el franquismo, hizo posible, que con sólo un 33,86
% del voto popular, la UCD lograra el 47,11 % de los escaños. En tanto que el
PCE/PSUC sólo consiguió 20 diputados, muchos menos de los esperados, en cierto
modo porque la palabra socialismo había sido machacada por el régimen, y todo
lo relacionado con lo comunista había sido objeto de sistemática trituración.
A propósito de lo cual, extraigo de mi libro Más que unas Memorias,
algunos párrafos, de la conversación que tuve en un encuentro en París, en
1967, con el Secretario General del PCE, a quien hice una propuesta no seguida:
De cara al futuro, Santiago, creo que deberíamos pensar en cambiar el
nombre del partido, porque con la propaganda franquista de los últimos 30 años,
la palabra comunista le suena mal a mucha gente. Desconfían de una referencia
política que asocian al stalinismo y a la falta de democracia en la URSS y en
todos los países de planificación central Europa Oriental. Por otro lado, los
heroísmos del PCE durante la guerra civil o se han olvidado o han caído también
bajo el rulo de la propaganda… En cambio lo del socialismo, a pesar de que
también es atacado por el franquismo, tiene mejor prensa. Porque casi siempre,
y a veces varios a la vez, hay un gobierno socialista en los países europeos,
con buena ejecutoria democrática… Sinceramente creo que deberíamos ir con otro
nombre, como Partido del Trabajo, o Laborista… Como comunistas vamos a tener
pocos votos…
Entiendo lo que dices, Ramón -me dijo Carrillo en un tono
con-descendiente para lo que en otras circunstancias habría sido considerado
como una provocación-, pero no ha llegado el momento de lo que tú propones…
Quizá más tarde, podríamos promover una gran asociación a otras fuerzas de izquierda
y entonces tendríamos que buscar ese nombre nuevo que dices…
Y así quedó el tema.
Evidentemente, lo que pasó el 15-J-77 dio completa razón a lo que
habíamos previsto algunos: muchos menos votos de los esperados, y la mayoría
para el centro-derecha. Con todo, en la retro-perspectiva histórica, no cabe
duda de que en lo esencial las elecciones de junio de 1977 permitieron abrir
definitivamente el proceso constituyente, y empezar a plantearse (en los Pactos
de La Moncloa) una serie de medidas económicas y sociales.
Al amparo de lo dispuesto en el artículo 3.° de la Ley para la Reforma
Política de Suárez, el Congreso de los Diputados, formado en las elecciones
generales de 15 de junio de 1977, hizo uso de su derecho de iniciativa
constitucional, y en vez de aceptar la propuesta de don Adolfo de estudiar un
proyecto de Constitución ya elaborado por su propio encargo, impulsó el acuerdo
global de formar una ponencia para redactar un proyecto de la Constitución
enteramente nuevo; que tras el amplio debate parlamentario y el referéndum
constitucional del 6.XII.1978 quedó aprobada el siguiente 29 de diciembre.
Veinticinco años más tarde, en 2003, en el prólogo que hizo el propio
Adolfo Suárez a la novena edición de mi libro Introducción a la Constitución
Española[1], tituló nuestra Ley de Leyes con esta frase: “Una Constitución
desde el consenso y para seguir en el consenso”. Palabras que resumen el
espíritu de la Transición.
6. LOS PACTOS DE LA MONCLOA: CÓMO SE CONCIBIERON
Pero si aquel proyecto de Constitución y su negociación durante meses
marcó una serie de fases de la Transición, cabe decir que fueron los Pactos de
La Moncloa los que contribuyeron, en alto grado, a que esa Constitución llegara
a nacer, como podrá comprobarse seguidamente, en la línea de lo que fue un
acuerdo económico que apaciguó los ánimos en un país que de otra manera se
habría exaltado con la crisis económica y el paro.
Todo el proceso que llevó a los Pactos de La Moncloa, empezó por la
«Declaración programática», del 11 de julio de 1977, del nuevo gobierno de
Suárez; planteada desde una posición inicialmente nada pactista, con la puesta
en marcha de lo que pretendía llamarse Plan de Urgencia Económica del Gobierno.
Del cual ya se había tomado la decisión más urgente: la devaluación de la
peseta en un 19,7 por ciento; al pasar el fixing del Banco de España de 70,09 a
87,33 pesetas por dólar. Una operación inevitable, en razón al fuerte proceso
inflacionista, y una primera muestra de lo que luego se llamarían devaluaciones
competitivas.
En la Declaración Programática del 11 de julio había lagunas
importantes, que fueron objeto de críticas públicas inmediatas. Y la propia del
PCE se manifestó en la sesión celebrada en el Palacio de La Moncloa, el 13 de
julio de 1977, en la que el Presidente del Gobierno estuvo acompañado del
vicepresidente económico Fuentes Quintana y de Manuel Jiménez de Parga, a la
sazón ministro de Trabajo. En tanto que la representación del PCE la formamos
Santiago Carrillo, Tomás García (Juan Gómez en su nombre de la clandestinidad)
y yo mismo.
Cuando entramos en el despacho del Presidente, éste nos esperaba con sus
dos citados ministros, para desarrollarse inmediatamente un encuentro de gran
cordialidad, en el que fue perfectamente factible las observaciones muy
críticas que hicimos a los proyectos del gobierno para fijar nuestra posición.
Que llevábamos escritas en un breve documento, poniendo de relieve que en el
Plan de Urgencia Económica presentado por el Ejecutivo, predominaba el
cortoplacismo; con el claro propósito de situar los ingresos salariales por
detrás de los precios a base de congelar las retribuciones durante 1978 en un
nivel del 17 por 100 sobre el año anterior. Cuando se suponía que los precios
subirían un 23. Se trataba, pues, de una minoración potencial de salarios de
siete puntos. ¡Demasiado para la incipiente democracia![2]
Una a una fuimos repasando las diferentes cuestiones planteadas por el
Gobierno y por nosotros mismos, y creo que se produjo el doble efecto que
buscábamos en nuestra visita:
— Dar sensación de que estábamos decididos a colaborar en la solución de
la grave situación del país.
— Dar a entender que era necesario un consenso sobre política económica,
renunciando a un enfoque unilateral del gobierno, algo que todavía recordaba
los tiempos autoritarios.
A la hora de despedida de aquella reunión, Adolfo Suárez me dio
personalmente las gracias por el envío que le había hecho unos meses antes, en
diciembre de 1976, de dos libros míos:
— Gracias, por tu novela, Historia de Elio con su inspiradora
dedicatoria, Ramón, -me dijo tomándome del brazo-. La leí de un tirón en un fin
de semana. Y también gracias, demoradas, por tu libro ¿Adónde vas España? Útil,
de verdad.
Seguiremos el próximo jueves en lo que, como ya se ha dicho, es un
relato para explicar algunos rasgos fundamentales de la Transición. Y en el
interim hasta nuestra nueva entrega, los lectores de Republica.com pueden
contactar con el autor a través de castecien@bitmailer.net.
[1] Ramón y Laura Tamames, Introducción a la Constitución Española, 9ª
edición, Alianza Editorial, Madrid, 2003.
2] Anticipamos aquí que el resultado final de los Pactos fue 22 por 100,
tanto para masa salarial como previsión de precios.
La transición española como expresión de cambio político pacífico de la
dictadura a la democracia (III)
RAMÓN TAMAMES | 27/05/2015
Adolfo Suárez
El pasado jueves 14 de mayo, empezamos este artículo, del que hoy
ofrecemos la tercera entrega. Se trata de una especie de síntesis de lo que fue
la transición democrática, ahora tan denostada por algunos; en gran medida, por
la ignorancia de lo que supuso aquel esfuerzo de muchas fuerzas políticas en
España por llegar a un entendimiento. Y tras haber analizado el fracaso de la
falsa reforma de Arias Navarro y Fraga, y vistas los movimientos de la
oposición democrática para aunar sus propósitos, entramos hoy en lo que fue el
planteamiento de reforma política por el primer Gobierno Suárez.
4. EL PRIMER GOBIERNO SUAREZ Y SU REFORMA POLITICA (JULIO 1976 – JUNIO
1977)
El nuevo gobierno quedó formado en julio de 1976, presidido por Adolfo
Suárez, quien adoptó una línea de actuación mucho más nítida en pro de la
democratización, de manera resuelta. En septiembre, dio a la luz su proyecto de
ley de reforma política, en la que se anunció que el gobierno regularía: «…las
primeras elecciones a Cortes para constituir un Congreso de 350 diputados y
elegir 207 senadores; a razón -estos últimos- de cuatro por provincia»[1] .
En el proceso de legitimación democrática a que se aspiraba con el
proyecto de ley de reforma política, se distinguieron tres fases: aprobación
del proyecto por las Cortes Españolas, referéndum nacional para consagrar el
cambio, y elecciones generales para designar diputados y senadores.
La aprobación por las Cortes se logró el 18 de noviembre de 1976,
desbordándose ampliamente los 2/3 de votos favorables que se necesitaban. Para
ello, según parece, incluso se recordó a algunos procuradores la posibilidad de
que determinados «asuntos» poco convenientes salieran a la luz. A otros se les
persuadió ofreciéndoseles cargos, o promesas de puestos en el futuro. Por lo
demás, los más aperturistas del régimen fueron inteligentes, e incluso
patriotas a su modo con la Reforma Suárez; contribuyendo a resolver la
situación lo mejor posible y con el menor traumatismo de tal cambio político.
En su conjunto, esa decisión a favor de cambiar de raíz el régimen, se denominó
el harakiri (no hace falta, en una conferencia en Tokio, decir lo que
significa) de las Cortes franquistas; ya nunca más podría constituirse como
venía haciéndose desde 1942, con una serie de cambios ulteriores.
A propósito de lo que la oposición democrática debería votar en el
referéndum a convocar para la reforma de Suárez, recordaré una sesión que
tuvimos en el comité central del PCE en un molino abandonado de la provincia de
Guadalajara, en una noche heladora, en la que fuimos llegando allí malamente
todos los miembros de dicho Comité. Santiago Carrillo, Secretario General del
partido, que estaba todavía en España de clandestino, hizo unas reflexiones
interesantes: “Creo que el PCE debería votar que sí, por la gran mejora que
para el cambio político significaría la reforma respecto a la situación
anterior. Pero una postura decididamente a favor de la reforma es imposible,
pues el partido socialista y el resto de la oposición ya se han pronunciado por
la abstención.
El referéndum se celebró finalmente el 15 de diciembre de 1976, y tuvo
los resultados oficiales que se reflejan seguidamente; a partir de un censo
electoral de 22.664.290 españoles mayores de edad (más de 21 años), y en
porcentaje sobre los sufragios emitidos que hubo (17.599.562):
Votación
%
Abstenciones ………………………………………………………22,27
Sufragios emitidos……………………………………………… 77,63
Votó sí………………………………………………………………….94,16
Votó no…………………………………………………………………. 2,56
En blanco……………………………………………………………… 2,98
Nulos…………………………………………………………………….. 0,30
El éxito del referéndum para Suárez fue, por tanto, extraordinario: la
propuesta de la oposición democrática, la abstención, no fue seguida
masivamente, pues del 22,27 por 100 que alcanzó, es difícil saber cuántos lo
hicieron por recomendación de los partidos antes franquistas, y cuántos
simplemente por dejación.
Con la Ley para la Reforma Política ya aprobada en referéndum, el
Gobierno reguló el desarrollo de las primeras elecciones generales, por el
decreto-ley 20/1977, de 18 de marzo, que estableció las normas para regir todo
el proceso electoral. Si bien debe subrayarse que ese Decreto Ley, así como
otras cuestiones, fueron objeto de una negociación sui generis entre el
Gobierno Suárez y la oposición.
En ese trance, la oposición estuvo representada por la «Comisión de los
Nueve», que designaron los partidos y grupos de la oposición, y que estuvo
formada por Joaquín Ruiz Giménez (Izquierda Democrática), Joaquín Satrústegui
(monárquico), Enrique Tierno (PSP), José María de Areilza (monárquico), Josep
Andreu (catalanista), Francisco Fernández Ordóñez (grupo FEDISA), Santiago
Carrillo (PCE, cuya situación en España se había legalizado tras pocos días de
cárcel en diciembre de 1976/enero de 1977), Felipe González (PSOE), y Julio
Jáuregui (PNV). Con el hecho importante de que previamente se había declarado
la legalidad del PCE, el Sábado Santo (Rojo) de 1977, lo cual supuso una
actitud que dio definitiva credibilidad a los enunciados políticos de Adolfo
Suárez.
En cuanto a los contenidos de la reforma planteada desde La Moncloa, la
elección de diputados para el Congreso se inspiró en el sistema de candidaturas
completas, bloqueadas y cerradas, y se decidió también que la distribución de
los escaños se realizaría de acuerdo con la regla d’Hondt; que para las
numerosas provincias de menos de diez diputados significó la polarización en
favor de los grandes partidos, como poderoso correctivo del sistema
proporcional. La misma finalidad se persiguió con la exclusión -a efectos del
reparto de escaños- de las listas que no hubieran obtenido al menos el 3 por
100 de los votos emitidos en cada circunscripción provincial.
En cuanto al Senado, se optó por que cada elector pudiese votar hasta
tres candidatos (siendo cuatro los puestos reservados a cada provincia), de
forma que así no quedaran representadas sino las dos formaciones mayores, con
nula presencia de las minorías, salvo que estas se agruparan en formaciones de
coalición; como así sucedió en los casos de Cataluña, el País Vasco y alguna
región más.
En el fondo, la distribución de escaños para las cincuenta
circunscripciones provinciales, tanto para el Senado como para el Congreso, se
planteó de forma tal que hubiese una fuerte sobrerrepresentación de las
provincias menos industrializadas y urbanas. De modo que citando los casos
extremos, en Barcelona se necesitaron 135.000 electores para cada diputado, y
en Soria sólo 35.000; como casos extremos de provincias más industrial y más
rural, respectivamente. En el caso del Senado, un senador se obtuvo por cada
1.206.671 barceloneses, y uno por cada 23.622 sorianos. Una situación, por lo
demás, que ulteriormente no se modificó, siendo, pues, la ley vigente la de
1977; por la clara resolución de los mayores partidos de no modificar el status
quo que les fue altamente favorable.
Con la Ley de Reforma Política de 4 de enero de 1977 y con sus normas
electorales del 18 de marzo, se dispuso en definitiva de una importante ventaja
a favor de la coalición formada en torno a Adolfo Suárez, la Unión del Centro
Democrático.
También contribuyó a los resultados expuestos, la persistencia del miedo
en una cierta parte de la población, así como la tardía legalización de los
partidos de la izquierda, especialmente del PCE, que se pospuso hasta el 9 de
abril de 1977, apenas seis semanas antes de la apertura de la campaña electoral
(el 24 de mayo) y tres más que duró ésta.
Seguiremos el próximo jueves, y hasta entonces, el autor queda a la
disposición de los lectores de Republica.com en castecien@bitmailer.com.
[1] España está dividida en 50 provincias, pero los dos archipiélagos
(dos provincias de Canarias y una de Baleares) tuvieron un régimen especial.
Además de los 207 senadores señalados, hubo 50 senadores regios, a designar por
el Rey, que luego no se mantuvieron en la Constitución.
La transición española como expresión de cambio político pacífico de la
dictadura a la democracia (II)
RAMÓN TAMAMES | 20/05/2015
fraga-carrillo
El pasado jueves 14 iniciamos el presente artículo sobre la Transición
española, a propósito de la conferencia que tuve ocasión de pronunciar en Tokio
el 20 de abril, en la sesión organizada por la Embajada de España y la
Universidad de Asuntos Extranjeros.
En la primera entrega de esta serie vimos las últimas boqueadas del
Franquismo, en un intento de permanencia disfrazada, para hoy entrar ya en las
propuestas y actuaciones de la oposición democrática.
2. LA OPOSICIÓN DEMOCRÁTICA
Como hemos visto, el comportamiento del régimen de Franco a lo largo de
1975, fue de claro endurecimiento de su línea política. ¿Por la violencia de
ciertos grupos ligados al terrorismo? En realidad, el peligro para el régimen
venía de otro lado; básicamente, de la mayor actividad de la oposición
democrática y pacífica, y de la desafección de muchos anteriores adictos al
régimen.
Desde el verano de 1974, la oposición había comenzado a coordinarse y
desplegar una mayor actividad. El 29 de julio de este año, se creó formalmente
la Junta Democrática de España (JDE), que desde el verano de 1974 promovió la
formación de juntas por todo el territorio nacional. La JDE estaba integrada
por el Partido Comunista de España (PCE), Partido del Trabajo, Partido
Socialista Popular (de Enrique Tierno Galván y de Raúl Morodo), Federación de
Independientes Demócratas, Alianza Socialista de Andalucía (luego Partido
Andalucista, de Alejandro Rojas Marcos), Comisiones Obreras (con Marcelino
Camacho a la cabeza), amén de otras organizaciones de base; así como por
personas políticas independientes como Antonio García Trevijano, Rafael Calvo
Serer, José Vidal Beneyto, etc. Y por una gran proporción de gentes de todas
las clases sociales, agrupadas o no en asociaciones de vecinos o de amas de
casa, clubes juveniles, movimientos femeninos, culturales, etc.
La característica del movimiento de las juntas era su autonomía. La
había a nivel local, de carácter sectorial (profesionales, arte y cultura,
empresarios, funcionarios, etc.) y territorial (de barrios, pueblos, y
provinciales). El escalón intermedio lo cubrían las Juntas Regionales, y los
fundamentos de la JDE se expusieron en los 12 puntos de su declaración
constitutiva, donde se propugnaba:
La formación de un Gobierno Provisional para devolver a todos los
españoles su plena ciudadanía mediante el reconocimiento de las libertades y de
los derechos y deberes democráticos.
*.- La amnistía absoluta de todas
las responsabilidades por hechos de naturaleza olítica o sindicales.
*.- La legalización de los partidos
políticos sin exclusiones.
*.- La libertad sindical, y la restitución al movimiento obrero del
patrimonio del Sindicato Vertical.
*.- Los derechos de huelga, de reunión y de manifestación pacífica.
*.- La libertad de Prensa, de Radio, de opinión y de información
objetiva en los medios estatales de comunicación social, especialmente en la
Televisión.
*.- La independencia y la unidad jurisdiccional de la función judicial.
*.- La neutralidad política y la profesionalidad, exclusivamente militar
para la defensa exterior, de las fuerzas armadas.
*.- El reconocimiento, bajo la unidad del Estado español, de la
personalidad política de los pueblos catalán, vasco, gallego y de las
comunidades regionales que lo decidieran democráticamente.
*.- La celebración de una consulta popular para decidir la forma
definitiva del Estado.
*.- La separación de la Iglesia y el Estado.
*.- La integración de España en las Comunidades Europeas.
La gran virtualidad de la JDE es que permitió a muchas gentes de toda
España (excepto en Cataluña y el País Vasco, donde hubo configuraciones propias
de esas dos regiones, fundamentalmente la Asamblea de Cataluña, y el PNV
renacido, respectivamente) incorporarse a la lucha política, sin necesidad de
adherirse a ningún partido. Así, las juntas fueron para muchos una primera
escuela de aprendizaje democrático; al llevar a amplios sectores de población
la conciencia de que sin una alternativa política democrática la mayoría de los
problemas laborales, sociales, etc., no tenían solución.
Por otro lado, en junio de 1975, se creó la Plataforma de Convergencia
Democrática (PCD), integrada inicialmente por el Partido Socialista Obrero
Español (PSOE), Izquierda Democrática (democristianos de Ruiz Giménez), Unión
Socialdemócrata Española (USDE), Organización Revolucionaria del Trabajo (ORT),
Movimiento Comunista (MC) y Partido Carlista.
Finalmente, el 26 de marzo de 1976 se acordó la disolución de la Junta
Democrática de España y de la Plataforma de Convergencia Democrática, para
constituir un solo órgano de la oposición, denominado Coordinación Democrática
-más conocida como la «Platajunta»-, como medio indispensable para ofrecer a la
sociedad española una alternativa de poder capaz de transformar, por vía
pacífica la dictadura en un Estado Democrático».
3. EL PRIMER GOBIERNO DE LA MONARQUÍA (ARIAS/FRAGA)
Con la muerte del general Franco (20 de noviembre de 1975), Juan Carlos
de Borbón se convirtió automáticamente en rey de España, conforme a las
previsiones sucesorias del régimen. Y acto seguido, el Rey confirmó a Arias
Navarro como Presidente de Gobierno, quien remodeló su gabinete el 12 de
diciembre de 1975, dando entrada a ministros «reformistas» como Fraga, Areilza,
Antonio Garrigues, Osorio y Martín Villa.
Arias Navarro siguió como si nada hubiera pasado: no tenía un horizonte
democrático (el Rey sí), y en definitiva, la reforma Arias/Fraga se configuró
como indebidamente secreta, y de muy bajo techo; en la idea de excluir del
juego político a los partidos y a las organizaciones menos afines al régimen.
Así pues, el punto de vista de la oposición sobre la tal reforma no pudo ser otro
que el de un rechazo total y absoluto, con la reiteración, al tiempo, de la
necesidad de libertades inmediatas para abrir un período constituyente. El ya
mencionado acuerdo del 26 de marzo de 1976, para la constitución de la
Platajunta, fue la expresión de esos propósitos.
Sin embargo, Fraga, principal Ministro de Arias Navarro, se pronunció
por el quietismo, y así se reflejó en mi libro Más que unas Memorias[1],
expresivo de lo que eran aquellos tiempos cuando pronunció sus célebres máximas
de la calle es mía y el timing lo marco yo:
El episodio se produjo a finales de diciembre de 1975. En la Junta
Democrática de Madrid estábamos preparando una manifestación por los derechos
humanos, a celebrar delante del Ministerio de Justicia en la calle Ancha de San
Bernardo -como decía siempre el gran novelista Pío Baroja-. El caso es que en
la mañana misma de esa convocatoria estaba yo afeitándome, cuando Carmen, mi
mujer, casi conteniendo la risa, se asomó por la puerta del cuarto de baño, y
me dijo: «¡Ramón, Ramón, que te llama Fraga…! Parece muy indignado…». Me puse
al teléfono y después de un breve y muy enérgico saludo, me dijo:
— Tamames, sé que esta noche queréis hacer una concentración ante el
Ministerio de Justicia.
— Estás bien informado, ministro…, así es…
— ¡Esa concentración está prohibida!
No se pueden prohibir los actos pacíficos de los ciudadanos -le contesté
yo pausadamente-. La calle es de todos.
La respuesta se haría famosa urbi et orbi:
— ¡La calle es mía!
— Si me permites, Ministro, insisto en que la calle es de todos, y si
tanto habláis de democracia, ¿cuándo vamos a tenerla? ¡A ver si os dais prisa!
Nosotros ya nos la estamos dando…
La respuesta fue tan contundente como la anterior:
— ¡El timing lo marco yo!
Acusé el impacto de tales pronunciamientos fraguianos y, cuando me
repuse psicológicamente, no más de un segundo después, le dije al Ministro:
— Precisamente dentro de unas horas tenemos una reunión de la Junta
Democrática de Madrid con varios periodistas… ¿Me autorizas que te cite?
— ¡Estas autorizado a citarme a quien quieras! ¡Adiós, muy buenas!
¡Estás avisado!—. Y al otro lado de la línea, se interrumpió la comunicación.
Una representación de la Junta Democrática de Madrid se reunió
efectivamente esa misma tarde con la prensa más motivada, con la asistencia de
un buen número de periodistas. Yo informé de las dos frases: «¡La calle es
mía!» y «¡El timing lo marco yo!». Y desde el día siguiente ambas
proclamaciones se propagaron como un reguero de pólvora, tildando a su autor de
autoritario; y de juicio político menos inteligente de lo que se pensaba. Fraga
siempre negó haber pronunciado tan lapidarias sentencias. ¡Pero juro por mi
honor, que todavía me resuenan en los tímpanos! Y además ¿cómo iba a inventarme
yo dos perlas así ex nihilo…?
En las condiciones cada vez más penosas de la pseudoreforma Arias/Fraga,
el rey Juan Carlos, en un golpe de decisión, cesó a Arias Navarro, reunió al
Consejo del Reino, y de la terna que éste le propuso, eligió a Adolfo Suárez
como Presidente del Gobierno.
Dejamos aquí el tema por hoy, para continuar el próximo jueves con lo
que fue el primer gobierno de Adolfo Suárez. En el interim, pueden comunicarse
con el autor a través de castecien@bitmailer.net.
[1] RBA, Barcelona, 2013.
La transición española como expresión de cambio político pacífico de la
dictadura a la democracia (I)
RAMÓN TAMAMES | 13/05/2015
En un reciente viaje a Extremo Oriente, tuve ocasión de exponer, en un
foro constituido por la Embajada de España en Tokio y la Universidad de Asuntos
Extranjeros de esa misma ciudad, un conjunto de ideas sobre la Transición
española. Por la cual hay en Oriente un gran interés, sobre todo en China,
donde como en el caso de España, aunque sea a una escala mucho mayor, se trata
de pasar de una autocracia a una democracia.
La transición española ha sido uno de los episodios políticos más
importantes de la Europa de nuestro tiempo, por sus contenidos: cómo un viejo
país como España, con una larga historia, pudo cambiar de la dictadura a una
democracia en un lapso muy breve, y del modo más pacífico. Un hecho que
inevitablemente ha atraído la atención de muchos politólogos e historiadores.
En ese sentido, en el presente artículo -para no excedernos en espacio y
tiempo-, me fijaré en cuatro momentos clave: la reorganización de la oposición
democrática, la reforma Suárez, los Pactos de La Moncloa y la Constitución.
Todo ello en un cauce en el que prevaleció el bueno sentido de los políticos
para negociar, primero, la Reforma, luego los Pactos, y por último la
Constitución. Pudiendo decirse que a esa predisposición para debatir los
verdaderos problemas y llegar a transacciones o consensos, contribuyeron por lo
menos dos circunstancias importantes:
El recuerdo de una guerra civil devastadora, de casi tres años entre
1936 y 1939, por la falta de comprensión entre izquierdas y derechas igualmente
encrespadas y dispuestas a ir a la confrontación más brutal y estéril. No
repetir una situación así, estaba en la mente de todos en 1975, al morir
Franco. En la extrema izquierda, el Partido Comunista de España (PCE) fue el
que marcó la pauta, pues desde 1956 había planteado ya una política de
reconciliación nacional, que volvió a subrayar en la hora de su legalización en
abril de 1977.
Cambio sociológico.
A diferencia de 1936, en la España de 1977, había ya una sociedad con
mayoría de las clases medias, en vez de la oposición rotunda
burguesía/proletariado de antes de la guerra civil.
Más en concreto, España había recibido, desde 1959 con el Plan de
Estabilización, un fuerte impulso de desarrollo económico, y entre 1961 y 1974
-primer choque petrolero- se experimentó el mayor crecimiento de la economía
española nunca conocido: el 7,7 por 100 acumulativo anual, con una elevación de
la Renta Nacional de 2,5 veces en ese mismo periodo.
Ese nuevo país de clases medias hizo posible un clima en el que los
partidos políticos negociaron, sin más ambages, lo que podría ser la España del
futuro. Incluso, como creo que he demostrado en un libro mío [1], el propio
Franco en sus últimos tiempos, tenía la plena convicción de que el retorno a la
democracia era inevitable. Y el Príncipe de España, luego Rey, Juan Carlos,
estuvo desde siempre por la democracia.
1. EL FRACASO DE ARIAS NAVARRO
Con la muerte del almirante Carrero el 20 de diciembre de 1973 en el
atentado de ETA, dio comienzo la crisis política definitiva del régimen de
Franco: todo el mundo hablaba de cambios. Y por parte de los aperturistas del
régimen se formulaba como solución la reforma de las Leyes Fundamentales, cuyas
holguras, según ellos, habrían de dar margen suficiente para una evolución
sesuda y aceptable. Entretanto, los integristas, también dentro del bloque del
poder, se mostraban partidarios de preservar el statu quo, e incluso de
regresar a las esencias de los años 40, consideradas perdidas o cuando menos
semiolvidadas.
La creación de FEDISA, en julio de 1975, por hombres como Areilza,
Cabanillas, Fraga y Fernández Ordóñez, fue un golpe contra Arias Navarro, el
último presidente de gobierno de Franco (1973/75), como clara muestra de la
preferencia por la forma de sociedad anónima para la actividad política, en vez
de las asociaciones preconizadas artificiosamente desde el poder.
Con una gran parte de sus propias fuerzas ya en contra y un proyecto de
reforma de nulo o poco sentido democrático, el endurecimiento del régimen a lo
largo de 1975 se hizo evidente: en su discurso del 24 de junio de 1975 ante las
Cortes Españolas, el Presidente del Gobierno, Arias Navarro, se centró en una
definición de lo que él llamó el área de principios inmutables, con «una
trinidad de cuestiones»:
1. La exclusión radical del comunismo «en sus distintas tendencias,
grupos o manifestaciones», que incluía a cualquier grupo con connotaciones
obreras reivindicantes.
2. La afirmación de la unidad nacional para proscribir «inapelablemente
las posiciones separatistas».
3. El reconocimiento de la forma monárquica del Estado, equivalente a
plantear del modo más puro y simple el continuismo de la monarquía autoritaria
ideada por Franco.
En resumen, la «trinidad de Arias» atacaba la trilogía de la oposición
democrática: la no exclusión de ningún grupo político siempre que se aceptara
el juego democrático y la renuncia a la violencia; el principio de autonomía de
las nacionalidades y regiones de España; y la cuestión de que el pueblo debería
decidir libremente la forma política del Estado, si monarquía o república.
Ulteriormente, en el verano de 1975, y ante algunas acciones de la ETA y
del Frente Revolucionario Antifascista Patriótico (FRAP), contra fuerzas
policiales y de la Guardia Civil, la postura del Régimen mostró un
endurecimiento máximo; que se manifestó en agosto y en los primeros días de
septiembre en un recrudecimiento de secuestros y suspensiones de revistas y
prohibición de actos culturales; y llegó a su punto culminante con la
publicación del llamado Decreto-Ley de Represión del Terrorismo, y del nuevo
reglamento de la policía gubernativa. En todo este contexto, el 27 de
septiembre fueron ejecutados cinco condenados a muerte: dos miembros de ETA y
tres del FRAP; por hechos terroristas ocurridos anteriormente. No hubo
conmutaciones como en el célebre «proceso de Burgos» que en 1971 había dado
máxima celebridad a la ETA.
Las cinco ejecuciones -que incluso el Papa intentó evitar intercediendo
por tres veces cerca del Caudillo- generaron una inmediata y fortísima
respuesta popular europea, así como la retirada transitoria de catorce
embajadores de países democráticos de Madrid. De este modo, la operación
«apertura» de Arias Navarro quedaba totalmente desbaratada entre la opinión
pública europea.
En busca de un contrapeso interno a la respuesta popular y oficial
internacional contra las ejecuciones, la decisión del régimen fue organizar una
gran «concentración patriótica contra la injerencia extranjera» en la plaza de
Oriente de Madrid, el 1 de octubre de 1975; coincidiendo con el 39 aniversario
«de la exaltación de Franco a la Jefatura del Estado». Éstlo que prácticamente
fue el último acto público al que asistió el Caudillo; siendo muchos los
observadores del balcón del palacio de Oriente, que fue allí donde Franco
contrajo la enfermedad que por una serie de complicaciones le ocasionaría la
muerte cincuenta días después.
Seguiremos el próximo jueves, en Republica.com, con la segunda parte de
este artículo, referente a la oposición democrática. Hasta entonces, el autor
queda a disposición de los lectores de este periódico digital en
castecien@bitmailer.net.
[1] Ramón Tamames, Ni Mussolini ni Franco: La dictadura de Primo de
Rivera y su tiempo, Planeta, Barcelona, 20
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