sábado, 31 de marzo de 2018

Componentes racistas

Eduardo Goligorsky

Adoctrinadores desnortados

En Cataluña, el adoctrinamiento comienza en el parvulario y se radicaliza a medida que los docentes enseñan versiones adulteradas de la historia.

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Ningún régimen nacionalista identitario despreciará la oportunidad de adoctrinar a los niños y los jóvenes cautivos en sus escuelas. Sus autoridades y portavoces negarán que eso es lo que están haciendo, pero nadie que conozca los mecanismos de esta ideología intrínsecamente totalitaria les creerá.
El éxito de la cohesión tal como la entienden estos sectarios depende de que comunicadores y docentes inculquen el pensamiento único, inseparable del tronco identitario. Sin pensamiento único no hay identidad nacional y el paraíso prometido se desvanece. La metodología es totalitaria aunque el calificativo choque a algunos de quienes la aplican.

Componentes racistas

En Cataluña, el adoctrinamiento comienza en el parvulario y se radicaliza a medida que docentes orgullosos de su tendenciosidad enseñan versiones adulteradas de la historia y reducen los conocimientos de geografía a lo estrictamente local. Utilizando como única lengua vehicular el catalán. La intelligentsia secesionista festeja los frutos de este lavado de cerebro precoz. Escribió Josep Ramoneda (El País, 13/9/2012):
Las nuevas generaciones no tienen nada que ver con las generaciones de la Transición. Carecen de los miedos, las complicidades y los prejuicios que teníamos nosotros. Han sido formadas en la escuela catalana, con unos referentes culturales muy distintos y han asumido con naturalidad la condición de Cataluña como país. Los hijos de quienes llegaron a Cataluña en los años sesenta desde el resto de España nacieron aquí y tienen unos parámetros sentimentales muy distintos. Por eso el independentismo ha crecido en transversalidad social y cultural.
Es imposible explicar con más concisión e impudor la motivación proselitista del sistema de educación en Cataluña. De dudosa eficacia final como veremos más adelante, pero cargado de componentes racistas mientras dura.

Laberinto sin salida

¿Componentes racistas?, clama indignado el agitprop secesionista. Y recita el inventario: en Cataluña no se discrimina por el color de la piel, ni por la religión, ni por la nacionalidad de origen. Por lo tanto, no somos racistas. ¿Y la lengua? Ah, la lengua es sagrada. Exactamente, como para otros lo es el color de la piel, la religión o la nacionalidad de origen. Para los racistas catalanes el factor distintivo es la lengua. El equivalente de la raza para otorgar patente de identidad y discriminar a quien no la comparte. Con un añadido revelador: la lengua que se proscribe del aula no es el mandarín ni el amazig, sino la que se habla en todo el territorio que pretenden descuartizar: el español.
El corolario es que para los nacionalistas identitarios existen varias razas en España en función de la lengua. Y también en la misma Cataluña, con la peculiaridad de que la de Ellos les otorga privilegios, por lo cual sus críticos los llamamos supremacistas, en tanto que la de los Otros está condenada a languidecer arrinconada en el limbo.
Se equivocan los nacionalistas identitarios. Al abrazar la lengua como sustituto de la raza para avalar esa supremacía imaginaria entran en un laberinto sin salida donde sus adoctrinadores deambulan desnortados. La realidad los pone en su lugar cuando ensayan sus engañabobos predilectos.

La trama se derrumba

El artículo El catalán y sus mitos (LV, 10/3), del intelectual católico Josep Miró i Ardèvol, ayuda a comprobar hasta qué punto están desnortados los adoctrinadores. El autor pretende desmontar los que él define como cinco mitos fabricados contra la inmersión lingüística, pero no ofrece ninguna prueba para corroborar su afirmación de que "entre estos últimos [datos empíricos] destaca el éxito magnífico que este modelo ha conseguido. Ha logrado educar a toda una generación en el bilingüismo y ha evitado la división en dos comunidades por motivos lingüísticos". Y contradiciendo la arrogante confesión de Ramoneda sobre el vínculo entre el secesionismo y el adoctrinamiento escolar, agrega: "El independentismo no es el escalón superior del catalanismo, y la lengua poco tiene que ver con aquel". Nos toma el pelo.
Pero toda la trama del adoctrinador improvisado se derrumba en su conclusión:
Lo más llamativo de este debate mitológico es que unos y otros olvidan lo fundamental: el fracaso en comprensión lectora en el conjunto de España y en Catalunya, que nos sitúa a la cola de Europa. Si un alumno no comprende bien lo que lee, toda la enseñanza fracasa. Y esto es lo que está sucediendo. Es la puerta abierta al bajo rendimiento, al abandono escolar y a la ingente cantidad de jóvenes que no estudian ni trabajan. En todo esto también somos líderes europeos y además constituye una vergüenza para un país que se quiere avanzado como es Catalunya.
¿Dónde queda entonces "el éxito magnífico que este modelo ha conseguido", si, además de padecer los mismos problemas que sufre el sistema de enseñanza en el conjunto de España, Cataluña despoja a sus jóvenes -bajo la férula de un enjambre de parásitos endogámicos- de la herramienta indispensable para desenvolverse con éxito entre los quinientos millones de castellanohablantes? Aunque -como lo demuestra el 90 por ciento de los apellidos de los personajes influyentes- vale más tener un linaje catalán puro que esmerarte por dominar la lengua si eres mestizo. Vuelta al racismo.

Intolerancia en el ADN

Existe otra barrera con la que tropiezan los adoctrinadores desnortados como si fueran, ellos también, mestizos.. Miró i Ardévol puede montar un tinglado de falacias complacientes para apuntalar la inmersión lingüística, pero el bloque totalitario que monopoliza la imposición de este sistema intolerante también los discrimina a él y sus correligionarios. La información, aunque torpemente redactada como muchos textos de la edición en castellano del diario de Godó, es explícita (LV, 19/3):
Los representantes de la escuela concertada se reunirán esta mañana para valorar los ataques recibidos por parte de algunas entidades representativas de la comunidad educativa en contra de los conciertos tal como se puso de manifiesto en la manifestación (sic) del sábado en Barcelona, en defensa de la inmersión lingüística en Catalunya.
Las gestiones del sindicato mayoritario de la escuela concertada para poder participar en dicha manifestación habían sido rechazadas por los organizadores, que querían tener las manos libres para denigrar a sus colegas adoctrinadores de las escuelas católicas. Adoctrinadores desnortados, claro está: monolingüistas catalanes de categoría A, anticlericales, contra monolingüistas catalanes de categoría B, católicos. Ni el abad supremacista de Montserrat lo puede remediar cuando rinde pleitesía a los golpistas presos. Los nacionalistas identitarios llevan la intolerancia en el ADN y necesitan odiar a alguien, aunque sea a sus propios compañeros de viaje.

No son zombis

El artículo arriba citado de Josep Ramoneda reflejaba la convicción de que el adoctrinamiento implantado en la escuela catalana había forjado nuevas generaciones de catecúmenos al servicio del independentismo. Nazis, fascistas, franquistas, comunistas… depositaron la misma fe en el glorioso porvenir de sus regímenes, conseguido mediante dosis masivas de adoctrinamiento. Todos acabaron en el vertedero de la historia. Los ideólogos de los totalitarismos -raciales, religiosos, clasistas, identitarios- no terminan de convencerse de que los seres humanos son muy volubles y tan pronto se someten a la disciplina como se insubordinan. No son zombis.
Los que creen haber domesticado a las nuevas generaciones se llevarán muchas sorpresas. Lo reconoce en su artículo el mismo Miró i Ardèvol, no para reconciliarse con la realidad sino para justificar la necesidad de eternizar la inmersión forzada:
Después de los tres quinquenios de catalán como lengua vehicular, el uso social del español y el consumo de bienes culturales no se han movido ni un punto, y continúa siendo la lengua fuerte.
La desobediencia a los maestros ciruela del totalitarismo supremacista va mucho más allá del terreno lingüístico. Sobre un censo electoral compuesto por 5,500.000 ciudadanos, solamente 2 millones se convirtieron a la fe sectaria. Y las últimas encuestas muestran un trasvase de votantes soberanistas, jóvenes y maduros, al polo opuesto que encarna Ciudadanos, premiado con la mayoría de votos y escaños el 21-D.
No, los jóvenes tenazmente adoctrinados no son zombis y tienen ojos para ver la podredumbre con que la casta de filibusteros retrógrados impregnó a la antaño progresista Cataluña. Llegará el día -esperemos que sea pronto- en que quedarán tan pocos supremacistas en Cataluña como nazis en Alemania y comunistas en Rusia.
PD: Santi Vila, protagonista convicto y confeso de la voladura de la sociedad catalana, tiene la desfachatez de escribir ("Gobierno de concentración", LV, 28/3) que PP y Ciudadanos "se autoexcluyen" de la tarea de reconstrucción, que él deja en manos de "soberanistas, socialistas y comunes", porque "de nuevo, como en tantos otros momentos tristes de la historia de España, pudiendo apostar por la fraternidad lo hacen por el fratricidio". Que un ex jerarca de la sedición cainita acuse de fratricidas a los constitucionalistas, es tan obsceno como lo habría sido que, tras la liberación de Francia, un ex ministro del régimen pro nazi de Philippe Pétain hubiera aconsejado a Charles De Gaulle que incluyera traidores colaboracionistas en su gobierno.

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