miércoles, 28 de marzo de 2018

Federico Jiménez Losantos: Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos

Federico Jiménez Losantos: Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos

Domingo 25 de marzo de 201818:05h
Federico Jiménez Losantos: Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos
La Esfera de los Libros. Madrid, 2018. 1032 páginas. 26, 50 €. Un ensayo perfectamente documentado y escrito con excelente y ameno estilo que desenmascara mentiras sobre una ideología destructora y criminal, y nos advierte de que hoy sigue vigente para algunos, por lo que no hay que bajar la guardia. Por Alfredo Crespo Alcázar
Federico Jiménez Losantos y La Esfera de los Libros nos presentan una obra valiente y muy necesaria para todo aquel que defienda la libertad y combata la tiranía. Su edición ha tenido lugar justo cuando se ha cumplido el aniversario de la revolución rusa, o por mejor decir, del golpe de Estado perpetrado por Lenin que dio inicio una dictadura cuyas repercusiones se extendieron hasta 1991 en lo que a la URSS se refiere.
Como advierte el autor, el comunismo, con sus diferentes ropajes (el último de ellos, el de populismo de izquierda) se halla plenamente integrado en las democracias occidentales: Si el comunismo está muerto, es sin duda un walking dead, al que se debe combatir como especie resucitada, porque mata de verdad” (p. 575). En efecto, nos hallamos ante una ideología que ha sembrado la ruina y se cobrado la vida de millones de personas a través del binomio mentira/terror pero que conserva abundantes adeptos, proselitistas y propagandistas en la actualidad.
Cabe preguntarse, consecuentemente, por las razones de semejante anomalía. Federico Jiménez Losantos lo explica con claridad: “Ese es el genio de Müzemberg: haber creado la mentira más duradera de la historia, basándose siempre en lo mismo: la denigración del adversario, la justificación de su exterminio e incluso la justificación del error al hacerlo. ¿Y cómo? Consiguiendo que los que mentían o creían defender la Verdad que favorecía a la URSS se sintieran en el lado del Bien, moralmente superiores a los que dudaban, cuya duda los situaba automáticamente del lado del Mal” (p. 37).
Por tanto, al término de su lectura, quien siga identificando al comunismo con el “paraíso en la tierra” solo puede ser un liberticida o un “progre” trasnochado (o quizás ambas cosas). Pablo Iglesias ilustra bien esta última afirmación con su loa a Lenin, de quien dice sin rubor que “fue un genio bolchevique, la llave política para abrir las puertas de la historia, y producir orden, construyó una teoría política para ganar […]. Lenin es un genio de la conquista del poder político” (p. 588).
Esta reverencia del líder podemita a Lenin oculta justo lo que pone de manifiesto Jiménez Losantos: el desprecio del comunismo por el hombre y por sus más básicas libertades (de expresión, de asociación, de propiedad…). La China de Mao, la Cuba de los hermanos Castro o la España de Negrín repitieron miméticamente el esquema inicial diseñado e implementado por Lenin (checa, represión, gulag, hambrunas…) y “mejorado” posteriormente por Stalin. Sin embargo, “ese régimen comunista que perseguía y degradaba tan ferozmente a sus escritores era al mismo tiempo proclamado, sigue siéndolo aún, como el gran defensor de la cultura y la verdadera libertad por intelectuales de todo el mundo” (p. 65).
Jiménez Losantos hace un recorrido cronológico magistral, sobresalientemente documentado (14 páginas de bibliografía) que incita a leer a los numerosos autores y obras a los que alude, en particular a quienes más han combatido al comunismo en tiempos recientes (Courtois, Carrere d´Encausse, Ravel…). Asimismo, la prosa es brillante, consiguiendo que el lector entienda el mensaje desde el primer capítulo. En este sentido, corrobora cada una de las afirmaciones que hace, citando en muchas ocasiones párrafos textuales de la fuente original. Semejante respeto por el método científico a buen seguro que provocará la ira de los corifeos actuales del comunismo pero también de quienes erróneamente consideran a aquél una ideología fallecida y por tanto, no susceptible de combatirse.
Como no podía ser de otra manera, Federico Jiménez Losantos rechaza hacer cualquier concesión a la corrección política. Se agradece que su desparpajo radiofónico lo aplique también por escrito: “Hoy está más vigente que nunca ser tachado -en la enseñanza o los medios de comunicación- de “anticomunista visceral”. Porque hay que ser no sólo racionalmente sino visceralmente antinazi, pero el absoluto rechazo al régimen que creó Auschwitz debe distinguirse siempre del relativo rechazo al régimen que creó el gulag. Si no, eres políticamente incorrecto, marginal, reaccionario y fasciopopulista” (p.146).
Esto se traduce en la valentía con la que explica la verdadera naturaleza e intenciones de personajes como Lenin, Stalin, los Castro, Pol Pot, Trotsky… todos ellos con un notable currículum de muertes y destrucción a sus espaldas que sus actuales seguidores bien justifican, bien rechazan. Al respecto, algunos de sus más férreos adalides han tratado de exculpar los pecados de los aludidos referentes, por ejemplo apelando a las “desviaciones” como la que perciben en Stalin con respecto a Lenin y que es más supuesta que real: “Tanto el marxismo como el bakunismo, y luego el leninismo, son guías para la acción. Dividen el mundo en dos grupos, el de los explotadores y el de los explotados, y defienden el derecho de estos a exterminar a aquellos” (p. 168).
En el medio de este proceso, en innumerables ocasiones el socialismo ha hecho las veces de “tonto útil” del comunismo, tendencia que hunde sus raíces en la actitud del Partido Socialista francés al término de la “revolución” rusa y más tarde en el PSOE durante la Guerra Civil española, cuando Largo Caballero, Indalecio Prieto y, sobre todo, Juan Negrín se entregaron a Stalin.
En definitiva, una obra de obligada lectura que desenmascara los mantras y mitos que han convertido al comunismo en una ideología atemporal cuando no es más que la receta para la pobreza y la destrucción tanto física como material sustentada en el binomio terror/mentira y en un desplazamiento permanente de la responsabilidad. En palabras del autor: El cerco, real o mítico, del enemigo exterior legitima las proscripciones contra los enemigos interiores, es decir, contra todo el mundo excepto los bolcheviques. La responsabilidad de los crímenes del comunismo recae sobre sus adversarios, reales si es posible e imaginarios si es necesario. Los primeros fracasos de una larga y crónica serie, y sobre todo su persistencia, hallan su explicación en las ‘circunstancias excepcionales’, la ‘herencia’, el bloqueo de las potencias capitalistas” (p. 120).

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