OPINIÓN
EDICIÓN IMPRESA - La tercera
DÍAS DE CONJURA
FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZARCatedrático de Historia Contemporánea
Universidad de Deusto/
EN 1943, en medio de una ciudad -Bucarest- trastornada por la guerra y
los gobiernos filonazis, sin saber si su vida de hombre prisionero de una
historia siniestra era realidad o ficción, sin saber si recordaba las escenas
de una novela o las estaba viviendo, el escritor de origen judío Mihail
Sebastian apuntaba en su diario:
«Posible título para un ensayo: De la realidad física de la ficción.
Demostrar que la mentira, por arbitraria que sea, crece, se ramifica, se
organiza, se convierte en un sistema, cobra perfil y punto de apoyo y, a partir
de cierto grado, sustituye a la realidad, se transforma ella misma en realidad
y empieza a ejercer una presión irresistible no sólo sobre el mundo sino sobre
el propio autor de la mentira».
Sebastian escribía estas notas después de haber escuchado decir a uno
de los intelectuales más brillantes de Rumania que el comunismo era el complot
universal de los judíos, después de haber visto cómo al calor de aquel mito las
leyes antisemitas le convertían poco a poco en un proscrito, en un conspirador
ansioso de hacer saltar por los aires Bucarest, después de caminar durante
horas por las calles blancas y desiertas del amanecer, solo, vacío de recuerdos
y de esperanzas, después de tener la impresión de que la ciudad que había
soñado suya se alejaba, se perdía, y en su lugar brotaba una ciudad frívola,
paranoica y terrible, una ciudad en forma de ficción, de enigma, de complot, de
culpa.
Sebastian moriría en 1945, arrollado por un camión. Jamás escribió
aquel ensayo. Quien si lo hizo fue Danilo Kis, un novelista de la antigua ex
Yugoslavia que investigaría las matanzas de judíos de los años bárbaros y
escribiría un relato sobre la historia fantástica de aquel mito del complot, de
su demencial influencia sobre generaciones y generaciones de lectores y de las
trágicas consecuencias que de todo ello se derivaron.
Como un detective que trata de descifrar un enigma, Danilo Kis se movió
entre textos extraños, representaciones alucinantes y persecutorias, utopías
negativas que se renovaban en sociedades secretas y le llevaban por los caminos
de la superstición, el ocultismo, la locura mística, el fanatismo religioso y
esa forma tan moderna de literatura especulativa y paranoica que surgiría en
Europa con la caída del Antiguo Régimen. Convertido en un aventurero que busca
un secreto que tal vez no existe, destejió el modo en que la literatura del complot
actuaba y producía efectos en la realidad, desde su origen propagandístico en
la Francia revolucionaria hasta los rumores que la trasladaban a la Rusia de
los zares y la Alemania de la República de Weimar y el ascenso nazi. El poder
de la ficción, concluía, la realidad física del complot, de aquella fabulosa
conspiración con diversas cabezas rectoras y múltiples tentáculos, el poder de
aquel fraude, residía en la posibilidad de hacer creer.
Como se descubre leyendo muchos de los escritos posteriores a la
Revolución Francesa, el complot, la idea de minorías tramando el destino del
mundo, tuvo a finales del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX un gran
arraigo en la mentalidad de los escritores reaccionarios de Europa. La
Revolución Francesa, observaba un noble francés en 1796, era un acontecimiento
único en la historia. Los nobles, los clérigos y los reyes descubrieron
entonces que un sueño podía ser un polvorín de barricadas; que las doctrinas
podían difundirse más allá de las fronteras, y lo que era peor, sus ejércitos,
convertidos en cruzados de la causa, destruir los sistemas políticos del
continente. Era tentador achacar el hundimiento del Antiguo Régimen a una
conjura abiertamente decidida contra Dios y contra las leyes. No pocos lo
hicieron; y el modo delirante, y muchas veces marginal, de analizar la
historia, aquel modo de convertir el mundo en un gigantesco complot criminal
que hallaría eco en la novela y el folletín decimonónico y sería la mecha de
futuros incendios, se extendió como la fiebre de Malta -la fiebre de Malta
estaba de moda en el siglo XIX-.
No hay consuelo más hábil que el pensamiento de que no elegimos
nuestras desdichas. En un mundo sin Dios la idea de la conjura universal pasó a
ser un breviario que enseñaba que por detrás de toda la historia latía una
misteriosa, oscura y poderosa fuerza y que ésta tenía en sus manos el destino
del hombre, disponía de las fuentes del poder, desencadenaba las guerras y las
rebeliones, las revoluciones y las tiranías. La Revolución Francesa, las
agitaciones políticas del siglo XIX, el canal de Panamá, la Primera Guerra
Mundial, el tratado de Versalles, la República de Weimar, la Sociedad de
Naciones y el metro de París -que un agente secreto del zar veía como una
laguna debajo de los muros de la ciudad, gracias a la cual se harían saltar las
capitales europeas- eran obra suya. Toda esta representación paranoica
produciría una enorme risotada si la figura de la amenaza, si el fantasma de la
conjura, no hubiera resultado el mejor aliado de los dictadores del siglo XX en
su ascenso al poder: el complot, se decía, había penetrado en el tejido social
y debía ser exterminado. Las escenas, sin embargo, iban a ser reales: pogromos,
trenes, cadáveres...
Las escenas también iban a ser reales en España, donde los rumores del
complot llevaban propagándose desde finales del siglo XVIII. Se cierne sobre el
mundo, escribe por aquellos años un tradicionalista, una época implacable. «Hay
una conspiración abiertamente decidida contra Dios y contra Cristo, que por todos
los medios trata de abolir la religión, que para este medio envía emisarios por
todas las provincias...», redacta un espía de Carlos IV. La conspiración pronto
tendría un nombre -masonería- y no pocos tradicionalistas y conservadores
harían de ella la clave de la interpretación de la sociedad, etiquetando de
masón o conjurado a todo aquel que se mostrara partidario del pensamiento
moderno o extranjero y reprochándosele todos los males que sufría el país. A
modo de epílogo, en 1936 los generales rebeldes se presentarían ante el mundo
como el seguro médico de la sociedad contra el imperio de los conspiradores
masones, comunistas y judíos. El eco del complot tomaba forma en la tenebrosa
vía de los juzgados, en su sollozo de hierro.
La gente se olvida a menudo de que la realidad no tiene la menor
obligación de ser interesante y está dispuesta a creer en cualquier intriga; de
ahí el gran éxito que ha cosechado el fantasma del complot en la historia
moderna de Europa; de ahí también su supervivencia. Los tiempos, no obstante,
cambian, y si en el pasado de España el complot fue un relato ideado por la
reacción, hoy es una novela escrita por la izquierda.
Según una teoría recientemente ilustrada por nuestros eternos
progresistas, en España existe hoy una conspiración neofranquista destinada a
desguazar la democracia; una conjura cósmica tramada en lo secreto y oculto; un
deseo nostálgico de hacer desfilar a las JONS por las viejas calles del viejo
Madrid. La frustración de expectativas durante la Transición, la caída
socialista, el ascenso de Aznar al poder, el transfuguismo sonámbulo de algunos
políticos, las entrevistas secretas con ETA y las crecientes e insaciables
demandas de los nacionalistas de la periferia, serían obra suya. Literatos,
historiadores, periodistas, miembros del Opus Dei, ministros, alcaldes, espías,
empresarios, víctimas del terrorismo... figurarían, según parece, en la lista
de conjurados.
Lo ridículo y más grave de toda esta concepción paranoica de la
sociedad no es que se niegue lo que es y se explique lo que no es. Lo más grave
es que presentar a los actuales defensores de la Constitución y del espíritu
que ésta forma como conjurados antidemócratas y peligrosos neofranquistas, como
siniestros fascistas que han penetrado en el tejido del poder y deben ser
extirpados, crea un ritmo de deslegitimación del adversario político que
amenaza con hacer imposible la democracia. Sostener, ligeramente, esta tesis
entraña un riesgo. Si hay algo que enseña la historia del siglo XX es que las
democracias terminan derrumbándose, no por culpa del patetismo hueco de los
revolucionarios, sino por culpa del escepticismo irónico de quienes deberían
haber constituido su fiel apoyo.
Primeros
decretos del nuevo Gobierno
Comité
político de la República
DECRETO.-
El Gobierno provisional de la República ha tomado el Poder sin tramitación y
sin resistencia ni oposición protocolaria alguna, es el pueblo quien le ha
elevado a la posición en que se halla, y es él quien en toda España le rinde
acatamiento e inviste de autoridad. En su virtud, el presidente del gobierno
provisional de la República, asume desde este momento la jefatura del Estado
con el asentimiento expreso de las fuerzas políticas triunfantes y de la
voluntad popular, conocedora, antes de emitir su voto en las urnas, de la
composición del Gobierno provisional.
Interpretando
el deseo inequívoco de la Nación, el Comité de las fuerzas políticas coaligadas
para la instauración del nuevo régimen, designa a don Niceto Alcalá Zamora y
Torres para el cargo de presidente del gobierno provisional de la República.
Madrid,
catorce de abril de mil novecientos treinta y uno.
Por
el Comité, Alejandro Lerroux, Fernando de los Ríos, Manuel Azaña, Santiago
Casares Quiroga, Miguel Maura, Alvaro de Albornoz, Francisco largo Caballero.
Presidencia
del Gobierno provisional de la República
DECRETO.-
Usando del poder que en nombre de la nación me ha conferido el Comité de las
fuerzas políticas coaligadas, para la implantación de la República, triunfante
en la elección popular, vengo en nombrar Ministro de Estado a don Alejandro
Lerroux y García.
Dado
en Madrid, a catorce de abril de mil novecientos treinta y uno. El Presidente
del Gobierno provisional de la República, NICETO ALCALA-ZAMORA Y TORRES.
Gobierno
provisional de la República
DECRETO.-
El Gobierno provisional de la República, al recibir sus poderes de la voluntad
nacional, cumple con un imperioso deber político al afirmar ante España que la
conjunción representada por este Gobierno no responde a la mera coincidencia
negativa de libertar a nuestra patria de la vieja estructura ahogadiza del
régimen monárquico, sino a la positiva convergencia de afirmar la necesidad de
establecer como base de la organización del Estado un plexo de normas de
justicia necesitadas y anheladas por el país.
El
Gobierno provisional, por su carácter de transitorio de órgano supremo,
mediante el cual ha de ejercer las funciones soberanas del Estado, acepta la
alta y delicada misión de establecerse como Gobierno de plenos poderes. No ha
de formular una carta de derechos ciudadanos, cuya fijación de principios y
reglamentación concreta corresponde a la función soberana y creadora de la
Asamblea Constituyente; mas como la situación de «pleno poder» no ha de
entrañar ejercicio arbitrario en las actividades del Gobierno, afirma
solemnemente, con anterioridad a toda resolución particular y seguro de
interpretar lo que demanda la dignidad del Estado y el ciudadano, que somete su
actuación a normas jurídicas, las cuales, al condicionar su actividad, habrán
de servir para que España y los órganos de autoridad puedan conocer, así los
principios directivos en que han de inspirarse los decretos, cuanto las
limitaciones que el Gobierno provisional se impone.
En
virtud de las razones antedichas el Gobierno declara:
1.:
Dado el origen democrático de su poder y en razón del responsabilismo en que
deben moverse los órganos del Estado, someterá su actuación colegiada e
individual al discernimiento y sanción de las Cortes Constituyentes -órgano
supremo y directo de la voluntad nacional-, llegada la hora de declinar ante
ella sus poderes.
2.:
Para responder a los justos e insatisfechos anhelos de España, el Gobierno
provisional adopta como norma depuradora de la estructura del Estado, someter
inmediatamente, en defensa del interés público, a juicio de responsabilidad los
actos de gestión y autoridad pendientes de examen al ser disuelto el Parlamento
en 1923, así como los ulteriores, y abrir expediente de revisión en los
organismos oficiales, civiles y militares, a fin de que no resulte consagrada
la prevaricación ni acatada la arbitrariedad, habitual en el régimen que
termina.
3.:
El Gobierno provisional hace pública su decisión de respetar de manera plena la
conciencia individual mediante la libertad de creencias y cultos, sin que el
Estado en momento alguno pueda pedir al ciudadano revelación de sus
convicciones religiosas.
4.:
El Gobierno provisional orientará su actividad, no sólo en el acatamiento de la
libertad personal y cuanto ha constituído en nuestro régimen constitucional el
estatuto de los derechos ciudadanos, sino que aspira a ensancharlos, adoptando
garantías de amparo para aquellos derechos, y reconociendo como uno de los
principios de la moderna dogmática jurídica el de la personalidad sindical y corporativa,
base del nuevo derecho social.
5.:
El Gobierno provisional declara que la propiedad privada queda garantizada por
la ley, en consecuencia, no podrá ser expropiada, sino por causa de utilidad
pública y previa la indemnización correspondiente. Mas este Gobierno, sensible
al abandono absoluto en que ha vivido la inmensa masa campesina española, al
desinterés de que ha sido objeto la economía agraria del país, y a la
incongruencia del derecho que la ordena con los principios que inspiran y deben
inspirar las legislaciones actuales, adopta como norma de su actuación el
reconocimiento de que el derecho agrario debe responder a la función social de
la tierra.
6.:
El Gobierno provisional, a virtud de las razones que justifican la plenitud de
su poder, incurriría en verdadero delito si abandonase la República naciente a
quienes desde fuertes posiciones seculares y prevalidos de sus medios, pueden
dificultar su consolidación. En consecuencia, el Gobierno provisional podrá
someter temporalmente los derechos del párrafo cuarto a un régimen de
fiscalización gubernativa, de cuyo uso dará asimismo cuenta circunstanciada a
las Cortes Constituyentes.
NICETO
ALCALA-ZAMORA, Presidente del Gobierno provisional; Alejandro Lerroux, Ministro
de Estado; Fernando de los ríos, Ministro de Justicia; Manuel Azaña, Ministro
de la Guerra; Santiago Casares Quiroga, Ministro de Marina; Miguel Maura,
Ministro de la gobernación; Alvaro de Albornoz, Ministro de fomento; Francisco
largo Caballero, Ministro de Trabajo..
Presidencia
del Gobierno provisional de la República
DECRETOS.-
El Gobierno de la República Española, teniendo en cuenta que los delitos
políticos, sociales y de imprenta responden generalmente a un sentimiento de
elevada idealidad; que los hechos más recientes de ese orden han sido
impulsados por el amor a la libertad y a la patria, y, además, legitimados por
el voto del pueblo, en su deseo de contribuir al restablecimiento y afirmación
de la paz pública, decreta, como primera medida de su actuación, lo siguiente:
Artículo
1.: Se concede la más amplia amnistía de todos los delitos políticos, sociales
y de imprenta, sea cual fuere el estado en que se encucerentre el proceso, incluso
los ya fallados definitivamente, y la jurisdicción a que estuvieren sometidosr
No hay comentarios:
Publicar un comentario