sábado, 10 de marzo de 2018

Libro escrito por: Amadeo Martínez Inglés, escritor y coronel del Ejército español



Comentario del libro: "23 - F, el golpe que nunca existió"
Libro escrito por: Amadeo Martínez Inglés, escritor y coronel del Ejército español
Ahora que se cumplen 20 años desde el espectáculo de opereta que el teniente coronel Tejero ofreció en el Congreso de los Diputados es, indudablemente, un buen momento para realizar una reflexión pausada y libre sobre los acontecimientos que derivaron en ese golpe de Estado extemporáneo y, sobre todo, los condicionantes que pudieron llevar a esa situación altamente atípica.
Aclaremos que un golpe de Estado militar en España no es una situación atípica, de hecho en los últimos 200 años se contabilizaron casi 100 asonadas o golpes militares que, de una manera u otra, intentaron imprimir un giro a la política del país, en la mayoría de las ocasiones un giro desgraciado. La especificidad del golpe del 23 de febrero de 1981 radica, sobre todo, en que se trató de una intentona que nos retrotraía a otros tiempos, ni siquiera los tiempos del franquismo, sino más bien a aquella política española del XIX, en que bastaba que un aventurero uniformado diera un cuartelazo para cambiar radicalmente las cosas. Y las cosas cambiaron, pero afortunadamente para bien.
Entre la multitud de estudios, ensayos, revisiones históricas y, en suma, bestsellers oportunistas que han abundado en las librerías españolas en los últimos meses a propósito del 20 aniversario del Golpe de Estado de Tejero hemos seleccionado este, de Amadeo Martínez Inglés, como excusa para realizar nuestra particular revisión histórica. Valga decir que Amadeo Martínez Inglés, en principio, no destaca particularmente entre la cálifa de periodistas metidos a investigadores que han intentado sacar dinero a costa de supuestas investigaciones sobre el particular. En efecto, su libro está tan mal escrito, incurre en tantas frivolidades y lanza tantos juicios de valor sin pruebas como el de cualquier otro, pero hay tres factores que nos han decidido a seleccionarlo:

1) En primer lugar, Amadeo Martínez Inglés es un ex coronel del Ejército de Tierra, con lo que las deficiencias de su ensayo, en lo tocante a las faltas sintácticas, de ortografía y, en general, falta de vigor estilístico están plenamente justificadas.
2) En segundo lugar, Amadeo Martínez Inglés es el único de los ensayistas de última hora que le ha echado huevos (a fin de cuentas, como decíamos, es militar, así que esto tampoco debiera extrañarnos) para implicar de alguna manera a Su Majestad el Rey Juan Carlos I en el golpe, capítulo especialmente oscuro de este acontecimiento histórico en el que nos gustaría ahondar, porque como somos una página pequeña y estamos en Internet aún nadie se ha fijado en nosotros para censurarnos.
3) Finalmente, de los múltiples ensayos que ofrece el mercado sobre el 23 - F este es el único que he leído (para saber mis motivaciones, véase el apartado 2), así que podré hablar, supongo, con conocimiento de causa.

La tesis de Martínez Inglés, a grandes rasgos, es que el 23 - F surgió por la conjunción de dos golpes militares que se estaban forjando en aquella época, todos como medida de disuasión del golpe militar auténticamente peligroso, pensado para el mes de Mayo de 1981, en el que estaban implicados los principales mandos militares, y que se proponía volver a un sistema franquista ortodoxo, destruyendo tanto la incipiente democracia como la Monarquía. Por un lado, Martínez Inglés habla del golpe militar que tenía pensado el teniente general Milans del Bosch, capitán general de Valencia, que buscada ante todo preservar la Monarquía, aunque destruyendo el sistema democrático en el empeño; y por otro, la llamada "Solución Armada", que propugnaba la creación de un gobierno de unidad nacional, presidido (claro) por el propio general Armada, ex jefe de la Casa del Rey, con el propósito de salvar la difícil situación política que en aquellos momentos vivía el país y, en última instancia, llegar a una democracia plena aunque más "controlada". En esta última operación, dice Martínez Inglés, no sólo estaba implicado el Rey sino que era el principal instigador de la misma. Los líderes de ambas operaciones, Milans y Armada, habrían unido sus fuerzas para salvar la Monarquía de los militares y habrían intentado aprovechar la asonada convencional que iba a dar Tejero, quien es tachado más o menos de loco, para que ese golpe de efecto tuviera el efecto de permitirles llevar a cabo sus planes. Esta operación fracasaría por el lamentable espectáculo ofrecido por Tejero en el Congreso, pegando tiros, hablando en plan "¡Se sienten, coño!" y, en general, demostrando que aquello de "Spain is different" seguía siendo una gran verdad: ante el comportamiento de Tejero, el Rey habría dado marcha atrás, dejando a Milans y Armada totalmente a la intemperie, y estos habrían sido poco menos que cabezas de turco sacrificados en aras del mantenimiento de la Monarquía.

Paradójicamente, el fracaso de este golpe militar acabaría destruyendo cualquier intento futuro de los militares por tomar el poder, por el procedimiento de desprestigiarlos aún más ante la sociedad (¿Qué pensaría Usted si fuera extranjero y viera a un señor con sombrero de torero tomando al asalto el Congreso de los Diputados? Pues eso) y, ya con el PSOE en el Gobierno, ahogar económicamente el Ministerio de Defensa hasta convertir el ejército español en lo que es hoy: una porquería, es decir, como siempre ha sido, pero con la ventaja de que ahora ni siquiera está capacitado para hacer lo único que ha sabido hacer bien en los últimos 200 años: declararle la guerra a su propio país.

Valga decir que literariamente el valor de este libro es muy escaso, y en cuanto periodismo de investigación es justamente eso, periodismo de investigación en el que el coronel Martínez Inglés nos cuenta cómo él habló con Milans del Bosch en la cárcel y "se lo contó todo", cómo a través del capellán de Armada en la cárcel se enteró de más cosas, cómo un cuñado suyo trabajaba de jardinero en la Casa del Rey y "lo oyó todo" (esto último es inventado, tampoco vayan a creerse), ... Es decir, muy poco serio y creíble.

Y sin embargo, yo, en parte al menos, me lo creo. Porque me resulta muy difícil de creer que el Rey no tuviera ningún conocimiento previo de una operación cuya cabeza pensante era uno de sus colaboradores más cercanos, porque fue bastante escandalosa la manera como, pocos años después, se indultó a todos los implicados en el golpe salvo Tejero (es decir, el del espectáculo y el más burro de todos) y porque soy consciente de que vivo en un país en el que las cosas, especialmente cuando se trata de complicadas operaciones políticas en las que están implicados los más altos representantes del país, son así: un desastre, un espectáculo de vodevil. De la misma manera que nadie con dos dedos de frente puede creerse que la Transición llegó a buen término como producto de una sutil ingeniería política efectuada por Su Majestad y cuatro más (y habría que hablar de por qué se considera de forma tan acrítica que la Transición fue un éxito acojonante, en cierta medida supuso la legitimación de 40 años de dictadura), resulta creíble que una operación hábilmente dirigida por Su Majestad acabara así. Es evidente que el Rey no intentaba volver al franquismo, pero quizás le comenzaba a dar la sensación de que si llegaban los rojos al poder los forfaits de Baqueira se encarecerían bastante (es decir, tendría que empezar a rendir cuentas). Afortunadamente para el Rey las cosas no fueron así, sino que este peculiar "pacto de silencio" sobre todo lo que rodea al Monarca (todo lo malo, se entiende) que efectuaron los medios de comunicación españoles sigue vigente en la actualidad. Por eso libros como este, pese a todos sus defectos de forma y de fondo, resultan sanos, porque permiten atisbar una pequeña (y necesaria) crítica a una institución, la Casa Real, que aún no entendemos muy bien en virtud de qué es intocable.

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La gran impostura del 23-F
Amadeo Martínez Inglés - Coronel del Ejército español y escritor
GARA
La gran farsa de estado, la chapucera impostura institucional que aquellos mismos que la patrocinaron, planificaron y ordenaron ejecutar han querido que pasara a la historia de este país como la «intentona golpista del 23-F, a cargo de unos cuantos militares y guardias civiles nostálgicos del anterior régimen», acaba de cumplir veintidós años. Demasiado tiempo ya para que semejante cuento chino made in Zarzuela siga manteniéndose en pie intoxicando las mentes de tantos ciudadanos de buena fe y condicionando el futuro político de la sociedad española.
Y llegada una vez más esta emblemática fecha, fiel a la promesa que yo mismo me hice a finales de 1994 (cuando tras una exhaustiva investigación en los más variados ambientes de las Fuerzas Armadas españolas publiqué mi primer libro contando la cruda realidad de cuanto aconteció aquella desgraciada tarde-noche del 23 de febrero de 1981; realidad «no autorizada» por el poder pero que hasta ahora no ha sido descalificada por nadie), acudo de nuevo a las páginas de este periódico para llamar la atención del lector sobre tan perversa como desgraciada maniobra de salón borbónica que a punto estuvo, hace ahora exactamente veintidós años, de costarnos muy cara a los españoles.
Porque en verdad eso fue: un golpe blando palaciego autorizado por el propio rey Juan Carlos y planificado y ejecutado por sus más leales colaboradores militares (que luego serían lapidados sin piedad) lo que se puso en marcha en España a las 18 horas y 23 minutos de aquella recordada fecha. Con el teniente coronel Tejero como ejecutivo de vanguardia; el general Armada, marqués de Rivadulla, como pérfido «borboneador» real; el capitán general de Valencia, Miláns del Bosch, como mílite monárquico de primera fila engañado y utilizado por su señor; y con el todavía inquilino de La Zarzuela, Juan Carlos I, como supremo golpista en la sombra y rentabilizador augusto del evento. Que con semejante y chapucero autogolpe (luego copiado con más éxito formal pero menos rentabilidad política por algún que otro estrafalario político sudamericano) pretendía conseguir lo siguiente:
­Desmantelar el verdadero golpe militar, puro y duro, que los capitanes generales franquistas andaban organizando desde el otoño de 1980 para acabar de una vez y para siempre con el monarca que había traicionado los sagrados principios del orden político instaurado por su caudillo, después de haberlos jurado en provecho propio.
­Fortalecer todo lo posible el régimen formalmente democrático que él representaba, proveniente de una pactada y posibilista transición política, aceptada en principio por los países europeos de nuestro entorno.
­Ejercer en el futuro un verdadero poder fáctico personal en la sombra (él nunca estuvo muy dispuesto a interpretar el papel de figurón decorativo o mascarón de proa que los políticos de la transición estimaron como conveniente para evitar traumas en el proceso de cambio) a través de sus militares de palacio y, en concreto, de su permanente valido y conseguidor real, el entonces general y marqués y ahora cultivador de camelias, señor Armada.
­Domesticar y someter al Ejército (franquista todavía hasta la médula) a su poder personal (para eso figuraba como su comandante en jefe en la nueva Constitución) convirtiéndolo en pilar y sostén de su nuevo régimen «democrático», como lo había sido en los cuarenta años precedentes del sistema político que acababa de finalizar.
­Y, por último, potenciar su figura (divinizarla más bien) convirtiéndose en salvador de la democracia y de las libertades y derechos de todos los españoles, poniendo a éstos en la tesitura de no cuestionar jamás la nueva monarquía borbónica que encerraba en sí misma todas las garantías de un estado moderno, democrático y de derecho.
Y al inexperto e irresponsable monarca, auxiliado por sus validos y militares de cámara, estuvo a punto de salirle todo de perlas convirtiéndose de facto, como ambicionaba, en un nuevo dictador coronado, en un poder real y absoluto dispuesto a gobernar en la sombra (¡adiós el topicazo de que el rey reina pero no gobierna!) en el marco de una democracia formal a la europea, con la clase política española rindiendo eterna pleitesía y agradecimiento a un rey que había sabido salvar el régimen de libertades recién instaurado y unos súbditos exultantes que acababan de pasar por el amargo trago de ver otra vez de cerca el fantasma de una nueva dictadura militar.
Si no le salió todo bien y tuvo que conformarse con seguir en su papel de rey figurón y constitucional (salvando, eso sí, su corona y el régimen continuista franquista que él representaba), fue precisamente gracias a la tragicómica actuación de Tejero que, fiel a sus ancestros autoritarios y a su megalomanía cuartelera, se «salió de guión», hizo inviable con su demencial actuación la puesta en marcha de la segunda fase de la operación palaciega, la llamada «solución Armada» (un gobierno títere del monarca presidido por su valido y formado por complacientes políticos deseosos de tocar poder como fuera) y estuvo a punto de desatar la catástrofe al poner en trance de adelantarse «por simpatía» el macro-golpe franquista previsto para el 2 de mayo de ese mismo año 1981. Que hubiera acabado con todo, evidentemente, democracia y corona incluidas.
El Ejército español, los militares españoles de toda laya (y no sólo los de la extrema derecha como ha propalado siempre el Gobierno de turno), y sobre todo los relacionados con los servicios de Inteligencia y los centros de poder castrense, siempre estuvimos al tanto de la perversa maniobra del heredero político de Franco, que pretendía salvar su corona como fuera, desmantelar el peligroso aparato castrense franquista que no le perdonaba su traición y «chupar» todo el poder político posible. Si no trascendieron públicamente sus manejos en las horas amargas del juicio de Campamento o incluso antes, fue por la especial idiosincrasia del militar español (atemorizado siempre por una jerarquía implacable y con la vista puesta exclusivamente en sus ascensos y en su carrera) y porque ya se preocupó el Gobierno y los altos mandos del Ejército de cargarle previamente el sambenito de «ultra» y «golpista» a cualquier profesional de las armas que, incluso en privado, osara insinuar la complicidad del rey en el desgraciado evento del 23-F.
De golpe involucionista, de intentona militar, de conjura castrense contra el sistema... tuvo muy poco el 23-F de 1981 que ha pasado a la historia negra de este país. Los golpes militares de verdad no se dan a las seis de la tarde, con soldados que van dando vivas al jefe del estado contra el que teóricamente actúan, con tanques desarmados que respetan los semáforos y las reglas de circulación, con oficiales golpistas que envían cámaras de televisión para que la primera magistratura del país pueda dirigirse cómodamente a los ciudadanos, con su máximo dirigente político deseando ir a palacio a los pocos minutos de comenzado el operativo para contarle al rey cómo se están desarrollando las cosas, con su líder militar (un general monárquico del máximo prestigio dentro de las FAS) recibiendo órdenes por teléfono del propio monarca y a la vez jurándole fidelidad sin límites...
Lo del 23 de febrero de 1981 fue otra cosa, amigos. Una chapucera maniobra del último Borbón, apresurada y mal planificada, para salvarse de la quema castrense franquista que amenazaba todo, agarrándose al poder y a la corona como fuera. Y que para enderezar sobre la marcha el demencial operativo, y defenderse a la vez de los suyos, no dudó en abandonarlos y enviarlos después a prisión cargados con las pesadas cadenas de la deslealtad y la conjura. Demasiado para cualquier mortal, pero no para un Borbón. Peores chapuzas han hecho en la historia. A mí, personalmente, y por eso he dedicado muchos años de mi vida a estudiar esta «perrería real» del 23-F, lo que más me ha impresionado siempre en este asunto, e irritado sobremanera, ha sido la inmoral disposición y el absoluto desparpajo del todavía rey de España, Juan Carlos I, para, después de traicionar a sus más fieles y comprometidos vasallos, pretender pasar a la historia como el bueno de la película. -

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